Tribunas

Relato de una gran lección de veracidad

Salvador Bernal

Hace unos días se presentaba en la Asociación de la Prensa de Madrid el libro de José Apezarena, procedente de su tesis doctoral en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de Navarra, Los periodistas del pisotón. La epopeya de Europa Press, editado por EUNSA. La lectura de las 413 páginas de esta obra aporta muchas dosis de nostalgia a quienes vivimos aquellos años apasionantes de la historia reciente de España, aunque no dentro de la agencia, como el autor, sino en tantos otros lugares.

Para lectores más jóvenes es casi un resumen de ese momento único del tardofranquismo y la Transición (he decidido escribir siempre con mayúscula esta palabra). A través de los recuerdos y los abundantes documentos verbales y escritos aportados por Apezarena, se pueden reconstruir, como en un texto de historia, aquellos acontecimientos. No lo valoro, pues, como un libro de memorias, sino como un trabajo científico, escrito con un estilo periodístico que hace amena y fácil la lectura. No puedo por menos de recomendar su consulta detenida, en tiempos en que se advierte un progresivo déficit de conocimiento sobre el pasado colectivo de este país. También como muestra de que no son indispensables los fabulosos medios técnicos actuales para construir una información auténtica, plena de viveza y contenido, porque el ingenio suplía con creces.

Respecto de la aventura de la primera gran agencia privada de prensa española, resulta un espléndido complemento a lo escrito por otro hombre de ese medio, uno de los intervinientes en la presentación del nuevo trabajo: Jesús Frías dio a la imprenta en 2012 sus extensas memorias, De Europa a Europa. 30 años de historia vividos desde la noticia, Epalsa, 605 páginas.

En el acto se rindió homenaje a los protagonistas y, especialmente, a Antonio Herrero Losada, Director de la agencia cuando al fin comenzó a transmitir noticias a mediados de 1966 (no sólo reportajes y colaboraciones periodísticas), hasta 1992. Me permito destacarlo por su excepcional calidad profesional y humana, sin desmerecer a otras personas a las que también tuve la suerte de conocer y tratar lo suficiente para poder reconocer su extraordinaria valía: Asís Martín Fernández de Heredia, gran gestor que puso al servicio del proyecto su experiencia empresarial, y José María Armero, presidente de la sociedad mercantil, hombre de contactos y consensos, que tanto se jugó al servicio de la libertad.

Si mucho necesitamos hoy de la historia, más aún resalta el déficit de veracidad en la vida pública. Deseo subrayar cómo Antonio Herrero fue maestro de periodistas también en este punto esencial. La búsqueda de la noticia, con capacidad de anticipación -elemento indispensable para abrir espacio dominado por una casi omnipotente agencia estatal- resultaba compatible con la exigencia ética de la comprobación de los hechos y de la necesidad valoración de las fuentes. A pesar de ese rigor -quizá por ese rigor-, Europa Press llegaba mucho antes, como recuerda la portada del libro: fueron los primeros en dar la noticia de la muerte de Franco, o de la legalización del PCE en días de Semana Santa, o del nombramiento y luego la dimisión de Adolfo Suárez como presidente del gobierno.

Seguramente, esa pasión por la verdad sostuvo a Antonio Herrero y a la agencia en momentos de grandes dificultades y de presiones de los poderosos de la época. Fue hombre de una pieza. Su hombría de bien se fortaleció al incorporarse al Opus Dei a mediados de los sesenta. No le faltó tampoco gallardía para defenderse y defender a la futura prelatura de los ataques de personas poco amantes de la libertad, que trataban de acallar a sus miembros con lo que cínicamente llamaban “torpedos a la línea de flotación”: a ver si se encogían en sus posiciones personales presentándolas como reflejo de criterios colectivos; los misiles no se dirigía contra sus argumentos, sino contra lo más íntimo de sus vidas.

La veracidad no excluía la prudencia para retrasar excepcionalmente la comunicación de noticias que podían afectar negativamente al bien común. Muy rara vez tuvo que rectificar en asuntos de entidad, y lo hizo entonces con gallardía, como quien busca denonadamente lo verdadero, pero no se siente en posesión solitaria de la verdad. Con prisa, pero sin apresuramientos vanidosos. Eso sí, con máxima profesionalidad, que incluía también grandes dosis de pillería: para encontrar  informaciones exclusivas o para soslayar presiones inmoderadas.

La escuela de Antonio Herrero, como sintetiza José Apezarena al final del libro, se caracterizó por el rigor de los datos, el contraste de las fuentes (con la fiabilidad en el trato de las propias), el estilo narrativo directo, la búsqueda de la primicia, la valentía al informar, a pesar de presiones y amenazas, con independencia y libertad, porque la noticia es lo primero.

Al recomendar la lectura del libro, me sumo también al homenaje a Antonio Herrero Losada, gran figura del periodismo español del siglo XX, todo un caballero, profundamente amante y defensor de la verdad.