Tribunas

Erre que erre con el Yunque

José Francisco Serrano Oceja

Ahora que el cardenal Ravasi, presidente del Pontifico Consejo para la Cultura, saluda en un articulo en la prensa italiana sobre los puentes a los “queridos hermanos masones”, me topo con un artículo, un Calatrava de estilo, que es el hombre, de mi admirado Miguel de Santiago, en la Revista Ecclesia, es decir, la revista de la Conferencia Episcopal Española, sobre el Yunque.

Mejor dicho, sobre el libro del periodista Santiago Mata, El Yunque, en Ediciones Amanecer, que según dice Miguel de Santiago le pone “un yunque delante, tan grande tan grande que me lo escriben con mayúscula, Yunque, que parece una cruz invertida, diabólica o masónica, pues eso, que encima se ha convertido en un problema para la Iglesia en España, y se ha lanzado a por ellos el obispo auxiliar de Getafe, al que ponían de vuelta y media porque en sus tiempos de secretario de la Doctrina de la Fe en la Conferencia Episcopal perseguía dicen a los teólogos progres y ahora los mismos lo alaban por perseguir a los antiprogres, a los yunqueros, no sé si de Yuncos, de Yuncler o de Yunclillos o de yo qué sé, allá por la A-42 camino de Toledo”.

A modo de escritura de nueva generación, nuevo periodismo cultural, a modo de refriega de ideas, de nombres y de hombres, de instituciones, de conceptos, como si fuera una mezcla, un cóctel que hay que tomar en una noche que apunta la resaca de la historia, Miguel de Santiago va desgranando la ironía de quien recuerda que en épocas anteriores, pasadas, pretéritas, se buscaban masones, y ahora en la Iglesia, así, sin puntos y seguidos, ni comas, ni más símbolos, que de eso van las sociedades discretas, ya no se buscan ni se organizan cazas de brujas, se buscan yunqueros y yunquistas.

Y habla mi querido amigo y maestro Miguel de Santiago, en ese torrente 1, 2, 3 y 4 de palabras que es su doble página sobre el libro de Mata sobre el Yunque, en Ecclesia, el templo periodístico de lo que no se escapa ni una coma, del arzobispo de  Toledo, mi admirado siempre don Braulio, y del obispo auxiliar de Getafe, a quien admiro también desde los tiempos en los que compartíamos inquietudes y ejemplaridades en torno a don Eugenio.

Y dice Miguel de Santiago que es también poeta, que le “duele el coco, y a ver cuándo se me pasa este mareo, ay va, ahí va, ay ba-bi-lo-nio qué mareo, y me repongo un poco y puedo decir brevemente lo que pienso de este libro sobre el Yunque que mata, es decir, que Mata, Santiago Mata, ha publicado en una editorial de sede desconocida, nueva, novísima, amaneciente, que por no tener no tiene ni página web en estos tiempos que atravesamos, o yo no la he encontrado con este sin vivir que me tiene sin saber y sin sabor que merezca la pena después de tanto picotear durante los recientes festolines pasados…”.

Pero dice Miguel, y no dice nada ni la Conferencia Episcopal, ni los arzobispos principales de España, que lo son todos, ni los obispos también principales, que también lo son todos. Porque del Yunque todo el mundo habla, pocos saben, mucho o poco, nadie muestra, y esto parece una cuestión semiológica, como si fuera un homenaje a Eco, el de Italia,  y a la rosa del nombre de la rosa, que es una rosa, que es una rosa, que cantaba Mecano.

El Yunque, el libro de Santiago Mata, Hazte oír y no sé cuántos más, los únicos que montan los títeres B, de buenos, caja B, confesionario B, a la puerta de ayuntamiento, los que tienen un nuevo arzobispo en Madrid, que yo también he leído, por cierto, el Yunque o el nombre del Yunque, la cosa o el nombre de la cosa.

 

José Francisco Serrano Oceja