La historia comienza en Santander, hace ya unos cuantos años. La Parroquia de San Francisco de Asís, en pleno centro de la ciudad, a espaldas del Ayuntamiento. Una parroquia viva, una comunidad viva, la vida de la Iglesia en medio de la ciudad. Cultura y culto. En la vida de todo hombre, y de toda mujer, tiene que haber un campanario, que decía el anciano párroco.

Un parroquia que bullía de juventud. Un párroco, aristócrata de espíritu y de pensamiento, don Antonio de Cossío y Escalante, y un coadjutor, joven ya no tan joven, entusiasta, conductor de almas, fino confesor, don Ricardo Lastra, se repartían los jóvenes que pululaban en torno al hogar, la Iglesia. De aquella generación sacerdotal, varios sacerdotes hoy, algún misionero. Y generaciones de cristianos por medio mundo que se reconocen como “de la parroquia de San Francisco”.

Y allí estaba, en los Scouts, Juan Antonio, el protagonista de nuestra historia. Siempre inquieto, siempre activo, siempre en movimiento. Siempre rodeado de chavales, planificando, apuntando salidas a las montañas, preparando los famosos campamentos. Una sana rivalidad entre los jóvenes del párroco, encargados de la catequesis de los más pequeños y de la confirmación, y los del coadjutor, responsables del resto de los grupos, que no eran pocos. Sana, amable, graciosa, incluso, juvenil, alegre, vital siempre, rivalidad en santidad y espíritu evangélico.

El tiempo, todo lo tapa, todo lo cura. Mucho tiempo ha pasado, más de veinte años, y la historia se convierte en un “Meeting point”, en un lugar de encuentro. El nombramiento del cántabro Caros Osoro, arzobispo de Madrid, hizo que dos personas que un día se despidieron allí, en San Francisco, volvieran a encontrarse… a miles de kilómetros.

Juan Antonio, ahora, es misionero laico en la diócesis de El Callo, en el Perú. Una noche, cenando con el obispo de allí, José Luis del Palacio, éste le comentó que había estado en Madrid con el nuevo arzobispo, Carlos Osoro. Y a Juan Antonio se le mudó la cara… Don Carlos, aquel cura joven, el Rector del Seminario, el Vicario siempre inquieto en tiempos más que inquietos, el que nos confirmó cuando, en un frío mes de diciembre, don Juan Antonio del Val estaba en el hospital. El mismo.

Entonces, nuestro misionero laico tiró de recuerdos. Y aparecieron fotos, y buscó por Internet a algunos amigos y compañeros de aquella época. Internet, la Red, que es como la plaza mayor del mundo y de la historia. Y se mostró alguno, por sorpresa. Y comenzó, de nuevo, a moverse ese hilo de amistad que no se había perdido y que se tensa, se hace fuerte, en la misión y en la comunión de afanes apostólicos.

Primera carta del reencontrado amigo, nuestro misionero.

“Me preguntas por mi vida y no se cómo ni desde dónde empezar… pero para resumir te diré que estuve mucho tiempo viviendo por el sur… Fueron años de puro relajamiento personal y sobre todo espiritual. Mi desierto particular… Pero sucedió algo definitivo que acabó de hundirme en el pozo del egoísmo y del materialismo más efectivo…

Pero qué sabio es el Señor. Me permitió llegar a lo más alto de la estupidez humana para de un golpe certero derribarme de mi caballo “todopoderoso”.

Y de nuevo, desde el suelo, me reencontré con quién siempre estuvo acompañándome, y no me quedó otra que recordar la historia de nuestro Francisco de Asís… y desnudarme, despojarme y ponerme en camino.

Fue entonces cuando me vine a Perú, sin nada, pero con unas fuerzas renovadas y renovadoras…

Lamento aburrirte con tanta historia, pero recuerda que tú preguntaste primero jajajajaja

Desde entonces vivo por y para la Iglesia, por y para Jesús… Aquí la situación es casi inenarrable y a veces creo que incomprensible para un europeo.

Aquí la necesidad, el hambre, la injusticia se confunden con la rutina. El Obispo me preguntaba cómo veía esta Iglesia… le dije, porque así lo creo, que es la misma cruz pero con distintos clavos.

Pero ya está bien por hoy… (es que no siempre hay Internet disponible, y ya he acabado mi cupo por hoy).

Por cierto, me casé hace 5 años, y mi esposa, sin conocerte, te manda un montón de saludos para ti y tu familia.”

Silencio. Quien recibió esta carta, una noche, en la cena, pidió a su hijo el pequeño que le trajera el portátil, que quería leerles un email que acababa de recibir de un amigo. Ahora, cada cierto tiempo, el pequeño pregunta: “Papá, ¿te ha escrito ya tu amigo el misionero?”

Segunda carta:

“Deberás perdonar la tardanza en responderte, pero aquí las cosas no son tan fáciles, y muchas veces uno no puede decidir qué hacer ni en qué momento.

Para serte sincero llevo semanas pensando en escribirte y en qué contarte, pues, sé por experiencia que en ocasiones, puedo ser un poco “cansino”; y es que aquí todo es tan diferente, tan distinto, que se crea en mí la necesidad de describir lo que, sin duda, puede parecer una historia atemporal e increíble. Por otro lado me da miedo caer en el error de crear una imagen de “héroe filantrópico” que no se ajusta ni mucho menos a la realidad.

Aunque no sé si me expreso adecuadamente, estoy seguro que entiendes lo que quiero decirte. Por eso, siempre tengo muy presente aquellas palabras de San Agustín: “No hay riqueza más peligrosa que una pobreza presuntuosa”, pero la verdad es la verdad.

Vivimos en un cuartito alquilado rodeados de chabolitas con techo de uralita, con lo cual ya nos sentimos afortunados, pues es más difícil para las ratas subir a un segundo piso (aunque a veces lo consiguen y tenemos que montar una improvisada “cacería nocturna”), lo malo es que al segundo piso ya no llega agua, con lo cual “envidiamos” a los de abajo… jajaja.

A veces me parece estar viviendo en Santander pero con 70 años de diferencia…

Aquí se aprende a vivir, perdón, a sobrevivir, con lo cual es imposible pensar en futuro, sería malgastar tiempo y energías cuando lo necesario es terminar el día de hoy…

Te hablo de un mundo donde la nevera se ha convertido en un armario, pues no tiene sentido conectarlo sino hay nada que conservar. Mira, me quedé asombrado cuando, al poco de llegar, mi esposa me contó que los zapatos que llevaba los tenía desde los 20 años. Nada se tira, todo vale, todo se recicla, todo tiene aún otro uso… es alucinante

Pero te aseguro que aun con todo me siento privilegiado. Miro a mi alrededor y a veces me avergüenzo de tener lo que tengo y eso nos hace olvidar lo que nos falta.

Y entonces está la parroquia, como un paraíso de fraternidad, de generosidad, de cooperación, de solidaridad pura y dura, donde el evangelio tiene otro sentido (quizá el real, el que Jesús quiso anunciarnos), donde se entiende la palabra “pobre”, donde se experimenta la palabra “prójimo”, donde es impensable no pensar en los demás. Un templo de calamina y hierros vistos en el techo, sin nada, pero con tanta alegría, con tanta vida…con tanta fe.

A modo de ejemplo ( y esto tampoco es fácil de entender) te voy a contar otra experiencia personal. Mi esposa se puso muy enferma hace unos meses porque, aunque hervimos el agua necesaria para consumir, parece ser que algo se coló en su cuerpo. Es una bacteria muy común por aquí que destroza el estómago y cuyo tratamiento es carísimo (como todo lo sanitario). En nuestra reunión de catequesis (somos pareja guía de la catequesis familiar, entre otras cosas), les conté que ella no podía asistir por su enfermedad, y al terminar, me fui a rezar un poco a la capilla. Al salir, en el último banco, me encontré un sobre a nombre de mi esposa con 100 soles (unos 30 euros). Ya no había nadie allí, nadie quiso estar presente cuando recogí el sobre… y si supieras en qué condiciones viven los papás de la catequesis, alcanzarías a comprender el enorme sacrificio que hicieron. No me quedó más remedio que entrar de nuevo a la capilla…

Por cierto, te contaré que Pedro Miguel, te acuerdas de él ¿verdad? ( ahora está en Guriezo), cada año nos envía una colecta que hace en sus parroquias y aquí compramos víveres, ropa, juguetes… y con los niños de la parroquia lo llevamos a los asentamientos más pobres de la zona. Nunca un niño nos pidió algo para ellos, pues al ver como viven aquellos pierden toda la necesidad de tener algo más…

P.D.: Se me olvidaba: también trabajo con un grupo de oración de jóvenes (“Jóvenes sin frontera”) cuyo carisma misionero se expresa en la oración por toda la Iglesia, por tanto también tu familia está en nuestras oraciones”.

Papá, ¿cuándo recibirás la carta de tu amigo el misionero?

Seguiremos informando