Servicio diario - 01 de noviembre de 2016


 

El Papa en Suecia señala que la felicidad caracteriza a los santos
Posted by Sergio Mora on 1 November, 2016



(ZENIT – Roma).- En la festividad de Todos los Santos, el papa Francisco presidió este martes la santa misa en el estadio Swedbak de Malmö, en el segundo y último día de su viaje a Suecia. Allí recordó durante su homilía a los miles de fieles reunidos o que le seguían por televisión y los medios de comunicación, que “si hay algo que caracteriza a los santos es que son felices”.
El día de ayer sábado, vio un hecho histórico, la Declaración conjunta católico-luterana, que se añade a un recorrido ecuménico iniciado después del Vaticano II. Así como la ceremonia en la catedral de Lund, con un recíproco ‘mea culpa’ por los 500 años de conflicto y donde el Papa pidió al Espíritu Santo que conceda la gracia de un nuevo inicio en las relaciones recíprocas.
Hoy domingo el Santo Padre entró al estadio en un pequeño vehículo abierto. Allí le esperaban unos diez mil fieles, que le saludaban con entusiasmo mientras filmaban con sus móviles en la mano. El Papa bendijo a algunos niños y al bajar del vehículo, se acercó a varios enfermos en silla de ruedas que le esperaban.
El Kyrie Eleison y el Gloria in Excelsis Deo, fueron entonados por un numeroso coro, así como los cantos que acompañaron la liturgia. El papa Francisco que vestía paramentos color crema y portaba el palio ingresó en la zona donde estaba montado el altar, presidido por un hermoso crucifijo y muchos adornos de flores blancas y amarillas, colores del Vaticano.
La misa fue en latín, las lecturas en idioma sueco, en cambio la homilía en español. Francisco recordó que “con toda la Iglesia celebramos hoy la solemnidad de Todos los Santos” incluyendo también “a tantos hermanos nuestros que han vivido su vida cristiana en la plenitud de la fe y del amor, en medio de una existencia sencilla y oculta”. Y añadió: “Seguramente, entre ellos hay muchos de nuestros familiares, amigos y conocidos”.
“Pero si hay algo –prosiguió Francisco– que caracteriza a los santos es que son realmente felices. Han encontrado el secreto de esa felicidad auténtica, que anida en el fondo del alma y que tiene su fuente en el amor de Dios. Por eso, a los santos se les llama bienaventurados. Las bienaventuranzas son su camino, su meta, su patria”.
“Las bienaventuranzas son el camino de vida que el Señor nos enseña”y “son el perfil de Cristo y por tanto, lo son del cristiano”, aseguró. Y subrayó de ellas: “la mansedumbre” es la que “nos acerca a Jesús y nos hace estar unidos entre nosotros”.
Recordó también dos santas que nacieron en Suecia: María Elisabeth Hesselblad y Brigitta Vadstena, las cuales trabajaron para estrechar lazos de unidad entre los cristianos, en un país “donde estamos conmemorando conjuntamente el quinto centenario de la Reforma”.
Y señaló que hoy se podrían añadir otras bienaventuranzas:
“Bienaventurados los que soportan con fe los males que otros les infligen y perdonan de corazón; bienaventurados los que miran a los ojos a los descartados y marginados mostrándoles cercanía; bienaventurados los que reconocen a Dios en cada persona y luchan para que otros también lo descubran; bienaventurados los que protegen y cuidan la casa común; bienaventurados los que renuncian al propio bienestar por el bien de otros; bienaventurados los que rezan y trabajan por la plena comunión de los cristianos… Todos ellos son portadores de la misericordia y ternura de Dios, y recibirán ciertamente de él la recompensa merecida”.
El Papa concluyó recordando que “la llamada a la santidad es para todos” y pidió a “nuestra Madre del cielo, Reina de todos los Santos”, que seamos “bendecidos en nuestros esfuerzos y alcancemos la santidad en la unidad”.


Francisco concluye su viaje a Suecia y regresa a Roma
Posted by Redaccion on 1 November, 2016



(ZENIT – Roma).- El santo padre Francisco regresó a Roma en el airbus Alitalia A321-4000, que partió del aeropuerto sueco de Malmö a las 12.45. Allí llegó al aeropuerto en una fiat gris con la placa SCV1, y antes de subir al avión saludó a la ministra de cultura sueca Alice Bah Kuhnke.
La aeronave aterrizó a las 15,30 en el aeropuerto italiano de Ciampino, en un vuelo 2 horas y 45 minutos que recorrió 1.540 km y que cruzó el espacio aéreo de Suecia, Alemania y Austria.



El Santo Padre: recibir a los migrantes con prudencia, para darles casa, estudio y trabajo
Posted by Redaccion on 1 November, 2016



(ZENIT – Roma).- Hay que recibir a los refugiados, pero es necesario también darles casa, escuela y trabajo. Lo indicó el papa Francisco este domingo por la tarde en el vuelo de regreso de Suecia, conversando en el avión con los periodistas. El Papa respondió también sobre el sacerdocio femenino, el encuentro que tuvo con el presidente de Venezuela; la secularización en occidente y el Grupo Santa Marta contra la trata de personas, entre otros temas.
Sobre la migración indicó que “no es humano cerrar puertas y corazones a los refugiados” pero “es necesaria la prudencia” para que una vez que han sido recibidos se pueda ofrecerle lo necesario para su integración. Y comentó que en los países europeos hay reacciones o miedo, incluso quienes temen que los refugiados amenacen la identidad cristiana.
El Papa señaló que como argentino y sudamericano, agradece a Suecia por la acogida que ha dado a sus compatriotas, a los chilenos, uruguayos y otros en la época de las dictaduras militares. Y más aún, porque además ha sabido integrarlos, dando escuela y trabajo inmediatamente.
Indicó que los nuevos suecos son casi el 10 por ciento de la población, y que es necesario distinguir entre migrante y refugiado. Que el migrante debe ser tratado con ciertas reglas, porque migrar es un derecho y está muy regulado. En cambio, el refugiado viene de situaciones de angustia, hambre, guerra terrible, y su estatus requiere más atención.
¿Qué pienso sobre los países que cierran las fronteras? Se interrogó, y respondió que en teoría no se puede cerrar el corazón a un refugiado. Que el país con posibilidades de integrar tiene que hacer más, pero que es imprudente y recibir a más personas de los que pueden ser integrados y que esto se paga políticamente.
El peor consejero para hacer cerrar las fronteras es el miedo, dijo, y el mejor consejero es la prudencia. Pidió también evitar que se formen guetos y reiteró su solicitud para favorecer la integración.


El ángelus en el Swedbak de la ciudad sueca de Malmö – Texto completo
Posted by Sergio Mora on 1 November, 2016



(ZENIT – Roma).- El papa Francisco a concluir la misa en el estadio Swedbak de la ciudad sueca de Malmö, antes de rezar la oración del ángelus pronunció las siguientes palabras:
“Al terminar esta celebración, deseo agradecer a Mons. Anders Arborelius, Obispo de Estocolmo, sus amables palabras, así como el esfuerzo de las Autoridades y todos los que han participado en la preparación y desarrollo de esta visita.
Saludo cordialmente al Presidente y al Secretario General de la Federación Luterana Mundial, y al Arzobispo de la Iglesia de Suecia. Saludo a los miembros de las delegaciones ecuménicas y del Cuerpo Diplomático presentes para esta ocasión; y a todos los que han deseado unirse a nosotros en esta celebración Eucarística.
Doy gracias a Dios por haberme dado la oportunidad de venir a esta tierra y encontrarme con ustedes, muchos de los cuales provienen de diversas partes del mundo. Como católicos formamos parte de una gran familia, sostenida por una misma comunión. Los animo a vivir su fe en la oración, en los Sacramentos y en el servicio generoso ante quien tiene necesidad y sufre.
Los aliento a ser sal y luz en medio de las circunstancias que les toca vivir, con su modo de ser y actuar, al estilo de Jesús, y con gran respeto y solidaridad con los hermanos y hermanas de las otras iglesias y comunidades cristianas y con todas las personas de buena voluntad.
En nuestra vida no estamos solos, tenemos siempre el auxilio y la compañía de la Virgen María, que se nos presenta hoy como la primera entre los Santos, la primera discípula del Señor. Nos abandonamos a su protección y le presentamos nuestras penas y alegrías, nuestros temores y anhelos. Todo lo ponemos bajo su amparo, con la seguridad de que nos mira y nos cuida con amor de madre.
Queridos hermanos, les pido que no olviden rezar por mí. Yo los tengo también muy presentes en mi oración.
Y ahora saludemos juntos a la Virgen con la oración del ángelus”.


Texto completo de la homilía del papa Francisco en el estadio sueco de Swedbak en Malmo
Posted by Redaccion on 1 November, 2016



(ZENIT – Roma).- El santo padre Francisco celebró este domingo, festividad de Todos los santos, la eucaristía en el estadio Swedbak de Malmö, el segundo y último día de su viaje a Suecia, en donde se reunión con los obispos luteranos. Se recordaron los 500 años de la Reforma protestante, pidieron perdón por tantos conflictos, agradecieron los pasos hacia la unidad y desearon un nuevo inicio. A continuación su homilía en la misa del domingo en el estadio.
Texto completo de la homilía:
“Con toda la Iglesia celebramos hoy la solemnidad de Todos los Santos. Recordamos así, no sólo a aquellos que han sido proclamados santos a lo largo de la historia, sino también a tantos hermanos nuestros que han vivido su vida cristiana en la plenitud de la fe y del amor, en medio de una existencia sencilla y oculta. Seguramente, entre ellos hay muchos de nuestros familiares, amigos y conocidos.
Celebramos, por tanto, la fiesta de la santidad. Esa santidad que, tal vez, no se manifiesta en grandes obras o en sucesos extraordinarios, sino la que sabe vivir fielmente y día a día las exigencias del bautismo. Una santidad hecha de amor a Dios y a los hermanos. Amor fiel hasta el olvido de sí mismo y la entrega total a los demás, como la vida de esas madres y esos padres, que se sacrifican por sus familias sabiendo renunciar gustosamente, aunque no sea siempre fácil, a tantas cosas, a tantos proyectos o planes personales.
Pero si hay algo que caracteriza a los santos es que son realmente felices. Han encontrado el secreto de esa felicidad auténtica, que anida en el fondo del alma y que tiene su fuente en el amor de Dios. Por eso, a los santos se les llama bienaventurados. Las bienaventuranzas son su camino, su meta, su patria. Las bienaventuranzas son el camino de vida que el Señor nos enseña, para que sigamos sus huellas. En el Evangelio de hoy, hemos escuchado cómo Jesús las proclamó ante una gran muchedumbre en un monte junto al lago de Galilea.
Las bienaventuranzas son el perfil de Cristo y, por tanto, lo son del cristiano. Entre todas ellas, quisiera destacar una: «Bienaventurados los mansos». Jesús dice de sí mismo: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29). Este es su retrato espiritual y nos descubre la riqueza de su amor. La mansedumbre es un modo de ser y de vivir que nos acerca a Jesús y nos hace estar unidos entre nosotros; logra que dejemos de lado todo aquello que nos divide y enfrenta, y se busquen modos siempre nuevos para avanzar en el camino de la unidad, como hicieron hijos e hijas de esta tierra, entre ellos santa María Elisabeth Hesselblad, recientemente canonizada, y santa Brígida, Brigitta Vadstena, copatrona de Europa.
Ellas rezaron y trabajaron para estrechar lazos de unidad y comunión entre los cristianos. Un signo muy elocuente es el que sea aquí, en su País, caracterizado por la convivencia entre poblaciones muy diversas, donde estemos conmemorando conjuntamente el quinto centenario de la Reforma. Los santos logran cambios gracias a la mansedumbre del corazón. Con ella comprendemos la grandeza de Dios y lo adoramos con sinceridad; y además es la actitud del que no tiene nada que perder, porque su única riqueza es Dios.
Las bienaventuranzas son de alguna manera el carné de identidad del cristiano, que lo identifica como seguidor de Jesús. Estamos llamados a ser bienaventurados, seguidores de Jesús, afrontando los dolores y angustias de nuestra época con el espíritu y el amor de Jesús. Así, podríamos señalar nuevas situaciones para vivirlas con el espíritu renovado y siempre actual: Bienaventurados los que soportan con fe los males que otros les infligen y perdonan de corazón; bienaventurados los que miran a los ojos a los descartados y marginados mostrándoles cercanía; bienaventurados los que reconocen a Dios en cada persona y luchan para que otros también lo descubran; bienaventurados los que protegen y cuidan la casa común; bienaventurados los que renuncian al propio bienestar por el bien de otros; bienaventurados los que rezan y trabajan por la plena comunión de los cristianos… Todos ellos son portadores de la misericordia y ternura de Dios, y recibirán ciertamente de él la recompensa merecida.
Queridos hermanos y hermanas, la llamada a la santidad es para todos y hay que recibirla del Señor con espíritu de fe. Los santos nos alientan con su vida e intercesión ante Dios, y nosotros nos necesitamos unos a otros para hacernos santos. Juntos pidamos la gracia de acoger con alegría esta llamada y trabajar unidos para llevarla a plenitud. A nuestra Madre del cielo, Reina de todos los Santos, le encomendamos nuestras intenciones y el diálogo en busca de la plena comunión de todos los cristianos, para que seamos bendecidos en nuestros esfuerzos y alcancemos la santidad en la unidad”.


Beato Pío Campidelli – 2 Noviembre
Posted by Isabel Orellana Vilches on 1 November, 2016



(ZENIT – Madrid).- En esta conmemoración de Todos los Fieles Difuntos, nuevamente nos encontramos frente a una vida breve, de intensa entrega a Cristo, que transcurrió sin notoriedad y se consumó sobrenaturalizando lo ordinario. Luigi, que ese fue el nombre que le impusieron en bautismo a este pasionista, fue el cuarto de los seis hijos habidos en el matrimonio de agricultores compuesto por Giuseppe y Filomena, que vieron partir de este mundo prematuramente a dos de ellos. Luigi nació en la localidad italiana de Trebbio perteneciente a Poggio Berni (diócesis de Rimini), región de Emilia-Romagna el 29 de abril de 1868. Su madre le educó en la fe cristiana, como haría con el resto de sus hijos.
Giuseppe murió a consecuencia del tifus cuando el beato tenía 4 años. No le dio tiempo a conocer las cualidades de este hijo estudioso, sensible, lleno de bondad, en el que fueron calando las enseñanzas que recibía en el hogar. Como sucedía entonces en tantas localidades, muchas veces eran los sacerdotes los que tomaban la iniciativa de acoger a los niños para proporcionarles adecuada formación. Luigi acudía el centro que había abierto el padre Angelo Bertozzi, con el que aprendió latín antes de ir a la escuela pública. Además, prestaba una ayuda inestimable a los suyos trabajando en el campo. Sufría al oír las blasfemias proferidas por un tío suyo, Bertoldo, que convivía con la familia, al que tuvo especialmente presente en sus oraciones, y no descansó en sus peticiones hasta que siendo ya religioso tuvo noticias de que había abandonado tan pésima y grave costumbre.
Su madre, como la gran parte del pueblo, además del párroco padre Filippo, sabía que el muchacho estaba en el buen camino y admiraba su excelente conducta. Ella había acudido al sacerdote para intercambiar impresiones sobre este hijo que la tenía admirada con su comportamiento, y en el que veía las trazas de un chico que apuntaba directo al cielo. Entonces Filippo le había dicho que Dios estaba trabajando en el corazón del pequeño quien le estaba respondiendo admirablemente. La madrina de Luigi, como otras personas cercanas, no dudaba de la gracia que resplandecía en él. Así lo dejaba entrever en sus comentarios, diciendo que parecía haber nacido para el paraíso. Y sí, era realmente un ángel, como iba a comprobarse.
La formación espiritual que recibía en el seno familiar se convirtió en la base sobre la que se asentó su temprana vocación. Y es que sus ensoñaciones se dispararon en 1880 al escuchar a los pasionistas del santuario de la Madonna di Casale, ubicado en las cercanías de Sant’Arcángelo que predicaban las misiones por la región. Ya estaba acostumbrado a las prácticas de piedad. Solía acudir a misa diariamente recorriendo a pie cinco kilómetros, tenía presente en su oración a personas a las que estimaba, como su abuelo que había fallecido seis años antes, impartía catequesis, y pasaba por encima de las habladurías de algunos vecinos que calificaban su conducta como propia de un santurrón.
No hay edad para el amor a Dios y el caso de Luigi es otra prueba de ello, ya que en ese momento tenía 12 años. Sin embargo, aunque era casi un niño, interpretó perfectamente el llamamiento interior que sintió para seguir a Cristo a través de ese carisma: «Te quiero pasionista». Habló de ello con el superior de Casale di Vito, pero se vio obligado a vivir en un compás de espera contando los días que le faltaban para cumplir los 14, edad en la que iba a ser admitido. El 2 de mayo de 1882 ingresó en el convento. Su madre y hermanos se quedaron llorando. Él los consoló diciendo: «Por mí no debéis llorar; yo soy verdaderamente feliz». Quería ser sacerdote, un gran misionero, y, sobre todo, ser santo. El 27 de ese mismo mes tomó el hábito y el nombre de Pío. En 1883 inició el noviciado en san Eutizio de Soriano. Luego regresó a Casale donde profesó el 30 de abril de 1884.
Mientras se formaba en los estudios eclesiásticos, que le hubieran llevado al sacerdocio, probaba fehacientemente su vocación con una vida de entrega y fidelidad en lo cotidiano. Alegre, estudioso, caritativo, modesto, obediente, generoso, dando muestras de saber estar en todo momento. Llamaba la atención su devoción por la Eucaristía, por Cristo crucificado y por la Virgen María. Tenía como insignes modelos para su vida a san Luís Gonzaga y a san Gabriel de la Dolorosa. Si su familia pensó alguna vez que podría sentirse defraudado en la forma de vida y lugar elegido para entregarla, habrían errado. Su hermana Teresa siempre que fue a visitarlo constató en su rostro el gozo que le envolvía. Una vez su madre le preguntó que si quería volver a casa, y su respuesta fue rotunda, inequívoca: «¡Ni por todo el oro del mundo!».
Su constitución física era frágil. Y a Dios Padre debía urgirle tenerlo junto a Él. Así, aunque recibió las órdenes menores, ni siquiera pudo convertirse en subdiácono porque la temible tuberculosis se cebó en él en 1888. Acogió serenamente la funesta enfermedad, y cuando su madre fue a verle la animó diciéndole que fuese fuerte, vaticinándole que se reunirían de nuevo en el cielo. Murió el 2 de noviembre de 1889 a sus 21 años, arrebatado por el amor divino, comunicando a los que le acompañaban en esos postreros instantes que la Virgen venía a por él. Según sus propias palabras, ofrecía su vida «por la Iglesia, el papa, la congregación, para la conversión de los pecadores, y sobre todo por el bien de mi querida Romagna». Sus restos se veneran en el santuario de Casale desde 1923. Juan Pablo II lo beatificó el 17 de noviembre de 1985.