Tribunas

Hedor curial

José Francisco Serrano Oceja

La serie de los cuervos no ha terminado. Páginas y más páginas.

El Papa Francisco lo acaba de decir de forma muy clara: “Este triste hecho ciertamente no me desvía del trabajo de reforma que estamos llevando adelante, con mis colaboradores y con el apoyo de todos ustedes. Sí, con el apoyo de toda la Iglesia, porque la Iglesia se renueva con la oración y con la santidad cotidiana de todo bautizado. Por consiguiente, les agradezco y les pido que sigan rezando por el Papa y por la Iglesia, sin dejarse turbar, sino yendo adelante con confianza y esperanza”.

Aún recuerdo lo que Cecilia Avolio de Malak, la voz del programa español de Radio Vaticano, me dijo el día que me senté por primera vez a los micrófonos de la emisora del Papa: “Allí donde más presente está Dios, con más fuerza quiere estar el demonio. Y, por favor, no escribas nunca lo que veas y oigas”.

El sábado santo de 2005, el entonces cardenal Joseph Ratzinger, durante el Vía Crucis del Coliseo, profirió una serie de exclamaciones que hicieron temblar a la Iglesia: “¡Qué poca fe hay en muchas teorías, cuántas palabras vacías! ¡Cuánta suciedad en la Iglesia y también entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia!”. “Vía crucis” y “Avarizia”, dos libros que, junto con la matraca del monseñor español detenido, están ensuciando la imagen de la Iglesia, la blancura del hábito del Papa.

Nada nuevo bajo el sol, por desgracia. Ni en la Curia vaticana ni en otras curias más cercanas. Aunque toda generalización es injusta con la realidad, quizá convenga recordar la historia de santa Catalina de Siena (1347-1380). Cuando la más metafísica de todas las místicas visitó al Papa Gregorio XI en Roma, acompañada por el beato Raimundo de Capua, se lamentó de que en la curia romana, “donde debería haber un paraíso de virtudes celestiales, se olía el hedor de los vicios del infierno”.

O lo que san Juan de Ávila (1499-1569) escribiera en un Memorial al Concilio de Trento: “Fuego se ha encendido en la ciudad de Dios, quemado muchas cosas, y el fuego pasa adelante, con peligro de otras. Mucha prisa, cuidado y diligencia es menester para atajarlo”.

El Papa Francisco sabe que, en su empeño de reforma de la Iglesia y del Vaticano, no está solo. Escucha cada día el clamor del pueblo cristiano que le pide a gritos obispos y sacerdotes santos y sabios. El Concilio Vaticano II dice que la Iglesia es llamada por Cristo a una perenne reforma en cuanto institución terrena y humana. Una reforma que necesita permanentemente. Quizá ahora con más urgencia en algunos sitios.

 

 

José Francisco Serrano Oceja