Tribunas

La conversión de la Iglesia universal en el Año de la Misericordia

Salvador Bernal

Termina el año, y es tiempo de balances, antes de comenzar 2016 con la Jornada de la Paz. Esta vez, la reflexión resulta inseparable de la contemplación del misterio de la misericordia, con la conciencia de las luces nuevas de esa fuente de alegría, serenidad y paz. El papa Francisco recordó y subrayó, en la bula de convocatoria del Año, el carácter teológico de fondo, tanto desde el punto de vista del misterio de la Santísima Trinidad, como de la consideración de una “ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida”.

Sin duda, ese sentido profundo contribuirá también al mejoramiento de la realidad íntima de la Iglesia, en conexión con los grandes objetivos del Concilio Vaticano II, recordados una y otra vez por los pontífices en las últimas décadas.

Además de las referencias que proceden de Francisco, en audiencias y catequesis, me parece que puede ser útil repasar ideas del discurso del cardenal Gerhard Ludwig Müller a los obispos de Chile en la inauguración de su 110ª Asamblea Plenaria, celebrada del 9 al 13 de noviembre. La síntesis del Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe va más allá de los destinatarios inmediatos: iluminan a los católicos de occidente. Para los de oriente, el problema es la persecución y supervivencia, sin espacio para vacilaciones ni disquisiciones accidentales.

Quizá porque se cumplieron los cincuenta años de la clausura del Concilio Vaticano II, se han resucitado polémicas que parecían superadas: deberían estarlo, por ejemplo, en cuanto al papel de las conferencias episcopales o al carácter radical del primado de Pedro. Pero el Card. Müller no considera ociosa “una reafirmaron personal de nuestra unión al Papa”, y reproduce el consejo de san Pedro Crisólogo en la carta a Eutiques, convencido de que “no podemos tratar temas que afecten a la fe sino en comunión con el obispo de Roma”.

En tiempo de una nueva evangelización, al problema radical de la ignorancia se une –también en América el de “ambientes teológicos y pastorales en los cuales se han introducido errores y deformaciones, que nosotros como pastores debemos descubrir, juzgar y corregir”. Siempre, pero más aún en el Año de la Misericordia, se impone armonizar el antiquísimo y sabio principio delsuaviter in modo, fortiter in re, que recuerda también el Cardenal.

Desde su experiencia germánica y su atalaya romana, confirma la introducción en el catolicismo de “elementos propios del protestantismo liberal”. El problema fue señalado por Juan Pablo II y Benedicto XVI, como también por Francisco: “la tendencia al relativismo se ha presentado en el mundo de una manera violenta y por estar nosotros inmersos en él, también en la Iglesia se ha hecho presente”. Se refleja en cierto sincretismo religioso de cuño New Age. Además, “las verdades antropológicas esenciales sobre la persona humana se han diluido, siendo la expresión más evidente el primado de la teoría del género, que implica un cambio antropológico completo en la concepción cristiana de la persona humana, del matrimonio, de la vida, etc.”

El mundo vive “momentos de grandes cambios espirituales y culturales”. Se plantean con la celeridad de las nuevas tecnologías de la comunicación. No faltan tensiones y situaciones que reflejan la crisis de los espíritus. Pero no se puede abandonar con ligereza el sensus fidei, que “es una propiedad de la fe teologal que, consistiendo en un don de Dios que hace adherirse personalmente a la Verdad, no puede engañarse”.

El Card. Müller alude brevemente a confusiones derivadas de la aplicación de metodologías psicológicas, como si fueran “camino principal de discernimiento vocacional, formación y crecimiento interior”. No utiliza la expresión neopelagianismo, pero se adivina cuando afirma que “se produce una desfiguración de la finalidad de los sacramentos, de la oración y de las enseñanzas tradicionales de la Iglesia acerca de la vida cristiana y vocacional”.

Frente al uso y abuso de los “signos de los tiempos”, tan reiterados desde el Concilio para sugerir o justificar decisiones, “es necesario volver a insistir que nuestra reflexión teológica y sus consecuencias pastorales deben partir del dato revelado, de aquí la importancia de una enseñanza adecuada de los contenidos de Catecismo de la Iglesia Católica, que San Juan Pablo II entregó a la Iglesia señalándolo ‘como un instrumento válido y autorizado al servicio de la comunión eclesial y como una norma segura para la enseñanza de la fe’ (Constitución Apostólica Fidei Depositum, 4)”.