Hace unos días, después de exponer públicamente en el Instituto francés de Valencia la propuesta de laicidad positiva que en el año 1954 ofreció Paul Ricoeur al socialismo francés en un artículo que llevaba por título El protestantismo y la cuestión escolar, algunos asistentes se sorprendieron de que fuera católico practicante. El tema surgió después de la conferencia cuando mostraron sus dudas de que los cristianos pudieran tomarse en serio el tema de la laicidad y defendieran un modelo de escuela pública donde las diferentes cosmovisiones y confesiones religiosas pudieran trabajar juntas a favor de la libertad, la igualdad y la fraternidad.

Habían pasado pocos días desde los atentados de París y mis interlocutores estaban convencidos de que la fortaleza moral de los valores de la República exigían una escuela verdaderamente laica donde no tuvieran cabida las confesiones o cosmovisiones religiosas. Les hice ver que el desafío ético de las democracias avanzadas está relacionado con la aplicación de fórmulas administrativas que integren la diversidad religiosa y no con fórmulas ideológicas que marginen, segreguen y privaticen las confesiones religiosas. Por mucho que los defensores de la República y sus técnicos se empeñen, las sociedades no son beligerantemente laicistas sino religiosa y cosmovisonalmente plurales. Por eso sigue siendo importante recordar que la aconfesionalidad de la constitución española no sólo exige que los poderes públicos no se identifiquen con una confesión determinada, sino que los poderes públicos no se desentiendan del pluralismo como valor constitucional.

Esta articulación entre una administración pública que defiende valores republicanos y una sociedad plural es compleja y difícil. Pero no es imposible. Y no se articula mejor dándole la espalda a la propia confesión religiosa sino conociendo las aportaciones con las que puede promover y construir una ciudadanía común. Precisamente este fue uno de los temas centrales del XVII Congreso Católicos y Vida Pública que llevó por título “Construir la democracia: responsabilidad y bien común”. En él tuve ocasión de ofrecer algunas propuestas para la participación política de los católicos animados por la potencia reflexiva de algunos textos centrales de la Doctrina Social de la Iglesia de las últimas décadas. Entre otras que aparecieron en la ponencia que compartió conmigo el profesor Juan María Laboa, señalo las siguientes:

1ª.- La DSI no es un recetario que detalla con precisión lo que debemos hacer los católicos en la vida pública. Con la DSI, la Iglesia no ofrece a los cristianos una línea 900 o un servicio de mensajería instantánea con la que responder de manera inmediata a las dudas, desafíos, encrucijadas, dilemas o problemas morales de la vida cotidiana. La DSI es una fuente necesaria para la formación, la orientación y el discernimiento. Bien planteada contribuye decisivamente para que evitemos dos riesgos habituales en la vida de nuestras comunidades cristianas: el activismo y el espiritualismo. El activismo tiende a marginar el valor de la reflexión y el discernimiento, primando la urgencia de soluciones inmediatas y carentes de perspectiva histórica. El espiritualismo tiende a marginar el valor de la militancia, el compromiso y el testimonio histórico.

2ª.- La promoción de la participación social y política de los cristianos no es una iniciativa que amenaza la democracia. La fortaleza de las democracias no es inversamente proporcional a la apatía, el desencanto o el refugio de los ciudadanos en la vida privada. La invitación que se nos hace para implicarnos en todas la dimensiones de la vida pública alcanzar necesariamente a la vida sindical, política, económica o administrativa. Por ello es importante mantener la tensión que planteó en los años sesenta el famoso católico y militante del partido comunista Carlos Alfonso Comín cuando reclamaba ser “católicos en el partido y comunistas en la Iglesia”. De la misma forma que la militancia nos hace leer en perspectiva ética, social e histórica nuestra integración en la vida de la Iglesia, también la fidelidad a la Iglesia nos hace aplicar esa perspectiva a partidos, sindicatos u organizaciones políticas. Esta perspectiva ética, social e histórica nos permite distinguir entre un nivel pre-político o pre-partidista que debemos nutrir y alimentar siempre para que el nivel explícitamente administrativo, partidista u organizativo no anule nuestra capacidad de juicio.

3ª.- La participación supone una tensión productiva, enriquecedora y muchas veces estresante con la que salimos de una zona de confort moral, social y eclesial. Cuando los ciudadanos no se preguntan por las fuentes morales, éticas y/o religiosas, de sus compromisos socio-políticos entonces aceptan resignadamente la historia que otros van haciendo por ellos. Es una posición muy cómoda y habitual. Es más fácil lavarse las manos y dejar que la vida democrática de los pueblos sea gestionada por otros, como si los valores de la vida pública florecieran sin que sean regados por todos. Ahora bien, nuestras democracias necesitan una cultura de la responsabilidad y esta exige afrontar el desafío de la participación, lo que ahora significa instalarse en las periferias y marcar diferencias con espacios de confort socio-político. Algunas veces he utilizado una metáfora futbolística que describe bien este tránsito del confort a la periferia. Hubo un tiempo de participación confortable donde los cristianos jugábamos el partido en casa, poníamos al árbitro y lo teníamos fácil. La ética democrática, aplicando el símil del fútbol, no sólo exige promover el juego limpio o las buenas prácticas, sino tener buenos equipos, promover una buena cantera y mantener la fidelidad de la afición.

4ª.- En estos contextos siempre aparece la pregunta por lo que antes del Vaticano II se llamaba “unidad política de los cristianos”. En determinados momentos se pensaba que la mejor forma de incidir en la vida política era a través de organizaciones explícitamente cristianas. Hubo un tiempo en el que se identificó la unidad doctrinal en términos de uniformidad y homogeneidad política, como si la fidelidad a la Iglesia tuviera que expresarse necesariamente en la fidelidad a una determinada organización. Hoy las relaciones entre la unidad o cohesión doctrinal de los cristianos y la unidad o cohesión organizativa tienen que plantearse desde coordenadas distintas. Primero porque dentro de las propias comunidades eclesiales hay pluralidad de opciones políticas y organizativas. Segundo porque la armonización de la pluralidad en pluralismo se consigue mejor promoviendo la unidad y no la homogeneidad o uniformidad. Tercero porque quienes todavía plantean la unidad en términos de uniformidad deberían conocer mejor la Historia de la Iglesia, de la(s) Democracia(s) Cristiana(s) y de los partidos demócratas o social-cristianos.

5ª.- El Papa Francisco insiste en una idea clave que encontrábamos en sus predecesores: nuestra participación está animada por una “nueva síntesis humanista” (Caritas in Veritate). Está pidiendo que las fuentes y el horizonte de la cultura de la responsabilidad que debemos promover para afrontar la “globalización de la indiferencia” se inspire en una “antropología integral” (Laudato SI`). Nos está invitando a iniciar un tiempo nuevo presidido por la misericordia que deberíamos aprovechar para evitar el activismo desmemoriado y el espiritualismo desencarnado. Un tiempo en el que los académicos, investigadores y profesionales de la educación deberíamos atrevernos a reconstruir responsablemente las ciencias sociales con nuevos mimbres. En la Evangeli Gaudium se apuntan cuatro: (a) el tiempo es superior al espacio, (b) la unidad prevalece sobre el conflicto, (c) la realidad es más importante que la idea, (d) el todo superior a las partes. Esta reconstrucción de las ciencias sociales puede ser importante, y quizá urgente, para promover una participación reflexiva y significativa, que no se limite únicamente a formar “demócratas en la iglesia” sino “católicos en los partidos”.

Para saber más:
Ciudadanía activa y religión. Fuentes pre-políticas de la ética democrática. Encuentro, Madrid, 2012, 2ª ed.

Democracia y Caridad. Horizontes éticos para la responsabilidad y la donación. Sal Terrae, Santander, 2015.

Agustín DOMINGO MORATALLA
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