Profundización \ Espiritualidad

"Tengo sed", reflexiones bíblicas de Monseñor Fernando Chica Arellano

RV | 13/12/2016


 

"Tengo sed" es el título del programa «Tu palabra me da Vida» de esta semana, en el que Monseñor Fernando Chica Arellano -observador permanente de la Santa Sede ante los organismos de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación en Roma-, reflexiona acerca del pasaje del Evangelio según San Juan: "Después de esto, sabiendo Jesús que todo estaba ya consumado, para que se cumpliera la Escritura, dijo: Tengo sed" (Juan 19, 28).

Jesús está en la Cruz, inmerso en una larga e intensa agonía. La pérdida de sangre, el sudor y la fiebre lo deshidratan. Por eso, con toda crudeza, dice: ‘Tengo sed’. Y esta petición, esta necesidad, tan propia de un moribundo, sigue resonando y estando presente hoy. El grito de Cristo en la Cruz atraviesa el arco temporal de la historia.

El Cardenal Fernando Sebastián Aguilar, en el Sermón de las Siete Palabras, pronunciado en Valladolid el 21 de marzo de 2008, afirmó que “no es imaginación pensar que Jesús, cuando se quejaba de la sed, estaba también sediento de un mundo diferente. El que prometió la bienaventuranza a los que tuvieran hambre y sed de justicia, en este momento supremo de la muerte, arde en deseos de justicia y de paz para todos los hombres. Levantado sobre los pecados del mundo, Jesús tiene sed de justicia, tiene sed de misericordia, tiene sed de un mundo donde Dios sea reconocido como padre de todos y los hombres vivamos como hermanos en la justicia, en la fraternidad y en la esperanza de la vida eterna”.

No podemos ser sordos al grito de Jesús. Su clamor es hoy tan desgarrador como en aquel primer Viernes Santo. Es un clamor que encontramos en la voz de tantos hombres y mujeres:
La voz de los niños que piden agua limpia para beber, y el ‘agua limpia’ de un respeto exquisito a su derechos.
La voz de los jóvenes que, en medio de sus inquietudes e incluso con sus equivocaciones, piden el ‘agua limpia’ de la conducta de unos adultos libres de corrupción y mentira.
La voz de los ancianos que anhelan el ‘agua limpia’ de una mirada atenta, agradecida y libre de toda hipocresía.
La voz de quienes se sienten abandonados, despreciados, descartados, fracasados, y están esperando de tu parte el agua fresca y pura de un gesto concreto de solidaridad, de amor gratuito, de ternura y esperanza.
La voz de pueblos enteros a los cuales se les priva de agua y alimento y, por lo tanto, de salud, de vida y de un auténtico desarrollo.

Ante estos y otros clamores, tú, que quizá tantas veces has dicho a Dios con el salmo 130: “Estén tus oídos atentos ante el clamor de mi súplica”, ¿escuchas con entrañas de misericordia el grito de los pobres y afligidos, de los hambrientos y necesitados, de los crucificados y excluidos de este mundo? Las palabras de Jesús en la Cruz van dirigidas directamente a ti, sí a ti. Son palabras para solicitar tu amor y tu confianza en Él. Cristo se dirige a ti porque desea que a través tuyo llegue el consuelo de su amor a los más desfavorecidos y vulnerables de esta tierra. Desea poder darse por entero a ti y, contigo, a todos los pobres del mundo.

Así comentaba la Madre Teresa de Calcuta las palabras de Cristo en la Cruz: “Tengo sed”. Decía ella: “Jesús grita hoy: Tengo sed de ti. Tengo sed de amarte y de que tú me ames. Tan precioso eres para mí que tengo sed de ti. Ven a mí y llenaré tu corazón y sanaré tus heridas. Te haré una nueva creación y te daré la paz aún en tus pruebas. Tengo sed de ti. Nunca debes dudar de Mi Misericordia, de mi deseo de perdonarte, de Mi anhelo por bendecirte y vivir Mi vida en ti, y de que te acepto sin importar lo que hayas hecho. Tengo sed de ti. Si te sientes de poco valor a los ojos del mundo, no importa. No hay nadie que me interese más en todo el mundo que tú. Tengo sed de ti. Ábrete a Mí, ven a Mí, ten sed de Mí, dame tu vida. Yo te probaré qué tan valioso eres para mi corazón. Tengo sed de ti. Lo único que te pido es que te confíes completamente a Mí. Yo haré todo lo demás”.

Ojalá que estas palabras de Madre Teresa calen hondamente en nuestra alma y nos recuerden siempre que Jesús tiene sed de nosotros, de nuestro amor. Ahora bien, si no percibimos la sed de Cristo en nuestra oración, si no oímos a Jesús en el silencio de nuestro corazón, no seremos capaces de oírle decir: “Tengo sed” en el corazón del pobre, del hambriento, del postergado o de aquel que está medio muerto y abandonado en la cuneta de la vida y del progreso.

(Mireia Bonilla para RV)