Servicio diario - 11 de diciembre de 2015


La frase del día viernes 11 de diciembre

"Una onza de paz vale más que una libra de victoria". San Roberto Belarmino


Francisco desea manifestar la proximidad de la Iglesia a las familias heridas

Rescripto del Papa sobre el cumplimiento y la observancia de la nueva ley del proceso matrimonial

El papa Francisco firmó el pasado 7 de diciembre un Rescritto ex audientia  sobre el cumplimiento de la nueva ley del proceso matrimonial.

La entrada en vigor de las cartas apostólicas en forma de Motu proprio «Mitis Iudex Dominus Iesus» y «Mitis et Misericors Iesus» del 15 de agosto 2015, realizadas para “aplicar la justicia y la misericordia sobre la verdad del vínculo de cuántos han experimentado el fracaso matrimonial, supone, entre otras cosas, la exigencia de armonizar el renovado procedimiento en los procesos matrimoniales con las normas propias de la Rota Romana, a la espera de la reforma”.

El Sínodo de los Obispos concluido recientemente “ha expresado una fuerte exhortación a la Iglesia para que se arrodille hacia ‘sus hijos más frágiles, marcados por el amor herido o perdido’, a los cuales es necesario dar de nuevo confianza y esperanza”.

Las leyes que ahora entran en vigor --explica Francisco-- quieren precisamente manifestar la proximidad de la Iglesia a las familias heridas, deseando que la multitud de aquellos que viven el drama del fracaso conyugal sea alcanzada por la obra sanadora de Cristo, a través de las estructuras eclesiásticas, en el deseo de que descubran nuevos misioneros de la misericordia de Dios hacia otros hermanos, en beneficio del instituto familiar.                     

Reconociendo a la Rota Romana, además del ''munus'' que le es propio de Apelación ordinaria normal de la Sede Apostólica, también el de defensa de la unidad de la jurisprudencia (Art. 126 § 1 Pastor Bonus) y el de ayuda a la formación permanente de los agentes pastorales en los tribunales de las Iglesias locales, el Santo Padre ha establecido que las nuevas leyes de reforma del proceso matrimonial derogan cualquier ley o normativa contraria hasta ahora vigente, general, particular o especial, eventualmente también de forma específica.

Asimismo, precisa que "en las causas de nulidad de matrimonio frente a la Rota Romana la duda se fija según la antigua fórmula:  An constet de matrimonii nullitate, in casu". En segundo lugar indica que "no se da apelación contra las decisiones rotales en materia de nulidad de sentencias o de decretos". 

Frente a la Rota Romana --prosigue-- no se admite el recurso para la nova causae propositio, después de que una de las partes ha contraído un nuevo matrimonio canónico, a menos que conste manifiestamente la injusticia de la decisión. Otro aspecto es que "el Decano de la Rota Romana tiene la potestad de dispensar por causas graves de las Normas Rotales en material procesual". 

A continuación se señala que tal y como "instaron los patriarcas de las Iglesias Orientales, se deja a los tribunales la competencia territorial sobre las causasiurium conectadas con las causas matrimoniales presentadas a la sentencia de la Rota Romana en apelación". Y finalmente se solicita que "la Rota Romana juzgue las causas según la gratuidad evangélica, es decir con patrocinio ex officio, salvo la obligación moral para los fieles pobres de pagar una ofrenda de justicia a favor de las causas de los pobres".

Al terminar el texto del Rescripto, el Papa desea que los fieles, sobre todo los heridos e infelices, miren a la nueva Jerusalén que es la Iglesia como “paz de la justicia y gloria de la piedad” y se les conceda, encontrando los brazos abiertos del Cuerpo de Cristo, “cantar el salmo de los exiliados”: "Cuando el Señor hizo volver a los cautivos de Sión, como soñando nos quedamos. Entonces se llenó de risa nuestra boca, y nuestros labios de gritos de alegría''.

 

El Papa insta a seguir trabajando por la tierra, el techo y el trabajo

Francisco envía una carta a los movimientos populares argentinos reunidos el pasado fin de semana en el santuario de los Santos Latinoamericanos

El papa Francisco envió una carta instando a trabajar por “la Tierra, el Techo y el Trabajo” a los movimientos populares argentinos, que se reunieron el pasado 5 de diciembre en el santuario dedicado a los Santos Latinoamericanos en Lomas de Zamora.

El Pontífice hizo llegar su “saludo fraterno” a las diversas organizaciones que “se reúnen para profundizar los debates del Encuentro Mundial de Movimientos Populares y trabajar por la dignidad de los más humildes”, dice el texto al que tuvo acceso ZENIT.

El mensaje del Santo Padre también contiene “un saludo especialmente afectuoso a los cartoneros, trabajadores de empresas recuperadas, vendedores ambulantes, artesanos, cooperativistas y demás trabajadores de la economía popular; a los campesinos, agricultores familiares y pueblos originarios, a los habitantes de las villas, asentamientos y barrios populares; y a todos los que se empeñan por la Tierra, el Techo y el Trabajo”.

Así, Francisco recuerda que --como dijo en Bolivia este año-- “el futuro de la humanidad no está únicamente en manos de los grandes dirigentes, las grandes potencias y las élites”, sino “fundamentalmente en manos de los pueblos” que pueden “organizarse y promover alternativas creativas, en la búsqueda cotidiana de ‘las tres T' [Tierra, Techo y Trabajo, ndr]”.

En aquel encuentro en Santa Cruz de la Sierra, el Papa les propuso tres grandes tareas: “poner la economía al servicio de los pueblos”; “unir a nuestros pueblos en el camino de la paz y la justicia”; y “defender la Madre Tierra”. “Confío en que a través del diálogo, el compromiso social y la organización comunitaria encontrarán los caminos adecuados para desarrollarlas”, indica el Pontífice.

“Espero nos encontremos pronto. Sepan que rezo por ustedes. Les pido, por favor, no se olviden de rezar por mí", concluye la misiva remitida por el Santo Padre a más de 400 delegados de un centenar de organizaciones.

 

'Lo contrario de santo no es pecador, sino fracasado'

El padre Raniero Cantalamessa, en su segunda predicación de Adviento a la Curia, explica la llamada a la santidad de todos los cristianos 

El tema de la segunda meditación de Adviento del padre Raniero Cantalamessa a la Curia es el capítulo V de la Lumen Gentium, que lleva por título: “La vocación universal a la santidad en la Iglesia”.

El predicador ha explicado que “la primera cosa que es necesario hacer cuando se habla de santidad, es liberar a esta palabra del temor y del miedo que infunde, a causa de ciertas representaciones erróneas que tenemos de ella”. Y ha precisado que “si todos están llamados a la santidad es porque la misma entendida correctamente está al alcance de todos, hace parte de la normalidad de la vida cristiana”.

Haciendo un repaso del sentido de “santidad” en el Antiguo Testamento, después ha observado que, en el Nuevo Testamento, “santidad no es más un hecho ritual o legal, sino moral o más aún, ontológico. No reside en las manos sino en el corazón; no se decide afuera, sino adentro del hombre y se resume en la caridad”. Los mediadores de la santidad de Dios --ha señalado--  no son más lugares (el Templo de Jerusalén o el Monte Gerizim), ritos, objetos y leyes, sino una persona, Jesucristo. “Ser santo no consiste tanto en estar separado de esto o de aquello, sino a estar unidos a Jesucristo”, ha asegurado el padre Cantalamessa.

Asimismo, ha señalado que “decir que nosotros participamos de la santidad de Cristo, es como decir que participamos del Espíritu Santo que viene de él”. Cristo se queda en nosotros y nosotros permanecemos en Cristo, gracias al Espíritu Santo.  Es el Espíritu Santo por lo tanto quien nos santifica, ha afirmado Cantalamessa. Por esto, “la santidad que está en nosotros no es una segunda y diversa santidad, sino la misma santidad de Cristo”.

Por otro lado ha asegurado que “las buenas obras sin la fe no son obras 'buenas' y la fe sin las obras buenas no es verdadera fe”.

En el Nuevo Testamento dos verbos se alternan a propósito de la santidad, uno en indicativo y otro en imperativo: “Sois santos”, “Sed santos”. El predicador de la Casa Pontificia ha subrayado que un punto permanece inmóvil, e incluso se profundiza, en el paso del Antiguo al Nuevo Testamento y es la motivación de fondo de la llamada a la santidad, el “porqué” es necesario ser santos: porque Dios es santo.

La santidad --ha añadido-- no es por tanto una imposición, una carga que se nos pone en los hombros, sino un privilegio, un don, un gran honor. Por lo tanto, si estamos “llamados a ser santos”, si somos “santos por vocación”, entonces es claro que seremos personas verdaderas, logradas, en la medida en la que seremos santos. De lo contrario, seremos fracasados. Lo contrario de santo --ha advertido-- no es pecador, ¡sino fracasado!

Y ha añadido que “no depende de nosotros ser fuertes o débiles, guapos o menos guapos, ricos o pobres, inteligentes o menos inteligentes; depende sin embargo de nosotros ser honestos o deshonestos, buenos o malos, santos o pecadores”.

El padre Cantalamessa ha explicado que nuestro tender a la santidad se parece al camino del pueblo elegido en el desierto. “Es también un camino hecho de continuas paradas y comienzos de nuevo”, ha precisado.

En la vida de la Iglesia, las invitaciones a retomar el camino “se escuchan sobre todo en el inicio de los tiempos fuertes del año litúrgico o en ocasiones particulares como es el Jubileo de la Misericordia divina”, ha observado el predicador.

Finalmente, el padre Raniero ha precisado que la justicia bíblica, se sabe, es la santidad. Y así, ha invitado a concluir la predicación con una pregunta sobre la que meditar en este tiempo de Adviento: “¿Yo tengo hambre y sed de santidad, o me estoy resignando a la mediocridad?”

 

Monseñor Gallagher pide remediar la situación de los cristianos perseguidos

El secretario para las relaciones con los Estados ha participado en el congreso de la Pontificia Universidad Urbaniana “Bajo la espada de César”

“Solidaridad y oración”, pero también “una acción por parte de la comunidad internacional y política para tratar de remediar”. Estas son las acciones que desea monseñor Paul Richard Gallagher, secretario para las relaciones con los Estados de la Santa Sede, que participó este jueves en la sesión inaugural del congreso de la Universidad Pontificia Urbaniana “La respuesta cristiana a la persecución”, promovida por Bajo la espada de César, proyecto de colaboración que investiga sobre las violaciones de la libertad religiosa y los daños de las comunidades cristianas.

El prelado --como refiere la agencia Sir-- subrayó que “la situación de los cristianos hoy es terrible, como la de las poblaciones en Oriente Medio” y que “los cristianos participan de forma particular de los sufrimientos de estos pueblos sujetos a conflictos, bombardeos y persecuciones”. Con tal propósito, recordó que “los cristianos son víctimas del 80 por ciento de actos de discriminación en el mundo, muchos de los cuales no se dan a conocer”. De aquí, “un sentido de abandono de las comunidades cristianas en Oriente Medio, especialmente ahora con el Califato, una triste realidad que amenaza la supervivencia de los cristianos de la región”.

Monseñor Gallagher pidió “soluciones políticas” en Siria y Oriente Medio así como una ayuda concreta a países “como Líbano y Jordania, que tienen un número enorme de refugiados”. El secretario para las relaciones con los Estado prosiguió: “debemos entrar en contacto con comunidades perseguidas para conocerlas, rezar por ellos. Pero es necesario también doblar los esfuerzos para responder a sus necesidades humanitarias ahora que se preparan para vivir otra Navidad fuera de su tierra. El conocimiento es el primer paso para la solidaridad”.

Durante el encuentro se presentó también el estudio basado en las respuestas de 100 comunidades cristianas perseguidas en más de 30 países, entre los cuales, China, Indonesia, Nigeria, Siria, Egipto, Irak, Pakistán e india. Son 14 los autores del informe, que muestran las diversas estrategias realizadas para hacer frente a esta dura realidad.

 

Los obispos europeos asisten a clases de comunicación

El curso de formación ha sido organizado por la Fundación Carmen de Noriega y la Comisión Episcopal para las Comunicaciones Sociales del CCEE

Del 9 al 11 de diciembre, se ha celebrado en Madrid un curso de formación sobre comunicación en el cual han participado alrededor de quince obispos y delegados provenientes de diferentes Conferencias Episcopales de Europa.

El curso, promovido por la Comisión Episcopal para las Comunicaciones Sociales del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE), ha sido organizado por la Fundación Carmen de Noriega con la colaboración de numerosos expertos en el campo como María Lacalle Noriega, docente de Filosofía del Derecho y directora general de la Fundación Carmen de Noriega; Yago de la Cierva, colaborador científico del IESE y profesor de Comunicación preventiva y gestión de crisis en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz; Jack Valero, coordinador y co-fundador de Catholic Voices; la periodista Martina Pastorelli, co-fundadora de Catholic Voices Italia; Chema Villanueva, responsable de la sección digital de la agencia de noticias Europa Press; y Álvaro de la Torre Gil, actualmente profesor de la Universidad Francisco de Vitoria de Filosofia del Derecho.

"Tras algunas reflexiones a modo de introducción sobre las posibilidades y límites de los medios y los social networks, o la importancia del framing en el discurso público, el curso se ha dividido entre actividades de estudio sobre cuestiones particulares y ejercicios prácticos sobre cómo gestionar una entrevista televisiva, como afrontar un debate o un discurso en público", han señalado los organizadores en un comunicado remitido a ZENIT.

El jueves, 10 de diciembre, los participantes visitaron la sede de la Universidad Eclesiástica San Dámaso, donde han sido recibidos por el arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierra, y el secretario general de la Conferencia Episcopal Española (CEE), el sacerdote y periodista José María Gil Tamayo. 

La Casa de espiritualidad Rafaela María y la acogida de las hermanas de la Congregación de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús han favorecido en buena medida el desarrollo del encuentro.

 

Mons. Osoro suprime las tasas judiciales en el Tribunal Eclesiástico Metropolitano de Madrid

La Archidiócesis ofrece a quienes solicitan la nulidad matrimonial la posibilidad de estar asistidos gratuitamente por un abogado

Al finalizar la misa con motivo de la Inmaculada Concepción en la catedral de Madrid, el arzobispo Carlos Osoro Sierra leyó el decreto por el que se aplica el motu proprio Mitis Iudex Dominus Iesus sobre la reforma del proceso canónico para las causas de declaración de nulidad del matrimonio en su diócesis.

En el texto, monseñor Osoro dispone “la supresión de todas las tasas judiciales en el Tribunal Eclesiástico Metropolitano de Madrid”. Pero con el fin de colaborar al sostenimiento de la Iglesia, invita a todos los cristianos y a quienes utilicen este servicio pastoral a “ofrecer un donativo en la medida de sus posibilidades”.

Por su parte, el Tribunal Eclesiástico Metropolitano ofrecerá a todos la posibilidad de estar asistidos en el proceso “gratuitamente por un abogado”. No obstante, quienes prefieran la asistencia particular de otro abogado “podrán hacerlo libremente, ateniéndose a las prescripciones vigentes en el Tribunal Eclesiástico Metropolitano de Madrid”.

Así, para ser admitidos en el proceso, estos abogados particulares “deberán estar incluidos en el elenco de letrados del Tribunal, estar en posesión de una adecuada formación en Derecho Canónico, debidamente acreditada, preferentemente licenciatura o doctorado en Derecho Canónico”. Además, “sus emolumentos no deberían ser superiores a 2.500 euros en el proceso ordinario y 1.000 euros en el proceso más breve”.

A principios de octubre de 2014, el papa Francisco criticó con dureza el sistema de nulidad matrimonial que aplica la Iglesia, llegándolo a definir como largo, pesado, caro y, en algunas ocasiones, corrupto. “¡Cuánta gente espera durante años una sentencia!”, dijo entonces el Santo Padre. La Iglesia “tiene que tener generosidad para hacer justicia gratuitamente”, añadió.

Por este motivo, el Pontífice tuvo la inspiración de una reforma profunda del proceso matrimonial, al servicio constante de la Iglesia, con el anhelo de salvar almas, teniendo en cuenta que el matrimonio es “el fundamento y el origen de la familia cristiana” y que la finalidad no es favorecer “la nulidad del matrimonio, sino la celeridad de los procesos”.

El alcance exacto de la reforma llevada a cabo por el papa Francisco está contenido en dos motu proprio, Mitis Iudex Dominus Iesus y Mitis et misericors Iesus, que se refieren a la reforma de las causas de declaración de nulidad matrimonial tanto en el Código de Derecho Canónico como en los cánones de las Iglesias orientales.

 

Siria: Más de 50 muertos en un ataque contra un pueblo cristiano

El triple atentado con camiones bomba fue perpetrado por miembros del autodenominado Estado Islámico en un hospital, un mercado y en un área residencial de Tel Tamer

La detonación de tres camiones cargados de explosivos a manos de al menos dos atacantes suicidas ha dejado entre 50 y 60 muertos en Tel Tamer, una localidad del noreste sirio de mayoría cristiana. El Observatorio Sirio para los Derechos Humanos (OSDH) ha informado de que la matanza ocurrió a última hora del jueves, y que la cifra de víctimas mortales podría aumentar en las próximas horas por la cantidad de heridos graves. Según esa misma fuente, uno de los vehículos bomba estalló cerca de un centro de salud, el otro junto a un mercado de verduras y el tercero en un área residencial.

Por su parte, un portavoz de las milicias kurdas YPG/J ha acusado al Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) del ataque y ha denunciado que este grupo armado fundamentalista “tiene el objetivo claro de matar a civiles”. El frente con el ISIS se mantiene a cerca de 30 kilómetros al sur.

La agencia de noticias Amaq, que respalda a los militantes extremistas liderados por Abu Bakr al-Baghdadi, ha señalado en un nota que la formación terrorista había perpetrado los ataques contra bases kurdas en Tel Tamer, y más tarde el propio Estado Islámico se ha atribuido los atentados a través de un comunicado online.

Esta villa de la provincia nororiental de Hasaka, a orillas del río Jabur, tiene unos 8.000 habitantes. La mayoría son cristianos asirios que huyeron hace un siglo de Turquía a Irak, para evitar el genocidio a manos del imperio otomano. En 1922, tuvieron que escapar de nuevo de Irak a Siria a causa de la masacre de Simele. La llegada de los milicianos radicales a la zona, hace diez meses, forzó un nuevo exilio. Ahora, muchos intentan llegar como sea a Europa.

Cuando el autoproclamado Califato lanzó el pasado mes de febrero una ofensiva sobre las 35 localidades cristianas de la ribera del Jabur, en Tel Tamer, la mayoría buscó la protección kurda. Aun así, en su avance, el ISIS pudo secuestrar a 220 vecinos. Esta misma semana, los yihadistas entregaron en esa localidad de mayoría cristiana a 25 de ellos.

 

El sacerdote secuestrado por el Isis: 'Rezar el Rosario me daba la fuerza'

Jaques Mourad cuenta su cautiverio y fuga de una milicia yihadista junto a otros cristianos 

El sacerdote Jacques Mourad, secuestrado en Siria el 21 de mayo del presente año, quien logró escaparse junto a otros prisioneros el pasado 10 octubre, contó este jueves en la Asociación de la Prensa Extranjera en Italia, los dramáticos momentos vividos.

El religioso perteneciente a la comunidad del monasterio de Deir Mar Musa, fundada en Siria por el padre Paolo Dall'Oglio, indicó en la conferencia organizada por Ayuda a la Iglesia Necesitada, que en la fuga murieron ocho personas.

“Lo que me ha ayudado a mantener siempre paz interior fueron dos cosas: rezar el Rosario, era el mes de mayo, mes de María y cada vez que me dirigía a la Virgen sentía una fuerza increíble; y la oración de Charles Foucalud, sacerdote que ha donado la vida en favor del diálogo con el Islam, plegaria que siempre me ha acompañado en mi vida de consagrado”.

Recordó cuando fue secuestrado, conducido al desierto en donde estuvo cuatro días, vendado y encadenado. Después le llevaron a Raqqa, la proclamada capital del Estado Islámico. No olvida las cuatro paredes gélidas de un baño en que fue encerrado junto a otra persona y “cuando nos decían que si no nos hacíamos musulmanes nos decapitarían”.

“He vivido --indicó el sacerdote-- un momento de gran prueba en el que pensé que me habrían asesinado. Pero después sentí como un grito que nacía en mi interior y que me decía que obtendría la libertad”.

En el octavo día de su detención, un hombre vestido de negro entró en su celda vestido como el de las ejecuciones del Isis. Pensó que era el momento de su muerte, en cambio “se acercó, nos preguntó nuestros nombres y si eramos cristianos. Respondimos y después se acercó a nosotros”. Un gesto inusual dijo, ya que “normalmente estos extremistas ni siquiera tocan a los cristianos, porque son considerados impuros”. Cuando el padre Mourad preguntó el motivo del secuestro, el guardia le dijo, “considere esto como un retiro espiritual”. Asimismo, explicó que entraba cada día en su celda y le interrogaba sobre la fe.

El 4 de agosto, día en que las milicias islámicas conquistaron Qaryatayn, tomaron a la población como prisionera y la trasladaron a la ciudad de Palmira. Pocos días después, un hombre que el padre Mourad describe como un emir, entró en la celda y se los llevó. “Viajamos por horas en una camioneta” hasta que llegaron en el interior de un túnel “dentro del cual vi a un joven de mi parroquia y pude abrazarlo”, después “vi a los 250 cristianos que habían sido secuestrados. Estaban todos, niños, mujeres, ancianos, discapacitados”.

El 1 de septiembre fueron llevados a Qaryatayn, libres pero con la prohibición de dejar el pueblo, gracias a un impuesto pagado por ellos a los emisarios del líder del Isis, Abu Bakr al-Baghdadi.

Pudieron entretanto “celebrar de nuevo la misa en lugares escondidos, como en el tiempo de las catacumbas”. Allí no había ni agua, ni electricidad. Fue entonces cuando, gracias a un musulmán y a un sacerdote sirio-ortodoxo, lograron escaparse junto a la mayoría de los prisioneros cristianos.

 

Cáritas y Manos Unidas apuestan por la erradicación del hambre en 2030

En un manifiesto, ambas organizaciones eclesiales se comprometen a seguir trabajando para que todas las personas tengan acceso a una alimentación sana, nutritiva y suficiente

El objetivo de la erradicación del hambre es un imperativo para Cáritas y Manos Unidas, y también para el conjunto de la comunidad internacional. Prueba de ello ha sido la inclusión en la nueva agenda de desarrollo sostenible, aprobada en Nueva York recientemente, de un objetivo específico en el que los países firmantes se proponen “poner fin al hambre en 2030, lograr la seguridad alimentaria, la mejora de la nutrición y promover la agricultura sostenible”.

Esta agenda se propone concentrar los esfuerzos de los Estados en los próximos 15 años en la lucha contra la pobreza, la desigualdad y la insostenibilidad del actual modelo de desarrollo, según han señalado este jueves las citadas organizaciones eclesiales en un manifiesto remitido a ZENIT ante el fin de la campaña “Una sola familia humana, alimentos para todos”, una iniciativa auspiciada por el papa Francisco y desarrollada en todo el mundo por Cáritas Internationalis.

“Con el apoyo entusiasta de nuestros miles de voluntarios, colaboradores y agentes, el aliento pastoral de nuestros obispos y comunidades parroquiales, y la cercanía de toda la sociedad, estos dos años de actividad intensa han servido para mejorar nuestro aprendizaje, renovar nuestra determinación y reforzar nuestra convicción de que acabar con el hambre en el mundo es posible”, han afirmado. 

Todavía hoy la realidad del hambre sigue ofreciendo una imagen desigual: “mientras que el África subsahariana padece la mayor prevalencia de subalimentación y Asia, la región más poblada del planeta, sigue teniendo el mayor número de personas subalimentadas, América Latina y el Caribe registran rápidos avances en la reducción del hambre, sobre todo en el sur del continente”, han explicado.

Un dato para la esperanza es que aquellos países donde se ha alcanzado la meta de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) relativa al hambre, “destacan por disfrutar, en su mayoría, de condiciones estables políticas y económicas, acompañados a menudo de políticas de protección social para los grupos más vulnerables de la población”, han añadido ambas organizaciones en su escrito. 

Aunque merecen aplaudirse los avances producidos en la reducción del hambre, a fecha de hoy 795 millones de personas siguen siendo víctimas de esta lacra en el planeta, como señala la FAO en su Informe 2015 sobre el estado de la inseguridad alimentaria en el mundo.

Ante esta situación, Cáritas y Manos Unidas se han comprometido a “continuar trabajando con determinación y de manera muy activa para asegurar que en 2030 todas las personas tengan acceso a una alimentación sana, nutritiva y suficiente; a poner fin a todas las formas de malnutrición; a incrementar la resiliencia de las comunidades; a duplicar la productividad agrícola, y a adoptar medidas que aseguren el buen funcionamiento de los mercados de alimentos”.

En esta línea, han hecho referencia al Estudio sobre la Seguridad Alimentaria impulsado por Cáritas Internationalis, en el que se identifican los ejes que deben sustentar las estrategias a corto y medio plazo en la lucha contra la inseguridad alimentaria, como atajar la falta de recursos a la que se enfrentan los pequeños agricultores, abordar la baja productividad agrícola y atenuar el impacto del cambio climático.

Si ambas organizaciones logran articular respuestas a estos problemas --han apuntado--, podrán incidir “en las causas del hambre y la desnutrición, pero también en las que originan el incremento de las migraciones, la disparidad en los ingresos y el aumento de la violencia”. Por ello, han asegurado que van a seguir sumando sus esfuerzos para fortalecer un modelo de cooperación fraterna con las comunidades y las Iglesias locales de todos los países del mundo donde están presentes, basado en el impulso de medidas que permitan que el derecho a la alimentación sea una realidad para las personas más vulnerables, con buenas prácticas dirigidas a impulsar la agricultura a pequeña escala y dar mayor protagonismo al liderazgo de las mujeres en las comunidades locales.

Además, Cáritas y Manos Unidas han apostado por desarrollar, en paralelo, acciones de incidencia social y política que permitan fortalecer el diálogo entre la sociedad civil y los gobiernos para mejorar las políticas públicas, el marco legal y los sistemas productivos que garanticen la seguridad alimentaria. “Nuestras organizaciones seguirán su trabajo por la defensa del derecho a la alimentación”, han concluido.

La campaña “Una sola familia humana, alimentos para todos”, lanzada el 10 de diciembre de 2013, fue una iniciativa respaldada por el Santo Padre y llevada a cabo por la Confederación Cáritas Internationalis con el fin de terminar con el hambre en 2025. En España, Cáritas y Manos Unidas decidieron implicarse en la puesta en marcha de esta campaña a nivel nacional, y contaron con la colaboración de Obras Misionales PontificiasJusticia y PazCONFER y Redes.

 

La llamada universal de los cristianos a la santidad

Segunda predicación de adviento del padre Raniero Cantalamessa, ofmcap

Hemos entrado, hace poco días, en el 50 aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano II y en el año jubilar de la misericordia. El vínculo entre el tema de la misericordia y el concilio Vaticano II no es ciertamente arbitrario ni secundario. En el discurso de apertura, el 11 de octubre de 1962, san Juan XXIII señaló la misericordia como la novedad y el estilo del concilio: “Siempre la Iglesia –escribía– se opuso a los errores. Frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad”. En cierto sentido, a medio siglo de distancia, el año de la misericordia celebra la fidelidad de la Iglesia a aquella promesa.

Hay quien se pregunta si insistiendo demasiado sobre la misericordia de Dios no se olvida otro atributo de él, igualmente importante, es decir su justicia. Pero la justicia de Dios, no solo no contradice su misericordia si no qué consiste exactamente en ella. Dios es amor, por esto hace justicia a sí mismo –es decir se muestra por lo que es – cuando hace misericordia. Siglos antes que Lutero san Agustín había escrito: “La justicia de Dios es aquella por la cual nos hace justos mediante su gracia, así como la ‘salvación del Señor’ salus Domini) (Sal 3,9) es aquella por la cual nos hace salvos”.

Esto no es el solo sentido de la expresión “justicia de Dios”, pero es ciertamente lo más importante. Habrá un día otra justicia de Dios, aquella que consiste en dar a cada uno lo suyo según sus propios méritos (cf. Rom 2, 5-10); pero no es de esta que el Apóstol habla cuando dice “Ahora se ha manifestado la justicia de Dios” (Rom 3, 21). La primera es un evento futuro, esta es un acontecimiento presente. Es el mismo Apóstol quien explica en este sentido la expresión “Justicia de Dios “; escribe: “Mas cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor al hombre, no por las obras de justicia que hubiéramos hecho nosotros, sino, según su propia misericordia, nos salvó por el baño del nuevo nacimiento” (Tit 3,4-5).

1. “Sean santos porque yo, vuestro Dios soy santo”

El tema de esta segunda meditación de Adviento es el capítulo V de la Lumen Gentium, que lleva por título: “La vocación universal a la santidad en la Iglesia”. En las historias del Concilio este capítulo es recordado solo, digamos, por una cuestión de redacción. Los numerosos padres conciliares miembros de órdenes religiosas pidieron con insistencia que se tratara a parte la presencia de los religiosos en la Iglesia, como se había hecho con los laicos. De esta manera aquello que había sido un capítulo único sobre la santidad de todos los miembros de la Iglesia, se dividió en dos capítulos, de los cuales el segundo (VI de la LG), dedicado específicamente a los religiosos .

El llamado a la santidad está formulado desde el inicio con estas palabras:

“Todos en la Iglesia, sea que pertenezcan a la Jerarquía, sea que sean dirigidos por ella, están llamados a la santidad, de acuerdo a cuanto dijo el apóstol: 'Ésta es de hecho la voluntad de Dios, vuestra santificación (1 Ts 4,3)” .

Este llamado a la santidad es el cumplimiento  más necesario y más urgente del Concilio. Sin esto, todas las demás realizaciones son  imposibles o inútiles. Esto en cambio es lo que corre el riesgo de ser más descuidado, desde el momento que a exigirlo y reclamarlo es solamente Dios y la conciencia y no en cambio presiones o intereses de grupos humanos particulares de la Iglesia. A veces se tiene la impresión que en ciertos ambientes y en ciertas familias religiosas, después del Concilio, se haya puesto más empeño en el “hacer santos” que en “hacerse santos”, o sea más esfuerzo para elevar a los altares a los propios fundadores o hermanos, que imitar sus ejemplos de virtud.

La primera cosa que es necesario hacer cuando se habla de santidad, es liberar a esta palabra del temor y del miedo que infunde, a causa de ciertas representaciones erróneas que tenemos de ella.  La santidad puede comportar fenómenos y pruebas extraordinarias, pero no se identifica con estas cosas. Si todos están llamados a la santidad es porque la misma entendida correctamente está al alcance de todos, hace parte de la normalidad de la vida cristiana. Los santos son como flores: no existen solamente las que se ponen en el altar. ¡Cuántos de éstos florecen y mueren escondidos, después de haber perfumado silenciosamente el aire a su entorno!  ¡Cuántos de estas flores escondidas florecieron y florecen continuamente en la Iglesia!

El motivo de fondo de la santidad es claro desde el inicio y es que Dios es santo: “Sean santos porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo” (Lev 19, 2). La santidad es la síntesis, en la Biblia, de todas las atribuciones de Dios. Isaías llama a Dios “el Santo de Israel”, o sea aquel que Israel ha conocido como Santo. “Santo, santo, santo”, Qadosh, qadosh, qadosh,  es el grito que acompaña la manifestación de Dios en el momento de su llamada (Is 6, 3). María refleja fielmente esta idea del Dios de los profetas y de los salmos cuando exclama en el Magníficat: “Santo es su nombre”.

Por lo que se refiere al concepto de santidad, el término bíblico qadosh sugiere la idea de separación, de diversidad. Dios es santo porque es el totalmente otro respecto a todo lo que el hombre puede pensar, decir o hacer. Es lo absoluto, en el sentido etimológico de ab-solutus, suelto de todo el resto y aparte. Es lo trascendente en el sentido que está arriba de todas nuestras categorías. Todo esto en sentido moral, antes que metafísico; se refiere al actuar de Dios más que a su ser. En la Escritura están definidos “santos” sobre todo los juicios de Dios, su obras y sus vías .

Santo no es entretanto un concepto principalmente negativo, que indica separación, ausencia de mal y de mezcla en Dios; es un concepto sumamente positivo. Indica “pura plenitud”.  En nosotros, la “plenitud” nunca coincide totalmente con la “pureza”. Una cosa contradice la otra. Nuestra pureza se obtiene siempre purificándose y quitando el mal de nuestras acciones (Is 1, 16). En Dios no; pureza y plenitud coexisten y constituyen juntos la suma simplicidad de Dios. La Biblia expresa a la perfección esta idea de santidad cuando dice que a Dios “nada puede serle añadido ni nada quitado” (Sir 42, 21). Dado que es suma pureza, nada tiene que quitársele ; en cuanto es la suma plenitud, nada se le puede añadir.

Cuando se intenta ver cómo el hombre entra en la esfera de la santidad de Dios y lo que significa ser santo, en el Antiguo Testamento aparece enseguida que prevalece la idea ritual. Los trámites de la santidad de Dios son objetos, lugares, ritos, prescripciones. Enteras partes del Éxodo y del Levítico son tituladas “códigos de santidad” o “ley de santidad”. La santidad está encerrada en un código de leyes. Esta santidad es tal que es profanada si uno se acerca al altar con una deformación física o después de haber tocado un animal inmundo: “Santifíquense y sean santos...; no se contaminen con alguno de éstos animales” (Lv 11, 44; 21, 23).

Se leen voces en los diversos profetas y en los salmos. A la pregunta: ¿Quién subirá al monte del Señor,  quién estará en su lugar santo?”, o “¿Quién de nosotros puede habitar en un fuego devorador?, se responde con indicaciones de naturaleza moral y espiritual: “Quien tiene manos inocente y corazón puro”, y “quien camina en la justicia y habla con lealtad”  (cf. Sal 24, 3; Is 33, 14 s.).

Son voces sublimes pero que se quedan bastante aisladas. Aún en el tiempo de Jesús, entre los fariseos y en Qumran, prevalece la idea de que la santidad y la justicia consisten en la pureza ritual y en la observancia de ciertos preceptos, en particular el del sábado, aunque en teoría, nadie se olvida que el primero y el más grande de los mandamientos es el del amor de Dios y del prójimo.

2. La novedad de Cristo

Pasando ahora al Nuevo Testamento, vemos que la definición de “nación santa” se extiende rápidamente a los cristianos. Para Pablo los bautizados son “santos por vocación” o “llamados a ser santos” . Él llama habitualmente a los bautizados con el término “los santos”. Los creyentes son “elegidos para ser santos e inmaculados ante su presencia en la caridad (Ef 1, 4)”.

Pero bajo la aparente identidad de terminología asistimos a cambios profundos. Santidad no es más un hecho ritual o legal, sino moral o más aún, ontológico. No reside en las manos sino en el corazón; no se decide afuera, sino adentro del hombre y se resume en la caridad. “No lo es lo que entra en la boca del hombre que lo vuelve impuro; es lo que sale de la boca, esto vuelve impuro al hombre”. (Mt 15, 11).

Los mediadores de la santidad de Dios no son más lugares (el Templo de Jerusalén o el Monte Gerizim), ritos, objetos y leyes, sino una persona, Jesucristo. Ser santo no consiste tanto en estar separado de esto o de aquello, sino a estar unidos a Jesucristo. En Jesucristo se encuentra la santidad misma de Dios que nos llega personalmente, no un su lejano eco. “¡Tu eres el Santo de Dios!”: dos veces resuena esta exclamación dirigida a Jesús en los evangelios (Jn 6,  69; Lc 4, 34). El Apocalipsis llama a Cristo simplemente “el Santo” y la liturgia le hace eco exclamando en el Gloria: “Tu solus Sanctus”, solamente tú eres el Santo.

De dos maneras diversas nosotros entramos con la santidad de Cristo y esa se comunica con nosotros: por apropiación y por imitación. De éstos el más importante es el primero que se obtiene en la fe y mediante los sacramentos. La santidad es antes que todo un don, gracia y obra de toda la Trinidad. Porque, según la afirmación del Apóstol, nosotros pertenecemos a Cristo más que a nosotros mismos (cf.1 Cor 6, 19-20), como consecuencia inversa, la santidad de Cristo nos pertenece más que nuestra misma santidad. “Lo que es de Cristo -escribe el teólogo bizantino Nicolás Cabasilas- es más nuestro de aquello que tenemos de nosotros” . Es éste el vuelo o el golpe de audacia que deberíamos realizar en nuestra vida espiritual. Esto es un paso que no se hace muy a menudo en el noviciado sino más tarde, cuando se han probado todos los otros caminos y se ha visto que no llevan muy lejos. 

Pablo nos enseña cómo se hace este “golpe de audacia”, cuando declara solemnemente de no querer ser encontrado con una justicia suya, o santidad que derive de la observancia de la ley, sino únicamente con aquella de deriva de la fe en Cristo (cf. Fil 3, 5-10). Cristo, dice, se ha vuelto para nosotros “justicia, santificación y redención” (1 Cor 1,30). “Para nosotros”: por lo tanto podemos reclamar su santidad como nuestra para todos los efectos. Un golpe de audacia es también el que hace san Bernardo cuando grita: “Yo, lo que me falta me lo apropio (¡literalmente, lo usurpo!) del costado de Cristo” .  “Usurpar” la santidad de Cristo, “secuestrar el reino de los cielos”. Este es un golpe de audacia que es necesario repetir con frecuencia en la vida, especialmente en el momento de la comunión eucarística.  

Decir que nosotros participamos de la santidad de Cristo, es como decir que participamos del Espíritu Santo que viene de él. Ser o vivir “en Cristo Jesús” equivale para san Pablo, a ser o vivir “en el Espíritu Santo”. “De esto -escribe también san Juan- se conoce que nosotros permanecemos en él y él en nosotros: él nos ha hecho don de su Espíritu” (1 Jn 4,13). Cristo se queda en nosotros y nosotros permanecemos en Cristo, gracias al Espíritu Santo.

Es el Espíritu Santo por lo tanto quien nos santifica. No el Espíritu Santo en general, sino el Espíritu Santo que estaba en Jesús de Nazaret, que santificó su humanidad, que se recogió en él como en un vaso de alabastro y que, desde su cruz en  pentecostés, él difundió en su Iglesia. Por esto, la santidad que está en nosotros no es una segunda y diversa santidad, sino la misma santidad de Cristo. Nosotros somos verdaderamente “santificados en Cristo Jesús” (l Cor 1,2). Como en el bautismo, el cuerpo del hombre está sumergido y lavado en el agua, así su alma está, por así decir, bautizada en la santidad de Cristo: “Han sido lavados y están santificados, han sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios”, dice el apóstol refiriéndose al bautismo  (1 Cor 6,11).   

Al lado de este medio fundamental de la fe y de los sacramentos, tienen que encontrar lugar también la imitación, las obras, el esfuerzo personal. No como medio separado o diverso, sino como el único medio adecuado de manifestar la fe, traduciéndola en actos. La oposición fe-obras, es un falso problema, tenido en pie más que todo por la polémica histórica. Las buenas obras sin la fe no son obras 'buenas' y la fe sin las obras buenas no es verdadera fe. Basta que por “obras buenas” no se entiendan principalmente (como lamentablemente sucedía al tiempo de Lutero) indulgencias, peregrinaciones a pie y prácticas, sino la observancia de los mandamientos, en particular el del amor fraterno. Jesús dice que en el juicio final algunos serán excluidos del Reino por no haber vestido al desnudo y dado de comer al hambriento. No somos por lo tanto justificados por nuestras obras buenas, pero no nos  salvamos sin nuestras obras buenas. Podemos reasumir así la doctrina del Concilio de Trento.

Sucede como en la vida física. El niño no puede hacer absolutamente nada para ser concebido en el seno de la madre; necesita del amor de dos padres (¡al menos así ha sido hasta ahora!). Pero una vez que ha nacido, debe poner a trabajar sus pulmones para respirar, mamar la leche; es decir, debe ponerse a trabajar porque si no la vida que ha recibido muero. La frase de Santiago: “La fe, sin la obra está muerta” (cf. St. 3, 26) se de entender en sentido presente: la fe sin las obras muere.

En el Nuevo Testamento dos verbos se alternan a propósito de la santidad, uno en indicativo y otro en imperativo: “Sois santos”, “Sed santos”. Los cristianos son santificados y santificandos. Cuando Pablo escribe: “Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación”, es claro que pretende precisamente esta santidad que es fruto de compromiso personal. Añade, como para explicar en qué consiste la santificación de la que está hablando: “que se abstengan del pecado carnal, que cada uno sepa usar de su cuerpo con santidad y respeto” (cf. 1 Ts 4, 3-9).

Nuestro texto de la Lumen Gentium subraya claramente estos dos aspectos, uno objetivo y otro subjetivo, de la santidad, basados respectivamente sobre la fe y las obras. Dice:

“Los seguidores de Cristo, llamados por Dios no en razón de sus obras, sino en virtud del designio y gracia divinos y justificados en el Señor Jesús, han sido hechos por el bautismo, sacramento de la fe, verdaderos hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza, y, por lo mismo, realmente santos. En consecuencia, es necesario que con la ayuda de Dios conserven y perfeccionen en su vida la santificación que recibieron” .

Porque, según Lutero, la Edad Media se había desviado cada vez más en el acentuar el lado de Cristo como modelo, él acentuó el otro lado, afirmando que él es don y que este don toca a la fe aceptarlo”. Hoy estamos todos de acuerdo de que no se deben contraponer las dos cosas, sino mantenerlas unidas. Cristo es sobre todo don para recibir mediante la fe, pero es también modelo a imitar en la vida. Lo inculca el mismo Evangelio: “Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes” (Jn 13, 15); “Aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón” (Mt 11, 29).

3. Santos o fracasados

Esto, el nuevo ideal de santidad del Nuevo Testamento. Un punto permanece inmóvil, e incluso se profundiza, en el paso del Antiguo al Nuevo Testamento y es la motivación de fondo de la llamada a la santidad, el “porqué” es necesario ser santos: porque Dios es santo. “A imagen del Santo que os ha llamado, sed santos vosotros también”. Los discípulos de Cristo deben amar a los enemigos, “porque él hace caer la lluvia sobre justos e injustos” (Mt 5, 45). La santidad no es por tanto una imposición, una carga que se nos pone en los hombros, sino un privilegio, un don, un gran honor. Una obligación, sí, pero que deriva de nuestra dignidad de los hijos de Dios. Se aplica a esto, en sentido pleno, el dicho francés “noblesse oblige”.

La santidad se exige desde el ser mismo de la criatura humana; no tiene que ver con los accidentes, sino con su misma esencia. Él debe ser santo para realizar su identidad profunda que es ser “a imagen y semejanza de Dios”. Para la Escritura, el hombre no es principalmente, como para la filosofía griega, lo que está determinado a ser desde su nacimiento  (physis),  y es decir un “animal racional”, como cuando lo que está llamado a convertirse, con el ejercicio de su libertad, en la obediencia a Dios. No es tanto naturaleza, como vocación. 

Por lo tanto, si estamos “llamados a ser santos”, si somos “santos por vocación”, entonces es claro que seremos personas verdaderas, logradas, en la medida en la que seremos santos. De lo contrario, seremos fracasados. Lo contrario de santo no es pecador, ¡sino fracasado! Se pueda fallar en la vida de muchas formas, pero son fracasos relativos que no comprometen lo esencial; aquí se fracasa radicalmente, en lo que uno es, no solo en lo que uno hace. Tenía razón Madre Teresa cuando una periodista le preguntó a quemarropa qué se sentía al ser aclamada santa por todo el mundo, respondió: “La santidad no es un lujo, es una necesidad”.

El filósofo Pascal ha formulado el principio de los tres órdenes o niveles de grandeza: el orden de los cuerpos o de la materia, el orden de la inteligencia y el orden de la santidad. Una distancia casi infinita separa el orden de la inteligencia de las cosas materiales, pero una distancia “infinitamente más infinita” separa el orden de la santidad del de la inteligencia. Los genes no necesitan de las grandezas materiales; estas no pueden quitar ni añadir nada. Del mismo modo, los santos no necesitan las grandezas intelectuales; su grandeza se coloca en un plano diferente. “Estos son vistos por Dios y los ángeles, no por los cuerpos y las mentes curiosas; a ellos les basta Dios” .

Este principio permite valorar de la forma justa las cosas y las personas que nos rodean. La mayoría de la gente permanece quieta en el primer nivel y ni siquiera sospecha de la existencia de un plano superior. Son los que pasan la vida preocupados solo por acumular riquezas, cultivar la belleza física, o hacer crecer el propio poder. Otros creen que el valor supremo y el vértice de la grandeza sea el de la inteligencia. Tratan de convertirse en celebridades en el campo de las letras, del arte, del pensamiento. Solo pocos saben que existe un tercer nivel de grandeza, la santidad.

Esta grandeza es superior porque es eterna, porque es tal a los ojos de Dios que es la verdadera medida de la grandeza y también porque realiza lo que hay de más noble en el ser humano, es decir, su libertad. No depende de nosotros ser fuertes o débiles, guapos o menos guapos, ricos o pobres, inteligentes o menos inteligentes; depende sin embargo de nosotros ser honestos o deshonestos, buenos o malos, santos o pecadores. Tenía razón el músico Gounod, un genio, cuando decía que “una gota de santidad vale más que un océano de genio”.

La buena noticia, acerca de la santidad, es que no estamos obligados a elegir entre uno de estos tres géneros de grandeza. Se puede ser santos en cada uno de ellos. Ha habido santos, y hay santos, entre los ricos y entre los pobres, entre los fuertes y entre los débiles entre los genios y las personas sin cultura. Nadie está excluido de esta grandeza del tercer nivel.

4. Retomar camino hacia la santidad

Nuestro tender a la santidad se parece al camino del pueblo elegido en el desierto. Es también un camino hecho de continuas paradas y comienzos de nuevo. De vez en cuando el pueblo se paraba y montaba las tiendas; o porque estaba cansado, o porque había encontrado el agua y la comida, o simplemente porque es cansado caminar siempre. Pero aquí llega, de repente, la orden del Señor a Moisés de levantar las tiendas y retomar el camino: “Levántate, sal de aquí, tú y tu pueblo, hacia la tierra prometida” (Es 33:1; 17:1).

En la vida de la Iglesia, estas invitaciones a retomar el camino se escuchan sobre todo en el inicio de los tiempos fuertes del año litúrgico o en ocasiones particulares como es el Jubileo de la Misericordia divina. Para cada uno de nosotros, tomados individualmente, el tiempo de levantar las tiendas y retomar el camino hacia la santidad, es cuando percibimos en la intimidad la misteriosa llamada que viene de la gracia.

Al inicio, hay como un momento de pausa. Uno se detienen en la vorágine de las propias preocupaciones, toma, como se dice, las distancias de todo para mirar su vida casi desde fuera y desde lo alto, sub specie aeternitatis. Surgen entonces las grandes preguntas: “¿Quién soy? ¿Qué quiero? ¿Qué estoy haciendo con mi vida?”

A pesar de que era un monje, san Bernardo tuvo una vida muy movida: concilios de presidir, obispos y abades que reconciliar, cruzadas que predicar. De vez en cuando, dice su biógrafo, él se paraba y, casi entrando en diálogo consigo mismo, se preguntaba: “Bernardo, ¿a qué has venido?” (Bernarde, ad quid venisti? .

¿Para qué has dejado el mundo y has entrado en el monasterio? Nosotros podemos imitarlo; pronunciar nuestro nombre (también esto sirve) y preguntarnos: ¿Por qué eres cristiano? ¿Por qué eres religioso, sacerdote u obispo? ¿Estás haciendo aquello para lo que estás en el mundo?

En el Nuevo Testamento está descrita un tipo de conversión que podremos definir la conversión-despertar, o la conversión de la tibieza. En el Apocalipsis se leen siete cartas escritas a los ángeles (según algunos exégetas a los obispos) de otro tantas iglesias en Asia Menor. En la carta al ángel de Éfeso, él comienza con el reconocer lo que es el destinatario ha hecho bien: “Conozco tus obras, tus trabajos y tu constancia… Sé que tienes constancia y que has sufrido mucho por mi Nombre sin desfallecer”. Después pasa a enumerar lo que, sin embargo, le disgusta: “hayas dejado enfriar el amor que tenías al comienzo”. Y aquí, en este punto, resuena como una trompeta en el sueño, el grito del Resucitado: Metanòeson, es decir, ¡conviértete! ¡sacúdete! ¡despiértate! (Ap 2, l ss.).

Esta es la primera de las siete cartas. Mucho más severa es la última, la dirigida al ángel de la Iglesia de Laodicea: “Conozco tus obras: no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Conviértete y vuelve a ser celante y ferviente: Zeleue oun kai metanòeson! (Ap 3,15ss.). También esta, como todas las otras, termina con esa misteriosa advertencia: “El que pueda entender, que entienda lo que el Espíritu dice a las Iglesias” (Ap 3,22).

San Agustín nos da una sugerencia: comenzar a despertar en nosotros un deseo de santidad: “Toda la vida del buen cristiano -escribe- consiste en un santo deseo [es decir, en un deseo de santidad]: Tota vita christiani boni, sanctum desiderium est”6. Jesús ha dicho: “Beatos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mt 5, 6). La justicia bíblica, se sabe, es la santidad. Nos vamos por tanto con una pregunta sobre la que meditar en este tiempo de Adviento: “¿Yo tengo hambre y sed de santidad, o me estoy resignando a la mediocridad?”

 

Francisco: justicia con misericordia

Reflexiones del obispo de San Cristóbal de las Casas, Mons. Arizmendi Esquivel

VER

Por todos lados se escuchan reclamos, denuncias, inconformidades, exigencias de justicia, juicios y condenas contra los otros, contra el sistema y los gobiernos. Todo mundo reclama sus derechos. Es explicable y justificable que así sea, pues hay muchas cosas torcidas y corruptas. ¿Se oye hablar de misericordia? Para nada. Proponer perdonar, dar otra oportunidad, ser misericordiosos con los demás, también con los enemigos, parece una traición a la causa que congrega mítines, marchas y manifestaciones de toda índole.

En el año 1994, a raíz del levantamiento zapatista en Chiapas, se formó una comisión de obispos, con la encomienda de ayudar a encontrar caminos de paz y reconciliación, de justicia y de atención a los justos reclamos de los indígenas. En una Misa que nos tocó acompañar en Tila, cuando todo eran reclamos, gritos, pancartas y consignas, el presidente de nuestra comisión preguntó en su homilía: ¿Es posible que pueda hablar de perdón? Lo recuerdo como si fuera ayer. Es decir, le parecía que sonaría a algo fuera de lugar, en esa circunstancia, donde sólo se escuchaban exigencias de justicia, hablar de misericordia y de perdón. Lo mismo parecería en un matrimonio en conflicto, en una lucha gremial, en reuniones de análisis de la realidad. ¿Misericordia? ¿Cuál misericordia, si el sistema y los gobiernos no la tienen, sino que explotan y oprimen a quien se deja? Eso de misericordia parecería más bien cobardía, traición al pueblo, declinar en las justas luchas, cooptación con el sistema.

PENSAR

El Papa Francisco, siguiendo la más pura tradición bíblica y patrística, nos ha convocado a un Año Santo, un Año Jubilar, con ocasión de los cincuenta años de la clausura del Concilio Vaticano II, al que ha llamado Año de la Misericordia. Su objetivo es disfrutar la misericordia que Dios Padre nos tiene, que nos ha demostrado a plenitud en Cristo, y nosotros por nuestra parte ser misericordiosos como el Padre.

En este contexto, nos habla de la necesidad de combinar la justicia, que nunca se puede menospreciar, con la misericordia: “La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Tal vez por mucho tiempo nos hemos olvidado de indicar y de andar por la vía de la misericordia. Por una parte, la tentación de pretender siempre y solamente justicia ha hecho olvidar que ella es el primer paso, necesario e indispensable; la Iglesia, no obstante, necesita ir más lejos para alcanzar una meta más alta y más significativa.

Es triste constatar cómo la experiencia del perdón en nuestra cultura se desvanece cada vez más. Incluso la palabra misma en algunos momentos parece evaporarse. Sin el testimonio del perdón, sin embargo, queda solo una vida infecunda y estéril, como si se viviese en un desierto desolado. Ha llegado de nuevo para la Iglesia el tiempo de encargarse del anuncio alegre del perdón. Es el tiempo de retornar a lo esencial para hacernos cargo de las debilidades y dificultades de nuestros hermanos. El perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con esperanza” (MV 10). “¡Cómo es difícil muchas veces perdonar! Y, sin embargo, el perdón es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad del corazón. Dejar caer el rencor, la rabia, la violencia y la venganza son condiciones necesarias para vivir felices” (MV 9).

ACTUAR

El Papa nos dice en concreto qué podemos hacer: “Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Redescubramos las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos” (MV 15).

 

El Año de la Misericordia

Carta del obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández. 'Jesucristo no irradia su amor ni por la violencia, ni por chantaje, ni por presión económica, ni por intereses egoístas'

A partir del 8 de diciembre de 2015 hasta el 20 de noviembre de 2016, el papa Francisco nos convoca al Año jubilar de la Misericordia. En nuestra diócesis de Córdoba tenemos la apertura de la Puerta santa este domingo 13 de diciembre, en la Santa Iglesia Catedral de Córdoba. Será un año de gran perdonanza para toda la humanidad, no sólo para la Iglesia.

La misericordia es un atributo divino, como es reconocido en todas las religiones reveladas. Pero en Jesucristo, Dios nos ha amado hasta el extremo. La medida de la misericordia de Dios nos la da el amor de Cristo, que ha cambiado el rumbo de la historia de la humanidad. No se trata sólo de amar, sino de amar sin medida y de amar hasta perdonar a los enemigos, de amar hasta transformar el corazón endurecido del hombre. Un amor así es capaz de ablandar hasta las piedras.

La imagen más frecuente y expresiva es la del padre del hijo pródigo. Cuando el hijo vuelve a casa despojado de todo, se encuentra con el amor de un padre que le perdona y le llena de todos sus dones: le devuelve la dignidad de hijo, le hace partícipe de sus bienes, le viste con traje de fiesta y organiza un banquete para expresar su enorme alegría por el hijo que ha retornado. Y junto a esa imagen, la de Cristo crucificado, “ballesta de amor” (como dice san Juan de Ávila), que desde su corazón traspasado hiere con herida de amor a quien se le acerca.

Nuestro mundo contemporáneo necesita la misericordia. El Año de la misericordia supondrá un bien para toda la humanidad. Guerras, tensiones, persecución religiosa, terrorismo, desorden internacional, alteración del medio ambiente, marginación y pobreza extrema por tantos lugares de la tierra. Este profundo desequilibro mundial, fruto del pecado de los hombres, necesita una sobredosis de amor, necesita el perdón que restaura. Necesitamos mirar a Cristo, el único salvador de todos los hombres, y acoger su amor, que rompe todas las barreras y nos hace hermanos, cumpliendo toda justicia.

Jesucristo no irradia su amor ni por la violencia, ni por chantaje, ni por presión económica, ni por intereses egoístas. El Corazón de Cristo ejerce su atractivo sobre los demás corazones por el simple hecho de amar con amor totipotente. Por otra parte, el amor acumulado en el Corazón de Cristo es capaz de compensar los muchos desamores de toda persona humana para con Dios y de los humanos entre sí. El Año de la misericordia nos traerá permanentemente la memoria de este amor, capaz de transformar el mundo.

Las obras de misericordia nos hacen misericordiosos, y Jesús nos enseña: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7). Se trata, por tanto, de ponernos a la tarea de ejercer las obras de misericordia, porque este ejercicio abre nuestro corazón para alcanzar la misericordia que deseamos. Las obras de misericordia son siete corporales y siete espirituales. Las corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir a los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y las obras de misericordia espirituales: enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que yerra, perdonar las injurias, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos del prójimo, rogar a Dios por los vivos y los difuntos

Junto a las obras de misericordia, acudir al sacramento del perdón, fuente continua de misericordia. Los sacerdotes estén más disponibles para administrar este sacramento, los fieles se acerquen con más frecuencia a este sacramento con corazón arrepentido y propósito de la enmienda. Y complemento del perdón recibido en el sacramento, están las indulgencias, abundantes en este Año de la misericordia, pues la Iglesia madre quiere ayudarnos a restaurar la imagen de Dios en nosotros distorsionada por nuestros pecados.

Año de la misericordia. Año de gracias abundantes. Acerquémonos todos a recibir esta misericordia para poder repartirla en nuestro entorno.

A todos, mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba 

 

Beato Bartolomé Buonpedoni - 12 de diciembre

«Un joven aristócrata que contravino la voluntad de su padre para unirse a Cristo. Conocido como el Job de Toscana por su admirable paciencia ejercitada durante veinte años mientras la lepra consumía su organismo»

Hoy celebra la Iglesia la vida de este beato, y conmemora, entre otros, la festividad de la Virgen de Guadalupe, venerada en todo el mundo y de cuya aparición a san Juan Diego y origen de su advocación se ha dado cuenta en esta sección de ZENIT el pasado día 9 (san-juan-diego-cuauhtlatoatzin--2). Es la patrona de México y ha sido objeto de diversas proclamaciones por parte de pontífices. Así Pío X la nombró patrona de toda la América Latina; Pío XI, de todas las Américas; Pío XII añadió el calificativo de Emperatriz de las Américas, que Juan XXIII siguió engrosando al denominarla bellamente: la misionera celeste del Nuevo Mundo y la Madre de las Américas.

Admirable en su virtud, Bartolomé (o Bartolo) fue un ejemplo de fortaleza y paciencia en medio de la tribulación, edificante en su forma de afrontar la enfermedad. Se desconoce la fecha exacta en la que los condes de Mucchio, Giovanni e Giuntina, tuvieron en sus brazos por vez primera a este heredero, su único hijo. Vino al mundo en el castillo feudal cercano a la ciudad de San Gimignano, Toscana, Italia, en 1227. La criatura se hizo de rogar, ya que los padres esperaron dos décadas sin tener descendencia, hasta que Giuntina, la piadosa madre, se encomendó a san Pedro y un día, a través de un sueño, le aseguró que su ruego había sido escuchado.

El progenitor del beato, como usualmente sucede, albergaba grandes sueños para su futuro: estudios, prestigiosa carrera profesional, etc. Pensó también que con ese hijo, que los colmaba de dicha, estaba asegurada la perduración de su ilustre apellido a través de nuevos vástagos en la familia. Por eso, cuando llegó el momento, y Bartolomé se negó a contraer el matrimonio que le proponía, optando en su lugar por la vida religiosa, el conde Mucchio recibió la noticia más que consternado, y no ocultó su frontal oposición. Seguramente no se le ocurrió pensar que la virtud y piedad que presidía la vida de su amado hijo, conocida en su entorno, iba a desembocar en tal decisión. Pero tuvo ocasión de comprobar la inutilidad de los medios que empleó para disuadirle; Bartolomé no cejó en su empeño.

Poniendo tierra por medio, el joven se trasladó a Pisa y pasó un año conviviendo con la comunidad benedictina de San Vito, donde desempeñó labores de enfermería. Su buen corazón y las virtudes que mostraba le hacían apto para encarnar con su vida el carisma de san Benito, y así lo hicieron notar los monjes. No desestimaba totalmente la oferta de continuar junto a ellos, posibilidad en la que meditaba, cuando en sueños tuvo una locución divina advirtiéndole que la verdadera clave de su santificación radicaría en la aceptación de veinte años de sufrimientos que llegarían a su vida, y no en su abrazo a la vida monástica. Misteriosos designios de la Providencia.

Sabedor de que su hábito serían las penitencias, partió a Volterra y se integró en la Tercera Orden Franciscana. El prelado del lugar juzgó que sería un buen sacerdote y le propuso ordenarlo. Dócil a la sugerencia del obispo, cursó estudios y recibió el sacramento del orden cuando tenía alrededor de 30 años. Fue enviado a Peccioli en calidad de capellán, y luego a Picchena como párroco. Su labor pastoral y celo apostólico junto a su heroica caridad, que tenía como destinatarios a los pobres, enfermos y necesitados en general, atrajo a las gentes. Atento a sus necesidades distribuía entre todos lo que recaudaba en la parroquia. Su gesto de misericordia fue premiado por el Altísimo. Un día acogió a un pobre que iba de viaje cobijándolo bajo su techo. De madrugada una voz le hizo saber que había alojado a Jesucristo, y cuando corrió a buscarlo, había desaparecido. No sería la última vez que recibiría esta gracia.

La noticia de su santidad llegó a su ciudad natal, y conocedor de ella uno de sus compatriotas, Vivaldo (o Ubaldo), también beato de la Tercera Orden franciscana, que había nacido en San Gimignano hacia 1250, no dudó en acudir a su lado. Fue no solo su discípulo sino una especie de ángel protector en las dolorosas tribulaciones que tuvo que afrontar Bartolomé cuando contrajo la lepra hacia sus 50 o 52 años. Dejó entonces la parroquia, y ambos se establecieron en la leprosería de Cellole, situada en los alrededores de su ciudad natal. Un día llegó un leproso al que Bartolomé ayudó a enjuagar los pies en el cuenco del claustro, y al hacerlo se dio cuenta de que no era simplemente un enfermo, momento en el que desapareció. Entonces se percató de que había lavado los pies a Cristo.

Durante veinte años, tal como se le vaticinó en sueños, sufrió con esta enfermedad, acogida con tan admirable paciencia y alegría, conforme al carisma franciscano, que le dieron el nombre de «Job de Toscana». Los leprosos del lazareto recibieron de él, que fue su capellán, y del beato Vivaldo, asistencia y consuelo. Murió con fama de santidad el 12 de diciembre de 1300 a la edad de 73 años. Entonces Vivaldo se hizo ermitaño estableciéndose en Boscotondo de Camporena, cerca de Montaione en la Toscana. Sobrevivió a su maestro veinte años. Bartolomé fue enterrado en la iglesia de San Agustín, de Gimignano. Su culto fue aprobado en 1498. Pío X lo confirmó el 27 de abril de 1910.