Servicio diario - 08 de enero de 2017


 

Beata María Teresa de Jesús Le Clerc – 9 de enero
Posted by Isabel Orellana Vilches on 8 January, 2017



(ZENIT – Madrid).- Esta cofundadora, junto a san Pedro Fourier, de la Congregación de Canonesas Regulares de Nuestra Señora para la educación de las jóvenes, vino al mundo el 2 de febrero de 1576 en Remiremont, Francia, ducado de Lorena. Era una joven tan inteligente y atractiva como espiritual. Le agradaba la música y la danza, lo cual atraía muchos admiradores a los que ella no desairaba. Ese mundo cuajado de vanidades no germinó en su corazón. Al contrario; compartió el sentimiento que, al menos en su intimidad, pervive en muchos jóvenes: la soledad, el vacío y el sinsentido de lo estrictamente mundano. «En medio de todo esto, mi corazón estaba triste», confesó más tarde. Y lo que en un primer momento le agradó, terminó por hastiarla. A los 19 años tuvo un visión. Se hallaba en una iglesia, cerca del altar. Junto a ella se encontraba la Virgen vestida con un hábito que no se asemejaba a los conocidos, diciéndole: «Ven, hija mía, que yo misma voy a darte la bienvenida».
No tardaría mucho en establecerse en Hymont con su familia. Y un día coincidió por vez primera con san Pedro Fourier, que era vicario parroquial de la cercana localidad de Mattaincourt. Entretanto, los signos extraordinarios la seguían, de modo que en otra ocasión, mientras estaba en misa en la parroquia de Mattaincourt, escuchó un ruido de tambor acompañado de otra visión cuyo protagonista era el demonio que inducía a bailar a los jóvenes «ebrios de alegría». Impresionada, resolvió no mezclarse nunca más con esas compañías. Modificó drásticamente su atuendo y conducta, recluyéndose casi por completo en su hogar. Atento a su formación y progreso espiritual, san Pedro Fourier fue dirigiéndola sabiamente.
El mayor anhelo de la beata era cumplir la voluntad divina y en ese itinerario de búsqueda no hallaba respuesta para el sentimiento que albergaba en su espíritu. Se sentía inclinada a una vocación para la que no encontraba salida. Y dejándose guiar por un sueño en el que se le hizo entender que no existía una forma de vida que colmara su anhelo, por más que su padre y su director espiritual compartían la idea de que debía ingresar en un convento, no juzgó oportuno aceptar sus sugerencias, sino que optó por seguir esperando. La llamada a fundar una Orden crecía en su interior y compartió este sentimiento con su santo director. Pedro Fourier, aún sin ver clara esa salida, la animó. El lugar en el que vivía no era precisamente el más adecuado para encontrar jóvenes dispuestas a unirse a un ideal religioso. Pero no hay nada que se resista a la fe, y la joven lo consiguió.
En la misa de Navidad de 1597, junto con otras tres compañeras, se consagró a Dios. San Pedro Fourier constató lo cierto de ese clamor interior que la beata había percibido durante tanto tiempo, pero no así el pueblo que cargó contra ellas criticándolas de forma hiriente en el fondo y forma de conducta, vestimenta incluida, además de reprobar los gestos religiosos que apreciaban en ellas. El padre de María Teresa la condujo entonces con unas canonesas seculares que vivían cerca de Mattaincourt. Y amparada por una de las religiosas, ella y sus compañeras fundaron la Congregación de Canonesas Regulares de Nuestra Señora que seguiría la Regla de san Agustín, con la venia de san Pedro Fourier. Con todo, surgieron nuevos contratiempos, y María Teresa a instancias de su padre, que veía que no terminaba de consolidarse la fundación, se vio obligada a partir a Verdún. Como el juicio de san Pedro Fourier era que debía obediencia a su progenitor, se dispuso a cumplirla. Sin embargo, su padre dio marcha atrás y quedó sin efecto su orden. De todos modos, el santo no terminaba de ver clara la Obra, con lo cual acogió de buen grado la oferta de un franciscano para que uniera la nueva Congregación a las clarisas. Aquí el santo chocó frontalmente con las religiosas, ya que la determinación unánime de todas, y de la que dieron cuenta, fue: «Nos hemos reunido en comunidad para consagrarnos a la educación de las niñas, de suerte que no podemos apartamos de nuestra vocación y adoptar una forma de vida a la que Dios no nos ha llamado».
San Pedro Fourier acabó claudicando y en 1601 se dispuso a fundar con María Teresa otra casa en Mihiel a la que siguieron nuevas fundaciones. Se dedicaron a la enseñanza de las niñas, especialmente de las pobres, pero tuvieron que vencer otras reticencias. Las ursulinas también les ofrecieron unirse a ellas, aunque esta idea no convenció al P. Pierre de Bérulle, fundador del Oratorio de París. Con su autorizado juicio, la comunidad que tenía al frente a María Teresa siguió adelante, y al final fueron reconocidas por la Santa Sede en 1616. En los documentos solo había mención para el convento de Nancy, que se hallaba bajo la autoridad de otros eclesiásticos. Tan grave problema conllevó la renuncia al cargo de superiora que ejercía la beata, y recayó en otra, que san Pedro Fourier ensalzó públicamente considerándola alma mater de la Obra. La realidad era distinta y, además, existía una clara disparidad de juicios entre la beata y la nueva superiora. Pero María Teresa acogió humildemente la soledad, sin resentirse íntimamente tras una lucha de tantos años, y siguió dando pruebas de heroica virtud en un momento de su vida caracterizado por «sequedad espiritual, tentaciones y noche oscura del alma», entre otros sufrimientos. Padecía una enfermedad incurable de la que falleció el 9 de enero de 1622, a los 45 años, después de intensa agonía. Se la considera cofundadora de la Orden, aunque san Pedro Fourier siempre se lo negó «para mantenerla en su lugar». Misteriosos designios de Dios. Pío XII la beatificó el 4 de mayo de 1947.


El Papa pide: ‘Que el Señor nos caliente el corazón’ para ayudar a los ‘sin techo’ que sufren el frío
Posted by Sergio Mora on 8 January, 2017



(ZENIT – Roma).- El papa Francisco invitó este domingo a rezar al Señor “que nos caliente el corazón”, para poder ayudar a tantos sin techo que viven por las calles, a superar la indiferencia recordando que algunos de ellos han muerto debido a esta ola de frío polar.
“En estos días de tanto frío pienso y les invito a pensar a todas las personas que viven por la calle, golpeadas por el frío” dijo Francisco, que añadió: “y tantas veces por la indiferencia”.
Refiriéndose a los muertos señaló que “algunos no lograron sobrevivir”. Y pidió: “Recemos por ellos y pidamos al Señor que nos caliente el corazón para poder ayudarlos”.
La ola de frío glacial que se abate sobre Italia y partes del sur de Europa, ha causado en Italia y Polonia al menos 18 muertos en las últimas 48 horas.
En Moscú por ejemplo la temperatura llegó a menos 30 grados, un récord de los últimos 120 años, que ha afectado el transito de aviones, trenes y vehículos en las carreteras.
En Italia la Protección civil recomendó evitar los desplazamientos. Y en las últimas 48 horas las víctimas son 8, la última un anciano en Brianza que fue encontrado muerto por el frío cerca de un río y una señora que se golpeó al resbalarse debido al hielo.
Entre las víctimas también 6 sin techo, personas entre los 46 y 66 años de edad, informaron los medios locales, quienes dormían afuera a pesar de las temperaturas bajo cero. Dos eran polacos, uno rumano, otro indio y los otros dos italianos.
Diversas instituciones se movilizaron para ayudar a estas personas, entre las cuales la comunidad de San Egidio que este domingo organizó un almuerzo para 250 personas sin techo, que concluye con una tómbola de solidaridad. El presidente del consejo de Ministros de Italia, Paolo Gentiloni , ayer visitó el comedor de los pobres de San Egidio en vía Dandolo y agradeció el trabajo que están realizando, como llevar frazadas y bebidas caliente a los sin techo.
 


Texto completo del ángelus del papa Francisco del 8 de enero de 2017
Posted by Redaccion on 8 January, 2017



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco, una vez concluida la misa con motivo del Bautismo del Señor, que celebró en la Capilla Sixistina, durante la cual bautizó a 28 niños, fue a su estudio en el Palacio Apostólico para desde allí rezar el ángelus.
Ante una plaza de San Pedro llena de peregrinos y fieles que le esperaban a pesar del frío intenso que azota en estos días a Italia, el Papa rezó el ángelus, y dijo las siguientes palabras.
Queridos hermanos y hermanas, ¡Buenos días!
Hoy es la fiesta del bautismo de Jesús, el Evangelio nos presenta la escena que sucedió a orillas del río Jordán: en medio a la multitud penitente que avanzaba hacia Juan el Bautista para recibir el bautismo está también Jesús. Hacía la cola.
Juan querría impedirlo diciendo: “Soy yo quien necesita tu bautismo”. El Bautista de hecho tiene conciencia de las grandes distancias que hay entre él y Jesús. Pero Jesús ha venido justamente para colmar la distancia entre el hombre y Dios: si él está enteramente de la parte de Dios, también está enteramente de la parte del hombre y reúne lo que estaba dividido.
Por esto pide a Juan de bautizarlo, para que se cumpla cada justicia, o sea que se realice el proyecto del Padre que pasa a través del camino de la obediencia y de la solidaridad con el hombre frágil y pecador, el camino de la humildad y de la plena cercanía a Dios y a sus hijos.
¡Porque Dios está muy cerca de nosotros! En el momento en el cual Jesús, bautizado por Juan, sale de las aguas del río Jordán, la voz de Dios Padre se hace sentir desde lo alto. “Este es el Hijo mio, el amado: en Él he puesto mi complacencia”.
Y al mismo tiempo en Espíritu Santo, en forma de paloma, se posa sobre Jesús que da públicamente inicio a su misión de salvación; misión caracterizada por el estilo del siervo humilde y manso, armado solamente por la fuerza de la verdad, como había profetizado Isaías: “No gritarás ni levantarás el tono (…) no despreciarás una caña dañada, no apagarás la mecha de la llama débil, proclamarás el derecho con verdad”.
Siervo humilde y manso, así es el estilo misionero de los discípulos de Cristo: anunciar el Evangelio con mansedumbre y firmeza, sin gritarle a nadie sino con mansedumbre y firmeza, sin arrogancia o imposición.
La verdadera misión no es nunca proselitismo pero atracción hacia Cristo. ¿Pero cómo? ¿Cómo se hace para atraer hacia Cristo? Con el propio testimonio, a partir de la fuerte unión con Él en la oración, en la adoración y en la caridad concreta, que es servicio a Jesús presente en el más pequeño de los hermanos.
A imitación de Jesús, pastor bueno y misericordioso y animados por su gracia, estamos llamados a hacer de nuestra vida un testimonio gozoso que ilumina el camino, que lleva esperanza y amor. Esta fiesta nos hace descubrir nuevamente el don y la belleza de ser un pueblo de bautizados, o sea de pecadores salvados por la gracia de Cristo, insertados realmente, por obra del Espíritu Santo en la relación filial de Jesús con el Padre, recibidos en el seno de la madre Iglesia, vueltos capaces de una fraternidad que no conoce confines y barreras.
La Virgen María nos ayude a todos nosotros los cristianos a conservar una conciencia siempre viva y agradecida de nuestro bautismo y a recorrer con fidelidad el camino inaugurado por este sacramento de nuestro renacer. Y siempre con mansedumbre y firmeza”.
El Papa reza el ángelus y después dice:
“¡Queridos hermanos y hermanas! En el contexto de la fiesta del Bautismo del Señor, esta mañana he bautizado a un buen grupo de recién nacidos, veintiocho. Recemos por ellos y por sus familias. También ayer por la tarde he bautizado a un joven catecúmeno.
Quiero extender mi oración a todos los papás que en este período se están preparando para el Bautismo de su hijo o lo han apenas celebrado. Sobre ellos y sobre los niños invoco al Espíritu Santo, para que este sacramento así simple y al mismo tiempo tan importante sea vivido con fe y con alegría.
Quiero además invitarlos a unirse a la Red Mundial de Oración del Papa, que difunde también a través de las redes sociales, las intenciones de oración que propongo cada mes a toda la Iglesia. Así se lleva adelante el apostolado de la oración y se hace crecer la comunión.
En estos días de tanto frío pienso y les invito a pensar a todas las personas que viven por la calle, golpeadas por el frío y tantas veces por la indiferencia. Entretanto algunos no lograron sobrevivir. Recemos por ellos y pidamos al Señor que nos caliente el corazón para poder ayudarlos.
Saludo a todos los aquí presentes, fieles de Roma y peregrinos italianos y de varios países, en particular al grupo de jóvenes de Cagliari, a quienes animo a proseguir el camino iniciado con el sacramento de la Confirmación. Y les agradezco porque ellos me dan la oportunidad de subrayar que la Confirmación no es solamente un punto de llegada, como algunos dicen el ‘sacramento del adiós’, no, no, es sobre todo un punto de partida en la vida cristiana.
¡Adelante con la alegría del Evangelio! Les deseo a todos un buen domingo. Por favor no se olviden de rezar por mi.
¡Buon pranzo e Arrivederci!


Francisco bautiza a 28 niños en la Capilla Sixtina e invita a los papás a hacerles crecer en la fe
Posted by Sergio Mora on 8 January, 2017



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El santo padre Francisco presidió este domingo 8 de enero en la Capilla Sixtina, la solemnidad del Bautismo del Señor. Durante el rito bautizó a 28 niños.
Es la cuarta vez en su pontificado que el Papa bautiza aquí, en el día en que termina el tiempo de Navidad, en una ceremonia simple pero solemne con la participación del Coro de la Capilla Sixtina y el sonido del órgano, al que no faltaba el llanto de fondo de algunos niños.
En sus palabras improvisadas el santo le indicó a los padres de los bautizados que la Iglesia Iglesia le da la fe a los hijos con el bautismo y que ellos tienen la tarea de hacerla crecer ,de cuidarla, y que se transforme en testimonio para los otros.
A continuación el texto completo:
“Queridos papás, ustedes pidieron para vuestros hijos la fe, la fe que es dada en el bautismo. La fe. Esto significa vida de fe porque la fe va vivida. Caminar en el camino de la Fe y dar testimonio de la fe.
La fe no es recitar el Credo el domingo cuando vamos a la misa, no es solamente esto. La fe es creer que aquello que es la verdad: Dios Padre que envió a su hijo y el Espíritu que vivifica. Pero la fe es también confiarse a Dios y esto tienen que enseñárselo con vuestro ejemplo, con vuestra vida.
La fe es luz, y en la ceremonia del bautismo les dan una vela encendida, como en los primeros días de la Iglesia. Y por ello el bautismo en aquellos tiempos se llamaba la iluminación. Porque la fe ilumina los corazones y hacer ver las cosas con otra luz. Ustedes pidieron la fe. La Iglesia Iglesia le da la fe a vuestros hijos con el bautismo y ustedes tienen la tarea de hacerla crecer de cuidarla, que se transforme en testimonio para los otros.
Cuidar la fe, que crezca que sea testimonio para los otros.
(Algunos niños lloran). Veo que inició el concierto… porque los niños se encuentran en un lugar que no conocen, quizás se levantaron más temprano de lo común…. inicia uno que da la nota y nos otros copian, y todos… algunos lloran solamente porque lloró el otro.
Jesús hizo lo mismo. Me gusta prensar que la primera predicación de Jesús en el establo fue un llanto. Y como la ceremonia es un poco larga alguno llora por hambre. Si es así ustedes mamás pueden amamantarlo, sin miedo y con toda normalidad, como la Virgen hacía con Jesús.
No se olviden: pidieron la fe, a ustedes la tarea de custodiar la fe, de hacerla crecer para que sea testimonio para todos nosotros, para todos nosotros, también para nosotros curas, sacerdotes, obispos. Gracias”.
A continuación el santo Padre fue bautizando uno a uno a estos 28 niños, con la pregunta de rito dirigida a los papás: “¿Quieren entonces que (el nombre del niño) reciba el bautismo en la fe de la Iglesia que todos nosotros juntos hemos profesado? (Nombre) Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
La ceremonia prosiguió con la unción del aceite crismal a las 13 niñas y 15 niños, la entrega de los vestidos blancos, y la vela encendida por cada papá en el cirio pascual.
La misa prosiguió con el rito de la consagración.


San Lorenzo Giustiniani – 8 de enero
Posted by Isabel Orellana Vilches on 8 January, 2017



(ZENIT – Madrid).- Juan XXIII, que fue patriarca de Venecia al igual que Lorenzo, tomó a éste como ejemplo de buen gobierno y modelo para su pontificado. Nació en Venecia, Italia, el 1 de julio de 1381 al inicio del Renacimiento. Sus padres pertenecían a la nobleza. Bernardo, su progenitor, falleció siendo Lorenzo un niño, y su madre se ocupó de la educación de él y de sus hermanos. Muy bien lo hizo Querina, llenando el acontecer de sus hijos con sumas muestras de piedad. En Lorenzo vio plasmados signos preclaros de virtud que eran ya atisbos de la santidad a la que tempranamente se sintió llamado. Con todo, la buena madre pensó en casarlo convenientemente, aunque los planes de Lorenzo eran diametralmente opuestos.
Alrededor de sus 20 años perseguía con celo todo lo que condujera a la ciencia y al amor de Dios. Había sido María quien, en una aparición, cuando aún no se habían disipado las glorias de este mundo con las que Lorenzo soñó, le abordó con estas palabras: «¡Oh joven amable, ¿por qué derramas tu corazón en tantas cosas inútiles? Lo que buscas tan desatinadamente te lo prometo yo si quieres tomarme por esposa». Pregúntola por su nombre y por su alcurnia, y ella me dijo que era la sabiduría de Dios. Le di mi palabra sin vacilación alguna, y, después de abrazarnos, desapareció». Gran penitente se caracterizaba por sus severas mortificaciones efectuadas en un estado de oración continua, al punto que su madre temía por su salud. Lorenzo se trasladó a san Giorgio in Alga, donde un tío suyo era canónigo, y sus sabios consejos le dieron luz para discernir entre la oferta del mundo y su renuncia al mismo por amor a Dios. Afrontó valientemente la propuesta que le hizo su pariente de sopesar ambas opciones: «¿Tengo el valor de despreciar estos deleites para aceptar una vida de penitencia y mortificación?». Mirando al crucifijo, no tuvo dudas: «Tú, ¡oh Señor! eres mi esperanza. En Ti encontraré el árbol de la fortaleza y el consuelo». «Veo que los mártires caminaron al cielo derramando la sangre y los confesores macerando la carne; no encuentro más caminos».
En Alga tuvo la fortuna de hallar a otros jóvenes, pertenecientes también a la nobleza, con los que compartió sus ideales y forma ejemplar de vida. Uno de ellos sería el futuro pontífice Eugenio IV. En 1404 fundaron la Congregación de san Giorgio de canónigos seculares. El joven, nacido en buena cuna, tomó el hatillo y se dispuso a recorrer de punta a punta la ciudad, pidiendo limosna para los pobres, sin excluir las puertas de su casa materna. No hubiera podido ser distinguido fácilmente porque su atuendo era el de un pobre casi harapiento. Cuando la persona que le acompañaba quería eludir los lugares principales para pasar desapercibidos, Lorenzo le decía: «Caminemos valientemente. Nada adelantamos con renunciar al mundo de palabra si no le despreciamos también con los hechos. Llevemos el saco como una cruz, y triunfemos así de nuestro enemigo».
Puso todo su esfuerzo en derrocar sus hábitos como el de la autojustificación y disculpa cuando era reconvenido por algo que juzgaba injusto; para ello se mordía los labios, hasta que venció su tendencia. Sería modélico también por su humildad. Fue un gran predicador y confesor. Entre otros favores, como el éxtasis, recibió el don de lágrimas que no podía contener cuando oficiaba la Santa Misa. Sabedor de sus virtudes, Gregorio XII le encomendó el priorato de san Agustín de Vicenza a cuyo frente estuvo hasta 1409 fecha en la que fue elegido prior de la Congregación que había fundado. En 1423 dio heroico testimonio prestando auxilio y consuelo a los damnificados por la epidemia de peste. Al año siguiente fue designado general de su Orden.
En 1443 fue nombrado arzobispo de Castello por el papa Eugenio IV y continuó dando ejemplo de piedad y de caridad, asistiendo de forma particular a los pobres, amén de emprender una fecunda reforma. En 1451 Nicolás V lo nombró patriarca de Venecia (a su pesar, porque hubiese deseado no ejercer un cargo para el que no se sentía dotado) y en su ejercicio pastoral prosiguió con la misma característica: austeridad de vida sellada por la caridad, paciencia, sabiduría y celo apostólico. Ni se arredró por las acusaciones y críticas que recibió, ni aceptó halagos de ningún tipo. La gente en masa iba a escucharle, a pedirle consejo, y él dispensaba a manos llenas bienes materiales (particularmente en especies, para que no malgastaran el dinero), y espirituales.
Fueron años intensos de oración, trabajo y estudio. Escribió diversos tratados de ascesis, el último «Los grados de perfección» cuando tenía 74 años. Al concluirlo le asaltó una grave enfermedad, y se negó a admitir un trato especial: «¿Disponéis ese lecho de plumas para mí?», preguntó. Ante la obvia respuesta de sus seres cercanos, replicó: «¡No! Eso no debe ser así … Mi Señor fue recostado sobre un madero duro y basto. ¿No recordáis que san Martín, en sus últimos momentos, afirmó que un cristiano debe morir envuelto en telas burdas y sobre un lecho de cenizas?». Y tendido sobre un jergón de paja, bendijo a la multitud que se acercó a visitarle. Falleció el 8 de enero de 1456. Fue canonizado por Alejandro VIII el 16 de octubre de 1690.