Servicio diario - 01 de enero de 2017


 

El Papa en el ángelus: ‘El 2017 será bueno si nosotros haremos el bien día a día’
Posted by Sergio Mora on 1 January, 2017



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- “El año será bueno en la medida en que cada uno de nosotros, con la ayuda de Dios, buscará de hacer el bien día a día”. Es la ‘predicción’ y más aún la invitación que el santo padre Francisco hizo después de rezar la oración del ángelus ante la plaza de San Pedro repleta de fieles y peregrinos.
El Papa precisó que “la paz se construye diciendo ‘no’ –con los hechos– al odio y la violencia, y ‘sí’ a la fraternidad y la reconciliación”.
Recordó que “hace 50 años el beato papa Pablo VI inició a celebrar en esta fecha la Jornada Mundial de la Paz, para reforzar el empeño común de construir un mundo pacífico y fraterno”. Por ello, aseguró el papa Francisco, “en el mensaje de este año he propuesto asumir la no-violencia como un estilo hacia una política de paz”.
Una violencia, añadió, que esta noche de deseo y de esperanza, golpeó con un grave atentado en Estambul. “Estoy cerca con la oración a los difuntos y a sus familiares, a los heridos y a todo el pueblo turco.
El Pontífice quiso también agradecer al presidente de Italia, Sergio Matarella, por los buenos deseos que le dirigió durante su mensaje a la nación, y los devolvió “invocando las bendiciones del Señor al pueblo italiano, para que con la contribución responsable y solidaria de todos, pueda mirar al futuro con confianza y esperanza”.
Expresó también reconocimiento hacia las iniciativas de oración y de empeño por la paz que se realizan en el mundo. En particular señaló la marcha nacional realizada en la ciudad de Bolonia por la Conferencia Episcopal Italiana, Cáritas, Acción Católica y Pax Christi, así como a la manifestación “Paz en todas las tierras” promovida por la Comunidad San Egidio.
Saludó también a todos los presentes en la Plaza, deseándoles un nuevo año feliz y sereno.


Texto de las palabras del papa Francisco en el ángelus del 1° de enero de 2017
Posted by Redaccion on 1 January, 2017



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco en este primer día del año 2017 se dirigió desde su estudio que da hacia la plaza de San Pedro a miles de fieles y peregrinos allí reunidos. A continuación el texto de las palabras del Papa publicadas por Radio Vaticano.
“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En los días pasados hemos puesto nuestra mirada venerante sobre el Hijo de Dios, nacido en Belén; hoy, Solemnidad de María Santísima Madre de Dios, dirigimos nuestros ojos a la Madre, pero manteniendo ambos en su estrecha relación. Esta relación no se agota en el hecho de haber generado y en haber sido generado; Jesús «nacido de mujer» (Gal 4,4) para una misión de salvación y su madre no está excluida de tal misión, al contrario, está asociada íntimamente.
María es consciente de esto, por lo tanto no se cierra a considerar solo su relación maternal con Jesús, sino permanece abierta y atenta a todos los acontecimientos que suceden a su alrededor: conserva y medita, observa y profundiza, como nos recuerda el Evangelio de hoy (Cfr. Lc 2,19).
Ha ya dicho su “sí” y ha dado su disponibilidad para ser involucrada en la actuación del plan de salvación de Dios, que «dispersó a los soberbios de corazón, derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes, colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías» (Lc 1,51-53). Ahora, silenciosa y atenta, trata de comprender que cosa Dios quiere de ella cada día.
La visita de los pastores le ofrece la ocasión para captar algún elemento de la voluntad de Dios que se manifiesta en la presencia de estas personas humildes y pobres. El evangelista Lucas nos narra la visita de los pastores a la gruta con una sucesión incesante de verbos que expresan movimiento. Dice así: ello fueron sin esperar, encontraron al Niño con María y José, lo vieron, y contaron lo que de Él les habían dicho, y finalmente glorificaron a Dios (Cfr. Lc 2,16-20).
María sigue atentamente esta visita, que cosa dicen los pastores, que cosa les ha sucedido, porque ya entre ve en ellos el movimiento de la salvación que surge de la obra de Jesús, y se adecua, lista para todo pedido del Señor. Dios pide a María no solo ser la madre de su Hijo unigénito, sino también cooperar con el Hijo y por el Hijo en el plan de salvación, para que en ella, humilde sierva, se cumpla las grandes obras de la misericordia divina.
Y aquí, mientras los pastores, contemplan el icono del Niño en brazos a su Madre, sentimos crecer en nuestro corazón un sentido de inmenso reconocimiento hacia Ella que ha dado al mundo al Salvador. Por esto, en el primer día del nuevo año, le decimos:
¡Gracias, oh Santa Madre del Hijo de Dios, Jesús, Santa Madre de Dios!
Gracias por tú humildad que ha atraído la mirada de Dios;
gracias por la fe con la cual has acogido su Palabra;
gracias por la valentía con la cual has dicho “aquí estoy”,
olvidándose en ti, fascinada del Amor Santo,
hecho un todo con su esperanza.
¡Gracias, oh Santa Madre de Dios!
Ora por nosotros, peregrinos en el tiempo;
ayúdanos a caminar en la vía de la paz.
Amén”.
(Leer las palabras del Papa después del ángelus)


Francisco en la primera misa de 2017: ‘María es nuestra madre, no somos huérfanos’
Posted by Sergio Mora on 1 January, 2017



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- Con paramentos color blanco y celeste en honor de la Virgen María, el papa Francisco presidió la misa del primer día del 2017, festividad de María Santísima Madre de Dios.
En el lado izquierdo del altar principal, estaba el cuadro de Nuestra Señora de las Gracias, traída el miércoles desde la iglesia de Sant’Andrea delle Fratte, para esta ocasión. La celebración eucarística contó con los cantos del coro de la Capilla Sixtina, que entonó al inicio el Kyrie y el Gloria acompañado por el órgano. La basílica contaba con muchos adornos florales, entre los cuales se distinguía el puesto a los pies del cuadro de María, y se sentía el perfume del incienso.
La homilía del Santo Padre fue completamente dedicada a María, de quien “ desde sus entrañas aprendió a escuchar el latir del corazón de su Hijo ” y “regaló a Jesús la hermosa experiencia de saberse Hijo”. Una mujer, dijo, que “supo custodiar los albores de la primera comunidad cristiana” y en las situaciones más diversas “sembrar esperanza”, como nos recuerdan “tantas devociones, tantos santuarios y capillas en los lugares más recónditos, tantas imágenes esparcidas por las casas”.
“Celebrar la maternidad de María como Madre de Dios y madre nuestra, al comenzar un nuevo año, significa recordar una certeza que acompañará nuestros días: somos un pueblo con Madre, no somos huérfanos” y nos protege de la orfandad espirituales y del corazón narcisista que piensa solamente en sus intereses.
María nos ha dado el calor materno que nos envuelve hijos en medio de las dificultades, aseguró el Papa, porque donde hay una madre hay ternura. Además María con su maternidad nos muestra que la humildad y ternura “no son virtudes de los débiles sino de los fuertes” y “que no es necesario maltratar a los otros para sentirse fuerte”.
“Somos un pueblo con una madre, no somos huérfanos” señaló Francisco, precisando que “las madres son el antídoto” más fuerte que existe contra nuestras tendencias egoístas, y que una sociedad sin madre es fría, ha perdido el corazón y el calor de familia, en donde hay lugar solamente para el cálculo y las especulaciones.
El Santo Padre recordó también que en su vida ha aprendido mucho de esas madres que se ocuparon de sus hijos presos, o postrados en la cama de un hospital, o sometidos por la esclavitud de la droga, en los campos de refugiados, o incluso en medio de la guerra, que “no se dan por vencidas y siguen peleando para darles a ellos lo mejor”.
Esta actitud que es un “cáncer espiritual”, precisó el Papa, corroe y degrada el alma. Y así nos vamos degradando “no pertenecemos a nadie: degrado la tierra, porque no me pertenece, degrado a los otros, porque no me pertenecen, degrado a Dios porque no le pertenezco, y finalmente termina degradándonos a nosotros mismos porque nos olvidamos quiénes somos”.
Señaló así la disminución de los contactos físicos y no virtuales, del canto, del juego, del reírse, de la gratuidad. Porque solamente en una comunidad o en una familia las personas pueden crecer sin una visión de consumir y ser consumidos.
La fiesta de de María nos indica, aseguró el Pontífice, que no somos productos de comercio, sino hijos, familia, pueblo de Dios. Y a cuidar espacios comunes que nos haga sentir en casa en nuestra ciudad.
El Papa concluyó recordando que en la Cruz Jesús no quiso nada para sí, y al entregar su vida nos entregó también a su Madre que queremos recibirla en nuestros hogares, familias, comunidades e invitó a decir de pié como los fieles de Efeso, tres veces ‘Santa Madre de Dios’
(Leer el texto completo de la homilía)


Texto completo de la homilía del papa Francisco en la primera misa 2017 dedicada a María Santísima Madre de Dios
Posted by Redaccion on 1 January, 2017



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco presidió la misa de la solemnidad dedicada a María Santísima Madre de Dios, en el primer día del 2017. En su homilía centrada en María, recordó que no somos huérfanos, que tenemos una Madre, que nos protege del egoísmo, de vivir y tratar todo como si fuera mercadería para comerciar.
A continuación el texto completo:
«Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19).
Así Lucas describe la actitud con la que María recibe todo lo que estaban viviendo en esos días. Lejos de querer entender o adueñarse de la situación, María es la mujer que sabe conservar, es decir proteger, custodiar en su corazón el paso de Dios en la vida de su Pueblo. Desde sus entrañas aprendió a escuchar el latir del corazón de su Hijo y eso le enseñó, a lo largo de toda su vida, a descubrir el palpitar de Dios en la historia. Aprendió a ser madre y, en ese aprendizaje, le regaló a Jesús la hermosa experiencia de saberse Hijo. En María, el Verbo Eterno no sólo se hizo carne sino que aprendió a reconocer la ternura maternal de Dios. Con María, el Niño-Dios aprendió a escuchar los anhelos, las angustias, los gozos y las esperanzas del Pueblo de la promesa. Con ella se descubrió a sí mismo Hijo del santo Pueblo fiel de Dios.
En los evangelios María aparece como mujer de pocas palabras, sin grandes discursos ni protagonismos pero con una mirada atenta que sabe custodiar la vida y la misión de su Hijo y, por tanto, de todo lo amado por Él. Ha sabido custodiar los albores de la primera comunidad cristiana, y así aprendió a ser madre de una multitud. Ella se ha acercado en las situaciones más diversas para sembrar esperanza.
Acompañó las cruces cargadas en el silencio del corazón de sus hijos. Tantas devociones, tantos santuarios y capillas en los lugares más recónditos, tantas imágenes esparcidas por las casas, nos recuerdan esta gran verdad. María, nos dio el calor materno, ese que nos cobija en medio de la dificultad; el calor materno que permite que nada ni nadie apague en el seno de la
Iglesia la revolución de la ternura inaugurada por su Hijo. Donde hay madre, hay ternura. Y María con su maternidad nos muestra que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, nos enseña que no es necesario maltratar a otros para sentirse importantes (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 288). Y desde siempre el santo Pueblo fiel de Dios la ha reconocido y saludado como la Santa Madre de Dios.
Celebrar la maternidad de María como Madre de Dios y madre nuestra, al comenzar un nuevo año, significa recordar una certeza que acompañará nuestros días: somos un pueblo con Madre, no somos huérfanos.
Las madres son el antídoto más fuerte ante nuestras tendencias individualistas y egoístas, ante nuestros encierros y apatías. Una sociedad sin madres no sería solamente una sociedad fría sino una sociedad que ha perdido el corazón, que ha perdido el «sabor a hogar». Una sociedad sin madres sería una sociedad sin piedad que ha dejado lugar sólo al cálculo y a la especulación.
Porque las madres, incluso en los peores momentos, saben dar testimonio de la ternura, de la entrega incondicional, de la fuerza de la esperanza. He aprendido mucho de esas madres que teniendo a sus hijos presos, o postrados en la cama de un hospital, o sometidos por la esclavitud de la droga, con frío o calor, lluvia o sequía, no se dan por vencidas y siguen peleando para darles a ellos lo mejor. O esas madres que en los campos de refugiados, o incluso en medio de la guerra, logran abrazar y sostener sin desfallecer el sufrimiento de sus hijos.
Madres que dejan literalmente la vida para que ninguno de sus hijos se pierda. Donde está la madre hay unidad, hay pertenencia, pertenencia de hijos.
Comenzar el año haciendo memoria de la bondad de Dios en el rostro maternal de María, en el rostro maternal de la Iglesia, en los rostros de nuestras madres, nos protege de la corrosiva enfermedad de «la orfandad espiritual», esa orfandad que vive el alma cuando se siente sin madre y le falta la ternura de Dios.
Esa orfandad que vivimos cuando se nos va apagando el sentido de pertenencia a una familia, a un pueblo, a una tierra, a nuestro Dios. Esa orfandad que gana espacio en el corazón narcisista que sólo sabe mirarse a sí mismo y a los propios intereses y que crece cuando nos olvidamos que la vida ha sido un regalo —que se la debemos a otros— y que estamos invitados a compartirla en esta casa común.
Tal orfandad autorreferencial fue la que llevó a Caín a decir: «¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?» (Gn 4,9), como afirmando: él no me pertenece, no lo reconozco. Tal actitud de orfandad espiritual es un cáncer que silenciosamente corroe y degrada el alma.
Y así nos vamos degradando ya que, entonces, nadie nos pertenece y no pertenecemos a nadie: degrado la tierra, porque no me pertenece, degrado a los otros, porque no me pertenecen, degrado a Dios porque no le pertenezco, y finalmente termina degradándonos a nosotros mismos porque nos olvidamos quiénes somos, qué «apellido» divino tenemos.
La pérdida de los lazos que nos unen, típica de nuestra cultura fragmentada y dividida, hace que crezca ese sentimiento de orfandad y, por tanto, de gran vacío y soledad. La falta de contacto físico (y no virtual) va cauterizando nuestros corazones (cf. Carta enc. Laudato si’, 49) haciéndolos perder la capacidad de la ternura y del asombro, de la piedad y de la compasión. La orfandad espiritual nos hace perder la memoria de lo que significa ser hijos, ser nietos, ser padres, ser abuelos, ser amigos, ser creyentes. Nos hace perder la memoria del valor del juego, del canto, de la risa, del descanso, de la gratuidad.
Celebrar la fiesta de la Santa Madre de Dios nos vuelve a dibujar en el rostro la sonrisa de sentirnos pueblo, de sentir que nos pertenecemos; de saber que solamente dentro de una comunidad, de una familia, las personas podemos encontrar «el clima», «el calor» que nos permita aprender a crecer humanamente y no como meros objetos invitados a «consumir y ser consumidos». Celebrar la fiesta de la Santa Madre de Dios nos recuerda que no somos mercancía intercambiable o terminales receptoras de información. Somos hijos, somos familia, somos Pueblo de Dios.
Celebrar a la Santa Madre de Dios nos impulsa a generar y cuidar lugares comunes que nos den sentido de pertenencia, de arraigo, de hacernos sentir en casa dentro de nuestras ciudades, en comunidades que nos unan y nos ayudan (cf. Carta enc. Laudato si’, 151).
Jesucristo en el momento de mayor entrega de su vida, en la cruz, no quiso guardarse nada para sí y entregando su vida nos entregó también a su Madre. Le dijo a María: aquí está tu Hijo, aquí están tus hijos. Y nosotros queremos recibirla en nuestras casas, en nuestras familias, en nuestras comunidades, en nuestros pueblos.
Queremos encontrarnos con su mirada maternal. Esa mirada que nos libra de la orfandad; esa mirada que nos recuerda que somos hermanos: que yo te pertenezco, que tú me perteneces, que somos de la misma carne. Esa mirada que nos enseña que tenemos que aprender a cuidar la vida de la misma manera y con la misma ternura con la que ella la ha cuidado: sembrando esperanza, sembrando pertenencia, sembrando fraternidad.
Celebrar a la Santa Madre de Dios nos recuerda que tenemos Madre; no somos huérfanos, tenemos una Madre. Confesemos juntos esta verdad. Y los invito a aclamarla tres veces como lo hicieron los fieles de Éfeso: Santa Madre de Dios, Santa Madre de Dios, Santa Madre de Dios.


Mensaje del Papa por la 50° Jornada Mundial de la Paz 2017
Posted by Redaccion on 1 January, 2017



Publicamos hoy el Mensaje del Santo Padre Francisco por la Jornada mundial de la Paz, que es este 1° enero 2017
El mensaje fue dado a conocer el 12 de diciembre pasado, por la Oficina de prensa de la Santa Sede

«La no violencia: es el estilo de la política para la paz»
1. Al comienzo de este nuevo año formulo mis más sinceros deseos de paz para los pueblos y para las naciones del mundo, para los Jefes de Estado y de Gobierno, así como para los responsables de las comunidades religiosas y de los diversos sectores de la sociedad civil. Deseo la paz a cada hombre, mujer, niño y niña, a la vez que rezo para que la imagen y semejanza de Dios en cada persona nos permita reconocernos unos a otros como dones sagrados dotados de una inmensa dignidad. Especialmente en las situaciones de conflicto, respetemos su «dignidad más profunda»1 y hagamos de la no violencia activa nuestro estilo de vida.
Este es el Mensaje para la 50 Jornada Mundial de la Paz. En el primero, el beato Papa Pablo VI se dirigió, no sólo a los católicos sino a todos los pueblos, con palabras inequívocas: «Ha aparecido finalmente con mucha claridad que la paz es la línea única y verdadera del progreso humano (no las tensiones de nacionalismos ambiciosos, ni las conquistas violentas, ni las represiones portadoras de un falso orden civil)». Advirtió del «peligro de creer que las controversias internacionales no se pueden resolver por los caminos de la razón, es decir de las negociaciones fundadas en el derecho, la justicia, la equidad, sino sólo por los de las fuerzas espantosas y mortíferas». Por el contrario, citando Pacem in terris de su predecesor san Juan XXIII, exaltaba «el sentido y el amor de la paz fundada sobre la verdad, sobre la justicia, sobre la libertad, sobre el amor».2 Impresiona la actualidad de estas palabras, que hoy son igualmente importantes y urgentes como hace cincuenta años.
En esta ocasión deseo reflexionar sobre la no violencia como un estilo de política para la paz, y pido a Dios que se conformen a la no violencia nuestros sentimientos y valores personales más profundos. Que la caridad y la no violencia guíen el modo de tratarnos en las relaciones interpersonales, sociales e internacionales. Cuando las víctimas de la violencia vencen la tentación de la venganza, se convierten en los protagonistas más creíbles en los procesos no violentos de construcción de la paz. Que la no violencia se trasforme, desde el nivel local y cotidiano hasta el orden mundial, en el estilo característico de nuestras decisiones, de nuestras relaciones, de nuestras acciones y de la política en todas sus formas.
Un mundo fragmentado
2. El siglo pasado fue devastado por dos horribles guerras mundiales, conoció la amenaza de la guerra nuclear y un gran número de nuevos conflictos, pero hoy lamentablemente estamos ante una terrible guerra mundial por partes. No es fácil saber si el mundo actualmente es más o menos violento de lo que fue en el pasado, ni si los modernos medios de comunicación y la movilidad que caracteriza nuestra época nos hace más conscientes de la violencia o más habituados a ella. En cualquier caso, esta violencia que se comete «por partes», en modos y niveles diversos, provoca un enorme sufrimiento que conocemos bien: guerras en diferentes países y continentes; terrorismo, criminalidad y ataques armados impredecibles; abusos contra los emigrantes y las víctimas de la trata; devastación del medio ambiente.
¿Con qué fin? La violencia, ¿permite alcanzar objetivos de valor duradero? Todo lo que obtiene, ¿no se reduce a desencadenar represalias y espirales de conflicto letales que benefician sólo a algunos «señores de la guerra»?
La violencia no es la solución para nuestro mundo fragmentado. Responder con violencia a la violencia lleva, en el mejor de los casos, a la emigración forzada y a un enorme sufrimiento, ya que las grandes cantidades de recursos que se destinan a fines militares son sustraídas de las necesidades cotidianas de los jóvenes, de las familias en dificultad, de los ancianos, de los enfermos, de la gran mayoría de los habitantes del mundo. En el peor de los casos, lleva a la muerte física y espiritual de muchos, si no es de todos.
La Buena Noticia
3. También Jesús vivió en tiempos de violencia. Él enseñó que el verdadero campo de batalla, en el que se enfrentan la violencia y la paz, es el corazón humano: «Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos» (Mc 7,21). Pero el mensaje de Cristo, ante esta realidad, ofrece una respuesta radicalmente positiva: él predicó incansablemente el amor incondicional de Dios que acoge y perdona, y enseñó a sus discípulos a amar a los enemigos (cf. Mt 5,44) y a poner la otra mejilla (cf. Mt 5,39). Cuando impidió que la adúltera fuera lapidada por sus acusadores (cf. Jn 8,1-11) y cuando, la noche antes de morir, dijo a Pedro que envainara la espada (cf. Mt 26,52), Jesús trazó el camino de la no violencia, que siguió hasta el final, hasta la cruz, mediante la cual construyó la paz y destruyó la enemistad (cf. Ef 2,14-16). Por esto, quien acoge la Buena Noticia de Jesús reconoce su propia violencia y se deja curar por la misericordia de Dios, convirtiéndose a su vez en instrumento de reconciliación, según la exhortación de san Francisco de Asís: «Que la paz que anunciáis de palabra la tengáis, y en mayor medida, en vuestros corazones».3
Ser hoy verdaderos discípulos de Jesús significa también aceptar su propuesta de la no violencia. Esta —como ha afirmado mi predecesor Benedicto XVI— «es realista, porque tiene en cuenta que en el mundo hay demasiada violencia, demasiada injusticia y, por tanto, sólo se puede superar esta situación contraponiendo un plus de amor, un plus de bondad. Este “plus” viene de Dios».4
Y añadía con fuerza: «para los cristianos la no violencia no es un mero comportamiento táctico, sino más bien un modo de ser de la persona, la actitud de quien está tan convencido del amor de Dios y de su poder, que no tiene miedo de afrontar el mal únicamente con las armas del amor y de la verdad. El amor a los enemigos constituye el núcleo de la “revolución cristiana”».5
Precisamente, el evangelio del amad a vuestros enemigos (cf. Lc 6,27) es considerado como «la charta magna de la no violencia cristiana», que no se debe entender como un «rendirse ante el mal […], sino en responder al mal con el bien (cf. Rm 12,17-21), rompiendo de este modo la cadena de la injusticia».6
Más fuerte que la violencia
4. Muchas veces la no violencia se entiende como rendición, desinterés y pasividad, pero en realidad no es así. Cuando la Madre Teresa recibió el premio Nobel de la Paz, en 1979, declaró claramente su mensaje de la no violencia activa: «En nuestras familias no tenemos necesidad de bombas y armas, de destruir para traer la paz, sino de vivir unidos, amándonos unos a otros […]. Y entonces seremos capaces de superar todo el mal que hay en el mundo».7
Porque la fuerza de las armas es engañosa. «Mientras los traficantes de armas hacen su trabajo, hay pobres constructores de paz que dan la vida sólo por ayudar a una persona, a otra, a otra»; para estos constructores de la paz, Madre Teresa es «un símbolo, un icono de nuestros tiempos».8 En el pasado mes de septiembre tuve la gran alegría de proclamarla santa. He elogiado su disponibilidad hacia todos por medio de «la acogida y la defensa de la vida humana, tanto de la no nacida como de la abandonada y descartada […]. Se ha inclinado sobre las personas desfallecidas, que mueren abandonadas al borde de las calles, reconociendo la dignidad que Dios les había dado; ha hecho sentir su voz a los poderosos de la tierra, para que reconocieran sus culpas ante los crímenes —¡ante los crímenes!— de la pobreza creada por ellos mismos».9 Como respuesta —y en esto representa a miles, más aún, a millones de personas—, su misión es salir al encuentro de las víctimas con generosidad y dedicación, tocando y vendando los cuerpos heridos, curando las vidas rotas.
La no violencia practicada con decisión y coherencia ha producido resultados impresionantes. No se olvidarán nunca los éxitos obtenidos por Mahatma Gandhi y Khan Abdul Ghaffar Khan en la liberación de la India, y de Martin Luther King Jr. contra la discriminación racial. En especial, las mujeres son frecuentemente líderes de la no violencia, como, por ejemplo, Leymah Gbowee y miles de mujeres liberianas, que han organizado encuentros de oración y protesta no violenta (pray-ins), obteniendo negociaciones de alto nivel para la conclusión de la segunda guerra civil en Liberia.
No podemos olvidar el decenio crucial que se concluyó con la caída de los regímenes comunistas en Europa. Las comunidades cristianas han contribuido con su oración insistente y su acción valiente. Ha tenido una influencia especial el ministerio y el magisterio de san Juan Pablo II. En la encíclica Centesimus annus (1991), mi predecesor, reflexionando sobre los sucesos de 1989, puso en evidencia que un cambio crucial en la vida de los pueblos, de las naciones y de los estados se realiza «a través de una lucha pacífica, que emplea solamente las armas de la verdad y de la justicia».10
Este itinerario de transición política hacia la paz ha sido posible, en parte, «por el compromiso no violento de hombres que, resistiéndose siempre a ceder al poder de la fuerza, han sabido encontrar, una y otra vez, formas eficaces para dar testimonio de la verdad». Y concluía: «Ojalá los hombres aprendan a luchar por la justicia sin violencia, renunciando a la lucha de clases en las controversias internas, así como a la guerra en las internacionales».11
La Iglesia se ha comprometido en el desarrollo de estrategias no violentas para la promoción de la paz en muchos países, implicando incluso a los actores más violentos en un mayor esfuerzo para construir una paz justa y duradera.
Este compromiso en favor de las víctimas de la injusticia y de la violencia no es un patrimonio exclusivo de la Iglesia Católica, sino que es propio de muchas tradiciones religiosas, para las que «la compasión y la no violencia son esenciales e indican el camino de la vida».12
Lo reafirmo con fuerza: «Ninguna religión es terrorista».13
La violencia es una profanación del nombre de Dios.14
No nos cansemos nunca de repetirlo: «Nunca se puede usar el nombre de Dios para justificar la violencia. Sólo la paz es santa. Sólo la paz es santa, no la guerra».15

La raíz doméstica de una política no violenta
5. Si el origen del que brota la violencia está en el corazón de los hombres, entonces es fundamental recorrer el sendero de la no violencia en primer lugar en el seno de la familia. Es parte de aquella alegría que presenté, en marzo pasado, en la Exhortación apostólica Amoris laetitia, como conclusión de los dos años de reflexión de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia. La familia es el espacio indispensable en el que los cónyuges, padres e hijos, hermanos y hermanas aprenden a comunicarse y a cuidarse unos a otros de modo desinteresado, y donde los desacuerdos o incluso los conflictos deben ser superados no con la fuerza, sino con el diálogo, el respeto, la búsqueda del bien del otro, la misericordia y el perdón.16 Desde el seno de la familia, la alegría se propaga al mundo y se irradia a toda la sociedad.17
Por otra parte, una ética de fraternidad y de coexistencia pacífica entre las personas y entre los pueblos no puede basarse sobre la lógica del miedo, de la violencia y de la cerrazón, sino sobre la responsabilidad, el respeto y el diálogo sincero. En este sentido, hago un llamamiento a favor del desarme, como también de la prohibición y abolición de las armas nucleares: la disuasión nuclear y la amenaza cierta de la destrucción recíproca, no pueden servir de base a este tipo de ética.18
Con la misma urgencia suplico que se detenga la violencia doméstica y los abusos a mujeres y niños.
El Jubileo de la Misericordia, concluido el pasado mes de noviembre, nos ha invitado a mirar dentro de nuestro corazón y a dejar que entre en él la misericordia de Dios. El año jubilar nos ha hecho tomar conciencia del gran número y variedad de personas y de grupos sociales que son tratados con indiferencia, que son víctimas de injusticia y sufren violencia. Ellos forman parte de nuestra «familia», son nuestros hermanos y hermanas. Por esto, las políticas de no violencia deben comenzar dentro de los muros de casa para después extenderse a toda la familia humana. «El ejemplo de santa Teresa de Lisieux nos invita a la práctica del pequeño camino del amor, a no perder la oportunidad de una palabra amable, de una sonrisa, de cualquier pequeño gesto que siembre paz y amistad. Una ecología integral también está hecha de simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia, del aprovechamiento, del egoísmo».19
Mi llamamiento
6. La construcción de la paz mediante la no violencia activa es un elemento necesario y coherente del continuo esfuerzo de la Iglesia para limitar el uso de la fuerza por medio de las normas morales, a través de su participación en las instituciones internacionales y gracias también a la aportación competente de tantos cristianos en la elaboración de normativas a todos los niveles. Jesús mismo nos ofrece un «manual» de esta estrategia de construcción de la paz en el así llamado Discurso de la montaña. Las ocho bienaventuranzas (cf. Mt 5,3-10) trazan el perfil de la persona que podemos definir bienaventurada, buena y auténtica.
Bienaventurados los mansos —dice Jesús—, los misericordiosos, los que trabajan por la paz, y los puros de corazón, los que tienen hambre y sed de la justicia. Esto es también un programa y un desafío para los líderes políticos y religiosos, para los responsables de las instituciones internacionales y los dirigentes de las empresas y de los medios de comunicación de todo el mundo: aplicar las bienaventuranzas en el desempeño de sus propias responsabilidades.
Es el desafío de construir la sociedad, la comunidad o la empresa, de la que son responsables, con el estilo de los trabajadores por la paz; de dar muestras de misericordia, rechazando descartar a las personas, dañar el ambiente y querer vencer a cualquier precio. Esto exige estar dispuestos a «aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso».20
Trabajar de este modo significa elegir la solidaridad como estilo para realizar la historia y construir la amistad social. La no violencia activa es una manera de mostrar verdaderamente cómo, de verdad, la unidad es más importante y fecunda que el conflicto. Todo en el mundo está íntimamente interconectado.21
Puede suceder que las diferencias generen choques: afrontémoslos de forma constructiva y no violenta, de manera que «las tensiones y los opuestos [puedan] alcanzar una unidad pluriforme que engendra nueva vida», conservando «las virtualidades valiosas de las polaridades en pugna».22
La Iglesia Católica acompañará todo tentativo de construcción de la paz también con la no violencia activa y creativa. El 1 de enero de 2017 comenzará su andadura el nuevo Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, que ayudará a la Iglesia a promover, con creciente eficacia, «los inconmensurables bienes de la justicia, la paz y la protección de la creación» y de la solicitud hacia los emigrantes, «los necesitados, los enfermos y los excluidos, los marginados y las víctimas de los conflictos armados y de las catástrofes naturales, los encarcelados, los desempleados y las víctimas de cualquier forma de esclavitud y de tortura».23
En conclusión
7. Como es tradición, firmo este Mensaje el 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. María es Reina de la Paz. En el Nacimiento de su Hijo, los ángeles glorificaban a Dios deseando paz en la tierra a los hombres y mujeres de buena voluntad (cf. Lc 2,14). Pidamos a la Virgen que sea ella quien nos guíe.
«Todos deseamos la paz; muchas personas la construyen cada día con pequeños gestos; muchos sufren y soportan pacientemente la fatiga de intentar edificarla».24 En el 2017, comprometámonos con nuestra oración y acción a ser personas que aparten de su corazón, de sus palabras y de sus gestos la violencia, y a construir comunidades no violentas, que cuiden de la casa común. «Nada es imposible si nos dirigimos a Dios con nuestra oración. Todos podemos ser artesanos de la paz».25 Vaticano, 8 de diciembre de 2016 Francisco ___________

1 Exhort. ap. Evangelii gaudium, 228.
2 – Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1968.
3 «Leyenda de los tres compañeros»: Fonti Francescane, n. 1469.
4 Angelus (18 febrero 2007). 5 Ibíd.
6 Ibíd. 7 Discurso al recibir el Premio Nobel de la Paz (11 diciembre 1979).
8 Homilía en Santa Marta, «El camino de la paz» (19 noviembre 2015).
9 Homilía en la canonización de la beata Madre Teresa de Calcuta (4 septiembre 2016)
10 N. 23.
11 Ibíd.
12 Discurso, Audiencia interreligiosa (3 noviembre 2016).
13 Discurso a los participantes al tercer Encuentro Mundial de los Movimientos Populares (5 noviembre 2016).
14 Cf. Discurso en el Encuentro interreligioso con el Jeque de los musulmanes del Cáucaso y con representantes de las demás comunidades religiosas del país, Bakú (2 octubre 2016).
15 Discurso, Asís (20 septiembre 2016).
16 Cf. Exhort. ap. postsin. Amoris laetitia, 90-130.
17 Ibíd., 133.194.234.
18 Cf. Mensaje con ocasión de la Conferencia sobre el impacto humanitario de las armas atómicas (7 diciembre 2014).
19 Carta Enc. Laudato si’, 230.
20 Exhort. ap. Evangelii gaudium, 227.
21 Cf. Carta Enc. Laudato si’, 16.117.138.
22 Exhort. ap. Evangelii gaudium, 228.
23 Carta apostólica en forma de «Motu Proprio» con la que se instituye el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral (17 agosto 2016).


Beata María Anna Blondin – 2 de enero
Posted by Isabel Orellana Vilches on 1 January, 2017



(ZENIT – Madrid).- Hoy día de san Basilio Magno y de san Gregorio Nacianzeno, celebramos la vida de Maria Esther Blondin Soureau que nació el 18 de abril de 1809 en Terrebonne, Québec, Canadá. Sus padres eran unos humildes agricultores, sin formación alguna, que sacaron adelante a sus doce hijos; ella fue la tercera y llegó a la edad adulta siendo iletrada como sus progenitores. Sin embargo, ante esta deficiencia que cerraba las puertas a quienes se hallaban en su situación, reaccionó positiva y activamente poniendo todo de su parte para erradicar esa exclusión que padecían tantas personas de su época sumidas en la ignorancia, como ella.
A los 20 años consiguió empleo para servicio doméstico de una familia, labor que realizó después con las religiosas de la Congregación de Notre-Dame. Fue una ocasión de oro, que no desaprovechó, para aprender a leer y escribir, como era su deseo. Yendo más lejos, se integró con la comunidad pero al caer enferma no pudo concluir su noviciado y dejó la Congregación, aunque poco tiempo después respondió a la invitación de otra antigua novicia que regentaba una escuela y solicitaba su ayuda. A partir de entonces se aplicó a los estudios con tanto afán que ella misma llegaría a asumir la dirección del centro. Después, sensibilizada por las carencias educativas que percibía en su entorno, en 1850 puso en marcha la Congregación de las Hermanas de Santa Ana y tomó el nombre de Marie Anna. Valiente y audaz, en el centro comenzó a dar clases simultáneamente a niños y niñas sin recursos reunidos en el mismo aula, decisión pionera esta educación mixta que no convenció a todos. Frente a las críticas, su fortaleza espiritual, emanada de la oración, era su más preciado tesoro: «Yo rezo después de largo tiempo y siento que es la oración sola que ha podido darme la fuerza de presentarme aquí hoy día».
La amargura llegó a su vida después de establecerse en Saint-Jacques-de-l’Achigan (actual Saint-Jacques-de-Montcalm) para dar acogida a la numerosa comunidad que se había acrecentado. Los contratiempos surgidos con el capellán del convento, padre Maréchal, fueron los causantes de su renuncia como superiora que se produjo a demanda del prelado Bourget. Pero el empecinamiento del joven sacerdote la perseguía, y de nuevo fue apartada de la dirección del pensionado de Sainte-Geneviève, misión que ostentó después de su cese como responsable de la comunidad.
En Saint Jacques, la fundadora fue sacristana y realizó las humildes tareas que iban encomendándole para dar respuesta puntual a las necesidades que se producían. No ocultó su situación que expuso en una carta a monseñor Bourget en 1859: «El año pasado, como su Grandeza lo sabe, yo no tuve ninguna función en los oficios, yo permanecí reducida a cero durante todo ese tiempo; este año fui suficientemente digna de confianza para que se me confiaran dos de ellos, dándoseme como ayuda a aquellas que habían trabajado en esos dos oficios el año pasado. Estos oficios son la sacristía de la parroquia y el guardarropa».
En esas condiciones, oculta y menospreciada, vivió durante tres décadas hasta que llegó su muerte. Humilde y paciente, supo vivir una heroica caridad. Cuando se le negó mantener correspondencia con el prelado acogió la indicación con visible espíritu de obediencia, llena de fortaleza. Sabía que estaba en manos de Dios. Fue una «mártir del silencio», título que su biógrafo, el padre Eugène Nadeau, dio al relato de su vida en 1956. Había abanderado un ambicioso y fecundo movimiento de solidaridad ejercido a través de la educación para devolver la dignidad a los excluidos por razones culturales y sociales. Ayudó a viudas, campesinos, los huérfanos supervivientes del tifus, los abandonados, etc., y puso a su alcance las herramientas para su formación. De ese modo ejercía su caridad con ellos, encarnaba la obra de misericordia: «enseñar al que no sabe». «Yo rezo después de largo tiempo y siento que es la oración sola que ha podido darme la fuerza de presentarme aquí hoy día», manifestaba. Lo confió todo a la divina Providencia y extrajo su fortaleza de la Eucaristía. Murió perdonando al padre Maréchal el 2 de enero de 1890, en Lachine, Canadá, cuando su Instituto estaba ya extendido a varios países americanos y había 428 religiosas dedicadas a la formación de los niños. Fue beatificada por Juan Pablo II el 29 de abril de 2001.