ZENIT

El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 11 de octubre de 2015

La frase del día 11 de octubre

"Voy a pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra". Santa Teresa de Liseux

 


El papa Francisco

El Papa en el Ángelus: 'Hay más alegría en dar que en recibir'
Texto completo. El Pontífice advirtió que solo acogiendo con humilde gratitud el amor del Señor nos liberamos de la seducción de los ídolos y de la ceguera de nuestras ilusiones

Francisco recuerda a las víctimas del atentado de Ankara
Al final del Ángelus, el Santo Padre pidió a los presentes rezar en silencio por Turquía. Ha enviado un telegrama de pésame al presidente Erdogan

Iglesia y Religión

El cardenal Blázquez encomienda su misión a santa Teresa de Jesús y san Felipe Neri
El arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española toma posesión de la iglesia romana Santa Maria in Vallicella

Espiritualidad y oración

San Serafín de Montegranario - 12 de octubre
  «Lego capuchino. Hizo de la pobreza el santo y seña de su vida; poseía un crucifijo de latón, un rosario, un manto raído, y un corazón tan grande que no le cabía en el pecho. Fue agraciado con el don de milagros»

Teresa de Jesús y Edith Stein
'Palabra y Vida' del arzobispo de Barcelona


El papa Francisco


El Papa en el Ángelus: 'Hay más alegría en dar que en recibir'
 

Texto completo. El Pontífice advirtió que solo acogiendo con humilde gratitud el amor del Señor nos liberamos de la seducción de los ídolos y de la ceguera de nuestras ilusiones

Por Redacción

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

Como cada domingo, el papa Francisco rezó el Ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la Plaza de San Pedro. Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo, que le acogieron con un largo y caluroso aplauso, el Pontífice les dijo:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días.

El Evangelio de hoy, tomado del capítulo 10 de Marcos, se articula en tres escenas, marcadas por tres miradas de Jesús.

La primera escena presenta el encuentro entre el Maestro y un tal, que --según el pasaje paralelo de Mateo-- es identificado como ‘joven’. El encuentro de Jesús con un joven. Él corre hacia Jesús, se arrodilla y lo llama “Maestro bueno”. Entonces le pregunta: “¿Qué debo hacer para heredar la Vida eterna?” (v. 17). Es decir, la felicidad. “Vida eterna” no es solo la vida del más allá, sino que es esta: la vida plena, cumplida, sin límites. ¿Qué debemos hacer para alcanzarla? La respuesta de Jesús resume los mandamientos que se refieren al amor al prójimo. A este respecto, ese joven no tiene nada que reprocharse; pero evidentemente la observancia de los preceptos no le basta, no satisface su deseo de plenitud. Y Jesús intuye este deseo que el joven lleva en su corazón; por lo tanto su respuesta se traduce en una mirada intensa llena de ternura y de cariño. Así dice el Evangelio: “Jesús lo miró con amor” (v. 21). Se dio cuenta de que era un buen joven. Pero Jesús comprende también cuál es el punto débil de su interlocutor y le hace una propuesta concreta: dar todos sus bienes a los pobres y seguirlo. Pero ese joven tiene el corazón dividido entre dos dueños: Dios y el dinero, y se va triste. Esto demuestra que no pueden convivir la fe y el apego a las riquezas. Así, al final, el impulso inicial del joven se desvanece en la infelicidad de un seguimiento naufragado.

En la segunda escena, el evangelista enfoca los ojos de Jesús y esta vez se trata de una mirada pensativa, de advertencia. Dice así: “Mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!” (v. 23). Ante el estupor de los discípulos, que se preguntan: “Entonces, ¿quién podrá salvarse?” (v. 26), Jesús responde con una mirada de aliento --es la tercera mirada-- y dice: la salvación, sí, es “imposible para los hombres, ¡pero no para Dios!” (v. 27). Si nos encomendamos al Señor, podemos superar todos los obstáculos que nos impiden seguirlo en el camino de la fe. Encomendarse al Señor. Él nos dará la fuerza, él nos dará la salvación, él nos acompaña en el camino.

Y así hemos llegado a la tercera escena, aquella de la solemne declaración de Jesús: Les aseguro que el que deja todo para seguirme tendrá la vida eterna en el futuro y el ciento por uno ya en el presente (cfr. vv. 29-30). Este “ciento por uno” está hecho de las cosas primero poseídas y luego dejadas, pero que se encuentran multiplicadas hasta el infinito. Nos privamos de los bienes y recibimos en cambio el gozo del verdadero bien; nos liberamos de la esclavitud de las cosas y ganamos la libertad del servicio por amor; renunciamos a poseer y conseguimos la alegría de dar. Lo que Jesús decía: “Hay más alegría en dar que en recibir”.

El joven no se ha dejado conquistar por la mirada de amor de Jesús y así no ha podido cambiar. Solo acogiendo con humilde gratitud el amor del Señor nos liberamos de la seducción de los ídolos y de la ceguera de nuestras ilusiones. El dinero, el placer, el éxito deslumbran, pero luego desilusionan: prometen vida, pero causan muerte. El Señor nos pide el desapego de estas falsas riquezas para entrar en la vida verdadera, la vida plena, auténtica y luminosa. Y yo les pregunto a ustedes, jóvenes, chicos y chicas, que están en la plaza: ¿han percibido la mirada de Jesús sobre ustedes? ¿Qué le quieren responder? ¿Prefieren dejar esta plaza con la alegría que nos da Jesús o con la tristeza en el corazón que la mundanidad nos ofrece?

La Virgen María nos ayude a abrir nuestro corazón al amor de Jesús, a la mirada de Jesús, el único que puede apagar nuestra sed de felicidad.

Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración mariana:

Angelus Domini nuntiavit Mariae...

Al concluir la plegaria, el Papa recordó el trágico atentado en Turquía:

Ayer hemos recibido con gran dolor la noticia de la terrible masacre sucedida en Ankara, en Turquía. Dolor por los numerosos muertos. Dolor por los heridos. Dolor porque los terroristas han atentado contra personas indefensas que se manifestaban por la paz. Mientras rezo por ese querido país, pido al Señor que acoja las almas de los difuntos y conforte a los que sufren y a los familiares. Hagamos una oración en silencio. Todos juntos.

Además, el Pontífice invitó a cuidar la casa común para reducir los desastres naturales: 

Queridos hermanos y hermanas,

el martes próximo, 13 de octubre, se celebra la Jornada internacional para la reducción de los desastres naturales. Lamentablemente hay que reconocer que los efectos de semejantes calamidades con frecuencia se agravan por la falta de cuidado del medio ambiente por parte del hombre. Me uno a todos los que, de modo previsor, se comprometen con la tutela de nuestra casa común, para promover una cultura global y local de reducción de los desastres y de mayor resiliencia ante ellos, armonizando los nuevos conocimientos con aquellos tradicionales, y con especial atención a las poblaciones más vulnerables.

A continuación llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Santo Padre:

Saludo con afecto a todos los peregrinos, sobre todo a las familias y a los grupos parroquiales, procedentes de Italia y de diversos países. En particular: a los diáconos y a los sacerdotes del Colegio Germano-Húngaro que han sido ordenados ayer y a quienes animo a emprender con alegría y confianza su servicio a la Iglesia; a los nuevos seminaristas del Venerable Colegio Inglés; a la Cofradia de la Santa Vera Cruz de Calahorra.

Saludo a los fieles de la parroquia del Sagrado Corazón y de Santa Teresa Margarita Redi, de Arezzo, en el 50° aniversario de su fundación; así como a los de Camaiore y de Capua; al grupo “Jesús ama” que acaba de realizar una semana de evangelización en el barrio romano de Trastevere; a los chicos y chicas que acaban de recibir la Confirmación; y por último, a la Asociación “Davide Ciavattini” para la asistencia a los niños con graves enfermedades de la sangre.

Como de costumbre, el papa Francisco concluyó su intervención diciendo:

A todos les deseo un buen domingo. Y por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

(Texto traducido y transcrito del audio por ZENIT)

 

 

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Francisco recuerda a las víctimas del atentado de Ankara
 

Al final del Ángelus, el Santo Padre pidió a los presentes rezar en silencio por Turquía. Ha enviado un telegrama de pésame al presidente Erdogan

Por Redacción

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

El papa Francisco manifestó este domingo haber recibido “con gran dolor” la noticia de la terrible masacre registrada ayer en Ankara, en la que murieron al menos 95 “personas indefensas”, y pidió rezar en silencio por Turquía.

“Ayer hemos recibido con gran dolor la noticia de la terrible masacre sucedida en Ankara, en Turquía. Dolor por los numerosos muertos. Dolor por los heridos. Dolor porque los terroristas han atentado contra personas indefensas que se manifestaban por la paz”, dijo el Santo Padre a los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro durante el tradicional rezo del Ángelus.

“Mientras rezo por ese querido país, pido al Señor que acoja las almas de los difuntos y conforte a los que sufren y a los familiares”, añadió el Pontífice, que visitó la ciudad durante su viaje a Turquía en noviembre de 2014. Al final de la mención al atentado, el papa Francisco pidió a los presentes rezar en silencio durante unos instantes.

Además, Francisco ha transmitido su profundo dolor "deplorando el bárbaro acto" en un telegrama enviado al presidente de la República de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, firmado por el cardenal Secretario de Estado, Pietro Parolin. En el texto se indica que el Pontífice recibió con "profundo dolor" la noticia de las explosiones en Ankara y que desea hacer llegar su "cercanía espiritual también a todas las familias afectadas en esta hora de dolor. Así como al personal de la seguridad y de asistencia para los heridos".

Encomendando el alma de los fallecidos al amor misericordioso del Todopoderoso, el Santo Padre invoca la divina fortaleza y paz sobre todos sus familiares y seres queridos.

En un clima de tensión política que no se veía desde hace dos décadas y con unas elecciones legislativas a la vuelta de la esquina, el país euroasiático sufrió este sábado el ataque terrorista más letal de su historia: al menos 95 personas murieron y 246 resultaron heridas (48 de ellas están en cuidados intensivos) en un atentado suicida perpetrado contra un acto de protesta que se iba a celebrar junto a la estación de tren de Ankara.

El mitin, bajo el lema “Por la Paz, el Trabajo y la Democracia”, había sido convocado a mediodía en el centro de la capital turca, por la Confederación de Sindicatos de Obreros Revolucionarios de Turquía (DISK), una de las tres grandes centrales del país, así como por asociaciones profesionales, cámaras de arquitectos y colegios médicos, y había sido secundado por diversas formaciones políticas de la oposición.

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Iglesia y Religión


El cardenal Blázquez encomienda su misión a santa Teresa de Jesús y san Felipe Neri
 

El arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española toma posesión de la iglesia romana Santa Maria in Vallicella

Por Rocío Lancho García

Roma, (ZENIT.org)

El cardenal Ricardo Blázquez Pérez, presidente de la Conferencia Episcopal Española y arzobispo de Valladolid, ha tomado posesión de la iglesia romana de la que es titular, Santa Maria in Vallicella, también conocida como Chiesa Nuova. La celebración eucarística ha tenido lugar este domingo, 11 de octubre, a las 12.00.

Durante la homilía, el purpurado recordó la vinculación de san Felipe Neri, enterrado en esta iglesia, con santa Teresa de Ávila, nacidos el mismo año y canonizados el mismo día por el papa Gregorio XV el 12 de marzo de 1622, y cómo ambas figuras han sido importantes en su vida.

Por eso, pidió seguir siempre el ejemplo de san Felipe Neri y tener siempre “hambre y sed de lo que da la verdadera vida”. Y así invitó a preguntarse en qué gastamos nuestras fuerzas, “¿en la comida que no sacia o en el alimento y la bebida que llenan el corazón y las aspiraciones más profundas de la vida?”

Finalmente, encomendó a la Virgen María, a san Felipe Neri y a santa Teresa de Jesús, “estos queridos amigos nuestros”, la misión “que el Papa me ha encargado”.

Conversando con los periodistas al concluir la misa, el cardenal Blázquez aseguró “tener dos buenos amigos” --san Felipe Neri y santa Teresa de Jesús-- para las dificultades que pueda encontrar en el cumplimiento de la misión que el Papa le ha confiado. “Estoy seguro que entre uno y otra van a ayudar a sacar las cosas adelante", ha asegurado. 

Del mismo modo, reconoció que es una “suerte” que el Papa le haya otorgado esta iglesia. Una iglesia que él ya conocía de cuando estudió en Roma y había visitado muchas veces. Además, recordó que san Felipe Neri, “tiene una fuerza de atracción muy grande, es el apóstol de Roma, un apóstol con alegría, unía la cercanía a los más pobres para llevarles el gozo del Evangelio. Y en él no fue una petición de principio, una aspiración, fue realmente una realidad”.

A propósito de los trabajos del Sínodo de los Obispos, en los que él participa, ha indicado que “van bien”. Y ha precisado que ayer por la tarde no pudo participar porque acudió a la ordenación episcopal de un sacerdote español, monseñor Alberto Ortega, nuevo nuncio en Irak y Jordania. “Una celebración muy bella con una honda implicación, para todos y especialmente para él”, ha explicado el cardenal a los periodistas.

Ricardo Blázquez fue creado cardenal en el consistorio del pasado 14 de febrero. A todos los cardenales les corresponde la titularidad de una iglesia de Roma, como signo de estrecha vinculación con la Sede Apostólica. En la iglesia de Santa Maria in Vallicella está enterrado san Felipe Neri, fundador de la Congregación del Oratorio.


 

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Espiritualidad y oración


San Serafín de Montegranario - 12 de octubre
 

 

«Lego capuchino. Hizo de la pobreza el santo y seña de su vida; poseía un crucifijo de latón, un rosario, un manto raído, y un corazón tan grande que no le cabía en el pecho. Fue agraciado con el don de milagros»

Por Isabel Orellana Vilches

Madrid, (ZENIT.org)

En esta festividad de Nuestra Señora de Aparecida, y de la Virgen del Pilar, patrona de la hispanidad, entre otros santos y beatos la Iglesia celebra también la vida de este humilde capuchino.

Félix era natural de Montegranario, Italia. Nació en 1540. Su padre, un modesto albañil, tuvo que sacar adelante cuatro hijos. Serafín fue el segundo y sufrió durante años la penuria económica de la familia y el trato despótico y violento de su hermano mayor, Silencio, que se cebó en él cuando quedaron huérfanos. Una jovencita, Lisa, fue su particular «ángel protector». Trajo con ella el aire diáfano del ideal religioso leyéndole vidas de santos. Fue el detonante de preguntas hondas que se formuló por vez primera: “–«¿Y qué hemos de hacer para salvarnos? Creo que lo mejor para mí será retirarme a un desierto y hacer vida de penitencia». Con la lucidez que brota de la inocencia evangélica, Lisa respondió: –«¿Para qué quieres un desierto? Vete a vivir con los capuchinos, y serás santo». Serafín supo de la existencia de estos religiosos y de la vida que llevaban a través del relato que hizo ella. En esa época ya se estaba labrando esa santidad que deslumbraría a las gentes en medio de la compleja relación con su hermano, la dureza de su trabajo como peón de albañil, portando en sus espaldas un peso desproporcionado, y sufriendo las chanzas de otros compañeros. Su alma transparente era una simbiosis de ofrenda y sacrificio.

A los 18 años se fue al convento de Loro-Piceno, consciente de sus muchas deficiencias humanas: distraído, lento, descuidado, olvidadizo, torpe... Pero tenía lo esencial, como revelan las humildes palabras que dirigió al portero que le abrió la puerta: –«Padre, yo no sé leer ni escribir; no sé más que rezar y amar a Dios». Hizo el noviciado en Jesi y mostró la autenticidad de su vocación. Le veían orar durante horas ante el sagrario, tenía verdadero espíritu penitencial, y fraguaba su acontecer con ayuno y mortificaciones. Él mismo diseñó cilicios para las severas disciplinas que se aplicó, llevado de su convencimiento de que eran un bien para su alma. Cuando un superior le invitó a moderarlas en beneficio de su salud, respondió: –«¡Vaya una cosa! Si yo muero, habrá un pecador menos en el mundo». Durante cuarenta años sufrió desprecios y humillaciones dentro y fuera del convento, curtiéndose en la virtud de la paciencia. Y consiguió aceptar sus debilidades. Fue un maestro de la caridad. Respondía bondadosamente cuando era objeto de mofa: «muy bien, muy bien. Tú me conoces mejor que nadie. Así hay que tratar a los pecadores como yo. Dios te lo pague, santito mío, Dios te lo pague».

Al final, y viendo que no respondía en las misiones que se le encomendaron, fue destinado a la limosna. Pero este religioso, que no se distinguió precisamente por su eficiencia, como era un santo fue bendecido con diversas experiencias místicas: éxtasis, visiones y milagros. Tenía el don de llegar a las gentes que conducía a Dios. Amaba profundamente a la Virgen y difundió su devoción en los demás. Era fidelísimo a la vivencia evangélica; jamás cometió voluntariamente un pecado venial, ni consintió en su entorno componendas al respecto. Sentía profunda piedad por los enfermos y moribundos. Y cuando hizo milagros, llevado por su humildad, trató de ocultarlos. Aceptaba sus limitaciones lleno de mansedumbre: «No poseo nada; tengo solamente este crucifijo y el rosario, pero con ellos, si Dios me ayuda, serviré de ayuda a los hermanos, y me haré santo». Con la penetración que da la auténtica vida espiritual mostraba su crucifijo de latón para recordar a los predicadores que en él se halla la clave de todo: «Este es el verdadero libro que conviene estudiar para hacer predicaciones provechosas a los pueblos».

Era feliz con su pobreza. Poseía un manto raído que una vez tuvo que reemplazar temporalmente, sustituyéndolo por uno nuevo tras indicación de un superior que quiso probar su obediencia. Ese día soportó con gozo las chanzas de quienes, acostumbrados a su humilde sayal, se sorprendieron al verle pedir limosna por las calles de Ascoli con inusual «elegancia». Abrumado por la gente que le reclamaba por su fama de milagrero, (que se había hecho manifiesta no solo con las personas sino también con animales a los que amansaba), añoraba la soledad y el silencio. Sus superiores le prohibieron realizar prodigios. Como no estaba en su mano evitarlos, pedía discreción a los agraciados: «Vete, y quédate calladito, calladito, santito, porque no he sido yo, sino que ha sido Cristo y tu fe las que te han curado».

Toda su trayectoria pone de manifiesto que estaba en las antípodas de la inmadurez espiritual. Refleja la grandeza de un alma penitente, entregada, desprendida, desasida de sí. Ello se percibe también en sus constantes destinos; fue un religioso que pasó por muchos conventos. A nadie negó el bien que pudo hacer, comenzando por infundir la confianza en Dios y en su divina Providencia a los que acudían a él en masa. Se le reveló la hora de su muerte y esperó gozoso el momento. Llevaba sesenta y cuatro años llenos de trabajos y severas penitencias. Alegre y lúcidamente cándido, como siempre había sido, respondía a la pregunta de sus hermanos que se interesaban por su salud: «Muy bien; pronto me voy al cielo».

A principios de octubre de 1604 enfermó, y sólo se levantó el día 12 de ese mes, horas antes de morir. Previamente, tuvo la gracia de ayudar en misa, comulgar y hasta pedir limosna. Tanto es así, que pensando que se repondría demoraron administrarle los sacramentos. Pero él sabía que estaba a las puertas del cielo, y suplicó: «dadme a mi Dios, traedme a mi Jesús. Antes de la noche voy a morir». Y así fue. Clemente XIII lo canonizó el 16 de julio de 1767.

 

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Teresa de Jesús y Edith Stein
 

'Palabra y Vida' del arzobispo de Barcelona

Por Card. Lluís Martínez Sistach

Barcelona, (ZENIT.org)

El próximo jueves es la fiesta de Santa Teresa de Jesús y se cerrará el Año Teresiano, celebrado con motivo del quinto centenario de su nacimiento. De las muchas cosas que se han escrito sobre la santa de Ávila, yo quisiera subrayar la actualidad de su mensaje tal como se ha manifestado en una de las grandes figuras cristianas del siglo XX: Edith Stein.

De jovencita, Edith Stein fue la discípula predilecta de Edmund Husserl, el fundador de la escuela de la fenomenología. Muy pronto, Edith abandonó la religión judía que había recibido de su madre y se profesó no creyente.

Pero la búsqueda de la verdad la condujo a encontrar a Dios en el camino de su vida. Una amiga suya, buena cristiana, perdió a su marido -profesor universitario- en la guerra de 1914. Joven aún, cuando recibió la triste noticia, reaccionó con una actitud de esperanza y de paz. Edith fue testigo de ello. "En ese momento -escribió- mi incredulidad se desplomó y Cristo irradió en su misterio de la cruz". Sin embargo, su conversión al catolicismo aún tardó en llegar.

Una tarde del verano de 1921, Edith comienza, de forma casual, la lectura de la Vida, la autobiografía de santa Teresa de Jesús. La lectura la apasiona tanto que pasa toda la noche leyendo. En la madrugada, al cerrar el libro, exclamó: "¡Esto es la verdad!" Había descubierto que Dios es amor. "El camino de la fe -escribe en una de sus obras- nos lleva más lejos que el conocimiento filosófico: nos lleva al Dios personal y cercano, a Aquel que es todo amor y misericordia, a una certeza que ningún conocimiento natural puede dar."

Como afirmó san Juan Pablo II, que sentía una gran admiración por esta filósofa, "a pesar de su gran aprecio por la ciencia, Edith fue descubriendo cada vez más que el corazón de la existencia cristiana no está en la ciencia sino en el amor".

Su condición de mujer y también de judía le impidieron un merecido lugar en la cátedra universitaria. A los 42 años entró en el monasterio del Carmelo de Colonia. Lo había deseado desde su conversión. Tomó el nombre de Teresa Benedicta de la Cruz. Allí siguió a Jesús pobre, en la pobreza radical de una vida escondida en el claustro. Allí escribió páginas llenas de belleza yprofundidad sobre la ciencia de la cruz, inspirándose en santa Teresa de Jesús y en san Juan de la Cruz. 

Cuando, desnuda, entró en la cámara de gas de Auschwitz, con su hermana Rosa y otras víctimas judías como ella, ofreció a Dios su vida en sacrificio. Fue la culminación de su ciencia de la cruz, que vivió muy unida al Crucificado. 

La vida y el pensamiento de Edith Stein ponen de relieve la profundidad del testimonio de Teresa de Jesús en el dramático siglo XX y también en el siglo actual.

+ Lluís Martínez Sistach
Cardenal arzobispo de Barcelona

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