Tribunas

La Constitución de 1978, el poder y la Iglesia

José Francisco Serrano Oceja

 

Mucho se ha hablado estos días sobre la Constitución de 1978. El siempre controvertido Gregorio Morán, en su libro "El precio de la transición", ofrece veinticinco proposiciones para un Manual de las transiciones políticas. Dice allí:

“Los dos personajes bíblicos que toda transición que se precie debe considerar como más inquietante son Jeremías y Job. El primero porque representa el valor de la palabra y la impertinencia de unas reflexiones inútiles y a destiempo. Job porque la paciencia es la única concesión que hacen quienes vencen a quienes son vencidos. 

El segmento humano con el que habrá mayor dificultad para explicar la transición no serán los resentidos, ni los envidiosos, ni los perdedores, ni los violentos, ni los extranjeros. Serán los niños. No es fácil hacer pedagogía con la transición. Primero habrá que explicarles los personajes, luego las situaciones y, por fin, el resultado. Corremos el riesgo de que o no lo entiendan o se ofenden. Se necesita edad para comprender la transición. Lo idóneo es la ancianidad porque permite ese bello tono distante que empieza siempre diciendo "... si yo te contara..."”  

Podemos preguntarnos si el divorcio que algunos han firmado con la Transición no es la causa de la decepción política de los españoles. En este sentido no hago oídos sordos a las afirmaciones del revisionista profesor Juan Andrade que insiste en que muchos tienden a confundir la historia con su propia biografía. 

Los nuevos politólogos señalan que pasamos de un régimen autoritario a una democracia aparente y superficial. Sólo una verdadera ruptura hubiera acabado con las viejas estructuras de poder.

Sería algo así como la afirmación que Pablo Iglesias hace en su libro "Disputar la democracia": "Los poderosos no renuncian a todos sus privilegios cuando son derrotados en la mesa del ajedrez, sino cuando caen en el Ring".

Incluso hay quien señala, explícita o implícitamente, que la Transición fue una Transición mentirosa que derivó en una democracia de mentira.

El empeño por insistir en que la democracia se hizo desde arriba hacia abajo, sin el concurso de los de abajo, obvia el papel de los trabajadores, sindicalistas, universitarios, curas obreros, estudiantes, organizaciones sociales, la prensa y la Iglesia.

Hay quien apunta también que, en el actual momento de la historiografía, nos estamos equivocando al ser tan indulgentes con el pasado y tan implacables con el presente. 

En términos generales –y ahora estoy formulando una hipótesis implícita- la prensa se configuró en ese período a partir de un matrimonio con el poder que es algo más que un matrimonio de conveniencia. La prensa y el poder inauguraron una serie de rutinas que aún están vigentes, y que han evolucionado con el correr de los tiempos.

La Iglesia de 1978 jugó un papel clave en este contexto anteriormente descrito. No se casó con nadie. Perdón, con el poder. Y sí lo hizo con la sociedad a la que sirvió con su orientación moral. ¿Qué está haciendo ahora?

 

José Francisco Serrano Oceja