René Girard murió el 4 de noviembre en Stanford rodeado de su esposa Marta, sus hijos y nietos. Su larga enfermedad le impidió durante un tiempo comunicarse con familiares y amigos, pero no dejó de mantener, según ellos la misma sonrisa que le caracterizaba y que transmitía sosiego en los que con él conversaban.

No es el momento de repasar su inmensa su obra, otros lo harán mejor de lo que yo puedo hacer en este momento.

Después de sus primeros textos sobre literatura, saliendo de un país destrozado por la segunda Guerra Mundial en búsqueda del sentido de la vida a los EEUU, nos sorprende con la “conversión” que recibió en 1959, poniendo otra vez en el candelero de su vida y de la de sus lectores la vigencia perenne del cristianismo, para permitirnos comprender la violencia del mundo, su ruido y su furia.

Divulgó este secreto por etapas, con modestia, pasando por los grandes autores. Se tambaleó hasta el final en sus propias formulaciones, por el pesimismo existencial al que le conducían los hechos luctuosos del mundo agitado en el vivimos, pero aun así se mantuvo fiel a la misma fe que le dio esperanza en su madurez, y al camino que se trazó en lo que debía hacer.

Creo que la verdad no es una palabra vana o un simple “efecto”, como se dice hoy en día. Creo que cualquier cosa que nos pueda salvar de la locura y la muerte, en estos momentos, está ligada a esta verdad. Pero no sé cómo hablar de estas cosas. […] Siempre me parece que si pudiera comunicar la evidencia de ciertas lecturas, las conclusiones que se me imponen, se harían obvias también a mi alrededor”.

Me quedo corto frente a esta humildad cuerpo a cuerpo de este hombre audaz, atrevido, que siempre defendió a brazo partido la genialidad del cristianismo en cualquier foro mundial al que acudió o fue llamado. Toda su vida René Girard luchará con la verdad y por la verdad, una señal de que Ella le había elegido. Murió ayer como un luchador. Lo que descubrió es inmenso, necesitaremos tiempo para digerir la aportación de este, como decía Jean Michel Serres, Darwin de la cultura.

Por mi parte soy uno de esos afortunados agradecidos que tuvo la suerte de conocerle y disfrutar de su genio y simpatía. Mi primer contacto con él fue a través de la lectura de Mentira romántica, verdad novelesca. Me causó tal impacto que ingenuamente me atreví a escribirle, pensando que nunca recibiría una contestación. Para mi sorpresa no pasó una semana y tenía una amabilísima carta dándome las gracias por mis comentarios. El segundo impacto fue con motivo de convertirle en motivo de mi tesis doctoral en filosofía por la Universidad Complutense: en un par de semanas tenía sobre mi mesa artículos y libros, y un repertorio bibliográfico sobre su obra, que él mismo me envió y que desbordó mis expectativas. Obviamente esa fue la confirmación de mi buena elección. Mi primer encuentro personal con él fue en Graz, en un congreso de la fundación COV&R, a raíz del cual decidí dedicar mi vida expandir su obra en español, fruto de lo cual traduje alguna de las obras que caían fuera de la órbita de Grasset, la editorial que tenía los derechos sobre su corpus principal, y de Anagrama su correlato en español. Ni que decir tiene que son días de luto para las ciencias humanas y días de alegría para los que, gracias a Girard, apuntalamos una fe que adquiría gracias a su obra un correlato racional y científico.

Desde la distancia geográfica y la cercanía espiritual, nuestro equipo Xiphias-Gladius, quiere agradecer y reconocer a Girard con estas líneas la ayuda inestimable que nos ha prestado.