Hannah Arendt escribía en un contexto muy distinto del actual: “Quien quiera hoy hablar acerca de la política ha de comenzar con todos los prejuicios que tiene contra ella”. Por cierto G. K. Chesteron nos recuerda que hay tres cosas que no debe hacer por sí mismo aunque se equivoque: elegir a su propia mujer, limpiarse las narices y decidir en política.

Asistimos a una profunda transformación del agua, del aire antropológico, que respiramos. La política, que no lo es todo, aunque la dinámica política tenga pretensión holísticas, nos remite a una profunda mutación que afecta a tres clase de asuntos: los sujetos, los temas y las condiciones.

Los sujetos, que responde a la pregunta sobre la legitimización para protagonizar la vida política, políticos y ciudadanía. ¿Acaso los políticos de hoy no tienen problemas a la hora de justificar sus privilegios en un momento en que cambian las funciones? ¿Acaso no estamos en un proceso de elitismo invertido? O acaso una sociedad no es madura hasta que hasta que no deja de exorcizar a los políticos exorcizando nuestros propios demonios de culpabilidad. La política siempre ha sido una actividad que requiere articular el equilibrio, en todos los órdenes. Y hoy parece que hay algunos empeñados en desarticular el equilibrio. En definitiva, sigamos preguntándonos quien hace política, cómo hacemos todos política desde la ciudadanía.

Los temas, es decir la agenda política. El debilitamiento, o la ausencia absoluta de determinados temas, por ejemplo los referidos a la antropología y al sustrato de la naturaleza o condición de lo humano. Los conflictos se han desplazado desde los escenarios de clase, igualdad y economía hacia los espacios de identidad, la diferencia y la cultura. Muchos de los conflictos actuales, aunque estén revertidos de conflictos clásicos, no tienen su origen solo en el poder o en la economía sino en experiencias morales, en expectativas de reconocimiento profundamente enraizadas en nosotros. Ojo a las pretensiones de neutralidad que son aporéticas. No nos equivoquemos, existe el poder y existe la diferencia. Por cierto, ¿ocurre siempre que quien tiene el poder suele decidir el significado de la diferencia? Y aquí nos metemos en la cuestión del pluralismo de las sociedad contemporáneas, del que hablaremos más adelante.

Y la condiciones en las que se ejerce la política; los tiempos se aceleran y los espacios se abren, las tecnologías alteran las reglas de juego de manera que le gobierno de lo publico, la soberanía o los límites se convierten en algo distinto de lo que veníamos considerando.