SANTA SEDE

Los Nuncios Apostólicos, representantes de “la alegría y el poder de las bienaventuranzas proclamadas por Jesús”


 

La sede de la Nunciatura Apostólica sea verdaderamente la ‘Casa del Papa’, pidió Francisco a los Representantes Pontificios el sábado 17 de septiembre, en el marco de su Encuentro con motivo del Jubileo extraordinario de la Misericordia.

Con su bienvenida, el Papa les dirigió un denso discurso en el que les agradeció la misión que desarrollan al servicio del ministerio petrino y de la Iglesia y su libertad de anunciar el Evangelio de Cristo Buen Pastor.

Servir con sacrificio como humildes enviados; Acompañar a las Iglesias con el corazón de Pastores; Acompañar a los pueblos en los que está presente la Iglesia de Cristo

Fueron los tres puntos que destacó el Papa Francisco, empezando por su cordial bienvenida:

¡Bienvenidos a Roma! Volverla a abrazar en esta hora jubilar tiene para ustedes un significado especial.

Junto con los recuerdos personales de los Representantes Pontificios formados en Roma, el Santo Padre reiteró que es la Sede de Pedro:

«En efecto, aquí Pedro está desde los albores de la Iglesia. Aquí Pedro está hoy en el Papa que la providencia ha querido que fuera. ¡Aquí Pedro estará mañana, estará siempre! Así ha querido el Señor: que la humanidad impotente, que de por sí sería sólo piedra de tropiezo, se volviera por divina disposición roca inquebrantable».

Destacando la importancia de servir con sacrificio como humildes enviados, el Santo Padre recordó la misión del servicio diplomático de la Santa Sede y de representar al Papa:

«Ustedes, en su obrar, están llamados a llevar a todos la caridad solícita de quien representan, volviéndose así aquel que sostiene y tutela, que está listo a sostener y no sólo a corregir, que está disponible a la escucha antes de decidir, a hacer el primer paso para eliminar tensiones y favorecer comprensión y reconciliación».

En este primer punto, con la figura del lobo que asecha al rebaño, el Papa se refirió a insidias, hostilidades y persecuciones que sufren los cristianos en algunas partes del mundo, en especial en Oriente:

«Pienso en los cristianos en Oriente, hacia los cuales el violento asedio parece apuntar, con el silencio cómplice de tantos a su erradicación».

Y tras animar a los Representantes Pontificios a tener los ojos abiertos y reconocer de dónde vienen las hostilidades, para discernir los caminos posibles para contrastar las causas y afrontar las insidias, los invitó a gastar sus mejores energías en hacer resonar en el alma de las Iglesias a las que sirven la alegría y el poder de las bienaventuranzas proclamadas por Jesús.

 

Luego su especial exhortación para que las Nunciaturas sean la Casa del Papa:

«La sede de la Nunciatura Apostólica sea verdaderamente la ‘Casa del Papa’, no sólo en su tradicional fiesta anual, sino como lugar permanente, donde toda la realidad eclesial pueda encontrar sostén y consejo, y las autoridades públicas un punto de referencia, no  sólo por su función diplomática sino por el carácter propio y único de la diplomacia pontificia. Vigilen para que sus nunciaturas no se vuelvan nunca refugio de ‘los amigos y amigos de amigos’. Huyan de los chismosos y de los arribistas».

Recordándoles que son Pastores a los que les importa verdaderamente el bien de las personas, el Papa destacó asimismo la ingente tarea que tienen los Nuncios en garantizar la libertad de la Iglesia, ante toda forma de poder que quiera hacer callar la Verdad.

«La Iglesia es libre sólo si sus instituciones pueden obrar para anunciar al Evangelio, a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo» (Evangelii gaudium, 23). Y si se manifiesta como signo de contradicción ante las modas del momento, ante la negación de la Verdad evangélica y ante las fáciles comodidades, que a menudo contagian también a los Pastores y su rebaño:

«Recuerden que representan a Pedro, roca que sobrevive al desbordamiento de las ideologías, a la reducción de la Palabra a mera conveniencia, a la sumisión a los poderes de este mundo que pasa. Por lo tanto, no se acomoden a líneas políticas o batallas ideológicas, porque la permanencia de la Iglesia no se apoya en el consentimiento de los salones o de las plazas, sino sobre la fidelidad a su Señor, que por el contrario de zorros y pájaros no tiene cuevas ni nidos dónde reclinar su cabeza».

También les recordó su misión apostólica que consiste en acompañar a las Iglesia con la mirada del Papa, que no es otra que la de Cristo Buen Pastor, Reiterando que los Pastores necesarios para la Iglesia de hoy son testigos del Resucitado y no portadores de un currículo y son obispos orantes, se refirió asimismo a la importante colaboración que desarrollan en el nombramiento de los nuevos Obispos.

 

Como tercer punto Francisco invitó a los Nuncios a acompañar a los pueblos en los cuales está presente la Iglesia de Cristo:

«¡Su servicio diplomático es el ojo vigilante y lucido del Sucesor de Pedro sobre la Iglesia y sobre el mundo! Les pido estar a la altura de esta noble misión, por la cual deben prepararse continuamente. No se trata solo de adquirir contenidos sobre temas, por lo demás cambiantes, sino de una disciplina de trabajo y de un estilo de vida que permita apreciar también las situaciones rutinarias, de percibir los cambios en acto, de evaluar las novedades, saberlas interpretar con mesura y sugerir acciones concretas».

La velocidad de los tiempos demanda una formación permanente, evitando dar todo por descontado, observó el Pontífice, notando que a veces, el repetirse del trabajo, los numerosos compromisos, la falta de nuevos estímulos alimenta una “pereza intelectual” que no tarda en producir sus frutos negativos. Una seria y continua profundización ayudaría a superar aquella fragmentación por la que individualmente se busca desempeñar el propio trabajo de la mejor manera, pero sin alguna o poca coordinación e integración con los otros:

«Los desafíos que nos esperan en nuestros días son grandes y no haré una lista. Uds. los conocen. Tal vez es también más sabio intervenir sobre sus raíces. La diplomacia pontificia no puede ser ajena a la urgencia de hacer palpable la misericordia en este mundo herido y quebrantado. La misericordia debe ser el código de la misión diplomática de un Nuncio Apostólico, el cual, además del esfuerzo ético personal, debe poseer la firme convicción de que la misericordia de Dios se injerta en las vicisitudes de este mundo, en las vicisitudes  de la sociedad, de los grupos humanos, de las familias, de los pueblos, de las naciones».

Enviándolos nuevamente a su misión, después de estos días de fraternales encuentros, el Obispo de Roma confió a los nuncios a la alegría del Evangelio. “No seamos dependientes del miedo y de la noche, los exhortó, sino custodios del alba y de la luz del Resucitado”:

«El mundo tiene tanto miedo y lo difunde.  A menudo lo hace clave de lectura de la historia y lo adopta como estrategia para construir un mundo apoyado sobre muros y fosos. Podemos también comprender las razones del miedo, pero no podemos abrazarlas, porque «Lo que Dios nos ha dado no es un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de sobriedad.» (2 Tm 1,7).

Por esto Francisco los invitó a “tomar” de este espíritu. “Vayan: abran puertas; construyan puentes; tejan lazos; estrechen amistades; promuevan unidad. Sean hombres de oración: jamás la descuiden, sobre todo la adoración silenciosa, verdadera fuente de toda vuestra obra. El miedo vive siempre en la oscuridad del pasado y es pasajero. ¡El futuro pertenece a la luz! ¡El futuro pertenece a Cristo!”, finalizó.

(RC – CdM – RV)