Tribunas

El sufrimiento, el dolor, el mal

Daniel Tirapu

Si Dios es infinitamente bueno, ¿por qué tantas desgracias naturales, guerras, muerte, SIDA, pobreza, injusticia, círculos envenenados de poder, tanta envidia, tanto rencor, tanta frivolidad que hace daño? Antes o después nos llega esa pregunta. Y a veces sólo en el silencio ante Dios encontramos respuesta, pues Dios no ahorró a su Hijo del dolor, la angustia y la muerte, para salvarnos.

Dios nos ha hecho libres; ante ti el bien y el mal; la vida y la muerte; perdonar o tomar a la pistola. Por eso tiene que haber otro mundo distinto, otra vida donde los que lloran serán consolados infinitamente, los perseguidos encontrarán su casa, donde hay premio o castigo eterno. Es el drama de la libertad. ¿No hubiese sido mejor  un destino menos sublime y una existencia más llevadera?

Cuando experimentamos un sufrimiento, lo que más daño nos hace no es tanto éste como su rechazo, al propio dolor añadimos otro tormento; el de nuestra oposición, nuestra rebelión, nuestro resentimiento y la inquietud que provoca en nosotros. La tensa resistencia que genera en nuestro interior y la no aceptación del sufrimiento hacen que éste aumente. Mientras que, cuando estamos dispuestos a aceptarlo se vuelve de golpe menos doloroso: "un sufrimiento sereno deja de ser un sufrimiento" decía el cura de Ars. CS Lewis decía, que el dolor es el altavoz de Dios que nos llama y que sufrimos porque hemos sido felices.

De joven, todavía lo soy de corazón, quería cambiar el mundo. Ahora aspiro a reformarme en primer lugar a mí mismo. Nietstze decía que la religión cristiana es una religión de perdedores, que deben aceptar su miseria con resignación. Madre Teresa, Josemaria Escrivá, Juan Pablo II, Josefina Bakkita (religiosa canosiana, que después de ser esclava (esclava literal) fue santa) el jiennense Lolo, el Padre Pío, Fray Leopoldo de Alpandaire demuestran lo contrario; perdedores aparentemente, pero libres y que vivieron vidas apasionantes y apasionadas, muy diferentes todas ellas.