Tribunas

Papá, ¿adónde van los Reyes?

José Francisco Serrano Oceja

La Cabalgata de Reyes Magos es especial. Siempre es especial. Abuelos, padres y niños, todas las generaciones; jóvenes y adolescentes bullangueros; un motivo social de presencia pública, las calles repletas de alegría, de nervios; los niños como protagonistas, los niños “astros” que diría un educador del siglo XX, principio de la pedagogía.

Y la sociedad civil, también la comercial, en la plaza pública. Luces, colores, música, alegría como antesala de la felicidad, y magia, mucha magia.

Con la magia el relato, la presencia de tres Magos de Oriente que, según la narración bíblica, se ponen en camino para presentarle sus dones al niño Dios. Colofón de la Navidad, Navidad plena, el don, la vida como don, el agradecimiento por el don de la vida. Todo esto, y mucho más, es y representa la Cabalgata de Reyes.

Esta pasada noche asistí, con frío exterior y con calor ilusionado interior, a la Cabalgata de Reyes en Madrid. En los últimos quince años, según el calendario familiar, he participado en las Cabalgatas de, al menos, Santander, Valladolid, Palencia y Salamanca. También, en una ocasión, en Madrid. Y como las aguas venías revueltas, apostado en la Plaza Cibeles, puse la Cabalgata a tiro de crítico observador.

A medida que iban pasando las carrozas, una vez que aguantamos un concierto de música étnica y popular en el que los villancicos tradicionales brillaban por su ausencia, pensé que el relato evangélico de la Epifanía, de la presencia de los Magos, que daba sentido a ese acto, había pasado a la historia.

En silencio, por motivos y razones varias, con la claudicación de unos cuantos, que con públicos silencios cómplices dan palmaditas a los responsables de tamaño desaguisado. Y con le concurso de la algarabía de una sociedad que piensa que lo mejor es divertirse hasta morir, como diría el clásico.

Para colmo, el relato de Walt Disney sustituye al relato del Evangelio. Ahí es nada. No seré yo quien reivindique que, en las Cabalgatas, se presenten los modelos infantiles y juveniles de santidad –¿por qué no?- pero lo que me parece asombroso es que los motivos principales sean los de la ficción cinematográfica y televisiva. Ese precioso género de los dibujos animados… Un mundo de ficción alejado de la realidad.

La ausencia de imágenes de la narrativa navideña –ya, ni pastores- era clamorosa. Perdón, lo que no se les escapó a los organizadores es el dragón del año Chino, o la reivindicación de la Madre Tierra, sí, de la diosa madre tierra bolivariana.

Durante la Cabalgata me pregunté, quizá por la inquietud de los niños que me rodeaban, si llegará un día que los cristianos tendrán que organizar sus cabalgatas, quizá las parroquias. Creo que no. Me aterra el gueto y la limitación de presencia social.

Lo que está claro, a estas alturas de 2016, en España, en esta España que no sé si ha dejado de ser católica, es que en el acto popular, público, callejero, social, familiar, más importante del año, la presencia de lo cristiano ha desaparecido. Así, por real decreto de no sé quien, o sí, qué más da ahora.

Ojo, nada de sentimentalismo, de nostalgias y de añoranzas. Nosotros somos nuestro tiempo. Por eso, mi hijo Juan Pablo me preguntó al final de la Cabalgata: Papá, ¿a dónde iban los Reyes? ¿Por qué no está Jesús?

Por cierto, me dicen que en Santander no ocurrió así. Que desfiló el portal de Belén. Siempre nos quedara la bahía…

 

José Francisco Serrano Oceja