Tribunas

¿Seré viejo?

Ernesto Juliá

En medio de las noticias que nos asaltan cada día, y pretenden atraer nuestra atención; y que sin duda tienen su interés, como por ejemplo: las elecciones, el Brexit, los movimientos de Turquía, la polémica en torno a las valientes y claras palabras de Cañizares sobre la “ideología de género”, etc. etc., prefiero hoy tomarme un descanso, y comentar este pequeño sucedido.

Un amigo me hizo esa pregunta con aire de estar preocupado: ¿Seré, de verdad, viejo?

Estaba preocupado, sin duda. En el espacio de una semana, le habían ocurrido dos insignificantes encuentros que movieron su preocupación. ¿Seré viejo?

Un día, al salir del ascensor de su casa, un niño de unos 8 años se abalanzó para entrar en la misma cabina del ascensor, y chocó contra él. La criatura reaccionó molesto por haber encontrado un obstáculo en su camino, y sin pensarlo dos veces, le dijo en un tono no muy educado: ¡Apártate, viejo!

Mi amigo se olvidó enseguida del encontronazo, sonrió a la madre de la criatura, que riño enfadada a su hijo, y siguió su camino. Días después, comiendo con alguno de sus hermanos, uno de ellos comenzó a echar cuentas de la edad de cada uno de los comensales, y a mi amigo, con palabras cariñosas, le comentó: ¡Ya has llegado a viejo!

Mi amigo es un hombre ágil, y con sus setenta y pico en el corazón, sube de dos en dos las escaleras; está al día de las noticias más interesantes que ocurren el país;  sigue el curso de los estudios de sus nietos y de sus nietas;  se reúne con sus amigos y discuten de todo lo humano y divino, etc., etc.; y tiene la sabiduría de no preocuparse excesivamente ni de deportes, ni de política, y tampoco de la Bolsa.

Me hablaba un poco ensimismado, como dándole vueltas a la imagen que podía ofrecer de sí mismo a quienes le vieran en su quehacer de cada día; él, que siempre había sido un hombre sereno y apacible.

“¿Y qué te han visto, para llamarte viejo?”; le pregunté.

“No lo sé, fue su rápida respuesta. Algo más de canas ya tengo, que me voy quedando un poco calvo, también es notorio, que se me olvidan muchas cosas, tampoco lo niego; pero…”  

En plan amistoso, y para animarle un poco, se me ocurrió recordarle unas palabras de un profesor que los dos tuvimos durante el bachillerato. Hombre entrado en años que nos decía, de vez en cuando, que él quería llegar hasta el final de su vida haciendo tres cosas: trabajando bien; amando a los demás, viviendo con el Señor.

“Sigues trabajando como hace años, cuando cumpliste los 70, le dijo;. Y lo haces igual de bien. Algo más te costará, supongo, pero por ese lado, estás en plena juventud”.

“Te preocupas de tus nietos y de tus hijos, y tu esposa no te echa en cara que no le haces caso. O sea, tienes el corazón abierto a los demás, y no te pasas el día pensando en que si te hacen caso, si no te hacen caso, si te duele esta parte del cuerpo y la otra, O sea, no has caído en el egoísmo de pensar sólo en ti mismo, en tus achaques; y todo esto es un buen detalle de que amas a los tuyos. Y eso es también buena juventud”.

“Hombre, lo pones demasiado fácil”, me interrumpió mi amigo. “Los achaques del cuerpo también se notan y de vez en cuando tengo que tomar pastillas para dormir, para la tensión, para el colesterol, para no entristecerme”.

“De acuerdo, fue mi respuesta, pero esos son detalles que te sirven para ir con más calma, sin dejar de ir de prisa; que te ayudan a medir tus fuerzas y no lanzarte a las correrías alpinas de hace veinte años, y que mantienen en buen ritmo tu corazón y tu cabeza. O sea, sigues en juventud”.

“Y además, te he visto caminar alguna mañana rezando el rosario, y te veo con frecuencia en Misa. Y tú sabes bien que el rezar, el mantener la amistad con Dios, con Dios “que alegra nuestra juventud”, despeja la mente y la hace fuerte para que no esté dando vueltas en su propio laberinto; que ese darse vueltas deja agotado a cualquiera”.

“Hombre, si lo pones así, me queda todavía un buen rato de “juventud”.

“No de “juventud”; de “eternidad”. Que en Dios, en Cristo, nuestra vida es “eterna” porque es “joven”; y “joven” porque es “eterna”, le respondí en un momento de inspiración.

“Tú siempre tan transcendental”, comentó sonriendo. 

Y, sonriendo, nos fuimos a tomar un café.

 

Ernesto Juliá Díaz

ernesto.julia@gmail.com