Servicio diario - 10 de abril de 2016


 

El Papa pide la liberación de las personas secuestradas en zonas de conflicto
Redaccion | 10/04/16

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco ha rezado este domingo, desde la ventana del estudio del Palacio Apostólico, el Regina Coeli, acompañados por miles de fieles reunidos en la plaza de San Pedro.
Estas son las palabras del Papa para introducir la oración mariana que en el tiempo pascual sustituye al ángelus.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy narra la tercera aparición de Jesús resucitado a los discípulos en la orilla del lago de Galilea, con la descripción de la pesca milagrosa (cfr Jn 21,1-19). La historia se enmarca en la vida cotidiana de los discípulos, cuando han regresado a su tierra y a su trabajo de pescadores, después de los días angustiantes de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Era difícil para ellos comprender lo que había pasado. Pero, mientras todo parecía haber acabado, es una vez más Jesús quien “busca” a sus discípulos. Es Él que va a buscarlos. Esta vez les encuentra en el lago, donde ellos han pasado la noche en las barcas sin pescar nada. Las redes aparecen vacías, en un cierto sentido, como el balance de su experiencia con Jesús: lo habían conocido, habían dejado todo para seguirlo, lleno de esperanza… ¿y ahora? Sí, lo habían visto resucitado y pensaron ‘se ha ido, nos ha dejado’. Ha sido como un sueño esto.
Pero Jesús al alba se presenta en la orilla del lago; pero ellos no lo reconocieron (cfr v. 4). A esos pescadores, cansados y decepcionados, el Señor les dice: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.” (v. 6). Los discípulos se fiaron de Jesús y el resultado fue una pesca increíblemente abundante. A este punto Juan se dirige a Pedro y dice: “¡Es el Señor!” (v. 7). Y en seguida Pedro se lanzó al agua y nadó hacia la orilla, hacia Jesús. En esa exclamación: “¡Es el Señor!”, está todo el entusiasmo de la fe pascual, “Es el Señor”, llena de alegría y estupor, que contrasta fuertemente con el desconcierto, la desesperación, el sentido de impotencia del que se había llenado el ánimo de los discípulos. La presencia de Jesús resucitado transforma cada cosa: la oscuridad es vencida por la luz, el trabajo inútil se convierte nuevamente en fructuoso y prometedor, el sentido de cansancio y de abandono deja lugar a un nuevo impulso y a la certeza de que Él está con nosotros.
Desde entonces estos sentimientos animan la Iglesia, la Comunidad del Resucitado. Todos nosotros somos la Comunidad del Resucitado. Si a una mirada superficial puede parecer a veces que las tinieblas del mal y el cansancio del vivir cotidiano dominan la situación, la Iglesia sabe con certeza que sobre los que siguen al Señor Jesucristo resplandece ya para siempre la luz de la Pascua.
El gran anuncio de la Resurrección infunde en los corazones de los creyentes una alegría íntima y una esperanza invencible. ¡Cristo verdaderamente ha resucitado! También hoy la Iglesia continúa a hacer resonar este anuncio festivo: la alegría y la esperanza continúan fluyendo en los corazones, en los rostros, en los gestos, en las palabras. Todos nosotros cristianos estamos llamados a comunicar este mensaje de resurrección a los que encontramos, especialmente al que sufre, al que está solo, al que se encuentra en condiciones precarias, a los enfermos, a los refugiados, a los marginados. A todos hagamos llegar un rayo de luz de Cristo resucitado, un signo de su poder misericordioso.
Él, el Señor, renueve también en nosotros la fe pascual. Nos haga cada vez más conscientes de nuestra misión al servicio del Evangelio y de los hermanos; nos llene de su Santo Espíritu para que, sostenidos por la intercesión de María, con toda la Iglesia, podamos proclamar la grandeza de su amor y la riqueza de su misericordia.

Después de la oración del Regina Coeli:

Queridos hermanos y hermanas,
En la esperanza que nos dona Cristo resucitado, renuevo mi llamamiento para la liberación de todas las personas secuestradas en zonas de conflicto armado; en particular deseo recordar al sacerdote salesiano Tom Uzhunnalil, secuestrado en Aden en Yemen el pasado 4 de marzo.
Hoy en Italia se celebra la Jornada Nacional para la Universidad Católica del Sagrado Corazón, que tiene por tema “En la Italia de mañana estaré yo”. Deseo que esta gran Universidad, que continúa haciendo un importante servicio a la juventud italiana, pueda proseguir con renovada compromiso su misión formativa, actualizándose cada vez más a las exigencias actuales.
Os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos procedente de Italia y de distinyas partes del mundo y un saludo a los que están haciendo el maratón; en particular, a los fieles de Gandosso, Golfo Aranci, Mede Lomellina, Cernobbio, Macerata Campania, Porto Azzurro, Maleo y Sasso Marconi, con un pensamiento especial a los confirmando de Campobasso, Marzocca y Montignano.
Os doy las gracias por su presencia en los coros parroquiales, algunos de ellos han prestado servicio en estos días en la basílica de San Pedro. ¡Muchas gracias!
A todos os deseo una feliz domingo y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!






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Francisco envía su pésame por el incendio en un templo en India
Redaccion | 10/04/16

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El incendio ocurrido en el templo Puttingal, en el estado sureño indio de Kerala, ha supuesto la muerte de un centenar de personas y otras 300 han resultado heridas. El fuego comenzó en torno a las tres y media de la mañana, hora local, debido a una explosión de material pirotécnico. Entre 10.000 y 15.000 personas asistían a la celebración del acto final del festival del templo, que iba acompañado de un espectáculo de fuegos artificiales.
Por ello, el papa Francisco ha querido manifestar su cercanía a la tragedia. De este modo, en un telegrama firmado por el cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin, el Santo Padre se muestra “profundamente entristecido” por el suceso. Así, envía su pésame por todos los difuntos y los heridos y asegura su oración por todos aquellos que han resultado golpeados por el incidente y para quien ahora presta su ayuda.
Finalmente, el Pontífice pide para la India “bendiciones divinas de fuerza y de paz”.






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‘Para una lectura de la Amoris laetitia…’
Redaccion | 10/04/16

(ZENIT – Roma).- Ya está. Papa Francisco ha puesto en nuestras manos la exhortación apostólica Amoris laetitia (AL), “La alegría del amor: Sobre el amor en la familia”, que recoge el fruto de los Sínodos celebrados en 2014 y 2015.
Una viñeta del humor de Chiri en el semanario Alfa y Omega se está verificando: “¿Lo veis? El Papa nos da la razón? – dice un señor; “¡De eso nada! Reafirma nuestra posición” – dice el interlocutor. “Pero si el Papa aún no ha empezado a hablar” – comenta sorprendido un prelado vaticano. “Da igual… Estamos entrenando”. Los debates y contrastes en la prensa parecen ajenos a que el Papa haya dicho algo o no. Por eso, en este momento, quizás lo más importante sea disponernos y orientarnos a una lectura atenta de esta exhortación… antes de empezar a comentar los contenidos. De hecho Papa Francisco nos ofrece alguna orientaciones en los siete primeros números de AL.
Intención del autor… Lo primero que busca el lector e intérprete de un texto es la intención del autor, para conocerla y respetarla, antes de juzgar el contenido. En nuestro caso esta intención es explícita: no quiere pronunciarse para resolver cuestiones debatidas por teólogos: “no todas las discusiones doctrinales, morales o pastorales deben ser resueltas con intervenciones magisteriales” (AL 3). Sí quiere librar a los pastores y a los files de posiciones extremas inaceptables, como son “un deseo desenfrenado de cambiar todo sin suficiente reflexión o fundamentación” y la pretensión de “resolver todo aplicando normativas generales o derivando conclusiones excesivas de algunas reflexiones teológicas” (AL 2). Mal leerá el texto quien, atrincherado en alguna de estas posiciones, busque frases de la exhortación para lanzarlas como armas arrojadizas al contrincante. Ya dijo en su momento Hans Urs von Balthasar que para algunos teólogos el Evangelio se había convertido en una cantera de la cual extraer piedras para arrojar en los debates teológicos. Si eso pasa con el Evangelio… Papa Francisco ha querido recoger “los aportes de los dos recientes Sínodos sobre la familia, agregando otras consideraciones que puedan orientar la reflexión, el diálogo o la praxis pastoral y, a la vez, ofrezcan aliento, estímulo y ayuda a las familias en su entrega y en sus dificultades” (AL 4). La mirada del lector no debe dirigirse a las posiciones de teólogos y pastoralistas, sino a los matrimonios, a la vida de las familias que se esfuerzan por vivir su vocación en un difícil y complejo contexto social y eclesial.
… y división del texto: Los comentaristas medievales de textos antiguos solían anteponer a su comentario una división del texto en partes y secciones ordinariamente ausente en el texto comentado. Era la forma más segura para captar la intención del autor y suponía un conocimiento profundo de todo el texto. El Papa nos ahorra esta fatiga y, al mismo tiempo, nos previene de la “tentación universal” de ir directamente a las orientaciones pastorales que iluminen las decisiones que habría que tomar en situaciones problemáticas muy complejos que son tal vez las que más interesan a los medios de comunicación y a muchas personas, familias y pastores. Antes de llegar a esos temas (tratados en el capítulo 8) hay que realizar un camino con etapas (capítulos) que tienen finalidades muy precisas y que el Papa expone en el n. 6: “En el desarrollo del texto, comenzaré con una apertura inspirada en las Sagradas Escrituras, que otorgue un tono adecuado [cap. 1]. A partir de allí, consideraré la situación actual de las familias en orden a mantener los pies en la tierra [cap. 2]. Después recordaré algunas cuestiones elementales de la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia [cap. 3], para dar lugar así a los dos capítulos centrales, dedicados al amor [cap. 5-6]. A continuación destacaré algunos caminos pastorales que nos orienten a construir hogares sólidos y fecundos según el plan de Dios [cap. 6], y dedicaré un capítulo a la educación de los hijos [cap. 7]. Luego me detendré en una invitación a la misericordia y al discernimiento pastoral ante situaciones que no responden plenamente a lo que el Señor nos propone [cap. 8], y por último plantearé breves líneas de espiritualidad familiar [cap. 9]”.
¿Cómo leer la exhortación? “No recomiendo una lectura general apresurada” (7), que es la tentación de quien hojea el texto en busca de novedades. Los fieles tenemos a nuestra disposición el fruto maduro de una reflexión amplia y rica realizada por dos sínodos y presentada a la consideración del Santo Padre. Expresión de aprecio teórico y práctico por este texto pontificio, será seguir estos consejos: primero, profundizar “pacientemente parte por parte” (7), haciéndolo objeto de calmado estudio y honda reflexión. Segundo, hacer de este texto un vademecum para la vida, donde cada uno busque “lo que pueda necesitar en cada circunstancia concreta” (7).
Continuidad. Como ya pasó con los textos conciliares, quizás haya quien diga que el texto no recoge el espíritu de unos sínodos presuntamente más ‘progresistas’ o que no es fiel a la tradición… Con la perspectiva de la experiencia de años pasados podemos parafrasear lo que el cardenal Ratzinger decía del Concilio. La mejor herencia del Sínodo es este texto, rectamente interpretado en la continuidad con el magisterio precedente. Papa Francisco parece querer subrayarlo por la profusión de citas las relaciones sinodales y de sus dos predecesores: San Juan Pablo II y su Familiaris consortio y Benedicto XVI y su encíclica Deus Caritas est, entre otros documentos.
Una provocación: En la presentación a la prensa de la exhortación apostólica se ha subrayado que el lenguaje de Papa Francisco es claro, sencillo, concreto. No lo dudo. Pero me gustaría que el lector se dejara provocar por unas reflexiones de Etienne Gilson en su obra “El filósofo y la teología”, ante la constatación de que rara vez los filósofos se animaban a leer unas encíclicas pontificias que les resultaban difíciles. Estoy convencido de que las cautelas de Gilson siguen siendo válidas y que estos textos requieren una lectura reflexiva muy atenta, para captar el valor de cada frase en el contexto global de la exhortación, el valor de algunos silencios, y como diría Gilson, la precisión de algunas imprecisiones. Aunque los motivos de la dificultad de la lectura sean otros, este texto de Gilson resulta pertinente: “La dificultad no proviene de que estén escritas en un latín de cancillería florido de elegancias humanísticas, sino más bien de que no siempre se deja captar fácilmente el sentido de la doctrina. Entonces se aborda el problema de traducirlas, y, al intentarlo, se acaba por comprender al menos la razón de ser de su estilo. No se puede reemplazar las palabras de este latín pontificio por otras tomadas de una cualquiera de las grandes lenguas literarias modernas, y menos aún desarticular estas frases para articularlas de otra forma, sin darse cuenta inmediatamente de que, por cuidadosamente que se haga, el original pierde su fuerza a lo largo de la operación, y no sólo su fuerza, sino también precisión, que aún no es lo más grave, pues la verdadera dificultad, conocidísima por los que intentan la prueba, está en respetar exactamente lo que podría llamarse, sin caer en paradoja alguna, la precisión de sus imprecisiones. La precisión sabiamente calculada de sus imprecisiones voluntarias. Cuántas veces no se piensa, después de madura reflexión, que se sabe lo que, respecto a tal punto preciso, quiere decir la encíclica, pero no lo dice exactamente, y sin duda tiene sus razones para detener en determinados umbrales la determinación más precisa de un pensamiento preocupado por permanecer siempre abierto, presto a acoger las posibles novedades”. Gilson concluye pidiendo a los filósofos cristianos que, además de hacer cursos de teología, se animen a frecuentar alguna universidad pontificia en la que les enseñen a leer los documentos pontificios. Como rector de una universidad pontificia ciertamente renuevo esa invitación, aunque más modestamente me limito a invitar a los pastores y a los fieles – a ellos va dirigida Amoris laetitia – a leer con calma y profundidad este esperadísimo texto sobre una cuestión vital para las personas, las familias, la sociedad y la Iglesia: “el amor en la familia”






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Espiritualización
Redaccion | 10/04/16

Publicamos a continuación la carta dominical del arzobispo de Barcelona, monseñor Juan José Omella:
“¡Oh Sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura!” (Ant. Magníficat II, Vísperas del Corpus Christi). Cuando comulgamos dignamente, Cristo entra en nosotros para llenarnos de su Espíritu y quedamos llenos de la vida del Espíritu, llenos del Amor de Dios que es el Espíritu Santo, el Amor eterno con que el Padre y el Hijo se aman. El cuerpo de Cristo nos espiritualiza porque nos sumerge en el Espíritu Santo, en el abrazo de Amor y de Unidad que es la persona del Espíritu Santo. No recibimos un cuerpo carnal sino espiritual. “Quien se une al Señor, se hace un solo espíritu con él” (1Cor 6,17).
No formamos una sola carne con Él sino un solo espíritu, ya que la carne “perece como flor del campo” (Is 40,7). Por gracia quedamos unidos al Cuerpo de Cristo que ha vencido la muerte resucitando en la mañana esplendorosa de Pascua; al Cuerpo de Cristo que ha vencido los dolores, las fragilidades, los sufrimientos de nuestra naturaleza herida.
Ese cuerpo glorioso de Cristo posee la fuerza que da vida a quien lo recibe. Así lo expresa san Cirilo en un precioso texto que quizás pueda sorprendernos pero que está imbuido de gran sabor evangélico: “Para que no nos contagiemos del tétano viendo o tocando la carne y la sangre expuesta sobre la mesa santa de las iglesias, Dios, por una gran condescendencia, ha enviado sobre los dones presentados sobre el altar la fuerza de la Vida y los transforma en energía de su propia Vida. (In Mat 26,27)
Ese Cuerpo glorioso de Cristo nos incorpora a Él, nos hace habitar en Él, nos transforma y nos espiritualiza en Él.
Por la Eucaristía, Dios nos transforma por dentro penetrando “hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas” (Heb 4,12) de nuestro ser. Es decir, hasta esa parte inmortal y divina depositada en nosotros: “ese Espíritu que ha sido derramado en nuestros corazones” (Rm 5,5) y “enviado a nuestras almas” (al 4,5) para santificarnos, vivificarnos y espiritualizarnos poco a poco.
Jesucristo, concediéndonos la gracia de participar de su Espíritu, quiere arrancarnos, progresivamente, de las cosas de la tierra para hacernos renacer de lo alto porque “la carne y la sangre no pueden heredar el Reino de los cielos”(1Cor 15,50), sino la carne y la sangre transformadas por la Eucaristía. Fortalecidos por la presencia de su Espíritu, avanzamos llenos de seguridad y podemos decir llenos de confianza, como decía Job desde el lecho del dolor: “Sé que mi Defensor está vivo, que con mi carne le veré; sí, yo mismo le veré” (Jb 19,25-26). Dios, nuestro Padre, en quien tenemos puesta nuestra confianza, “dará la vida a nuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en nosotros” (Rm 8,11).
La Eucaristía nos diviniza y nos abre las puertas de la vida. ¡Qué misterio tan asombroso! Adoremos en silencio. Adoremos en la acción de gracias. Adoremos con el deseo de acercarnos más y más a la Eucaristía, fuente de nuestra santificación.
Que Dios os bendiga a todos.
+Juan José Omella Omella
Arzobispo de Barcelona





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Santa Gemma Galgani – 11 de abril
Isabel Orellana Vilches | 10/04/16

(ZENIT- Madrid).- Sus 25 años de vida estuvieron marcados en su mayoría por fenómenos místicos ante los cuales hubo disparidades, incomprensiones y numerosos desprecios. Nació en Borgonuovo de Capannori, Italia, el 12 marzo de 1878. Era la cuarta de ocho hermanos y la primera niña que alegraba el hogar. Su madre no quería bautizarla con el nombre de Gemma, que fue sugerido por un tío de la pequeña, porque en el martirologio no existían ascendentes de ninguna mujer canonizada que se hubiera llamado así. El párroco Olivio Dinelli con inspirado juicio alegó: «Muchas gemas hay en el cielo; esperemos que también ella sea un día otra Gemma del paraíso».
Cuando tenía un mes de vida la familia se trasladó a Lucca, donde la santa pasó el resto de su existencia. A los 4 años oraba tiernamente a María, amor que le inculcó Aurelia, su madre, junto a la devoción por Jesús crucificado: «De lo primero que me acuerdo es que mi mamá, cuando yo era pequeñita, acostumbraba a tomarme a menudo en brazos y, llorando… me enseñaba un crucifijo y me decía que había muerto en la Cruz por los hombres». La catequesis materna dio sus frutos sembrando en el corazón de Gemma una pasión desbordante por Cristo: «Jesús, yo quiero llegar con mi voz hasta los últimos confines del universo para alcanzar a todos los pecadores y gritarles que entren todos dentro de tu Corazón». Intuyendo Aurelia su inminente muerte, quiso que preparasen a la niña para la confirmación. Y mientras la recibía entendió que Jesús le pedía el sacrificio de verse privada de su madre.
Aurelia murió el 17 de septiembre de 1885 a los 39 años. Gemma tenía 7 y se refugió en la Virgen: «Al perder a mi madre terrena me entregué a la Madre del cielo. Postrada ante su imagen, le dije: ‘¡María!, ya no tengo madre en la tierra; se tú desde el cielo mi Madre’». Por fortuna, tuvo la certeza de que Ella le amparaba porque su personal calvario no había hecho más que empezar. A los 9 años inició sus estudios en el colegio de Santa Zita fundado por la beata Elena Guerra. Por esa época, al conocer la Pasión de Cristo sintió un dolor que le desgarraba por dentro acompañado de fiebre alta. El 17 de junio de 1887, festividad del Sagrado Corazón, determinó ser religiosa, sentimiento unido a «un ardiente anhelo de padecer y de ayudar a Jesús a sobrellevar la cruz». Se cumpliría con creces este deseo.
En 1894 pereció Gino, el primogénito de la familia, al que ella amaba de forma singular. En 1896 fue intervenida de una lesión en el pie, que se efectuó sin anestesia, debiendo soportar inmenso dolor, y el 25 de diciembre de ese año privadamente consagró a Dios su castidad. En 1897 falleció su padre Enrico, que había sido farmacéutico, y con su deceso llegó un periodo de sinsabores al hogar de los Galgani. Perdieron todo y los hermanos se separaron. Gemma fue acogida por unos tíos y pasó por un breve y convulso periodo. Relegó las prácticas religiosas y las reemplazó por diversiones. Pero el sufrimiento la perseguía. Y sin darle apenas tregua, a los 20 años se le presentó una osteítis en las vértebras lumbares que la dejó imposibilitada para caminar. Los dolores en la cabeza eran insoportables, la enfermedad avanzaba y los médicos la desahuciaron.
Aunque se había propuesto llevar la cruz, no ocultó su contrariedad: «le dije a Jesús que no rezaría más si no me curaba. Y le pregunté qué pretendía teniéndome así. El ángel de la guarda me respondió: ‘Si Jesús te aflige en el cuerpo es para purificarte cada vez más en el espíritu’». Sanó con la mediación de santa Margarita María de Alacoque. La cortejaron dos caballeros que se prendaron de su belleza, pero no tuvieron nada que hacer; Dios era su único dueño. En los círculos del vecindario la conocían como «la jovencita de la gracia».
El año 1899 fue crucial. El 8 de junio se le manifestaron por vez primera los estigmas de la Pasión. Serían ostensibles en numerosas ocasiones cuando oraba, momento en que sudaba sangre. Meses más tarde, en el transcurso de una misión conoció a los padres pasionistas. Entonces sintió que Cristo le decía: «Tú serás una hija predilecta de mi Corazón». Estos religiosos la condujeron a la familia Gianni, cuya ayuda fue decisiva para afrontar lo que iba a sobrevenirle. Había caído en sus manos la vida de san Gabriel de la Dolorosa, escrita por el padre Germán de San Estanislao, C.P., que sería su director espiritual, y a partir de entonces su vida dio un giro radical. Las visiones, éxtasis y vaticinios comenzaron a sucederse mientras su salud empeoraba. Su virtud traspasaba la morada y los hechos inexplicables formaban parte de su día a día. Los estigmas invariablemente se le reproducían del jueves al viernes. Para que no viesen sus llagas usaba guantes negros y se ataviaba con un discreto vestido del mismo color. Aún así, no pudo evitar que estos favores saltaran a la calle. Y la misma gente que antes la admiró, se burlaba de ella y la tildaban de histérica y farsante. También el obispo Volpi, que fue su confesor, tuvo sus dudas. Paralelamente, los científicos no hallaban explicación a los hechos que le acontecían.
El padre Germán la sostuvo espiritualmente ante la exigencia de pruebas y el arrecio de las dificultades. Gemma sobrellevaba su dolor en silencio. Por su mediación se obraban grandes conversiones. Con todo, en su trayectoria espiritual hubo muchas incursiones violentas del diablo. En 1901 su director le indicó que redactase su biografía: «El cuaderno de mis pecados». En ella se percibe su profundo sentido victimal: se había ofrendado en holocausto por los pecadores. Instada por Cristo a fundar un monasterio para los pasionistas en Lucca, en 1901 enfermó gravemente. En el último periodo de su vida la oscuridad y la angustia por sus pecados le pesaron como una losa. Murió el Sábado Santo, 11 de abril de 1903, en medio de espantosos dolores que ofreció con carácter expiatorio. Ese año Pío X autorizó la erección del monasterio. Pío XI la beatificó el 14 de mayo de 1933. Pío XII la canonizó el 2 de mayo de 1940.