Tribunas

Don Fidel, Don Fidel

José Francisco Serrano Oceja

No una vez, dos veces el nombre de don Fidel. Como si fuera la expresión reiterativa de un acuerdo meta-lo que se quiera. Hay quien lo dijo, don Fidel, don Fidel…

La ventaja de escribir sobre don Fidel es que, aunque lo haga a su favor, lo dicho no va contra de nadie.

Don Fidel Herráez Vegas, hasta ahora obispo auxiliar de Madrid acaba de ser nombrado arzobispo de Burgos por el Papa Francisco. La historia es historia, pero no es muda. Es cierto que don Fidel pudo ser arzobispo en otros muchos lugares de España. Es cierto que don Fidel pudo ser un relevante cargo en la Conferencia Episcopal Española. Ahora es arzobispo de Burgos, por decisión expresa del Papa Francisco. Sic, expresa.

La personalidad de don Fidel es la personalidad de un hombre que hace verdad el dicho latino de “suaviter in modo, fortiter in re”. Me explico. Su procedencia intelectual, eclesial, de formación teológica le había colocado en, vamos a decirlo, el progresismo eclesial de los años setenta. Una ubicación no del todo cierta o adecuada.

Un dato. Cuando hay quienes se enorgullecen de haber sido alumnos, y discípulos, del famosos teólogo moralista Bernhard Häring, don Fidel callaba. Y, probablemente en España, él sí que podía decir que era un discípulo dilecto de aquel moralista controvertido. Si alguien quiere comprobarlo, que vaya a los libros primeros de Häring en español y se fije en el nombre del traductor.

De hecho, cuando se estudiaba la opción fundamental, había una teoría sobre esta, vamos a denominarla, comprensión de los actos y las circunstancias morales, que salvaguardaba el magisterio y la tradición de la Iglesia: la concepción de la opción fundamental de Fidel Herráez Vegas. Así está en algunos manuales de la asignatura.

Después llegó el largo pontificado del cardenal Rouco. Agotador. Bueno, antes, su nombramiento episcopal, al que, por cierto, algunos opusieron escritos y cartas, que el entonces arzobispo de Madrid, y antes el cardenal Suquía, colocaron en su sitio. Ya se sabe, censores hubo siempre en el mundo clerical, donde lo imposible es real. Una veintena de años, codo con codo, día a día, con el cardenal Rouco, a su vera, a su sombra, en calve de fidelidad, son muchos años.

Don Fidel pudo haber sido, y no lo fue, pero ahora lo es. Como Sófocles en la Antígona, “a mí el demasiado silencio me parece compañero de algo grave, lo mismo que el inmoderado clamor”.

Don Fidel será, en los próximos cinco años, si Dios quiere, una pieza clave en el tablero de la Iglesia, que no se la juega, por cierto, en la mesa, sino en la vida de los cristianos y de las comunidades, que es lo que le importa, de verdad, a don Fidel.

En Burgos están de enhorabuena. Nosotros, por Madrid, también.

 

 

José Francisco Serrano Oceja