Tribunas

Euroislam: ¿algo que temer?

Pilar González Casado
Profesora Agregada a la Cátedra de Literatura árabe cristiana de la Universidad San Dámaso.

La presencia viva y activa del islam en Europa es un hecho innegable. Los comunicados de repulsa contra los últimos atentados del EI en Francia y Alemania, la solidaridad de los musulmanes que asistieron a la Misa en Rour como homenaje al Padre J. Hamel o las declaraciones del ministro del Interior francés acerca de la necesidad de elaborar un nuevo marco institucional para el culto musulmán, no hacen más que corroborarla.

Este islam lo forman ciudadanos europeos de diferente origen: musulmanes inmigrados de segunda o tercera generación y europeos neoconversos. Es lo que se denomina euroislam. Es urbano, reivindicativo de los derechos religiosos y civiles que le otorga su ciudadanía europea, partidario del pluralismo político, de la libertad religiosa, de conciencia y de expresión, de la justicia social, dialogante con la cultura moderna y caracterizado, sobre todo, por profesar una fe más emocional que convencida de su dogma, pero que en una sociedad pluralista confiere a sus miembros una identidad cultural propia. Como explica el catedrático de Teología de las Religiones de la Facultad de Teología de Granada, J. L. Sánchez Nogales, en su libro El islam entre nosotros, se trata de un islam mayoritariamente sociológico con una práctica religiosa bastante debilitada, reducida a celebrar el Ramadán, a la prohibición de comer cerdo y a la alimentación pura (o halal) como elementos identitarios persistentes.

No es un bloque unitario sino fragmentado. Como informa este mismo profesor, una de las causas de esta fragmentación es el desacuerdo sobre la financiación de las mezquitas europeas y de las nóminas de los imames. Los gobiernos islámicos y las organizaciones reformistas (Los Hermanos Musulmanes, los salafistas, las corrientes islamistas y las sufíes) poseen los medios económicos. Este islam extraeuropeo intenta controlar el islam emigrado. Convencido de su propia ortodoxia, quiere imponerla controlando el tipo de predicación (enviando en misión a sus propios imames) con el fin de orientar a los musulmanes europeos y crear una conciencia islámica grupal. Por su parte, el islam europeo intenta sacudirse esta presión y lucha por un islam autóctono, demócrata y abierto a una exégesis renovada del Corán. Ambas tendencias se organizan en torno a diferentes asociaciones, consejos y federaciones de musulmanes, dependiendo de las legislaciones de cada país de acogida. Si examinamos sus aspiraciones, es fácil deducir en qué equipo juega cada una de estas asociaciones. En este contexto se explican las ochenta órdenes de expulsión contra imames extranjeros del gobierno francés y la intención de crear una fundación para financiar los centros de culto y cortar el flujo de fondos extranjeros, concretamente saudíes, anunciada por Manuel Valls.

La Unión Europea, Rusia y las Repúblicas del Este engloban unos 45 millones de musulmanes que en 2030 probablemente alcanzarán los 60 millones. En la U.E. son entre 20 y 25 millones. La cantidad, frente a la de los cristianos europeos, abruma. ¿Y la calidad? Si se trata de una mera práctica cultural, sin convencimiento de fe, al vaivén de las emociones, probablemente no resistirá el asedio de la sociedad secularizada y relativista, cuyo estilo de vida resulta tan atractivo a los musulmanes inmigrados. Primará la cantidad, pero no la calidad, a pesar de las nuevas conversiones. ¿Por qué el islam puede resultar atractivo? ¿Cuál es su novedad con respecto al cristianismo? A. von Harnack, en su Historia de los dogmas, comparó ambos credos. Definió el islam como una reformulación de la fe judía propia del judeocristianismo gnóstico, compuesta por elementos sencillos. Estos elementos, enumerados por el teólogo protestante (el estricto monoteísmo, la lucha contra la idolatría, la fe como entrega a la voluntad divina, la convicción de la recompensa del bueno y del castigo del malvado, la celebración de la oración como un acontecimiento espiritual, la doctrina del último y mayor de los profetas y la confianza en su mensaje), en esencia, ya existían en su antecesora. Parece que son poco novedosos.

A estos elementos comunes, hay que añadir los que las separan: la negación de la Trinidad, la Encarnación y la divinidad de Jesucristo. Motivos principales por los que la fe islámica no supone un salto de calidad con respecto a su antecesora. El hombre, criatura y siervo de Dios del que no es imagen, tiene como destino definitivo ser premiado o castigado por Dios, sin saber con certeza si su cuerpo recobrará la vida pasada o si será sólo un alma eterna tras la muerte. Como Dios no se ha hecho hombre, el hombre no llegará a ser Dios cuando el Espíritu le resucite en carne gloriosa. Es uno de los saltos de calidad del cristianismo. Nada puede el euroislam ante el cristiano que espera ser salvado en Cristo y que no reduce su fe a una práctica sociológica y emocional sino que en la Iglesia universal la vive en plenitud.