… Nubes negras se ciernen en este invierno extraño. Han cambiado mucho las cosas. La agitación se siente en todos los ámbitos: en la carretera, en la familia, en el trabajo, en la política, en el planeta y sus planetadas. Hace tiempo que era la muerte el “problema”, pero la Ilustración, la ciencia, y la filosofía política nos convencieron que eso era un invento de la Iglesia, y que el infierno estaba clausurado por defunción. Ellos nos abrirían el futuro, nos darían la paz, la salud, la vida, nos sacarían del oscurantismo, nos llevarían a un cielo real, histórico, en definitiva. Pero lo que ha pasado es que después de muchas décadas de política, de filosofía, de sexo libre, de mundo sin ley por exceso de ley, ahora lo que horroriza es la vida. Nos vemos miedosos de la libertad de los otros para matarnos, para educarnos, para conducirnos a los pastos de hierba fresca que nos prometieron. Ya no nos fiamos ni de la madre que nos parió. La incapacidad de relacionarse, la falta de identidad, la angustia ante la soledad, el frío que hace ahí fuera es sobrecogedor, y la calefacción que inventamos contamina el planeta, los cuerpos se vuelven enfermos, veneros, zombis: la autonomía que nos prometió Kant que “ya” llegaba con el atrevimiento, el orgullo y la soberbia de una sociedad civil madura, se ha convertido en psico-dependencias, esclavitud, neurosis, privadas y colectivas, y la supuesta y deseada autonomía nos es más que caos de opiniones encontradas e irreconciliables.

Un paseo por el gabinete de un psicólogo o un psiquiatra nos da la idea de que no es nada exagerado esto que estoy diciendo. Un paseo por las estadísticas de suicidios, de alcohólicos, de drogo dependiente, un paseo por los periódicos que nos muestran que el cumplimiento perfecto del decálogo de los nuevos fariseos es un hecho consumado, que juzgan el comino y pasan el camello. Nos basta: todo el mundo -al menos la masa mayoritaria- deshonra a sus padres enviándolos por su bienestar –eso sí- a la residencia de ancianos o más “compasivamente” está pronta para votar el suicidio asistido, todo el mundo ha perdido el respeto por el descanso, todo el mundo ha convertido la fiesta en estrés, todo el mundo mata, roba, y su ética consiste en hacerlo para que no le pillen, todo el mundo adultera, miente, desea lo del prójimo… Basta analizar las manifestaciones que los psiquiatras hacen de las ansias y las fobias, en sus estudios para ver la mejora sustancial de vida que nos ha aportado el orgullo dionisíaco que se desató con el rechazo del cristianismo. Desde los panegíricos de Maquiavelo a Voltaire, pasando por los grandes profetas: Nietzsche, Marx, Lenin, Heidegger, Sartre, y los alegatos de libertad, democracia, e ironía, de los nuevos posmodernos lo único que ha cambiado es el punto focal del miedo. Los nuevos miedos de hoy en día se encuentran entre nosotros, los nuevos fantasmas que nos quietan el sueño (aunque para eso tenemos pastillas, ansiolíticos, Valium, programas narcóticos de televisión, futbol y drogas, gracias a Dios que respeta nuestra capacidad infinita de alienación) nos han traído “cierta” confusión. La perniciosa tendencia a confundir la realidad con los fantasmas, ha tomado una consistencia tal que lleva a los psiquiatras, a las universidades, a los políticos, a organizar, grandes encuentros mundiales de investigación de los casos que están fuera de control. Acabaríamos antes si solo pensásemos los que parecen estar controlados: ninguno.

Miedos a perder la relación con la única persona que un día (por interés, por miedo a la soledad, por romanticismo, por todo, por nada) me dijo que me quería, mato y le llamamos violencia de género; por miedo a perder el trabajo me auto-exploto, y le llamo capitalismo salvaje; por miedo a perder la seguridad que me ofrece el Estado le adoro y me hago su esclavo; por miedoa no ser o a la soledad me hago un perfil de Facebook mentiroso; por miedo al vértigo que me provoca el misterio incomprensible del “otro” y sus “otredades”, a su libertad a soledad me acompaño de miles de “amigos” sin rostro tridimensional en la red… Miedos acompañados de estrés, vulnerabilidad, emotividad a flor de piel, agotamiento, crisis económica por el miedo a la falta de ética de muchos. La solución es huir hacia adelante: todos roban, yo también robaré; todos adulteran: yo también adulteraré; todos deshonran, yo también deshonrare, todos juzgan, acusan, reivindican, yo también reclamaré mis derechos; nadie siente deberes: yo no voy a ser menos.

Nadie se reconocerá en lo que estoy diciendo. No se reconoce un miedo generalizado y de masas, tan solo cierto espasmo temporal cuando un atentado o una catástrofe nos asola… pero dura un segundo de sobrecogimiento, porque inmediatamente podemos cambiar de canal y ver a un “payaso” –hoy “comentaristas”- haciéndonos sonreír aireando de las miserias de otros.
No, ese no es el problema, por eso no buscamos soluciones. Se trata de pequeños-grandes terrores íntimos que, con extrema facilidad nos obsesionan, pero tan sutil, tan cotidianamente, que aprendemos a vivir con ellos, los somatizamos, los amamos, nos consuelan: un pequeño lamento, un pequeño malestar es tolerable, un lengüetazo de placer nos lo calma, como los perros que se lamen sus heridas, porque mientras pienso en él, los cadáveres que caen a mi lado no adquieren significación, no me exigen responsabilidad, no me inquietan, pero estas pequeñas incomodidades logran apoderarse de la mente. Jean Michel Oughourlian dice en su libro La génesis del deseo, que su consulta está llena de gente triste que sufre sin saber por qué, sin poder objetivas la causa de su dolor. Lo que hoy nos atormenta es el miedo del miedo.

La mujer de Julio César, Calpurnia, le advirtió en la víspera de su asesinato de la conspiración que se cernía sobre él. César respondió: “No debemos tener miedo del miedo”.

Oughourlian nos advierte: por el miedo que tenemos al miedo generamos relaciones enfermizas, falsas identidades, pérdidas de autonomía, pequeños sufrimientos que se transforman en ansiedades insoportables. Dupuy nos alerta en la Metafísica de los tsunamis, que del pánico nadie estamos libres. Pero antes el pánico tenía su justificación: terremotos, guerras, volcanes… hoy una mala mirada, una expulsión del trabajo, un pequeño contratiempo, un lunar analizable, un bulto en el pecho, un pequeño movimiento del gobierno de turno que deje entrever la debilidad congénita de Papá estado hace temblar a los niños y provoca un tsunami. ¿De dónde viene esto?…

Le pongo puntos suspensivos, hasta mañana, porque esta pregunta merece una segunda entrega …