Hablar de “sectas” en España cuando llevamos vivida década y media del siglo XXI puede parecer algo anacrónico, una historia de otros tiempos pasados en los que se mezclaban una sociedad con la democracia recién estrenada, un avance a pasos agigantados de la secularización, un periodismo de investigación ciertamente sensacionalista y una llegada de gurús que aprovechaban la situación de río revuelto. Así, algunos piensan que es una realidad de los años 80.

Sin embargo, algunos trabajos recientes de los medios de comunicación nos muestran, con sus lógicas limitaciones, una realidad que sigue estando ahí. Transformada, reconvertida, pero ahí está. Los que seguimos este fenómeno de forma continua percibimos que también el fenómeno sectario y la nueva religiosidad están pasando, a su manera, la crisis de la secularización. A un porcentaje amplio de la población no le importan los asuntos religiosos ni espirituales. Muchas personas se mueven en lo superficial, sin plantearse cuestiones de especial profundidad.

Pero los estudios sociológicos nos hablan de un importante número de españoles preocupados –aunque sea “a su manera”– por algo que esté más allá de lo que se puede ver y tocar. La difusión del esoterismo y el ocultismo –que veremos popularizados, una vez más, en la próxima celebración de Halloween–, el éxito de productos culturales que se mueven entre la historia y la religiosidad gnóstica –novelas y películas al estilo de El Código Da Vinci– y la permanente presencia de la adivinación, el espiritismo, la magia y otros elementos del mundo de lo “paranormal”, nos hacen pensar en un caldo de cultivo apropiado para el interés por toda esta religiosidad alternativa y para la captación sectaria. Sin temor a equivocarnos, y basándonos en diversas encuestas, podemos situar aquí a un 20 % de la población de nuestro país.

¿Y de qué sectas tenemos que preocuparnos? Lo normal es que el lector piense, en primer lugar, en grupos famosos que provocaron sonados casos de suicidios colectivos o masacres a gran escala. Si bien es cierto que fueron sectas que acabaron con la vida de sus adeptos, se trata de casos puntuales que, eso sí, nos demuestran hasta dónde puede llegar el delirio de un líder mesiánico y la patologización de lo religioso. Lo que tenemos que observar y vigilar son los grupos que tenemos a nuestro alrededor, los que afectan a la vida de muchas familias. Los que, según algunos cálculos, podrían afectar directamente a cerca de 400.000 españoles.

La clasificación más clásica de las sectas habla de tres o cuatro grandes tipos de movimientos: los que tienen un origen cristiano –todos conocemos a algún miembro o nos los hemos encontrado por la calle o incluso han llamado a la puerta de nuestra casa–, los que vienen de Oriente –derivados del hinduismo y del budismo y con los típicos reclamos de la meditación y el yoga– y los del ámbito del esoterismo y la Nueva Era, con el añadido del oscuro y complejo mundo del satanismo.

Desde luego que sigue siendo válida esta clasificación, que agrupa las sectas fijándose en su doctrina, algo que ciertamente determina su identidad y su funcionamiento. Y si nos fijamos en la actualidad del fenómeno sectario, teniendo en cuenta las peticiones de información y de ayuda que recibimos en un goteo continuo los que nos dedicamos a estos temas, hay que poner una especial atención en el campo de la Nueva Era (New Age). De unos años para acá, y coincidiendo con la crisis que estamos viviendo –no es casualidad, por supuesto–, se multiplican las ofertas que hablan de meditación, paz interior, sanación, energías, equilibrio, nivel de conciencia… conceptos aderezados con unos adjetivos siempre presentes: holístico, integral, profundo…

De esta forma, la identificación de las realidades sectarias se hace más difícil, ya que no podemos quedarnos tranquilos porque el grupo que acabamos de conocer no se reúne en un local con la típica apariencia de capilla o lugar de culto. Ahora el anzuelo, más que religioso, será espiritual. O incluso, yendo más allá, se presentará como un método terapéutico, aparentemente científico y capaz de transformar la vida de las personas. Propuestas con nombres rimbombantes y con apariencia de seriedad llevadas por profesionales licenciados en su disciplina correspondiente y colegiados que tienen una “formación complementaria” en una terapia alternativa deben estar ahora bajo el punto de mira. En ellos vemos, en muchas ocasiones, casos de dependencia, abuso de la debilidad y manipulación. Y también está ahí la colaboración de las administraciones públicas, las universidades y hasta las instituciones religiosas que, normalmente por dejadez, se convierten en cómplices al dejarse instrumentalizar. Mucho cuidado.