Servicio diario - 13 de diciembre de 2015


El Papa abre la Puerta Santa de la 
basílica de San Juan de Letrán

Una ceremonia simple y emocionante en la catedral de Roma

El santo padre Francisco ha abierto este domingo la Puerta Santa de la basílica de San Juan de Letrán, una de los cuatro templos pontificios y catedral de Roma.

Después de rigurosos controles antes de entrar en la plaza, en los que colaboró la Guardia Civil Española, miles de fieles se congregaron para el evento, en este soleado y gélido domingo de diciembre.

Francisco en cuanto obispo de Roma, vestía paramentos claros con mitra, báculo y trial, un capa que envuelve el cuerpo, de color rosa como querida por el tiempo litúrgico del tercer domingo de Adviento, con una cruz morada. El coro de la Capilla Sixtina cantaba el Kyrie.

El Santo Padre después de las oraciones iniciales y del acto penitencial en el atrio de la basílica, delante de la Puerta Santa, de bronce con una imagen de María, permaneció en silencio mientras se escuchaba el canto del Veni Creator Spiritu.

Tras abrir la puerta de bronce que representa a Cristo, el Papa entró y volvió a quedarse en silencio algunos instantes. A continuación caminó en la basílica hacia el altar, en donde celebró la santa misa. Una ceremonia muy simple, esencial y emocionante.

El himno de entrada compuesto especialmente para la ocasión, inicia con las palabras 'Misericordiosos como el Padre', tomadas del evangelio de Lucas.  

 

“Inicia el tiempo del gran perdón.
Es el Jubileo de la Misericordia”

Texto completo de la homilía del papa Francisco en la misa de apertura de la puerta santa en la basílica de San Juan de Letrán

El papa Francisco después de abrir este domingo la Puerta Santa en la basílica de San Juan de Letrán, con una ceremonia simple pero emocionante, presidió la celebración de la santa misa.

En su homilía el Papa recordó que se abre la Puerta Santa en muchas catedrales del mundo, un símbolo que es una invitación a la alegría, porque inicia el tiempo del perdón, y porque es el momento para descubrir nuevamente la presencia de Dios y su ternura de padre. Sin rigideces, porque Dios nos ama como padre.

Y ha invitado a dar a todos testimonio con nuestra afabilidad, de la cercanía y del cuidado que Dios tiene hacia cada persona. “Delante de la Puerta Santa que estamos llamados a pasar --concluye el Papa-- se nos pide ser instrumentos de misericordia, conscientes de que seremos juzgados sobre ésto”.

Texto completo de la homilía:

«Queridos hermanos y hermanas,

La invitación que el profeta dirige a la antigua ciudad de Jerusalén, hoy se dirige hacia toda la Iglesia y a cada uno de nosotros: “¡Alégrense... exulten!”. El motivo de la alegría está expresado con palabras que infunden esperanza y permiten mirar al futuro con serenidad. El Señor ha anulado todas las condenas y ha decidido vivir en medio de nosotros.

Este tercer domingo de Adviento nos lleva a mirar hacia la Navidad que ya está cerca. No podemos dejarnos tomar por el cansancio; no es consentida ninguna forma de tristeza, aunque tengamos motivo por las muchas preocupaciones y las múltiples formas de violencia que hieren a esta nuestra humanidad.

La venida del Señor, en cambio, tiene que llenar nuestro corazón de alegría. El profeta, que lleva escrito en su mismo nombre -Sofonías- el contenido de su anuncio, abre nuestro corazón a la confianza: “Dios protege” a su pueblo.

En un contexto histórico de grandes abusos y violencias, realizados sobre todo por hombres de poder, Dios hace saber que Él mismo reinará en su pueblo, que no lo dejará nunca más bajo la arrogancia de sus gobernantes, y que lo liberará de toda angustia. Hoy nos es pedido que “no dejemos caer los brazos” a causa de las dudas, de la impaciencia y del sufrimiento.

El apóstol Pablo retoma con fuerza la enseñanza del profeta Sofonía y lo reitera: “El Señor está cerca”. Por ésto tenemos que alegrarnos siempre, y con nuestra afabilidad dar a todos testimonio de la cercanía y del cuidado que Dios tiene hacia cada persona.

Hemos abierto la Puerta Santa, aquí y en todas las catedrales del mundo. También este simple signo es una invitación a la alegría. Inicia el tiempo del gran perdón. Es el Jubileo de la Misericordia.

Dios no ama las rigideces, Él es padre, es tierno, lo hace con ternura de padre. Seamos también nosotros como las multitudes que interrogaban a Juan: “¿Qué debemos hacer?”.

La respuesta del Bautista no se hace esperar. Él invita a actuar con justicia y a mirar las necesidades de quienes se encuentran en necesidad. Lo que Juan exige a sus interlocutores, de todos modos es lo que encuentra respaldo en la Ley. A nosotros en cambio se nos pide un empeño más radical. Delante de la Puerta Santa que estamos llamados a pasar, se nos pide ser instrumentos de misericordia, conscientes de que seremos juzgados sobre ésto.

Quien ha sido bautizado sabe que tiene un empeño más grande. La fe de Cristo lleva a un camino que dura toda la vida: el de ser misericordiosos como el Padre. La alegría de cruzar la Puerta de la Misericordia se acompaña al empeño de recibir y dar testimonio de un amor que va más allá de la justicia, un amor que no conoce confines. Es de este amor infinito que somos responsables, a pesar de nuestras contradicciones.

Recemos por nosotros y para todos quienes cruzarán la Puerta de la Misericordia, porque podemos entender y recibir el infinito amor de nuestro Padre celeste, que transforma y reforma la vida.

(Texto traducido por desde el video ZENIT)

 

COP 21: el Papa pide empeño conjunto
y una generosa dedicación

Tras el acuerdo de la cumbre de París sobre el clima, invita a "seguir en el camino tomado, en el signo de una solidaridad que se vuelva siempre más operativa"

El papa Francisco después de haber rezado este domingo la oración del ángelus ante 45 mil peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro, recordó la recién concluida cumbre en París sobre el clima, la COP 21.

«La conferencia del clima en París ha terminado con un acuerdo que muchos han definido de histórico. Su actuación pedirá un empeño conjunto y una generosa dedicación por parte de cada uno”, dijo el Papa, indicando así la responsabilidad de cada persona.

“Deseo que sea dada --prosiguió Francisco-- una atención a las poblaciones más vulnerables, exhorto a toda la comunidad internacional a que siga en el camino tomado en el signo de una solidaridad que se vuelva siempre más operativa”.

La conferencia sobre el cambio climático que reunió a representantes de 195 países en París, aprobó ayer sábado un acuerdo final destinado a entrar en vigor a comienzos de 2016. El texto que se logró después de dos semanas de negociaciones ahora deberá ser ratificado por los principales países que generan al menos 55 por ciento de las emisiones globales de gases de efecto invernadero.

Se trata del primer acuerdo de naciones desarrolladas junto a países en desarrollo, con el compromiso de eliminar la producción de carbono, y de gestionar una transición hacia una economía que utilice energía limpia. El acuerdo empeña a los firmantes a realizar esfuerzos con la finalidad de evitar que la temperatura del planeta supere los dos grados centígrados.

El Santo Padre indicó también una próxima cita que inicia el lunes próximo en África: La Conferencia Ministerial de la Organización Internacional del Comercio.

El próximo 15 de diciembre en Nairobi iniciará la Conferencia Ministerial de la Organización Internacional del Comercio. Me dirijo a los países que participarán, para que las decisiones que serán tomadas tengan en cuenta las necesidades de las personas más vulnerables”, dijo.

Pidió también que se tomen en cuenta “las legítimas aspiraciones de los países menos desarrollados y del bien común de toda la familia humana”. En este punto, si bien el Papa no lo dijo directamente, entra el difícil problema de las tasas y limitaciones aduaneras de los países desarrollados a la importación de los productos agrícolas producidos por los en vías de desarrollo.


 

Texto completo del Ángelus del papa Francisco
del domingo 13 de diciembre de 2015

El Papa recuerda que ninguna categoría de personas está excluida de recorrer el camino de la conversión

El santo padre Francisco, desde la ventana de su estudio que da hacia la plaza de San Pedro, rezó este domingo la oración del ángelus ante los miles de peregrinos allí reunidos. El Papa recién llegaba desde la catedral de Roma, la basílica de San Juan de Letrán, donde poco antes había abierto la Puerta Santa.

Recordando al profeta Sofonías recordó que no se pueden pedir sobornos, ha hablado  del acuerdo COP 21 que ha sido definido como histórico. Pidió no olvidarse de los países en desarrollo en la próxima Conferencia internacional del comercio; y al movimiento de los Focolares les animó de proseguir el diálogo de paz con los musulmanes, porque todos somos hijos de Dios

A continuación las palabras del Papa:

«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el evangelio de hoy hay una pregunta realizada bien tres veces: “¿Qué debemos hacer?”. La dirigen a Juan el Bautista tres categorías de personas: una, la multitud en general; segundo, los publicanos, o sea los exactores de los impuestos; y tercero algunos soldados.

A cada uno de estos grupos el profeta les pregunta qué deben hacer para obtener la conversión que él está predicando. A la pregunta de la multitud Juan responde que compartan los bienes de primera necesidad: Al primer grupo, a la multitud, le dice que compartan los bienes de primera necesidad. Y les dice así: “Quien tiene dos túnicas, dé una a quien no tiene, y quien tiene para comer, haga lo mismo”.

Después, al segundo grupo, al de los exactores de los impuestos les dice que no exijan nada más que la suma debida; ¿Qué quiere decir esto? No pedir sobornos. Es claro.

Y al tercer grupo, a los soldados les pide no extorsionar a nadie y de acontentarse con su salario.

Son las respuestas, tres respuestas para un idéntico camino de conversión que se manifiesta en empeños concretos de justicia y de solidaridad. Es el camino que Jesús indica en toda su prédica: el camino del amor que actúa en favor del prójimo.

De estas advertencias de Juan Bautista entendemos cuales eran las tendencias generales de quien en aquella época tenía el poder, bajo las formas más diversas. Las cosas no han cambiado tanto ¿eh?

Entretanto ninguna categoría de personas está excluida de recorrer el camino de la conversión para obtener la salvación, ni siquiera los publicanos considerados pecadores por definición.

Ni siquiera ellos están excluidos de la salvación. Dios no excluye a nadie de la posibilidad de salvarse. Él está, se puede usar esta palabra, 'ansioso' de usar misericordia hacia todos y acoger a cada uno en el tierno abrazo de la reconciliación y del perdón.

A esta pregunta: ¿Qué debemos hacer?, la sentimos también nuestra. La liturgia de hoy nos repite con las palabras de Juan, que es necesario convertirse, es necesario cambiar dirección de marcha y tomar el camino de la justicia, de la solidaridad, de la sobriedad: son los valores imprescindibles de una existencia plenamente humana y auténticamente cristiana.

¡Conviértanse!, es la síntesis del mensaje del Bautista. Y la liturgia de este tercer domingo de Adviento nos ayuda a descubrir nuevamente una dimensión particular de la conversión: la alegría. Quien se convierte y se acerca al Señor siente la alegría.

El profeta Sofonías nos dice “Alégrate hija de Sion”, dirigido a Jerusalén; y el apóstol Pablo exhorta así a los cristianos filipenses: “Estén siempre alegres en el Señor”.

Hoy es necesario tener coraje para hablar con alegría, es necesario sobretodo fe. El mundo está asechado por tantos problemas, el futuro está gravado de incógnitas y temores. Y entretanto el cristiano es una persona alegre y su alegría no es algo superficial y efímera, sino profunda y estable, porque es un don del Señor que llena la vida. Nuestra alegría deriva de la certeza de que “el Señor está cerca”. Está cerca con su ternura, con su misericordia, con su amor y perdón.

La Virgen María nos ayude a reforzar nuestra fe, para que sepamos acoger al Dios de la alegría, que siempre quiere habitar en medio de sus hijos. Y nuestra Madre nos enseñe a compartir las lágrimas con quien llora, para poder compartir también la sonrisa».

El Papa reza la oración del ángelus bendice a los presentes y después dice las siguientes palabras:

«La conferencia del clima en París ha terminado con un acuerdo que muchos han definido de histórico. Su actuación pedirá un empeño conjunto y una generosa dedicación por parte de cada uno.

Deseo que sea dada una atención a las poblaciones más vulnerables, exhorto a toda la comunidad internacional de seguir en el camino tomado en el signo de una solidaridad que se vuelva siempre más operativa.

El próximo 15 de diciembre en Nairobi iniciará la Conferencia Ministerial de la Organización Internacional del Comercio. Me dirijo a los países que participarán, para que las decisiones que serán tomadas tengan en cuenta las necesidades de las personas más vulnerables.

Como las legítimas aspiraciones de los países menos desarrollados y del bien común de toda la familia humana.

En todas las catedrales del mundo se abren las 'Puertas Santas', de manera que el Jubileo de la Misericordia pueda ser vivido plenamente en las Iglesias particulares. Deseo que este momento fuerte estimule a tantos a volverse instrumentos de la ternura de Dios. Como expresión de las obras de misericordia se abren también las 'Puertas de la Misericordia' en los lugares de malestar y marginación.

A este propósito saludo a los detenidos en las cárceles de todo el mundo, especialmente a los de la cárcel de Padua que hoy se unen a nosotros espiritualmente en este momento para rezar, y les agradezco el regalo del concreto.

Saludo a todos aquí, los peregrinos que han venido de Roma, de Italia y desde tantas partes del mundo. En particular saludo a los que vienen de Varsovia y Madrid.

Un pensamiento especial va a la Fundación Dispensario Santa Marta en el Vaticano: a los progenitores con sus niños, a los voluntarios y a las monjas Hijas de la Caridad; gracias por vuestro testimonio de solidaridad y acogida.

Y saludo también a los miembros del Movimiento de los Focolares junto a amigos de algunas comunidades islámicas. Vayan adelante, vayan adelante con coraje en vuestro recorrido de diálogo y fraternidad. Porque todos somos hijos de Dios.

Y a todos les deseo que tengan un buen domingo, y un buen almuerzo. Y no se olviden por favor, de rezar por mí. '¡Arrivederci!'».

(Texto traducido y controlado con el vídeo por ZENIT)


 

San Juan de la Cruz - 14 de diciembre

«Figura señera de la Orden carmelita. Gran asceta, místico y poeta, insigne doctor de la Iglesia. Admirado por creyentes y no creyentes. Juan Pablo II lo eligió para realizar su tesis doctoral y lo declaró patrono de los poetas»

La admirable existencia de Juan de Yepes –este excepcional carmelita, aclamado en el mundo entero, considerado con toda propiedad «el más grande de los poetas de lengua castellana»– es una heroica gesta de amor a Dios desde el principio hasta el fin de la misma. La ascética tiene en él a uno de los preclaros ejemplos de lo que significa la entrega genuina; es una de las figuras más representativas de la mística que han pasado por esta sección de ZENIT. Creyó a pies juntillas que todo aquel que ofrece su vida por Cristo la salva, y no se arredró haciendo de su acontecer un admirable compendio de renuncias y sacrificios amén de sufrir el desdén de algunos de los suyos. Dios le alumbró siempre, y en particular, en el momento más álgido de su oscuridad.

Sus padres, Gonzalo de Yepes y Catalina Álvarez, tejedores de profesión y residentes en Fontiveros, Ávila, España, recibieron con gozo a este segundo de los tres hijos que conformarían la familia, cuando nació en 1542. Su padre y su hermano sucumbieron a causa del hambre. Una gran y trágica escuela para el santo. Al enviudar Catalina, quedaron en una situación económica de gran precariedad, y para tratar de contrarrestarla, primeramente se estableció con sus hijos en Arévalo, Ávila, y después en Medina del Campo, Valladolid. Gracias a la caridad ajena, Juan pudo formarse en el colegio de los Niños de la Doctrina, a cambio de prestar su ayuda en la misa, entierros, oficios, y pedir limosna. En 1551 la generosidad de otras caritativas personas le permitió continuar estudios en el colegio de los jesuitas. Tenía que hacer un hueco para trabajar en el hospital de las Bubas, donde se atendían a los afectados por enfermedades venéreas, hasta que decidió convertirse en carmelita. De haber continuado con los jesuitas posiblemente hubiera tenido otras opciones más ventajosas para él y para su familia, pero tomó otra vía, la que estaba destinada para él.

A sus 21 años había sido un alumno ejemplar y tenía la base idónea para ingresar en la universidad salmantina. Era profeso cuando comenzó sus estudios en ella en 1564. Allí contó con excepcionales profesores de la talla de Francisco de Vitoria, fray Luís de León y Melchor Cano, entre otros, y tres años más tarde se convirtió en un consumado bachiller en Artes. El año 1564 fue significativo en su vida. Aparte de haber sido prefecto de estudiantes, fue ordenado sacerdote y conoció a santa Teresa de Jesús. Hacía años que practicaba severas mortificaciones corporales iniciadas siendo alumno de los jesuitas, y al ingresar en la Orden carmelita pidió permiso para continuar realizándolas. Hombre de intensa oración, amaba tanto la soledad que, en un momento dado, no descartó ser cartujo. Ya llevaba grabado en su espíritu la preciada convicción que nos ha legado: «A la tarde te examinarán en el amor; aprende a amar como Dios quiere ser amado y deja tu condición».

La santa de Ávila, que había oído hablar de su virtud, lo reclamó para que le ayudase en la reforma carmelitana que pensaba llevar a cabo. Él, que había tomado el nombre de Juan de Matías, lo reemplazó entonces por Juan de la Cruz. Muy impresionada al conocerlo, Teresa no tuvo duda de que estaba ante un santo. Él la acompañó y fueron parejos en la heroica entrega y ardor apostólico. Juan dejó el reguero de su amor a Dios en Castilla y Andalucía, así como un futuro espléndido en Salamanca, que hubiera acogido con gusto su sabiduría. Fundó en Valladolid, Duruelo, Mancera y Pastrana, ostentando oficios de subprior y maestro de novicios. Fue rector en Alcalá de Henares, vicario y confesor de las carmelitas del monasterio abulense de la Encarnación, a petición de santa Teresa, entre otras misiones relevantes.

Sus propios hermanos se levantaron contra el celo apostólico del santo, resistiéndose a una reforma que solo pretendía conquistar una mayor fidelidad al carisma. En un entramado de secretas ambiciones y resentimientos, fue apresado y recluido en un minúsculo e inhóspito lugar durante nueve meses, manteniéndole en inenarrables y pésimas condiciones. Sufrió de forma indecible física y espiritualmente. La soledad y la oscuridad en su espíritu, combatida con férrea confianza en la divina Providencia, fueron el germen del incomparable Cántico Espiritual. Ebrio de amor divino trataba de condensar en su prodigioso verbo la pasión que le consumía: «¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste, habiéndome herido; salí tras ti clamando, y eras ido»… Previendo una muerte inminente, recibió el consuelo del cielo y, con él, la libertad, que obtuvo evadiéndose de noche, a escondidas, de sus guardianes: sus hermanos.

Reforzado en su experiencia mística y determinación a dar a conocer al único Dios Amor, se trasladó a Beas de Segura, Jaén, donde siguió ayudando a las carmelitas. Allí entabló fraterna amistad con la religiosa Ana de Jesús. Luego fundó un colegio en Baeza, y prosiguió su incansable recorrido por Granada y Córdoba, donde estableció otro convento en 1586. Todo se le quedaba corto para entregárselo a Cristo. La sed de sufrimiento para asemejarse a Él ardía dentro de sí: «Padecer, Señor, y ser menospreciado por Vos». Vio realizado este anhelo.

Tras nuevo convulso capítulo en su Orden, mientras se hallaba destinado en Segovia lo despojaron de sus misiones y lo exiliaron a México. No llegó a marcharse. Viajó a La Peñuela camino de Andalucía. Enfermó y lo trasladaron a Úbeda, donde fue tratado con impávida frialdad por su prior, siendo mal atendido desde el punto de vista médico. De modo que este gran místico, poeta genial de Dios, murió a los 49 años la madrugada del 14 de diciembre de 1591. Clemente X lo beatificó el 25 de enero de 1675. Benedicto XIII lo canonizó el 27 de diciembre de 1726. Pío XI lo declaró doctor de la Iglesia en 1926, y Juan Pablo II patrono de los poetas en 1993. Sigue retumbando el eco de su amor, junto al Cántico, en el resto de sus obras: la Noche oscura, Llama de amor viva y Subida del Monte Carmelo, entre otras.