Nuestra vida consagrada tiene sentido porque permanecer con Él e
ir por los caminos del mundo llevándolo a Él, nos ajusta a Él, nos
hacer ser Iglesia, don para la humanidad. Así lo explica el papa
Francisco en el mensaje que tenía preparado para los participantes
de la conclusión del
Año de la Vida Consagrada. Durante
el encuentro, el Santo Padre ha preferido
improvisar
otro discurso y ha dejado el texto al prefecto de la
Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedad
de Vida Apostólica, el cardenal João Braz de Aviz, para que los
distribuya.
Si estamos aquí es porque hemos respondido sí a la
invitación de Jesús a seguirle, le ha recordado el Papa a los
presentes. “A veces se ha tratado de una adhesión llena de
entusiasmo y de alegría, a veces más sufrida, quizá incierta. Sin
embargo lo hemos seguido, con generosidad, dejándonos guiar por
caminos que no habíamos ni siquiera imaginado” precisa el Santo
Padre.
De este modo, en el texto que tenía preparado, el Pontífice
señala que el Año que estamos concluyendo ha contribuido a hacer
resplandecer más en la Iglesia la belleza y la santidad de la vida
consagrada, intensificando en los consagrados la gratitud por la
llamada y la alegría de la respuesta. Asimismo, afirma que “cada
consagrado y consagrada ha tenido la posibilidad de tener una
percepción más clara de la propia identidad”, y así “proyectarse
en el futuro con ardor apostólico renovado para escribir nuevas
páginas de bien, sobre la huella del carisma de los Fundadores”.
En esta línea, el Papa observa que el Año concluye pero
“continúa nuestro compromiso de permanecer fieles a la llamada
recibida y a crecer en el amor, en el don, en la creatividad”.
Por otro lado, el Santo Padre explica tres palabras concretas
para vivir la vocación del consagrado. En primer lugar
“profecía”. Estáis llamados — señala– sobre todo a proclamar, con
vuestra vida antes aún que con las palabras, la realidad de Dios:
decir a Dios. Para hacer conocer a Dios “es necesario tener una
relación personal con Él, y para esto se requiere la capacidad de
adorarlo, de cultivar día tras día la amistad con Él, mediante el
coloquio corazón a corazón en la oración, especialmente en la
adoración silenciosa”.
La segunda palabra que les ha ofrecido el Santo Padre es
“proximidad”. Seguir a Cristo — ha indicado– quiere decir ir allí
donde Él ha ido; cargar sobre sí, como buen Samaritano, al herido
que encontramos a lo largo del camino; ir a buscar a la oveja
perdida. El Pontífice invita a ser como Jesús, cercanos de la
gente, “compartir sus alegrías y sus dolores; mostrar, con nuestro
amor, el rostro paterno de Dios y la caricia materna de la
Iglesia”. Y les pide también que “ninguno nos sienta nunca lejos,
desapegados, cerrados o estériles” recordándoles que cada uno está
llamado a servir a los hermanos siguiendo su propio carisma. Lo
importante es “no vivir para sí mismo, como Jesús no ha vivido
para sí mismo, sino para el Padre y para nosotros”, asegura.
Finalmente, la última palabra es “esperanza”. Al respecto, el
Pontífice precisa que testimoniando a Dios y su amor
misericordioso, con la gracia de Cristo pueden infundir esperanza
en esta nuestra humanidad marcada por diversos motivos por el
ansia y el temor y tentada a veces por el desaliento. A propósito
del diálogo ecuménico, asegura que el testimonio carismático y
profético de la vida de los consagrados, en la variedad de sus
formas, puede ayudar a reconocernos todos más unidos y a favor de
la plena comunión.
Para concluir, el papa Francisco pide a los presentes que, en
su apostolado cotidiano, no se dejen condicionar por la edad o el
número. Lo que más cuenta –afirma– es la capacidad de repetir el
“sí” inicial a la llamada de Jesús que continúa a hacerse sentir,
de manera siempre nueva, en cada etapa de la vida.
En la homilía de este lunes, el Santo Padre reflexiona
sobre el camino hacia la santidad del rey David
El papa Francisco, en la homilía de la primera misa del mes de
febrero celebrada en Santa Marta, ha subrayado que la humildad
es el camino de la santidad. De este modo, el Santo Padre ha
reflexionado sobre la historia del rey David que, consciente de
su pecado, acepta las humillaciones con espíritu de confianza en
el Señor. Asimismo, ha asegurado que Dios perdona el pecado,
“pero las heridas de una corrupción difícilmente sanan”.
El
Pontífice ha explicado que el rey David “está a un paso de
entrar en la corrupción”, pero el profeta Natán, enviado por
Dios, le hace entender el mal que ha realizado. Así, el Papa ha
recordado que David es pecador pero no corrupto porque “un
corrupto no se da cuenta”. Por eso, ha precisado que “es
necesaria una gracia especial para cambiar el corazón de un
corrupto”. Y David, que tenía el corazón noble aún reconoce su
culpa. Y Natán le dice: “el Señor perdona tu pecado, pero la
corrupción que has sembrado crecerá. Has matado a un inocente
para cubrir un adulterio. La espada no se alejará nunca de su
casa’.
Por eso, el Santo Padre ha indicado que “Dios perdona el
pecado, David se convierte pero las heridas de una corrupción
difícilmente sanan. Lo vemos en muchas partes del mundo”. David
debe enfrentar al hijo Absalón, ya corrupto, que le hace la
guerra. Pero el rey reúne a los suyos y decide dejar la ciudad y
deja volver el Arca, no usa a Dios para defenderse. Se va “para
salvar a su pueblo”. Y este –ha precisado– es el camino de
santidad que David, después de ese momento en el que había
entrado en la corrupción, comienza a hacer.
El Pontífice ha proseguido la homilía recordando que David
llorando y con la cabeza cubierta deja la ciudad y hay quien le
sigue para insultarlo. Entre estos, Simei le llama
“sanguinario”, lo maldice. David acepta esto porque, tal y como
ha afirmado el Papa, “si maldice es porque el Señor” se lo ha
dicho.
El Papa ha proseguido explicando que “David sabe ver los
signos: es el momento de la humillación en el cual él está
pagando su culpa”. Y ha añadido: “este es el recorrido de David,
desde el momento de la corrupción a este confiarse a las manos
del Señor. Y esto es santidad. Esto es humildad”.
Yo –ha observado el Francisco– pienso en cada uno de
nosotros, si alguno nos dice algo, algo feo”, “enseguida
tratamos de decir que no es verdad”. O hacemos como Simei:
“damos una respuesta más fea aún”.
Por otro lado, el Santo Padre ha aclarado que “la humildad
solamente puede llegar a un corazón a través de las
humillaciones. No hay humildad sin humillaciones y si no eres
capaz de llevar algunas humillaciones en tu vida, no eres
humilde”.
Finalmente, el Pontífice ha resaltado que “el único camino
para la humildad es la humillación. El fin de David, que es la
santidad, viene a través de la humillación. El fin de la
santidad que Dios regala a sus hijos, regala a la Iglesia, viene
a través de la humillación de su Hijo, que se deja insultar, que
se deja llevar a la Cruz, injustamente”. Y este Hijo de Dios que
se humilla –ha concluido– es el camino de la santidad. Y David,
con su actitud, profetiza esta humillación de Jesús”.
El Obispo de Roma ha invitado hoy a pedir la gracia, para
cada uno de nosotros, para toda la Iglesia, la gracia de la
humildad, pero también la gracia de entender que no es posible
ser humildes sin humillación.
La intención universal del apostolado de la oración del Santo
Padre para el mes de febrero de 2016 es:
“Para que cuidemos de la creación, recibida como un don que hay
que cultivar y proteger para las generaciones futuras”.
Su
intención evangelizadora es: “Para que aumente la oportunidad de
diálogo y de encuentro entre la fe cristiana y los pueblos de
Asia”.
“
Testimoni del Risorto” (Testigos del Resucitado) es el
nombre del libro que contiene las actas del curso anual de
formación para los nuevos obispos y que ha sido presentado este
lunes en la sala de prensa de la Santa Sede, por el cardenal
Marc Ouellet, prefecto para la Congregación de los Obispos; el
secretario de dicha congregación, monseñor Ilson Montanari, y
monseñor Francisco Cacucci, obispo de Bari y relator en el curso
anual.
El libro de 282 páginas, editado por la Librería
Editora Vaticana, ha sido dedicado al papa Francisco “como
signo de gratitud por su enseñanza sobre la identidad y misión
del obispo”.
El libro inicia con el texto de la primera audiencia del papa
Francisco a los obispos nombrados durante el último año, y sigue
con las relaciones de los diversos obispos, partiendo por el
cardenal Marc Ouellet, y seguido por los cardenales Gerhard
Müller, Angelo Scola, Kurt Koch, Leonardo Sandri, George Pell y
Jean Louis Tauran.
El cardenal Ouellet, inició recordando que estos cursos
anuales iniciaron en el 2001, con el cardenal Giovanni Battista
Re y que el próximo por lo tanto será la 16ª edición. En la base
de los cursos está la Exhortación apostólica pos sinodal
Pastori Gregis, que señala que “así como para los
sacerdotes y las personas de vida consagrada, también para un
obispo la formación permanente es una exigencia intrínseca a su
vocación y misión”. Recordó además que “el obispo deberá sentir
como un propio deber el de activarse personalmente para la
constante formación integral”.
Estos encuentros, precisó, se realizan con el patrocinio de
la Congregación de los Obispos y de la Iglesia Orientales y
ocasionalmente con la Congregación para la Evangelización de los
Pueblos. Y que durante estos años por lo tanto, unos 1600
obispos han vivido en Roma esos 8 o 9 días de intercambio
fraterno, conferencias, discusiones y especialmente el encuentro
con el Santo Padre y representantes de la Curia romana y del
episcopado mundial.
El purpurado señaló que desde el año pasado “hemos invitado a
algunos obispos con unos cinco años de ministerio, a una pausa
de reflexión y a compartir con el debido tiempo los ejercicios
espirituales, con ayuda de los padre jesuitas”, una iniciativa
que “fue muy apreciada”.
La formación permanente significa, precisó el número uno de
la Congregación de los Obispos, aprender a dialogar más
intensamente con el destinatario de nuestro servicio pastoral,
porque “Dios mismo no quiere ser servido solamente por
funcionarios competentes, sino por amigos fieles dispuestos a
dar la vida por él”. Además de aprender a dialogar con las
otras Iglesias en espíritu de solidaridad episcopal.
El cardenal añadió que ‘ser testigos del Resucitado’
“significa todo esto y no solamente”, porque “ser obispo cada
día es dedicarse a un ministerio difícil, que no puede ser
vivido a no ser que sea en comunión con los otros gracias a una
conciencia profunda de la identidad eclesial del pastor”.
Y concluyó indicando su gratitud al papa Francisco por su
“ejemplo luminoso” que es incisivo a nivel universal, mucho más
allá de las fronteras de la Iglesia.
Por su parte monseñor Montanari indicó que la presencia de
estos obispos que vienen a Roma, ha permitido conocer más de
cerca la situación de sus Iglesias, actualmente muchas veces en
dificultad y en situaciones de minoría, para así estrechar con
ellos una relación fraterna.
Precisó también que el ambiente en el que se realiza el
congreso, en el seminario de los Legionarios de Cristo, “ha
garantizado con éxito, el desarrollo con regularidad del
simposio a lo largo de los años”.
Monseñor Francesco Cacucci quiso precisar que en un tiempo
de superactivismo y de fragmentación, el obispo está
llamado más que nunca “a ser hombre de síntesis y a ayudar a los
hermanos y amigos sacerdotes a buscar lo esencial”. Y recordó
en este sentido “la invitación del papa Francisco a vivir una
sinodalidad efectiva”. Lo que quiere decir, “caminar juntos
(sínodo), con los sacerdotes, consagrados y laicos”. Así como
también destacó un tema difícil que es la relación
autoridad-obediencia, y la obediencia con la renuncia
consiguiente que puede implicar.
Faltan menos de dos semanas para que el papa Francisco llegue a
México. Ya son miles de personas las que han manifestado su
deseo de participar en alguno de los eventos que presidirá el
Santo Padre durante su viaje apostólico. Por ello, las diócesis
anfitrionas –México, Ecatepec, San Cristóbal de Las Casas,
Tuxtla Gutiérrez, Morelia y Ciudad Juárez– han hecho grandes
esfuerzos para aumentar los cupos en los lugares donde se
realizarán las misas o encuentros.
Sin embargo, tal y como
explica SIAME, el sistema informativo de la arquidiócesis de
México, “para garantizar la seguridad y los servicios a las
personas que participarán, se han tenido que limitar los cupos,
teniendo en cuenta las disposiciones de Protección Civil,así
como la implementación de baños, centros de hidratación, puestos
de primeros auxilios, etc”. En este sentido, “para llevar un
control se emiten los boletos gratuitos, de tal modo que no se
tenga un sobrecupo que pudiera provocar alguna dificultad a los
asistentes”.
De este modo, las diócesis anfitrionas y las comisiones o
dimensiones episcopales involucradas enviaron por correo
electrónico invitaciones a las diócesis del país para que les
hicieran llegar las solicitudes de boletos que habían recibido,
y, teniendo en cuenta la capacidad de cada lugar, “han propuesto
una distribución equitativa que fue presentada el pasado 26 de
enero al Consejo de Presidencia y al Consejo Permanente, que
representa a las 18 provincias eclesiásticas que agrupan a las
93 diócesis de México”. Cada obispo, “determinará la manera de
distribuir los boletos en su diócesis”.
En total se han impreso de 882,225 boletos, en los que se
especifica la misa o evento, el lugar, el día, la hora de inicio
de ingreso, la puerta de acceso, la zona y lo que se prohíbe
introducir. Asimismo, “todos y cada uno de los boletos cuentan
con candados de seguridad, según instrucciones del Estado Mayor
Presidencial, a quien corresponde la coordinación de la
seguridad del Papa y de todos los asistentes”.
En concreto, para la misa en la Basílica de Guadalupe se
cuenta con 35.366 lugares. Para la eucarística en Ecatepec
300.000. Para la misa en San Cristóbal de Las Casas 10o.000.
Para el encuentro con las familias en Tuxtla Gutiérrez se cuenta
con 109.199. Para la misa con sacerdotes, diáconos,
consagradas, consagrados y seminaristas 22.000.
Para el encuentro con los jóvenes se han preparado 85.000.
Para el encuentro con el mundo del trabajo en Ciudad Juárez son
3.650. Sin embargo, para la misa en Ciudad Juárez serán 210.760.
El resto de los boletos se han preparado para los aeropuertos de
llegada y salida del Santo Padre, así como para las Catedrales
de San Cristóbal de Las Casas y Morelia.
“Ayuda a la Iglesia Necesitada es como una madre para nosotros
cristianos de Siria e Irak. Sin vosotros, muchos de nosotros
estaríamos muertos o hubiéramos emigrado. Tenemos necesidad
extrema de vuestra ayuda, pero lo que os pedimos ahora es la
misericordia. Rezad y ayunad para que el Señor tenga
misericordia de nosotros”.
Este es el llamamiento que ha llegado hasta Ayuda a la
Iglesia Necesitada de parte de patriarca caldeo Louis
Raphael I Sako que, junto al patriarca melquita Gregorios
III Laham, ha enviado a benefactores, voluntarios,
trabajadores y colaboradores de las 21 sedes de AIN en el
mundo, para rezar y ayunar por la paz “en nuestras amadas
naciones”.
Por esta razón, AIN ha decidido promover una
jornada mundial de oración y ayuno para la paz en Siria e
Irak, para el miércoles de ceniza, 10 de febrero, invitando
a todos los cristianos del mundo a adherirse a la iniciativa
que lleva por título: ¿Llevarás su Cruz por un día? En el
miércoles de ceniza reza y ayuna por Irak y Siria.
También se puede formar parte de la campa a través de las
redes sociales, utilizando los hashtag #fastandpray #carrythecross
y #AshWednesday.
Desde el inicio de la crisis siria en marzo de 2011, AIN
ha realizado proyectos para apoyar a la población de Siria e
Irak por un total de 27 millones y 670 mil euros.
Un nuevo atentado terrorista, reivindicado por el Estado
Islámico, ha golpeado a Siria este domingo. Al sur de
Damasco, tres explosiones cerca de la mezquita chiíta de
Sayeda Zeinab, han provocado la muerte de unas 70 personas.
Según la agencia
Sana, que cita fuentes del
Ministerio del Interior, los terroristas han hecho explotar
primero un coche bomba cerca de una estación de autobuses.
Justo después dos kamikazes se han inmolado, matando a las
personas que se habían acercado para ayudar a los heridos.
Más de cien personas han resultado heridas, y entre los
muertos hay cinco niños.
Un acto que –ha denunciado la
Alta representante de la Unión Europea para asuntos
exterioes y la seguridad, Federica Mogherini– aparece como
“un claro intento de interrumpir las conversaciones de paz”
inter-sirias mediadas por la ONU, que se están celebrando en
Ginebra. Hasta esta ciudad suiza ha llegado una delegación
del Alto comité negociador de la coalición de la oposición
siria. Las conversaciones se reanudaron en salas separadas,
en un clima de fuerte desconfianza.
La mezquita donde ha tenido lugar el atentado es meta de
peregrinación para los chiítas, no solo sirios. Ya en el
pasado este lugar había estado en el punto de mira: la
última vez fue en febrero de 2015, con un ataque kamikaze
que mató a 4 personas e hirió a otras 13.
Las alas de la indecisión son los miedos. Los santos las
cercenan. A la doctora de la infancia espiritual, Teresa de
Lisieux, que se había propuesto sobrenaturalizar lo
ordinario adentrándose con paso firme en este sendero de la
perfección, le impactó sobremanera el gesto valiente de un
niño que a sus 9 años tuvo claro que quería ser mártir,
determinación que llevó hasta el final. Era Théophane, cuya
festividad celebra la Iglesia junto a la de otros santos y
beatos en este día de la Presentación del Señor. Y lo que
especialmente llamó la atención de la santa al leer su vida,
fue que, a diferencia de Luís Gonzaga -cuya trayectoria
también conocía-, que había sido un prodigio de virtud,
Théophane encarnaba a esa persona que sin brillantez
especial alguna, al menos en apariencia, alcanza la
santidad. Se sentía identificada con él y quiso emularle
partiendo a las misiones. No pudiendo marchar, en su
clausura se ofreció por estos misioneros.
Théophane nació
en Saint-Loup-sur-Thouet, Francia, el 21 de febrero de 1829.
De familia creyente, que le acompañó espiritualmente y apoyó
en su vocación, a esa edad en la que los niños hacen de los
juegos su principal ocupación, él ya centraba sus ojos
escrutadores en todo lo que tuviera que ver con la fe. En
particular le conmovían las noticias que los «Anales de la
Propagación de la Fe» traían de las misiones, mientras
pastoreaba un rebaño junto a su hermana Melania. Su tierna
psicología no quedó dañada por los crueles martirios que
conocía a través de este medio. Por el contrario, insufló en
su ánimo el deseo de derramar su sangre por Cristo: «¡Yo
también quiero ir a Tonkín, yo también quiero ser un
mártir!». Tras una primera etapa académica, ingresó en
el seminario de Montmorillon y prosiguió estudios en el
seminario mayor de Poitiers. Luego se incardinó en la
Sociedad de Misiones Extranjeras de París con la venia se su
obispo y la previa autorización de su padre, que, aún con
dolor, no dudó en desprenderse del hijo al que amaba de
forma singular, prestándole incondicional apoyo: «Si
sientes la llamada de Dios, cosa que no dudo, obedece sin
vacilar. ¡Que nada te retenga! ni siquiera la idea de dejar
a un padre afligido».
En esa época Théophane había cambiado
radicalmente. Cuando era colegial no estaba adornado de un
carácter modélico; más bien cedía a la contrariedad
fácilmente predominando en ciertos momentos su tendencia a
la ira, al tiempo que exhibía alguna forma de rudeza en los
gestos. La oscilación que sufría su conducta ponía de
manifiesto una falta de madurez, y ello, unido a su
facilidad para la réplica, suscitaba la preocupación del
profesorado que le reconvenía. Luego, él mismo se percató de
la urgencia de su conversión. Se habituó a rezar el rosario
completo, hacía oración, se extremaba en la entrega
cotidiana, y fue dando pasos hacia la perfección sin apenas
darse cuenta.
La muerte de su madre, que se produjo
cuando tenía 13 años, lo encontró dispuesto a afrontar con
fortaleza esa difícil separación: «Revistámonos del
escudo de la fe en esta ocasión; recurramos a la religión,
pues ella sola puede consolarnos en nuestras penas…Y creo
poder aseguraros que nuestra buena madre está en el cielo». Parecían
las palabras de una persona adulta más que de un
adolescente. Ello muestra el paso espiritual que había dado.
Después, en el seminario se había caracterizado, sobre todo,
por su alegría: «Es menester ánimo en la vida». «A pesar
de todo: ¡Viva la alegría!».
En el Seminario de Misiones Extranjeras
de París le encomendaron la schola, donde disfrutaba del
canto gregoriano por el que sentía predilección. Cuando
estaba a punto de ser ordenado enfermó. Encomendándose a la
Virgen superó un trance que había estado revestido de cierta
seriedad, pero dejó su organismo minado para siempre. En
1851 recibió el sacerdocio, y al año siguiente se embarcó a
Hong Kong. En 1854 se hallaba en su ansiado destino: Tonkín,
lugar que consideraba «el camino más corto para ir al
cielo». Antes de llegar ya sabía que su vida corría
peligro. Durante seis años desarrolló su misión apostólica
en la sombra, en medio de numerosos contratiempos, sin tener
una morada fija, y soportando problemas de salud, como un
asma persistente que le agotaba. El estudio de la lengua se
le hacía cuesta arriba y así lo reconocía, pero sabía que
era un instrumento necesario para poder evangelizar. Incluso
tradujo dos libros del Nuevo Testamento.
Era una persona realista y valerosa, que
dio pruebas de una fortaleza poco común cuando después de
ser capturado a finales de noviembre de 1860 quedó apresado
en una minúscula y opresiva jaula de bambú. En ella fue
conducido a Hanoi donde fue condenado a muerte. Se liberó de
tan inhumano encierro cuando fue ajusticiado. Dos largos e
intensos meses que le sirvieron para trazar en la historia
esas líneas magistrales de la santidad que rubrican la
grandeza de un ser humano, contrapunto también a la barbarie
de otros congéneres. Lejos de esta esclavitud atrozmente
impuesta, cada día conquistaba palmo a palmo esa morada que
le aguardaba en la vida eterna. Llevaba a cabo una
apasionada labor evangelizadora, y en ella incluía una
correspondencia epistolar de gran riqueza. Teresa de Lisieux,
al conocerla, dedicó su oración a las misiones.
Gozosamente aguardó su muerte creyendo
que un solo golpe certero bastaría para cercenar el último
eslabón que le separaba de la gloria, y así lo comunicó por
carta a su padre: «Un ligero sablazo separará mi cabeza,
como una flor primaveral que coge el dueño del jardín para
su agrado». Se equivocó. El 2 de febrero de 1861 después
de negarse a pisotear la cruz de Cristo, un guardia beodo
tuvo que asestarle nada menos que cinco golpes de espada
para consumar la decapitación. Pío X lo beatificó el 2 de
mayo de 1909, y Juan Pablo II lo canonizó el 19 de junio de
1988.