"Misioneros de la Misericordia" es el título de la carta
pastoral del arzobispo de Madrid, monseñor Carlos Osoro
Sierra, que se encuentra en Roma participando en el Sínodo de
los Obispos sobre la familia. A continuación publicamos el
texto íntegro de la misma:
Celebramos el próximo Domingo la
Jornada Mundial de las Misiones. Esa palabra, DOMUND, es ya
acerbo de nuestra vida y de nuestra condición de cristianos.
Todos los que hemos tenido la gracia inmensa de haber recibido
por el Bautismo la vida de Nuestro Señor Jesucristo y, por
ello, de ser miembros vivos de la Iglesia, tenemos marcado en
el núcleo de nuestra existencia cristiana aquel mandato del
Señor que antes de ascender a los cielos dijo a los primeros
discípulos y, en ellos, a todos nosotros: «Id por el mundo y
anunciad el Evangelio a todos los hombres».
Aquel mandato puso en marcha a la Iglesia ya desde los
primeros momentos de su misión. La Iglesia siempre ha sentido
la urgencia de “salir”, de no detenerse en sí misma, de mirar
hacia fuera y, si se mira hacia dentro, es para ver cómo está
dando rostro a Jesucristo con su vida y quehacer. Y en la
medida que mantiene fija la mirada en el Señor y muestra así
su rostro, mira siempre hacia los demás, mira para afuera,
sale a los caminos donde están los hombres, para anunciarles y
hablarles con el lenguaje del Corazón de Cristo.
Un lenguaje que transforma, que siempre cambia vidas,
situaciones y direcciones. Un lenguaje que crea cercanía y va
mucho más allá de la justicia, pues el Señor no solamente nos
da lo que merecemos, sino que su generosidad va más allá, más
al fondo y más adelante. Nos regala misericordia para que
nosotros también la regalemos. Es don que no se retiene, que
se ofrece a todos los que nos encontremos, pues nos ha sido
dado por el Señor.
¡Qué fuerza tuvieron las palabras del Señor cuando les
dijo, y nos sigue diciendo: “id”. ¡Salid!. Su mandato hizo que
ya desde el principio los discípulos dejasen sus solares de
origen para marchar a otros sitios muy diferentes, con
creencias y culturas que tenían otros dioses, para anunciar a
Jesucristo hasta entregar la propia vida, para expresar así
que Él es el Camino, la Verdad y la Vida. La fuerza de su
comunión con el Señor era tan grande que nunca tuvieron miedo
de acercar y regalar con obras y palabras el rostro
misericordioso de Dios.
Fueron por todos los caminos conocidos de su tiempo para
llevar la Buena Nueva que es el mismo Señor. Muchos salieron
como el Señor les había mandado. Algunos encontraron la muerte
que para ellos era la Vida misma. Salieron solamente con la
fuerza de su gracia, con la inquebrantable confianza de quien
sabe que el poder y la fuerza lo tiene Dios. Baste recordar lo
que el Apóstol San Pablo nos dice: «Pues mirad: ahora es el
tiempo favorable, ahora es el día de la salvación.
Nunca damos a nadie motivo de escándalo, para no poner en
ridículo nuestro ministerio; antes bien, nos acreditamos en
todo como ministros de Dios con mucha paciencia en
tribulaciones, infortunios, apuros; en golpes, cárceles,
motines, fatigas, noches sin dormir y días sin comer;
procedemos con limpieza, ciencia, paciencia y amabilidad; con
el Espíritu Santo y amor sincero; con palabras verdaderas y la
fuerza de Dios; con las armas de la justicia, a derecha e
izquierda; a través de honra y afrenta, de mala y buena fama;
como impostores que dicen la verdad, desconocidos, siendo
conocidos de sobra, moribundos que vivimos, sentenciados nunca
ajusticiados; como afligidos, pero siempre alegres, como
pobres, pero que enriquecen a muchos, como necesitados, pero
poseyéndolo todo» (2 Cor6, 2b-10).
El mandato del Señor, el diseño que hizo de su Iglesia y el
testimonio de los primeros que siguieron a Jesús, es
suficiente para ver y contemplar que a la Iglesia le pertenece
por naturaleza misma la dimensión misionera. De tal modo esto
es así que si deja aparcada esta estructura que el Señor mismo
le dio, pierde lo fundamental. No se trata de una estrategia
o de proselitismo, es algo que forma parte esencial de la
gramática de la fe para quienes un día escuchamos la voz del
Señor, que nos decía con fuerza: “ven y sígueme”.
Quien sigue a Jesucristo tiene que ser necesariamente
misionero. Sabemos muy bien que quien tiene una experiencia
viva de Jesucristo, sabe, percibe y experimenta que Cristo
está en él. Esta experiencia es fundamental para “salir”, para
ser esos discípulos misioneros alegres y confiados que lo son
en sus propios lugares de origen, pero que son capaces de dar
la vida para ir a otros lugares donde Jesucristo no es
conocido o sus discípulos se han adormecido y no hay una vida
cristiana que suscite preguntas y respuestas.
El Papa Francisco nos invita a salir. Él desea y quiere que
estemos en todos los escenarios donde se mueven y actúan los
hombres. Hay que salir a todos los caminos por donde pase un
ser humano. Aquella expresión de San Pablo debe ser también la
de todo discípulo: «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1
Cor 9, 16).
Cuando estamos celebrando el quincuagésimo aniversario del
Decreto Conciliar “Ad gentes”, os invito a todos a volver a
leer y meditar este Decreto del Concilio Vaticano II. Estoy
seguro de que su lectura y meditación nos hará más sensibles a
la misión “Ad gentes”. Por ello, en el día que celebramos el
DOMUND, la Iglesia nos pide que intensifiquemos nuestra
oración por los misioneros y que ayudemos con nuestros bienes
a las Misiones, es decir, que colaboremos económicamente para
sostener a las misiones y a los misioneros y misioneras.
Muchos son los que están dando su vida en situaciones de
precariedad para anunciar a Jesucristo.
Son de nuestra tierra, la dejaron para anunciar a
Jesucristo. Nuestra Delegación Diocesana de Misiones y las
Obras Misionales Pontificias en Madrid mantienen una relación
permanente con ellos. Si tenéis interés por las Misiones
acudid allí. Que nunca se nos olvide que la Iglesia es
Misionera, y que si deja la Misión deja de hacer el mandato
del Señor: “id”, deja de ser la Iglesia de Jesucristo.
Ayudemos a la Iglesia en Misión con esa colecta
extraordinaria que el día 18 de octubre se hace en todas
nuestras parroquias y demás comunidades. Gracias por vuestra
colaboración.
Todos estamos llamados a ser “misioneros de la
misericordia”. Pero hemos de asumir un estilo de vida y
una espiritualidad de la que os hablaba en la última carta
pastoral, “Jesús rostro de la Misericordia, camina y conversa
con nosotros en Madrid”. Es la espiritualidad y el estilo de
vida que se nos describe en la parábola del “buen samaritano”.
Es una manera de ser, actuar y vivir delante de Dios y de los
hombres. Acojámosla. Nos decía el Beato Pablo VI que era la
espiritualidad del Concilio Vaticano II. Queridos jóvenes,
cuando el Papa Francisco os dijo en Brasil “salid”, “armad
lío”, os pedía nada más ni nada menos que ser misioneros de la
misericordia y ayudar a quienes están dando la vida en lugares
distantes y difíciles. Queridos laicos cristianos, algunos de
vosotros habéis hecho el compromiso de radicalizar con fuerza
vuestro Bautismo y entregaros de lleno a mostrar la
misericordia de Dos en medio del mundo, en la cultura, en la
educación, en la política, en la economía, en todos los
lugares donde el ser humano construye la historia y la
convivencia.
Así lo hicieron muchos cristianos en el inicio de la
misión. En estos tiempos esto sigue siendo necesario. Queridas
familias cristianas, sed familias “misioneras de la
misericordia”, sedlo entre los miembros que componéis la
familia, con otras familias. Ayudad a realizar la misión.
Queridos sacerdotes, en el ADN que puso en nosotros el Señor
el día de nuestra ordenación, cuando nos regaló su propio
misterio y ministerio, nos llenó de sus entrañas de
misericordia. Os invito a que nos ayudemos todos a vivir con
esas entrañas, a ser misioneros de la misericordia. Ayudemos a
que otros sacerdotes lo puedan ser en otros lugares de la
tierra, en situaciones más difíciles que las nuestras.
A todos los consagrados, en este Año de la Vida Consagrada
que estamos viviendo, sed conscientes del carisma del que el
Señor os hizo partícipes. Todos los carismas son misioneros,
buscan a los demás en sus diversas necesidades: materiales y
espirituales. Vuestros fundadores vivieron las obras de
misericordia de una manera singular y fuerte. Fueron carismas
con proyección para seguir haciendo el bien entre los hombres
y, gracias a eso, hoy seguís vosotros su camino y aproximáis
el rostro misericordioso del Señor.
“Misioneros de la misericordia”. El Señor nos dice
“sígueme”. No seamos como aquél que le dijo: “Señor, déjame
primero ir a enterrar a mi padre”, y a quien el Señor
contestó: “deja que los muertos entierren a los muertos; tú
vete a anunciar el Reino de Dios”. Deja lo viejo, vete a hacer
lo nuevo, lo que trae vida, “vete a anunciar el reino de
Dios”. El DOMUND es un día especial para vivir y expresar que
la Iglesia es misionera. Ayudad a las misiones de la Iglesia.
Ayudad a los misioneros para que tengan los medios necesarios
para anunciar a Jesucristo.
Con gran afecto y mi bendición
+Carlos, Arzobispo de Madrid