Tribunas

Por las ideas también se muere en el siglo XXI

Salvador Bernal

No me refiero a acciones terroristas cometidas por el yihadismo internacional, aunque tengan a veces objetivos directos, basados en comportamientos intelectuales, como fue el caso del asalto a la escandalosa revista francesa Charlie Hebdo a comienzos de 2015.

Tampoco hablaré de la persecución a los cristianos en Oriente Medio, en Indonesia y Pakistán, o en tantos lugares de África. En algunas casos se mezcla con cuestiones tribales, como en la República Centroafricana. Pero, en conjunto, la radicalización de islamistas y budistas (que no son en aquellas regiones los idílicos pacifistas del mundo occidental) está provocando un número de mártires y refugiados incompatible con el desarrollo actual del planeta.

De esos gravísimos temas he escrito en diversas ocasiones. Hoy quiero referirme a informes recientes –balances de fin de año relativos al asesinato de periodistas civiles y de pastores religiosos, en el ejercicio de sus deberes profesionales o evangelizadores.

La violencia islamista no perdona a los propios musulmanes, como acaba de comprobarse con la condena a muerte de supuestos terroristas en Arabia Saudita: 43 miembros de Al Qaeda y cuatro activistas chiitas, entre los que estaba el influyente imán Nimr al-Nimrits: su ejecución ha suscitado la ira de Teherán, que ha amenazado a Riad en términos muy duros, ha ardido ya la embajada árabe en la capital iraní, y el conflicto podría ir a mucho más. Ha sido la ejecución masiva más numerosa desde 1980, cuando se ajustició a 63 yihadistas, atacantes de la gran mezquita de la Meca en 1979.

La violencia engendra violencia. Lo recuerda el Comité para la Protección de los Periodistas de Nueva York: el 40% de los periodistas asesinados en 2015 en el ejercicio de su profesión, 28 de un total de 69 (61 en 2014), murió a manos de grupos terroristas como Al Qaeda o el Estado Islámico. Entre ellos, los fallecidos en el antes mencionado atentado de París a comienzos de 2015. Además, según el informe de Reporteros sin fronteras, se han producido 119 secuestros, y unos 40 periodistas permanecen como rehenes en diversos países del mundo.

Como es natural, la muerte llega con más amplitud para quienes cubren informaciones en zonas de guerra, como es el caso de Siria: encabeza un año el triste ranking mundial de informadores fallecidos, aunque ha disminuido el número total, consecuencia también de la reducción de periodistas locales y corresponsales extranjeros en la región. Además, el narcotráfico y la denuncia de la corrupción o de violaciones de derechos humanos siguen estando en el origen de muchos homicidios.

La agencia Fides informa, por su parte, del asesinato en 1015 de 22 personas, englobadas en términos generales como “agentes de pastoral”: sacerdotes, religiosos, catequistas, laicos. Incluye sólo las muertes violentas, no las derivadas de los riesgos asumidos generosamente por la atención de los enfermos en epidemias virulentas como la aún no lejana del virus Ébola, que causó la muerte a varios hermanos hospitalarios de san Juan de Dios.

La mayor parte de esas muertes violentas –Fides no utiliza el término martirio, para no anticiparse a un posible juicio de la Iglesia derivan de intentos de robo o hurto; a veces, las agresiones se han producido “con ferocidad, una señal del clima de decadencia moral, de pobreza económica y cultural, que genera violencia y desprecio por la vida humana”. Algunos misioneros fueron asesinados “por las mismas personas a las que ayudaban, otros abrieron la puerta a quienes pedían ayuda y fueron atacados, otros fueron asesinados durante un robo, para otros el motivo de los asaltos y secuestros que terminaron trágicamente no está claro, y tal vez nunca se sepan las verdaderas causas”. Curiosamente se lleva la palma Estados Unidos, con ocho casos. En lo que va de siglo, se ha producido un total de 396 muertes violentas, que alcanzaron también a cinco obispos.

Se trata de facetas diversas, con el denominador común de morir por ideas, principios y creencias. Vale la pena considerarlo, para seguir poniendo medios que eviten ese drama humanitario. Además, ayudan a entender desde otro punto de vista la necesidad de la misericordia, reiterada una y otra vez por el papa Francisco, frente a la globalización de la indiferencia. En fin, muestran la inconsistencia cultural del pensamiento débil y de tanta manifestación frívola de lo políticamente impuesto.