Servicio diario - 20 de marzo de 2016


 

Francisco lamenta el último atentado suicida en Turquía
Redaccion | 20/03/16

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El cardenal Pietro Parolin ha enviado un telegrama al presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, con motivo del atentado terrorista que causó este sábado cuatro muertos y 36 heridos en la principal arteria comercial de Estambul.
En el mensaje de pésame, el secretario de Estado señala que el papa Francisco está afligido “por las explosiones en Estambul ayer por la mañana”. Así, el Pontífice expresa “su solidaridad en la oración con todos los afectados por esta tragedia”.
“Su Santidad le pide que les transmita su cercanía espiritual, así como para el personal que auxilió a los heridos”, reza el texto difundido este domingo por la Santa Sede.
“Encomendando las almas de los que han muerto a la misericordia del Todopoderoso, el papa Francisco invoca la fuerza y la paz divina sobre los que lloran, y sobre toda la nación”, concluye la misiva firmada por el purpurado italiano.
Un nuevo atentado suicida, del que los medios locales acusan a un militante del autodenominado Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés), sacudió este sábado por la mañana a Turquía. El ataque terrorista se produjo en el centro de Estambul, causando cinco muertos –uno de ellos, el propio asaltante– y 36 heridos.
Este atentado llega solo seis días después de que una militante kurda se inmolase al volante de un vehículo cargado de explosivos en el corazón comercial de Ankara, matando a 37 personas e hiriendo a más de un centenar.
Los rebeldes kurdos, el ISIS y grupos extremistas de izquierda han realizado en los últimos meses diferentes ataques en el país euroasiático.





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El Papa envía su pésame a las familias de las víctimas del accidente aéreo en Rusia
Redaccion | 20/03/16

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El cardenal secretario de Estado, monseñor Pietro Parolin, ha enviado este domingo a las autoridades de la Federación Rusa un telegrama de pésame en nombre del papa Francisco. En su mensaje, el Santo Padre lamenta el accidente aéreo que tuvo lugar esta madrugada en Rostov del Don, y en el que murieron 62 personas.
“Su Santidad el Papa Francisco se entristeció al enterarse del trágico accidente aéreo en Rostov del Don y envía su más sentido pésame a los familiares y amigos de las víctimas”, reza el texto difundido por la Santa Sede.
“Su Santidad encomienda las almas de los fallecidos a la misericordia de Dios Todopoderoso e implora los dones divinos del consuelo, fortaleza y esperanza para todos los que lloran su pérdida”, concluye la misiva firmada por el purpurado italiano.
Un total de 62 personas, entre ellas dos españoles miembros de la tripulación, han perecido en la madrugada del sábado al estrellarse un Boeing 737 de la compañía FlyDubai cuando intentaba aterrizar en el aeropuerto de la ciudad de Rostov del Don, al sur de Rusia.
Las primeras hipótesis sobre las causas del siniestro apuntan hacia las condiciones meteorológicas, aunque no se descarta un problema técnico o un fallo del piloto. De entrada, las autoridades excluyen la posibilidad de un atentado. La caja negra del avión ya ha sido localizada en el lugar de la catástrofe.





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Francisco a los jóvenes: ‘Espero que podáis venir en gran número a Cracovia’
Redaccion | 20/03/16

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- Al final de la solemne celebración litúrgica del Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor, el papa Francisco rezó el tradicional Ángelus con los fieles congregados en la plaza de San Pedro. En esta ocasión, lo hizo desde el mismo lugar desde el que presidió la santa misa y no desde el estudio del Palacio Apostólico, como suele hacer habitualmente.
Antes del rezo de la plegaria mariana, el Santo Padre saludó especialmente a las decenas de miles de jóvenes presentes en la plaza, llegados a Roma desde más de un centenar de países, y recordó que “hoy se celebra la 31ª Jornada Mundial de la Juventud, que tendrá su culmen al final de julio con el gran encuentro mundial en Cracovia”.
Así, el Pontífice hizo un llamamiento a los jóvenes para que acudan a esta celebración en Polonia, a la que también asistirá Francisco, y elogió la figura de san Juan Pablo II, el gran impulsor de esta iniciativa.
“Mi saludo especial va para los jóvenes aquí presentes y se extiende a todos los jóvenes del mundo. Espero que podáis venir en gran número a Cracovia, patria de san Juan Pablo II, iniciador de las Jornadas Mundiales de la Juventud”, apuntó.
“A su intercesión confiamos los últimos meses de preparación de esta peregrinación que, en el marco del Año Santo de la Misericordia, será el Jubileo de los jóvenes a nivel de la Iglesia universal”, destacó.
Por último, el Papa deseó que todos los fieles vivan “con intensidad espiritual la Semana Santa”.
Publicamos a continuación las palabras del Santo Padre:
Saludo a todos los que habéis participado en esta celebración y a cuantos están unidos a nosotros a través de la televisión, la radio y otros medios de comunicación.
Hoy se celebra la 31ª Jornada Mundial de la Juventud, que tendrá su culmen al final de julio con el gran encuentro mundial en Cracovia. El tema es «Felices los misericordiosos, porque encontrarán misericordia» (Mt 5,7). Mi saludo especial va dirigido a los jóvenes aquí presentes, y se extiende a todos los jóvenes del mundo. Espero que podáis venir en gran número a Cracovia, patria de san Juan Pablo II, iniciador de las Jornadas Mundiales de la Juventud. A su intercesión confiamos los últimos meses de preparación de esta peregrinación que, en el marco del Año Santo de la Misericordia, será el Jubileo de los jóvenes a nivel de la Iglesia universal.
Están aquí con nosotros muchos jóvenes voluntarios de Cracovia. Regresando a Polonia, llevarán a los responsables de la Nación los ramos de olivo recogidos en Jerusalén, Asís y Montecassino y bendecidos hoy en esta plaza, como una invitación a cultivar propósitos de paz, de reconciliación y de fraternidad. Gracias por esta hermosa iniciativa; ¡id adelante con valentía!
Y ahora recemos a la Virgen María, para que nos ayude a vivir con intensidad espiritual la Semana Santa.
Angelus Domini…





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El Papa en el Domingo de Ramos: ‘El crucifijo es la cátedra de Dios’
Redaccion | 20/03/16

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- Durante la tradicional celebración del Domingo de Ramos en la plaza de San Pedro, y mientras leía su homilía sobre la pasión del Señor, el papa Francisco improvisó unas palabras para llamar la atención sobre la situación de los migrantes y refugiados.
Tras referirse a “la infamia y la condena inicua” que recibió Jesús por parte “de las autoridades, religiosas y políticas”, el Santo Padre recordó que también sufrió “la indiferencia, pues nadie quiso asumir la responsabilidad de su destino”. En este punto, el Pontífice afirmó sin mirar a los papeles: “Pienso en tanta gente, en tantos marginados, en tantos prófugos, en tantos refugiados… a los que les digo que muchos no quieren asumir la responsabilidad de su destino”.
El Papa llegó a la plaza a pie, con una mitra dorada y una capa pluvial roja, y se acercó hasta el obelisco central para bendecir las palmas y los ramos de olivo. Posteriormente, fue en procesión hasta el altar ubicado ante la fachada de la basílica de San Pedro, donde presidió la celebración eucarística.
Ante más de sesenta mil personas venidas de todo el mundo, en su mayoría jóvenes, Francisco relató cómo cuando Jesús de Nazaret entró a Jerusalén la muchedumbre lo acogió con “entusiasmo, agitando las palmas y los ramos de olivo” y al grito de “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”. Pero a su entrada triunfal le siguió una humillación que “parece no tener fondo” y que fue la que experimentó durante la Pasión, a la que continuó la Muerte y la Resurrección, explicó.
“La humillación que sufre Jesús llega al extremo en la Pasión: es vendido por treinta monedas y traicionado por un beso de un discípulo que él había elegido y llamado amigo. Casi todos los otros huyen y lo abandonan; Pedro lo niega tres veces en el patio del templo”, prosiguió el Santo Padre, al tiempo que señaló que el Señor no solo cargó con esta traición, sino que sufrió “en el cuerpo violencias atroces, los golpes, los latigazos y la corona de espinas” desfiguraron “su aspecto haciéndolo irreconocible”, y Poncio Pilato lo envió “posteriormente a Herodes”, quien lo devolvió al gobernador romano, mientras le fue “negada toda justicia”.
“Llega de este modo a la muerte en cruz, dolorosa e infamante, reservada a los traidores, a los esclavos y a los peores criminales”, lamentó el Pontífice. Así, destacó, “Jesús nos salva de los lazos del pecado, de la muerte, del miedo y de la tristeza”.
Al término de sus palabras, el papa Francisco exhortó a los presentes a mirar el crucifijo, que es la “cátedra de Dios”. El ejemplo de Cristo –concluyó– debe servir para “elegir su camino: el camino del servicio, de la donación, del olvido de uno mismo” y “aprender el amor humilde, que salva y da la vida, para renunciar al egoísmo, a la búsqueda del poder y de la fama”.
Publicamos a continuación el texto completo:
«¡Bendito el que viene en nombre del Señor!» (Cf. Lc 19,38), gritaba la muchedumbre de Jerusalén acogiendo a Jesús. Hemos hecho nuestro aquel entusiasmo, agitando las palmas y los ramos de olivo hemos expresado la alabanza y el gozo, el deseo de recibir a Jesús que viene a nosotros. Del mismo modo que entró en Jerusalén, desea también entrar en nuestras ciudades y en nuestras vidas. Así como lo ha hecho en el Evangelio, cabalgando sobre un simple pollino, viene a nosotros humildemente, pero viene «en el nombre del Señor»: con el poder de su amor divino perdona nuestros pecados y nos reconcilia con el Padre y con nosotros mismos. Jesús está contento de la manifestación popular de afecto de la gente, y ante la protesta de los fariseos para que haga callar a quien lo aclama, responde: «si estos callan, gritarán las piedras» (Lc 19,40). Nada pudo detener el entusiasmo por la entrada de Jesús; que nada nos impida encontrar en él la fuente de nuestra alegría, de la alegría auténtica, que permanece y da paz; porque sólo Jesús nos salva de los lazos del pecado, de la muerte, del miedo y de la tristeza.
Sin embargo, la Liturgia de hoy nos enseña que el Señor no nos ha salvado con una entrada triunfal o mediante milagros poderosos. El apóstol Pablo, en la segunda lectura, sintetiza con dos verbos el recorrido de la redención: «se despojó» y «se humilló» a sí mismo (Fil 2,7.8). Estos dos verbos nos dicen hasta qué extremo ha llegado el amor de Dios por nosotros. Jesús se despojó de sí mismo: renunció a la gloria de Hijo de Dios y se convirtió en Hijo del hombre, para ser en todo solidario con nosotros pecadores, él que no conoce el pecado. Pero no solamente esto: ha vivido entre nosotros en una «condición de esclavo» (v. 7): no de rey, ni de príncipe, sino de esclavo. Se humilló y el abismo de su humillación, que la Semana Santa nos muestra, parece no tener fondo.
El primer gesto de este amor «hasta el extremo» (Jn 13,1) es el lavatorio de los pies. «El Maestro y el Señor» (Jn 13,14) se abaja hasta los pies de los discípulos, como solamente hacían lo siervos. Nos ha enseñado con el ejemplo que nosotros tenemos necesidad de ser alcanzados por su amor, que se vuelca sobre nosotros; no puede ser de otra manera, no podemos amar sin dejarnos amar antes por él, sin experimentar su sorprendente ternura y sin aceptar que el amor verdadero consiste en el servicio concreto.
Pero esto es solamente el inicio. La humillación que sufre Jesús llega al extremo en la Pasión: es vendido por treinta monedas y traicionado por un beso de un discípulo que él había elegido y llamado amigo. Casi todos los otros huyen y lo abandonan; Pedro lo niega tres veces en el patio del templo. Humillado en el espíritu con burlas, insultos y salivazos; sufre en el cuerpo violencias atroces, los golpes, los latigazos y la corona de espinas desfiguran su aspecto haciéndolo irreconocible. Sufre también la infamia y la condena inicua de las autoridades, religiosas y políticas: es hecho pecado y reconocido injusto. Pilato lo envía posteriormente a Herodes, y este lo devuelve al gobernador romano; mientras le es negada toda justicia, Jesús experimenta en su propia piel también la indiferencia, pues nadie quiere asumir la responsabilidad de su destino. Y pienso en mucha gente, en muchos marginados, en muchos prófugos, en muchos refugiados… a los que les digo que muchos no quieren asumir la responsabilidad de su destino. El gentío que apenas unos días antes lo aclamaba, transforma las alabanzas en un grito de acusación, prefiriendo incluso que en lugar de él sea liberado un homicida. Llega de este modo a la muerte en cruz, dolorosa e infamante, reservada a los traidores, a los esclavos y a los peores criminales. La soledad, la difamación y el dolor no son todavía el culmen de su anonadamiento. Para ser en todo solidario con nosotros, experimenta también en la cruz el misterioso abandono del Padre. Sin embargo, en el abandono, ora y confía: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).
Suspendido en el patíbulo, además del escarnio, afronta también la última tentación: la provocación a bajar de la cruz, a vencer el mal con la fuerza, y a mostrar el rostro de un Dios potente e invencible. Jesús en cambio, precisamente aquí, en el culmen del anonadamiento, revela el rostro auténtico de Dios, que es misericordia. Perdona a sus verdugos, abre las puertas del paraíso al ladrón arrepentido y toca el corazón del centurión. Si el misterio del mal es abismal, infinita es la realidad del Amor que lo ha atravesado, llegando hasta el sepulcro y los infiernos, asumiendo todo nuestro dolor para redimirlo, llevando luz donde hay tinieblas, vida donde hay muerte, amor donde hay odio.
Nos puede parecer muy lejano a nosotros el modo de actuar de Dios, que se ha anonadado por nosotros, mientras a nosotros nos parece difícil olvidarnos un poco de nosotros mismos. Él viene a salvarnos, estamos llamados a elegir su camino: el camino del servicio, de la donación, del olvido de uno mismo. Podemos emprender este camino deteniéndonos en estos días a mirar el Crucifijo, es la “cátedra de Dios”. Os invito en esta semana a mirar a menudo a esta “cátedra de Dios”, para aprender el amor humilde, que salva y da la vida, para renunciar al egoísmo, a la búsqueda del poder y de la fama. Con su humillación, Jesús nos invita a caminar por su camino. Volvamos a él la mirada, pidamos la gracia de entender algo de este misterio de su anonadamiento por nosotros; y así, en silencio, contemplemos el misterio de esta Semana.
© Copyright – Libreria Editrice Vaticana





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“Bendito el que viene en el nombre del Señor”
Redaccion | 20/03/16

(ZENIT – Madrid).- Publicamos a continuación la carta dominical del arzobispo de Barcelona, monseñor Juan José Omella:
Iniciamos hoy la semana que desde tiempo inmemorial el pueblo cristiano llama santa. Y la llama así por muchas razones, pero básicamente porque toda ella está abocada al domingo de Resurrección, al domingo de Pascua, que encierra el fundamento de nuestra fe. De manera muy gráfica, san Pablo lo razonó bajo la inspiración del Espíritu Santo: “Cristo ha resucitado, y se ha aparecido a Simón y a los demás. Finalmente, se me ha aparecido a mí. Si Cristo no hubiera resucitado, nuestra fe carecería de sentido, estaría vacía, y seguiríamos con nuestros pecados”.
La fiesta central de todo el calendario cristiano es la Resurrección de Jesucristo. Y todos los acontecimientos que rememoramos, que volvemos a hacer presentes y que celebramos en los días de la Semana Santa, están abocados al gran misterio pascual. Hoy es el domingo de Ramos, y la Iglesia recuerda, revive y celebra la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Pocos días más tarde, será en esa ciudad donde será clavado en una cruz. Siempre me han llamado la atención las palabras de san Juan en el prólogo de su Evangelio y que leemos en Navidad: “Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron”. Hoy viene a los suyos de nuevo, y tampoco lo van a recibir, tampoco lo van a aceptar, tampoco lo van a seguir, pese al fervor entusiasta que ha contagiado al cortejo. Hoy sabemos muy bien que aquella entrada triunfal fue para la mayoría algo efímero. De hecho, los que chillan a voz en cuello “¡hosanna!”, serán prácticamente los mismos que el Viernes Santo habrán transformado ese grito en un enfurecido “¡crucifícale!” “¡Qué diferentes voces eran – comenta San Bernardo en un sermón pronunciado en un domingo de Ramos – y qué diferentes los ramos y la cruz, las flores y las espinas!”.
¿Qué ha podido suceder para semejante cambio? ¿Por qué tanta falta de coherencia? ¿Ha sido el miedo, la comodidad, el qué dirán, los respetos humanos? Os invito, queridos lectores, a que estas preguntas nos las hagamos a nosotros mismos mirando nuestro propio corazón. Hoy, como hace dos mil años, somos capaces de las mismas grandezas y las mismas miserias de aquellos que se volcaron en el recibimiento a Jesús. Le siguieron en masa, muchos, pero en realidad fueron muy pocos los que llegaron hasta el final. Hoy somos más de mil cien millones de hombres y mujeres, de todo el mundo, los seguidores de Jesús. ¿Seguidores? Aquella entrada triunfal pide hoy, igual que entonces, coherencia, perseverancia, fidelidad, continuidad. Nuestro seguimiento de Jesús no puede ser un sentimiento fugaz que se apaga a la más mínima contrariedad. La piedra de toque del seguimiento de Jesús, no lo olvidemos, es el amor, y el amor pasa por la cruz. Sin cruz no hay redención, no hay salvación.
Recibamos en nuestro corazón a ese Jesús que viene lleno de humildad montado en un borriquillo. Digámosle que estamos dispuestos a acompañarlo hasta el final, sacando adelante todas nuestras obligaciones para con Dios, para con la familia y para con toda la sociedad. Vivamos una Semana Santa – y siempre – con tal categoría que los demás, amigos, compañeros de trabajo y familiares, al vernos, no tengan más remedio que afirmar con alegría: “Este es un cristiano, un verdadero seguidor de Jesucristo”.
Que Dios os bendiga a todos.
+Juan José Omella Omella
Arzobispo de Barcelona





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Beato Miguel Gómez Loza – 21 de marzo
Isabel Orellana Vilches | 20/03/16

La intensa vida de este laico, altamente comprometido con la Iglesia, se inició el 11 de agosto de 1888 en Paredones, Jalisco, México, en el seno de una humilde familia de campesinos. La exquisita tutela ejercida con su madre Victoriana, unida a un infinito agradecimiento por haberle dado la vida, hizo que él y Elías, el primogénito y su único hermano, alteraran el orden de sus apellidos cuando ya el cabeza de familia había muerto y Elías se disponía a ingresar en el seminario. También influyó en las decisiones que Miguel tuvo que tomar relacionadas con su futuro, en particular sus estudios, ya que eso suponía tener que abandonar la aldea donde vivían y dejar sola a la madre que dependía de él. Un gesto que da idea de la sensibilidad de este gran hombre, que iba a coronar con su sangre su amor por Cristo y la Iglesia.
Era valeroso, audaz, creativo, apasionado, coherente y fiel. No le costó acceder a misiones de responsabilidad dentro de los movimientos defensores de la Iglesia. Hermanado con el también beato Anacleto González, ambos lideraron la Asociación católica siendo referentes ineludibles para los jóvenes mexicanos. La huella que había dejado en su parroquia como acólito, catequista y sacristán, unida a su actividad como promotor de acciones que repercutían en el bien de los vecinos, como el establecimiento de cajas de ahorros, ponían de relieve su valía.
Ingresó en el seminario de Guadalajara, que abandonó al constatar que no tenía vocación para el sacerdocio, y cursó derecho. Pero, poco antes, en 1913, marcando una época de febril actividad se afilió al Partido Católico Nacional y al grupo estudiantil de La Gironda. Anacleto y él, que fueron parejos casi hasta en la muerte, se vincularon a la Congregación Mariana del Santuario de San José de Gracia y asumieron la dirección de la Unión Latinoamericana, que se había creado entonces. Hombre idealista, llevado de su pasión y ardor apostólico, Miguel no dudaba en enfrentarse a quien se pusiera en contra de los principios cristianos. Eso le acarreó disgustos y contratiempos, entre otros, un arresto. Siendo estudiante universitario en Morelos el celo que le caracterizaba le llevó a mostrar su frontal oposición a las tesis sostenidas por un partidario del presidente Juárez. Si había que ir lejos, lo hacía. Esa fue la tónica de su vida.
Impulsó la prensa católica y fundó la sociedad de Propagación de la Buena Prensa. Siendo uno de los instauradores de la Asociación católica de la juventud mexicana, desde ella siguió promoviendo numerosas acciones sociales y editoriales marcadas por la aparición de diversas publicaciones. Su papel activo en defensa de la fe eclesial seguía ocasionándole problemas, en este caso, profesionales. De hecho, no logró que avalaran sus estudios con el título acreditativo correspondiente. Aún así, continuó luchando sin desmayo.
Contrajo matrimonio con Mª Guadalupe Sánchez Barragán a finales de 1922. De él nacerían tres hijas. Establecido con su familia en los Altos de Jalisco se integró en la parroquia y desplegó su buen hacer entre los vecinos, granjeándose su respeto y afecto. Fue testigo de la bendición de la primera piedra del monumento dedicado a Cristo Rey que pensaba erigirse en Guanajuato. Ello se produjo en un momento difícil desde el punto de vista político, que fue derivando progresivamente a situaciones de alta incomodidad y serio riesgo para su vida. Sufrió el destierro instigado por el alcalde de Arandas, de manera arbitraria e injusta, sin que mediara juicio alguno. Durante tres meses tuvo que afincarse en Jalpa de Cánovas siendo, como siempre, ardiente y activo promotor de los valores cristianos.
De regreso a Guadalajara ingresó en la Adoración Nocturna del Santísimo Sacramento. Cuando en 1924 el gobernador de Jalisco decretó el cierre del seminario, tuvo en Miguel un bravo competidor a través de la Unión Popular fundada por él junto a Anacleto en 1925. Llegó a oídos de la Santa Sede su excepcional labor y le otorgó la cruz Pro Ecclesia et Pontifice, siendo galardonados también sus compañeros. En febrero de 1926 volvió a ser encarcelado y prosiguió una encendida labor apostólica orando junto a los reclusos y difundiendo la Palabra de Dios. En abril salía de la cárcel, cuando fue nuevamente apresado por la policía secreta. En ese instante se libró, puede que hasta de una muerte segura, por la mediación ejercida por un puñado de amigos. Una vez se vio en la calle lideró un movimiento de jóvenes afines a la Unión Popular que partieron dispuestos a todo con el fin de establecer sus principios en distintos lugares. Todo ello en medio de una precariedad económica seria, impuesta por el boicot del que eran objeto.
El hermano de Miguel falleció a finales de diciembre de 1926. Y en enero del año siguiente éste partió hacia los Altos. Se unió a una vía de resistencia pacífica contra el estado, que se había empeñado en poner contra las cuerdas a los seguidores de Cristo. Nombrado gobernador de Jalisco en abril de 1927, se estableció en la Presa de López sosteniendo con firmeza la fe de la gente, al tiempo que mantenía activa la revista «Glaudium». Hizo de comisario castrense entre los afiliados del movimiento que presidía, y congregó a los cristeros en octubre de ese año para celebrar unidos la festividad de Cristo Rey.
En los primeros meses de 1928 el modo de sostener la resistencia emprendida por los católicos parecía estar más o menos bajo control. Sin embargo, el 21 de marzo, hallándose en un lugar cercano a Atotonilco, no pudo impedir que unos militares federales le asesinaran acribillado a balazos por el pecho y por la espalda, junto a su secretario Dionisio Vázquez. Antes intentó destruir la documentación que revelaba la identidad de los integrantes que conformaban su grupo. Juan Pablo II lo beatificó el 20 de noviembre de 2005 junto a otros mártires mexicanos incluido Anacleto.