Es menuda, pero resuelta. Vivaracha y risueña. Destila cariño por todo su ser, y es imposible hablar con ella sin enternecerse. Sor Carmen Blázquez es una de esas mujeres con las que merece la pena tener una conversación de vez en cuando. Porque tiene mucho que contar de su experiencia como hacedora de una de las más complicadas obras de misericordia: visitar a los presos. Esta religiosa adoratriz lleva 22 años escuchando y acogiendo a las reclusas del Centro Penitenciario de Brieva (Ávila). Una entregada labor que la ha hecho merecedora del cariño de muchos, y el reconocimiento social de todos. Hasta el punto de lograr en 2009 la medalla de bronce al mérito social penitenciario, otorgado por el Ministerio del Interior del Gobierno de Zapatero.

Toda historia tiene un comienzo. ¿Se acuerda de cómo fue aquel encargo del entonces Obispo de Ávila, Don Antonio Cañizares, en 1994? ¿Qué le dijo para convencerla?

Én nos reunió al capellán (D. Francisco Rodríguez), D. José Luis Relova, la adoratriz Mª Josefa Lobo y a una servidora. Nos dijo que quería formar un equipo de asistencia religiosa en la prisión. Se hicieron todos los trámites y permisos para entrar, que hubo que pedirlos a Madrid. Fue algo impresionante. Yo al principio no tenía ni idea, todo me impresionaba y estaba muy a la expectativa de lo que pasaba allí. Pero siempre he sido muy feliz. Y en todos estos años he aprendido mucho más de lo que yo haya podido dar. Visitar a los presos te adentra en el misterio de la vida de Dios. Eso lo tengo yo muy claro.

El Papa ha insistido mucho en valorar las “circunstancias desravorables” en las que se hayan podido cometer determinadas acciones. ¿Es una máxima también para usted?

Desde luego. Allí no hay que juzgar a nadie. A ninguna. Más bien hay que mirarlas, escucharlas y quererlas.

¿Sigue habiendo un estigma social sobre los presos?

¡Mucho! Bueno, quizá ya no tanto como antes, porque al principio yo recuerdo que la gente me preguntaba si no me daba miedo entrar en la cárcel. ¿Miedo yo? ¡De ninguna manera! En la cárcel tiene que haber unos voluntarios que, más que ser expertos en asistencia social o en leyes, deben estar disponibles para atender al recluso en las más pequeñas cosas que se le pidan; dispuestos a hacer de recaderos: una manera humilde y hermosa de evangelizar en la cárcel. Porque si tú vas allí a escucharles y a que te cuenten, si no tienen confianza, no se entregan, no te hacen ni caso. Hay que escucharles, que se sientan acogidas.

¿Cómo se organiza la asistencia religiosa dentro de la prisión?

Preparamos la Misa, organizamos algunas catequesis, incluso rezo el Rosario con ellas. Por ejemplo, te diría que la Semana Santa allí la celebramos de una manera muy recogida: preparamos el Monumento para el Jueves Santo, rezamos el Viacrucis el Viernes Santo, tenemos los Oficios, … La lectura de la Pasión es algo extraordinario, porque son personas que tienen una gran sensibilidad religiosa. Principalmente las sudamericanas, porque las españolas están muy deterioradas, un tanto alejadas de la fe.

Reflejo de la sociedad

¡Claro! Este acompañamiento no es fácil. En la cárcel, más que culpabilidad, hay enfermedad social y mucho deterioro humano. Muchas de las presas son esclavas de la droga, sin apenas salud, privadas de afecto, con un horizonte incierto, sin la seguridad de estar bien defendidas por nadie. Algunas no tienen ni perspectivas de futuro cuando salen. Yo trato de encaminarlas a asociaciones que puedan acogerlas. A mí me gustaría que, en este año tan hermosísimo, recordáramos el principio de la misericordia, que es interiorizar el sufrimiento ajeno, hasta hacerlo de alguna manera propio. A mí se me parte el alma muchas veces con su dolor. Pero, a la vez, encuentro que dentro de ellas hay una fe profunda, y que saben que Dios les ama como son.

¿Cómo la acogen las reclusas?

Son muy cariñosas, y muy agradecidas. Me dicen: “Ay, hermana, ¿qué vamos a hacer sin usted, que viene a traernos un aire fresco?” ¡Me quieren muchísimo! Jamás he tenido en 22 años ni un solo problema con las chicas. Y eso que por aquí pasa de todo. Incluso, cuando estaba Roldán, le fui a visitar alguna vez.

¡Qué curioso! ¿Cómo era su relación con Roldán el tiempo que él estuvo en la prisión de Brieva?

Pues nada, muy normal. Como era un preso, había que visitarle como a cualquier otro. Aquí no se discrimina a nadie. Yo al principio no me atreví a pedirlo, pero una Navidad me dijo la jefa: “vente conmigo, que vamos a felicitar a Roldán”. Así, todo muy normal.

Por cierto, ¿sabe que hay rumores que cuentan que, en caso de que fuese declarado culpable, Urdangarín podría recalar en esta prisión de Brieva?

Yo pienso que no. De momento no. En el hipotético caso de que fuera condenado, él puede acudir al Supremo. Y hasta que se arreglen todos los papeles del Supremo, pueden pasar tres años. Pero sí, la verdad es que hay gente que me lo ha comentado en bromas [ríe]. Pues nada, si viniera, aquí estamos con los brazos abiertos, y se le acogería como a otro cualquiera. Que también esta gente necesita de nuestra misericordia.

La veo a usted muy puesta en leyes

[Ríe] Bueno, un poquito. La verdad es que yo intento leer mucho, en cuanto cae en mis manos algún libro sobre temas de prisión.

De todas formas, volviendo a sus funciones en la cárcel, además de la atención religiosa, también comparte con las reclusas talleres de manualidades y costura.

Si te soy sincera, empecé con esto casi de casualidad. Se marchó otra religiosa que se ocupaba de las labores, y las muchachas me las daban a mí. Y yo pensaba: “esto tengo que vendérselo”. Porque todo lo que obtienen de la venta de esas labores va para sus hijos, o para la gente que cuida a sus hijos. Yo se lo ingreso directamente en el banco. Ellas hacen mantelerías, baberos, toallas bordadas, caminos de mesa, paños de cocina. Cosen muy bien. Y la verdad es que los vecinos de Ávila han colaborado estupendamente con ellas. Al principio tenían algo de prejuicios, pero ahora, cuando llevo estas labores al mercadillo que abrimos en Navidad, me las compran casi todas.

Es todo un soplo de aire fresco, como dicen ellas mismas. Una ayuda y un sentirse útiles para la sociedad, acogidas y respetadas.

Claro que sí. Nos decía Concepción Arenal que “hay que odiar el delito y amar al delincuente”. Y es verdad. Ellas se sienten muy poco queridas. Lo primero que tenemos que hacer siempre es acudir a la misericordia: decirles que Dios las ama, tal como son. Y eso ella lo pueden percibir por lo que los demás les damos.