Todo en la opinión pública, y en la publicada, para las elecciones generales del 20-D y nada sin las elecciones generales. Ya sabemos de lo que se trata y de lo que los españoles nos jugamos en estas primeras vísperas navideñas. Si la primera Transición está tocada; llega la segunda. La emergencia de nuevas formaciones políticas, Podemos y Ciudadanos, arrastra un cambio generacional. Ortega y Marías en el horizonte. Cierto “juvelinismo” para tiempos de crisis, en perspectiva. La historia se repite.

La cuestión religiosa fue un tema de la primera Transición. El diálogo público, el papel de la laicidad y de las confesiones religiosas en la conformación de la ética pública, el rol de la Iglesia, la educación concertada, la libertad educativa, los modelos de referencia moral, son cuestiones pendientes en esta Transición in fieri.

Cambio de eje y cambio de tiempo en la política. Lo nuevo está naciendo y lo viejo no acaba de morir. Homenaje a Lampedusa. Estamos en un veremos. De ahí que el ejercicio del voto en conciencia, que tiene que ver con el voto reflexivo, en activa y en pasiva, sea determinante. La pregunta sigue siendo la pregunta: ¿a quién votar? Si la fe es para la vida, ¿cómo influye el seguimiento del Evangelio en la decisión electoral?

No debemos confundir los medios con los fines. Hay que dedicar tiempo, conversaciones, lecturas. Criterios de fondo y de forma. Presupuestos y supuestos. ¿Quién ayuda a la conciencia cristiana a conformar el criterio, discernimiento, a la hora del voto en unas elecciones tan determinantes? La palabra conforma y articula la historia y la presencia. La comunidad, los líderes intermedios, sociología de la opinión en grupos, los medios de comunicación. ¿No hay demasiado silencio sobre lo esencial?

Ninguna formación política pude atribuirse la representación del Evangelio, letra y espíritu. Ni mucho menos. Esta mecánica pertenece al pasado. El problema ya no está solo en qué medida en los programas electorales hay propuestas que se adecuan a la antropología cristiana, y a los principios que se derivan de ella en la vida social, política. El problema estribaría en que este proceso de inspiración y reflexión ya no sea determinante en la España contemporánea. La espiral del silencio.

Se ha producido un cambio de relevancia temática en la Iglesia gracias al Pontificado del Papa Francisco. Los principios incuestionables, innegociables, del Papa Benedicto XVI, y de Joseph Ratzinger, siguen siendo incuestionables, pero menos en su presencia pública. Ahora prima lo social. Hay que entender lo social en la clave de la Encíclica “Laudato Sí” del papa Francisco. Esto no significa autocensura de las cuestiones que afecten a la libertad, a la educación, a la vida, al matrimonio y a la familia, sino reformulación ubicativa de estos principios en contextos más amplio, nuevos, en los que emergen otras realidades: solidaridad, cambio climático, conciencia social en la educación, políticas públicas incluyentes. Presencia y no ausencia; armonía y no divergencia.

En la sociedad de la información y de la opinión, la palabra mediada es presencia y no ausencia. ¿Cuál es la palabra pública adecuada para ayudar a conformar el voto en conciencia y generar espacios de libertad? No todos los partidos políticos dicen y hacen lo mismo; no todos los partidos, y sus programas, beben de las mismas fuentes. En estas elecciones no cabe la equidistancia, que puede ser una forma de relativismo implícito.

Nos jugamos mucho, demasiado, para no dedicarle un tiempo a pensar en la política teórica, y en la práctica, a meditar sobre lo que los cristianos, como sujetos activos y protagonistas de la historia, individual y colectivamente, queremos para nuestra sociedad en mixtura de estrategias generales y particulares.

Es un buen momento para volver a coger el Vaticano II, la “Gaudium et spes”, y leer y releer sus páginas a la luz del presente, de los programas electorales y del escenario. La “Gaudium et spes” en el escenario electoral. Merece, sin duda, una atenta lectura. Los signos de los tiempos.