Arrecia el laicismo municipal y autonómico en vísperas de las elecciones generales. Claro, a estas alturas de la película, contra la Iglesia jerárquica y autocrática, que no contra la Iglesia popular y de base. Galicia, Valencia, Madrid… y seguimos.

Parece que a los laicistas de hoy, de ayer y de siempre, les agrada lo que el diario que El Socialista publicó en el siguiente suelto, el día 1 de octubre de 1931: “Se acerca la semana da la revolución española, y es preciso que la sensibilidad del país no sufra histerismos femeniles. A estas alturas tenemos que afrontar un problema, el religioso, que ha sido resuelto con eminente sentido civil o por todos los países del planeta. Hay que destruir a la Iglesia romana…”.

Lo que le ocurre al laicista español es que ha transitado de la cristofobia, de la que magníficamente escribió George Weigel, a la eclesiofobia; como si fuera una carretera de doble sentido, un camino de ida y vuelta. O quizá haya circulado en sentido inverso: de la eclesiofobia a la cristofobia, ratificando la primera. La cristofobia se sintetiza en la eclesiofobia; y la eclesiofobia hunde sus raíces en la cristofobia. Dos caras, distintas pero no distantes, de la misma moneda.

En España, esta relación tiene unos peculiares matices diferenciadores. La eclesiofobia es, en primer lugar, desafección espiritual, teológica, comunitaria. Pero, sobre todo, es disolución antropológica. La propuesta del laicismo español no es meramente formal, instrumental. Tiene una pretensión oblicua en la articulación de un sistema y de una forma de vida en el que la naturaleza del hombre no es un dato dado, asumido; es una hipoteca que hay que derruir –deconstruir- para poder ser libres. Lo que nos estamos jugando es la libertad.

La eclesiofobia está incapacitada para encontrarse y establecer un diálogo sincero con la fe, con la vivencia de la fe, personal y comunitaria, con la dimensión pública de la fe, si no es desde la clave de la ideologización del sentimiento religioso, en donde prima la capacidad operativa de la ideología sobre la capacidad receptiva de la acogida del misterio en la vida del hombre. Don y misterio; la vida como don –recibida, aceptada en la clave del sentido- y el hombre, y el sentido del hombre, en el misterio. Sólo el misterio explica el misterio.

La eclesiofobia es, también, disidencia cultural y teológica en la Iglesia y fuera de la Iglesia. La eclesiofobia es contracultura y contracultural.