Profundización \ Espiritualidad

Tu Palabra me da Vida, Reflexiones bíblicas de Monseñor Fernando Chica Arellano

RV | 11/11/2016


 

Yo soy el pan de la Vida

Del Evangelio de San Juan: “En aquel tiempo dijo Jesús a la gente: Yo soy el pan de la Vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed” (6, 35).

Comentario:

Jesús se presenta como el pan de la vida y con ello nos está diciendo que es Él que da consistencia a nuestros días. El que se ocupa de nosotros, el que nos cuida de verdad y nunca se olvida de nuestras causas, de nuestras luchas, de nuestras preocupaciones. Frente a otros que dicen y no hacen; frente a algunos que hacen algo y luego se cansan y olvidan, Jesús es el verdadero apoyo, el apoyo total. Junto a Él nunca tendremos hambre o sed. Es una afirmación de totalidad. Él puede darnos esa plenitud total que tanto ansiamos. Él es el apoyo que nunca falla. Lo saben bien los pobres y necesitados.

Con esta imagen tan plástica como es la del pan, tomada de la vida diaria, Cristo nos está diciendo que nuestra vida depende de Él. Vivimos de Él, de su bondad que nos ofrece razones para vivir, motivaciones para esperar, incluso contra toda esperanza. Y esto se hace real y presente, sobre todo, en la eucaristía, donde experimentamos su cercanía, su providencia, porque lo vemos a Él repartiéndonos el ‘pan de los hijos’, el ‘pan vivo bajado del cielo’, el ‘pan de la sensatez’. Con la Eucaristía Cristo enriquece nuestra pobreza.

Nos dice el Papa Francisco en su Encíclica Laudato sí: “El Señor, en el colmo del misterio de la Encarnación, quiso llegar a nuestra intimidad a través de un pedazo de materia. No desde arriba, sino desde adentro, para que en nuestro propio mundo pudiéramos encontrarlo a él. En la Eucaristía ya está realizada la plenitud, y es el centro vital del universo, el foco desbordante de amor y de vida inagotable”.

Y en la celebración de su primera fiesta del Corpus Domini como sucesor de Pedro nos dijo: “Jesús se dona a nosotros en la Eucaristía, comparte nuestro mismo camino, es más se hace alimento, el verdadero alimento que sostiene nuestra vida en los momentos en los que el camino se hace duro, y los obstáculos frenan nuestros pasos. Y en la Eucaristía el Señor nos hace recorrer su camino, el camino del servicio, del compartir, del donarse, y lo poco que tenemos, lo poco que somos, si es compartido, se convierte en riqueza, porque es la potencia de Dios, que es la fuerza del amor que desciende sobre nuestra pobreza para transformarla. Así que preguntémonos esta tarde, al adorar a Cristo presente realmente en la Eucaristía: ¿me dejo transformar por Él? ¿Dejo que el Señor, que se da a mí, me guíe para salir cada vez más de mi pequeño recinto, para salir y no tener miedo de dar, de compartir, de amarle a Él y a los demás?” (30.5.2013).

Así pues, recibir el Cuerpo entregado del Señor, es ponerse en disposición de dejarnos transformar por Él, de dejarnos transformar por el Espíritu Santo, y salir de nosotros mismos, para darnos, para ser, como Jesús y con Jesús, pan partido, pan que se entrega incondicionalmente, hasta el límite. Con su gracia y siguiendo sus huellas, mirando su ejemplo, cada uno podemos convertirnos en pan para los otros. En la eucaristía encontramos fuerzas para dar a nuestra vida el giro que necesita: de egoístas encorvados sobre nosotros mismos a servidores que se ponen a disposición de los demás. Es una rotación total.

A ello nos estimula el mismo Jesús cuando nos dice: “Hay mayor felicidad en dar que en recibir” (Hechos de los Apóstoles 20,35).

A ello nos llama también san Agustín, cuando nos dice que el dar para nosotros es darnos, y haciéndolo con alegría, además salimos ganando; afirma el santo obispo de Hipona: “Da de lo que tienes para que merezcas recibir lo que te falta”. “No busques qué dar... Date a ti mismo...” “Si dieres el pan triste, el pan y el mérito perdiste”.

Así, pues, el estilo de nuestra vida pasa por dar con alegría y con humildad. Otro estilo no es concorde con nuestra condición, tal y como nos recordó el papa Clemente  XIV, cuando decía: “Dar con ostentación es mucho peor que no dar”.

¿De qué manera podemos ser pan y alimentar al prójimo, sobre todo al necesitado, en el nombre del Señor? ¿Cómo es posible hacerlo con alegría y humildad?

A este respecto, podemos recordar lo que nos dice san Pablo: “Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo” (Ef 4,31).

Cuando tratas con bondad a una persona, le estás dando el mejor de los alimentos. Cuando perdonas de verdad, alimentas a tu prójimo con el pan de la misericordia. Cuando muestras comprensión, estás alimentándola con tu espíritu magnánimo. Pregúntate: ¿Llevo yo en la alforja de mi vida estos panes? No te quedes paralizado. Busca la persona que a tu lado carece de bondad y de comprensión y sáciala de aquellos dones que necesita. ¿Hacia qué persona debo recorrer el camino del perdón, de la misericordia y de la reconciliación?

Pero como somos especialistas en poner excusas, quizá llegues a decir: es que no tengo nada que dar, es que mis medios son escasos. Deja que estas palabras de Santa Madre Teresa de Calcuta toquen tus entrañas: “Cuanto menos poseemos, más podemos dar. Parece imposible, pero no lo es. Esa es la lógica del amor”.

Si piensas que eres pobre y limitado, que no tienes muchos haberes, puedes recordar también que hay un pan que siempre puedes dar: el pan del tiempo, el pan de tu tiempo. En la vida actual, tan cargada de compromisos y ocupaciones, lo más valioso que tenemos es el tiempo. ¿Has pensado la manera de alimentar a quien vive en soledad con el pan de tu tiempo? ¿Por qué no te decides a visitar a quien está enfermo, para fortalecerlo con el pan del tiempo gratuito hecho presencia amiga? Regala a tus hijos tu tiempo, a tus amigos, a las personas que ves cabizbajas y abrumadas, a los desfavorecidos, a los postergados y preteridos de este mundo. Busca el camino de dedicar tiempo para escuchar al otro, escuchar sin interferir, sin interrumpir.

Piensa, ¿a quién tengo que darle mi tiempo? ¿a quién puedo darle mi tiempo, es decir, mi persona? Pon rostros y nombres concretos. Atrévete. Hazlo y serás prolongación de Jesús, el pan de la vida. Dale el pan de tu tiempo a esa persona, y así harás lo más importante: te estarás dando a esa persona, como el Señor se ha entregado por ti, con un amor ilimitado, hasta el extremo.

(Mercedes De La Torre, RV).