¿Qué esconde el multiculturalismo? Decía Juan Pablo II que “cuando las preguntas (acerca del sentido de la existencia personal) son eliminadas, se corrompen la cultura y la vida moral de las naciones”. No existe, en la ingente bibliografía sobre multiculturalismo, un movimiento sinfónico de deslegitimación de supuestas evidencias, de denuncia de principios, que no lo son.

La clave para abordar esta cuestión es la apuesta por la verdad, por una verdad necesaria, que saben es más grande que sus proposiciones o sus hipótesis de análisis y verificación. El problema del multiculturalismo debe ser abordado desde una experiencia elemental y real de los hombres que se encuentran con y conviven junto a otros. Hay que escapar tanto de la uniformización del aislacionismo cultural, que propugnan quienes se oponen al multiculturalismo dominante, como de su relativismo implícito, desde esa experiencia original que es territorio de presencia y diálogo de la verdad y de la libertad, espacio, por tanto, adecuado al diálogo entre las culturas. Colocarse más allá de la dialéctica estremecedora y estéril de tener que apostar o por el multiculuturalismo, es decir, por quienes se entregan acríticamente al valor de cada cultura y al respeto íntegro a cada una, defendiendo una sociedad mosaico sin posibilidad de comparación axiológica, o de quienes apuestan por la necesidad de una cultura común a la que las culturas minoritarias se amolden con la mayoritaria o tradicional de acogida.

​Como nos recuerda Javier Prades en uno de sus escritos, la referencia a la verdad es estructural a la verdadera pregunta por lo humano, y a la verdadera pregunta por la religión y por la cultura del hombre. El multiculturalismo al uso no es un modo interpretativo entre tantos, es una radical historización de nuestra racionalidad, en la medida en que la verdad ha sido absorbida por la historia, de manera que hemos interiorizado la mirada histórico-hermenéutica (Nietzsche y Heidegger) y desconfiamos de cualquier realidad que se proponga como universal.

El multiculturalismo es el credo de las perspectivas, de las interpretaciones y de la libertad llevada, sin la verdad, hasta las últimas consecuencias. Para salir de ese círculo vicioso de la parálisis del multiculturalismo, pese a que en España parece que nuestros políticos aún están mareados en el centro de esa trampa, ha que plantear de nuevo la cuestión de la universalidad a partir de la estructura universal de la experiencia humana. Esto significa rendirse a la evidencia, que nos supera cognoscitivamente, de la existencia de un núcleo de comprensibilidad sin el cual no es posible la relación, el encuentro con el otro.

Existe una experiencia elemental que me permite descubrir mi identidad originaria y establecer un diálogo fecundo de relación con esa identidad. Esa identidad no es otra que la posibilidad de que acaezca el encuentro con el otro, con la cultura, con lo que de ella estaba allí. Universal no es, por tanto, la cultura, sino lo humano. Podemos hablar de un núcleo de evidencias, exigencias y disposiciones originarias que nos permitan poner en entredicho el multiculturalismo y el colonialismo cultural.