Tribunas

Celebración en Santander

José Francisco Serrano

Como escribió Ortega y Gasset, “lo que no nos incita a morir, no nos excita a vivir”. El próximo sábado, día 3 de octubre, se celebrará en la Catedral de Santander la ceremonia de beatificación de los mártires de Santa María de Viaceli en Cóbreces y de dos mártires también cistercienses de Fons Salutis en Valencia.

Si hay una diócesis que tenía pendiente la asignatura de las beatificaciones de los mártires de la persecución religiosa de los años treinta del siglo pasado, es la de Santander. Aún se recuerdan por aquellos valles la memoria de los que fueron asesinados en el barco Alfonso Pérez, cuyos restos descansan en la parroquia del Santísimo Cristo, cimiento y muro de la reconstruida Catedral de Santander. Un proceso de 90 personas, aproximadamente, entre sacerdotes y laicos, que avanza al ritmo de la parsimonia.

El obispo de esa diócesis norteña y cantábrica, don Manuel Sánchez Monge, tiene la dicha de celebrar esta beatificación en los inicios de su pontificado. Atrás quedaron los tiempos en los que hubo quien, desde la cátedra, miraba para otro lado. A la ceremonia de beatificación asistirán el cardenal Cañizares y, entre otros obispos, el auxiliar de Madrid, monseñor Juan Antonio Martínez Camino, el máximo experto español en los mártires del siglo XX.

Don Manuel ha escrito a estos efectos una preciosa carta pastoral, cargada de sana erudición, en la que señala que “se trata de dos procesos distintos, desarrollados en Santander y en Valencia respectivamente, que atañen a diez y ocho Siervos de Dios pertenecientes a la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia. Corifeo de este grupo de Mártires es el P. Pío Heredia, nacido en Larrea (Álava) el 16 de febrero de 1875. (…) Se trasladó al monasterio de Santa María de Viaceli, y allí con sus hermanos monjes, completamente ajenos a las cuestiones políticas, fue víctima de la persecución. También se vio implicado en el contexto martirial un grupo de monjas cistercienses de monasterio de San Bernardo, de Algemesí, cerca de Valencia”.

La descripción del martirio es espeluznante. “Después, -recuerda el obispo de Santander- fueron llevados a bordo de una barcaza fuera de la bahía de Santander y tras coserles la boca con alambre porque “iban rezando”, fueron arrojados al mar con pesados lastres atados a los pies. Otros miembros de la comunidad, algunos días más tarde, corrieron la misma suerte y fueron torturados y asesinados. El más joven de los mártires contaba 20 años (había varios en el grupo con menos de 25 años) y el mayor, con 68”.

Tertuliano escribió que “el martirio es la mejor medicina contra el peligro de la idolatría de este mundo”. Como recuerda don Manuel, “el mártir cristiano no es un desesperado que renuncia a continuar viviendo. Ni es un hastiado de la vida que ve en la muerte la liberación. Ni es un kamikaze que muere sembrando destrucción y muerte. Ni es un «héroe rojo», según lo ha descrito el marxista E. Bloch, que cerrado a la supervivencia personal muere por un «mundo nuevo»”.

Enhorabuena, pues, a esa querida Iglesia que camina en Santander, y a su obispo. Que el testimonio de los mártires aliente las vocaciones sacerdotales y consagradas, y la vitalidad apostólica de los cristianos de esas tierras.

 

José Francisco Serrano Oceja