Cuando Benedicto XVI propuso la feliz expresión de “minorías creativas” para invitarnos a ser levadura en la masa y comprometernos, particularmente los laicos, desde el testimonio personal en diferentes formas asociativas, hubo quienes, también desde dentro de la Iglesia, le afearon al Santo Padre que nos colocara de partida en una situación de aparente desventaja, como minoría, alejados de los momentos de esplendor y convocatoria de masas que supuestamente disfrutábamos. No era una propuesta desesperanzada, al contrario: podía cimentarse en verdadera esperanza porque no partía de utopías posibles sino de la más descarnada realidad. “Yo diría – afirmó el papa alemán – que normalmente son las minorías creativas las que determinan el futuro, y en ese sentido la Iglesia católica debe entenderse como minoría creativa que tiene una herencia de valores que no son algo del pasado, sino una realidad muy viva y actual”.

En medio de este piélago de secularización y relativismo moral, España se despierta hoy partida en trozos parlamentarios, las dos España son ahora cuatro (o algunas más). No nos engañemos. Minoría, más o menos creativa, los católicos (de facto) ya lo éramos mucho antes de las elecciones. Otra cosa son el catolicismo social y las encuestas del CIS.

Es notorio que nuestra presencia en la vida pública española es muy mejorable. Necesita articularse mejor y no estamos en absoluto hablando de abanderar un partido católico sino de avivar la presencia de los católicos en la sociedad civil, también en los partidos. A las pruebas nos remitimos para ver hasta qué punto la presencia católica en nuestros partidos políticos es irrelevante o directamente nula, incluso en algún caso habiendo sido convenientemente purgada desde la dirección. Y a las pruebas podemos remitirnos para ver hasta dónde ha calado la secularización interna de la propia Iglesia, sobre todo en algunos lugares de España. En esos casos, los datos electorales son un indicio más de que la mies es mucha y los obreros pocos.

Lo que los católicos estamos esperando, todavía en Adviento, es mucho más importante que un presidente de Gobierno (aunque esto lo sea y deba importarnos también mucho). Si creemos la Verdad más grande, lo demás vendrá por añadidura. Seremos minorías, sí, pero creativas, que contribuiremos a la regeneración moral y política que tan de boca en boca va. El anuncio amable y firme de la Verdad sigue siendo nuestro desafío más inmediato. Desde ahí, como católicos y como españoles, estamos llamados a trabajar por el bien común, a ser puentes y bisagras, a proponer sin imponer, sin complejos y sin miedo, en viejos o en escenario nuevos, porque nosotros somos, o debemos ser, siempre novedad. Nos lo dice el Señor en el Evangelio de Mateo: “¿por qué estáis amendrentados, hombres de poca fe? (…) Entonces se levantó, reprendió a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma”.