Tribunas

Leonard: el ejemplo de un arzobispo

Ernesto Juliá

No es extraño oír  hablar de un obispo, de un arzobispo, de un cardenal, cuando en su conducta algunas personas quieran descubrir -en muchas ocasiones con casi ningún fundamento para encontrar nada- algún punto negro que desdiga de su misión, que dé escándalo; que sirva, en definitiva, para lanzar acusaciones contra su persona y contra la Iglesia.

Por el contrario, cuando un obispo, un arzobispo un cardenal cumple con su misión en la Iglesia, al servicio de los fieles, en unión con Dios, y en unión con toda la Fe y la Moral que la Iglesia ha vivido desde los comienzos hasta hoy y, por tanto, también en comunión con el Papa; la mayoría de las veces, al llegar la hora de su retiro, apenas se le menciona.

Este ha sido el caso, entre otros, de Andrè-Joseph Leonard, arzobispo de Malinas-Bruselas hasta el mes pasado. Fue nombrado en 2010 por Benedicto XVI, que conocía bien su capacidad intelectual y su fidelidad teológica al Magisterio perenne de la Iglesia, además de su unión y fidelidad con el Papa.

Entre otras obras de más envergadura teológica, quizá muchos lectores recordarán su libro “Ama a tu cuerpo. La moral sexual explicada a los jóvenes”, que tanto bien ha hecho, y con el que afrontó con toda claridad la cuestión de la sexualidad humana, que se había visto tan maltratada, tan fuera de su lugar, después de la revolución sexual de 1968 en adelante.

Leonard llegó a Bruselas y se encontró un seminario vacío, con apenas 4 seminaristas dispuestos a ser sacerdotes. Una sequía de vocaciones sacerdotales que Europa, y España, continúan sufriendo de manera notable. Leonard ha dejado la diócesis hace unos meses por límites de edad, con 55 hombres en formación para recibir la ordenación sacerdotal.

Leonard fue noticia en varias ocasiones. Me limito a señalar las dos veces que las lamentables –no encuentro otro adjetivo más caritativo- Femen le asaltaron de malas maneras durante el desarrollo de unas conferencias. Desnudamente cubiertas, estas   “individuas” -tampoco encuentro otro adjetivo; el nombre “mujer” es muy digno para aplicárselo-  lanzaron sobre él cremas, tartas, etc. Leonard reaccionó con calma, serenidad, perdonando, y siguiendo la conferencia, después de “saborear” la crema del pastel que le golpeó una mejilla.

¿Por qué un gesto de baja ralea de diablejo miserable?  El arzobispo restableció en su diócesis las procesiones eucarísticas; se opuso con la oración y el ayuno al reconocimiento legal de la eutanasia; se ha mantenido firme en defensa de la vida del concebido, de la familia, hablando claramente contra el aborto y contra el reconocimiento legal de la unión de homosexuales, en el marco jurídico del matrimonio y  de la familia. Por cierto, recordó también cuando le plantearon la cuestión, que ya el mismo Freud había señalado que la práctica homosexual no se puede considerar como una manifestación de una sexualidad normal.

Y notable ha sido también su preocupación y acción pastoral. En poco más de cinco años  ha visitado detenidamente todos los arciprestazgos de Malinas-Bruselas,  diócesis de unos dos millones y medio de habitantes, con unas 670 parroquias. Pastor cercano a los fieles que Dios le ha encomendado; pastor con hambre de revitalizar la Iglesia belga, que tantos frutos de santidad ha dado a toda la Iglesia a lo largo de los siglos.

Serán los belgas quienes harán un elenco de todo el bien que Leonard ha hecho a la Iglesia en Bruselas, y al restablecimiento de la Fe y la Moral de Cristo; en estas breves líneas, me limito a recoger lo que ha dicho, en una entrevista reciente, a propósito del Año de la Misericordia que esta viviendo la Iglesia:

“Constato que el método del Papa Francisco empieza a tocar a numerosas personas. Pero para muchos, esto exigirá un enfoque que aclare las conciencias. Pues la misericordia supone que se tenga conciencia de la propia miseria para que el corazón de Dios acoja dicha miseria, la asuma, la tome en Él para transfigurarla y donárnosla de nuevo. La misericordia tiene sentido si somos conscientes de que la necesitamos”.

O sea, si somos conscientes de nuestros pecados; si nos arrepentimos del mal que hemos hecho y, arrodillados ante Cristo crucificado le pedimos perdón, y le agradecemos su Misericordia. Entonces le daremos a Dios la alegría de poder ser verdaderamente Misericordioso con nosotros.

Leonard, gracias.

 

Ernesto Juliá Díaz

ernesto.julia@gmail.com