Servicio diario - 18 de enero de 2017


 

El Papa asegura que en la oración “nuestra esperanza no se ve defraudada”
Posted by Rocío Lancho García on 18 January, 2017



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco, como cada semana, ha recibido este miércoles en el Aula Pablo VI a miles de fieles para celebrar la audiencia general. De este modo, ha proseguido hoy con las catequesis dedicadas a la esperanza cristiana. Los peregrinos, venidos de todas las partes del mundo, se acercaban al pasillo para poder saludar de cerca y dar la mano al Santo Padre
El Pontífice, en el resumen que hace en español de la catequesis, y haciendo referencia a la lectura leída precedentemente, ha indicado que “el profeta Jonás nos invita a reflexionar sobre el vínculo entre esperanza y oración”. Tal y como ha señalado, Jonás es enviado a Nínive, ciudad enemiga de Israel y por tanto “indigna de la misericordia de Dios, para predicar su conversión”. Jonás –ha observado–no lo entiende y huye. Asimismo, Francisco ha recordado que “en el barco encontrará a unos paganos que al verse en peligro por una tempestad se ponen a rezar e invitan al profeta a unirse a ellos”.
Ante la muerte –ha aseverado– el hombre reconoce su fragilidad y se abre a Dios con una oración llena de esperanza. El Papa ha explicado que Jonás asume su responsabilidad y “se sacrifica para que los paganos se salven”. En ellos, ha añadido, se opera un milagro aún más grande: “gracias a esta experiencia de muerte logran encontrar al Dios de la vida, transformándose su oración en una acción de gracias”. Finalmente, ha señalado que más tarde, el rey de Nínive tras oír la predicación de Jonás, “se confía a la misericordia divina y llama a todos a la oración y a la penitencia, salvando así la ciudad”.
A continuación, el Santo Padre ha saludado a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. En la oración –ha explicado el Papa– nuestra esperanza no se ve defraudada. Asimismo ha exhortado a que en esta Semana oración que hoy iniciamos “pidamos insistentemente al Padre por la unidad de todos los cristianos”.
Al respecto, al finalizar la audiencia, en el saludo a los jóvenes, los enfermos y los recién casados, ha recordad que hoy inicia la Semana de oración por la unidad de los cristianos. Este año, ha indicado, nos hace reflexionar sobre “el amor de Cristo que empuja a la reconciliación”. Por eso ha invitado a los jóvenes a rezar para que “todos los cristianos vuelvan a ser una única familia”. Asimismo ha pedido a los enfermos que ofrezcan sus sufrimientos “por la causa de la unidad de la Iglesia”. Finalmente, a los recién casados ha invitado a hacer experiencia “del amor gratuito como es el de Dios por la humanidad”.


Francisco celebrará vísperas para concluir la Semana de oración por la unidad de los cristianos
Posted by Redaccion on 18 January, 2017



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco, como es tradición, celebrará en la Basílica de San Pablo Extramuros las vísperas en la solemnidad de la Conversión de San Pablo, el 25 de enero. Esta celebración se organiza cada año como conclusión de la Semana de oración para la unidad de los Cristianos y este año lleva por tema “El amor de Cristo nos empuja hacia la reconciliación”(2 Cor 5, 14-20).
Formarán parte de la celebración –informa la Santa Sede– los representantes de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales presentes en Roma. Además, están invitado de forma particular el clero y los fieles de la diócesis de Roma.
Durante la audiencia general de esta mañana, en el saludo a los peregrinos de lengua alemana, ha indicado que recuerda con conmoción la oración ecuménica a Lund, en Suecia, el pasado 31 de octubre. En el espíritu de esa conmemoración común de la Reforma –ha señalado– miramos más a lo que nos une que a lo que nos divide, y continuamos el camino juntos para profundizar nuestra comunión y darle una forma cada vez más visible.
De este modo, el Pontífice ha asegurado que en Europa esta fe común en Cristo es como un hilo verde de esperanza: pertenecemos los unos a los otros. “Comunión, reconciliación y unidad son posibles”, ha subrayado. Al mismo tiempo, ha precisado que “tenemos la responsabilidad de este mensaje y debemos testimoniar con nuestra vida”. Dios –ha concluido– bendiga esta voluntad de unión y cuide a todas las personas que caminan en el camino de la unidad.



Texto completo del papa Francisco en la catequesis de la audiencia del miércoles 18 de enero de 2017
Posted by Redaccion on 18 January, 2017



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco, una semana más, ha reflexionado sobre la esperanza cristiana en la catequesis de la audiencia general. Este miércoles se ha centrado en la historia de Jonás. Así, ha explicado que la esperanza, delante del peligro y de la muerte, se expresa en oración.

Publicamos a continuación el texto completo de la catequesis.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
En la Sagrada Escritura, entre los profetas de Israel, despunta una figura un poco anómala, un profeta que intenta evadirse de la llamada del Señor rechazando ponerse al servicio del plan divino de salvación. Se trata del profeta Jonás, de quién se narra la historia en un pequeño libro de solo cuatro capítulos, una especie de parábola portadora de una gran enseñanza, la de la misericordia de Dios que perdona.
Jonás es un profeta “en salida”, también en fuga, que Dios envía “a la periferia”, a Nínive, para convertir a los habitantes de esa gran ciudad. Pero Nínive, para un israelita como Jonás, representa una realidad que amenaza, el enemigo que ponía en peligro la misma Jerusalén, y por tanto para destruir, no para salvar. Por eso, cuando Dios manda a Jonás a predicar en esa ciudad, el profeta, que conoce la bondad del Señor y su deseo de perdonar, trata de escapar de su tarea y huye.
Durante su huida, el profeta entra en contacto con los paganos, los marineros de la nave sobre la que se embarca para alejarse de Dios y de su misión. Y huye lejos porque Nínive estaba en la zona de Irak y él huye a España. Pero huye de verdad. Y es precisamente el comportamiento de estos hombres, como después será el de los habitantes de Nínive, que nos permite hoy reflexionar un poco sobre la esperanza que, delante del peligro y de la muerte, se expresa en oración.
De hecho, durante la travesía en el mar, estalla una gran tormenta, y Jonás baja en la bodega del barco y se duerme. Los marineros sin embargo, viéndose perdidos, «invocaron cada uno al propio dios» (Jon 1,5). Eran paganos. El capitán del barco despierta a Jonás diciéndole: «Qué haces aquí dormido? Levántate e invoca a tu dios. Tal vez ese dios se acuerde de nosotros, para que no perezcamos» (Jon 1,6).
Las reacciones de estos “paganos” es la reacción justa delante de la muerte; porque es entonces que el hombre hace experiencia completa de la propia fragilidad y de la propia necesidad de salvación. El horror instintivo de morir desvela la necesidad de esperar en el Dios de la vida. «Quizá Dios se acuerde de nosotros y no pereceremos»: son las palabras de la esperanza que se convierten en oración, esa súplica llena de angustia que sale de los labios del hombre delante a un inminente peligro de muerte.
Demasiado fácilmente diseñamos el dirigirnos a Dios en la necesidad como si fuera solo una oración interesada, y por eso imperfecta. Pero Dios conoce nuestra debilidad, sabe que nos acordamos de Él para pedir ayuda, y con la sonrisa indulgente de un padre responde benevolente.
Cuando Jonás, reconociendo la propia responsabilidad, se hace echar al mar para salvar a sus compañeros de viaje, la tempestad se calma. La muerte inminente ha llevado a esos hombres paganos a la oración, ha hecho que el profeta, a pesar de todo, viviera la propia vocación al servicio de los otros aceptando sacrificarse por ellos, y ahora conduce a los supervivientes al reconocimiento del verdadero Señor y a la alabanza. Los marineros, que habían rezado con miedo dirigiéndose a sus dioses, ahora, con sincero temor del Señor, reconocen al verdadero Dios y ofrecen sacrificios y hacen promesas. La esperanza, que les había llevado a rezar para no morir, se revela aún más poderoso y obra una realidad que va también más allá de lo que ellos esperaban: no solo no perecen en la tempestad, sino que se abren al reconocimiento del verdadero y único Señor del cielo y de la tierra.
Sucesivamente, también los habitantes de Nínive, delante de la perspectiva de ser destruidos, rezan, empujados por la esperanza en el perdón de Dios. Harán penitencia, invocarán al Señor y se convertirán a Él, empezando por el rey, que, como el capitán de la nave, da voz a la esperanza diciendo: «Tal vez Dios se vuelva atrás y se arrepienta … de manera que no perezcamos» (Jon 3,9). También para ellos, como para la tripulación en la tormenta, haber afrontado la muerte y haber resultado salvados les ha llevado a la verdad. Así, bajo la misericordia divina, y aún más a la luz del misterio pascual, la muerte se puede convertir, como ha sido para san Francisco de Asís, en “nuestra hermana muerte” y representar, para cada hombre y para cada uno de nosotros, la sorprendente ocasión de conocer la esperanza y de encontrar al Señor. Que el Señor nos haga entender esto: la unión entre oración y esperanza. La oración te lleva adelante a la esperanza. Y cuando las cosas se vuelven oscuras, más oración y habrá más esperanza.


Iglesias cristianas en Europa: “Juntos podemos anunciar el Amor de Cristo para la reconciliación”
Posted by Redaccion on 18 January, 2017



(ZENIT – Roma).- El Consejo de Conferencias Episcopales de Europa y la Conferencia de las Iglesias Europeas han publicado un mensaje conjuntos con ocasión de la Semana de oración por la unidad de los cristianos. El mensaje quiere subrayar que es a través del diálogo “que profundizamos en nuestra recíproca comprensión”. A través “de los testimonios y acciones comunes construimos puentes”. A través “de la oración aprendemos a reconocer la obra del Espíritu Santo”. El camino a seguir puede parecer no siempre claro o sencillo –indican– pero tenemos siempre en el corazón esa verdad por la que ‘El Amor de Cristo nos apremia’.
Así, recuerdan también que la historia del cristianismo en Europa “ha estado marcada por dolorosos periodos de división, condena mutua e incluso violencia”. Por eso, subrayan que mientras algunas Iglesias se preparan para celebrar el 500° aniversario del inicio de la Reforma Protestante, “hemos de recordar de nuevo nuestro difícil pasado”. Recordar estos eventos y confrontarnos con nuestra historia –aseguran– es una magnífica oportunidad para renovar nuestro empeño en la reparación de las heridas y la superación de las divisiones. Por eso aseguran en el comunicado que “nos dirigimos a Cristo, que reconcilia todos los pueblos y la creación con Dios, con el fin de que nos guíe en esta tarea”. Con humilde gratitud por el don recibido –indica el mensaje– trabajamos para la reconciliación a través de las palabras y nuestras acciones.
Al mismo tiempo, los presidentes de ambas instituciones observan que hoy celebramos también “el crecimiento en la colaboración y el fomento de un significativo diálogo teológico”. Tal y como se recuerda en el mensaje, el Consejo de Conferencias Episcopales de Europa y la Conferencia de Iglesias Europeas colaboran desde hace 45 años a través del Comité Conjunto en numerosos ámbitos de interés común. “También compartir los sufrimientos y las alegrías terrenas nos une”, aseguran. Asimismo, recuerdan que “nuestra solidaridad hacia las minorías como la comunidad gitana, nuestro empeño en la justicia ecológica y las iniciativas de oración para alcanzar la unidad dentro del Cuerpo de Cristo” han sido consolidados a través de dicha relación.
Finalmente, el mensaje señala que las múltiples crisis que Europa y los Estados vecinos han sido llamados a afrontar “nos acercan todavía más”. Guerras y conflictos, incertidumbre política, migración y desafíos ecológicos, pobreza material y espiritual, “tocan la vida de todos en Europa y más allá de sus fronteras”. Con estas crisis, sin embargo, “llega también la esperanza”. Juntos –subrayan– podemos anunciar el Amor de Cristo para la reconciliación a través de la protección de la Creación, la solidaridad hacia los más necesitados y la tutela de la dignidad del pueblo de Dios.



“El Papa de la alegría”, el periodista Juan Vicente Boo presenta su libro
Posted by Sergio Mora on 18 January, 2017



(ZENIT – Roma).- Juan Vicente Boo, corresponsal desde hace dieciocho años en el Vaticano para el periódico español ABC, ha escrito el libro ‘El Papa de la alegría’, publicado en el mes de diciembre pasado y presentado este martes en Roma a sus colegas periodistas, en un desayuno de trabajo.
Con la humildad que le caracteriza, Juan Vicente Boo indicó que intentó escribir el libro entendiendo desde dentro al papa Francisco, una tarea, reconoció, para nada fácil con un Pontífice que tan menudo nos sorprende.
Respondiendo a sus colegas sobre las cosas que más le impresionaron del pontificado de Francisco señaló su asombro de ver que la vigilia en la plaza de San Pedro convocada pidiendo por la paz en Siria, haya detenido una gigantesca máquina de guerra puesta en movimiento un año antes.
Sí, porque Boo, ex corresponsal en Bruselas que seguía las operaciones de la OTAN, y con informaciones de primera mano, señaló que se podía saber que iniciaba la intervención en Siria siguiendo algunos parámetros de los varios existentes, como el tráfico de barcos y el costos de los fletes en el puerto de Róterdam.
Sobre el título del libro indicó que la alegría de la fe es una característica de este Pontífice, enamorado de Jesús, de María y de san José. Y que hizo de la alegría un punto fuerte de su pontificado como se ve en sus documentos y encíclicas: Evangelii Gaudium, la alegría del Evangelio; Amoris Laetitia, la alegría del amor; y Laudato Si’, que es la alabanza o alegría de la creación. Así como la alegría de saber que existe un Dios capaz siempre de perdonar y con gran Misericordia, tema al que dedicó un Año Jubilar.
El veterano periodista indicó también que le comentó al propio Francisco en el avión durante un viaje apostólico, el título que había elegido para el libro. A lo que el Papa –poniéndose serio– dijo que le gustaría serlo y solicitaba oraciones para que fuera así. Añadió, que a pedido suyo, el Papa le firmó una copia del libro para su madre que tiene más de noventa años, expresando alegría por poder hacerlo.
Otro de los puntos señalados es “el cambio que se ha registrado desde la idea de guerra justa a la de una estilo de política que considera la paz como elemento indispensable, y que no hay guerra que sea santa”.
Recordó que desde la humildad y la sencillez, la sonrisa y la ternura, Francisco se ha convertido en un referente mundial para millones de personas. Sus gestos y palabras aparecen en diarios y televisiones de todos los continentes, y sus mensajes son escuchados por gente de culturas y religiones muy diferentes.
Juan Vicent añadió que se ha vuelto un líder también por despertar la conciencia de solidaridad ante los refugiados, pedir respuesta mundial al gravísimo problema del cambio climático –lo que se ha visto en la cumbre de París– así como pedir a los líderes religiosos musulmanes que desautoricen el fanatismo islámico, puesto que asesinar en nombre de Dios es satánico.


La nieta que se nos fue al Cielo
Posted by Catholic.net on 18 January, 2017



Porque quizás a alguien le ayude, querría contar algunos detalles del tránsito por la tierra de nuestra nieta Inés, que, gracias a Dios, fue tan breve como maravilloso. María, nuestra hija mayor, y Angelma, su esposo, tienen tres hijos varones.Como estaba previsto, el domingo, 10 de mayo de 2015, María dio a luz a su cuarto-quinto hijo, la primera niña. Cuarto-quinto porque el primer embarazo fue extrauterino: hubo que extirpar la trompa y el bebé no fue viable. Los tres que ahora mismo viven son Jaime (siete años cuando nació Inés), Pablo (seis, en aquel momento) y Alejandro (cinco, también entonces).
Inés vivió diez horas fuera del seno materno, para alegría de todos, y se nos fue directa al Cielo. Ya lo sabíamos. Desde la segunda ecografía se advirtió que tenía una anencefalia: en estas circunstancias, el líquido amniótico impide el desarrollo del cerebro, por lo que las funciones vitales, una vez que deja el útero materno, mantienen al niño o a la niña en vida minutos, horas y, en algunos casos excepcionalísimos, días. Pero no más.
Todos éramos bien conscientes y, de nuevo gracias a Dios, estábamos ya preparados.
Los hechos
Según suele ocurrir, la realidad superó todas nuestras expectativas. El dolor es y seguirá siendo real —lo contrario sería antinatural—, aunque va disminuyendo con el transcurrir del tiempo, al paso que aumenta el gozo, sobrenatural e incluso humano.
Fue una auténtica bendición que el ginecólogo, José Ignacio, sea un estupendo creyente, con enorme prestigio en su hospital y una humanidad y una visión sobrenatural muy fuera de lo común. Supo orientar a María y Angelma en todo momento, cuidando hasta los menores detalles, con infinito cariño. Y la siguió atendiendo durante los días que pasó en el hospital y, como es lógico, también cuando lo dejó.
Ya dentro del quirófano todo era excepcional. Por desgracia, no suelen nacer los niños aquejados por esta dolencia: bien porque los abortan, bien porque fallecen en el seno materno. De ahí que bastantes de los médicos, enfermeros y enfermeras de guardia ese domingo, quisieran asistir al parto, movidos por un interés a la vez profesional y humano.
Según lo previsto, hubo cesárea, la cuarta de María, y la pequeña Inés fue bautizada en cuanto la sacaron del útero, en los brazos de su padre, Angelma, al que, por excepción, permitieron asistir a la cesárea.
Angelma se echó a llorar, emocionado, en cuanto la tuvo en sus brazos. María me comentó que es la única vez que lo ha visto llorar. Pero también lo hicieron alguno de los médicos y el capellán de la clínica que la bautizó. Este último, no durante el bautizo, sino al salir del quirófano. Ante la pregunta de una enfermera, cuando empezaba a responder, no pudo contenerse y rompió a llorar. Ella le comentó, con cierto asombro, que ya debía estar acostumbrado a situaciones análogas, a lo que el sacerdote asintió, pero añadiendo que nunca había visto a un padre agarrar con tanta fuerza a su hijo, como queriendo darle su propia vida.
Eso fue hacia las once de la mañana. A las doce, más o menos, llevaron a María para que se repusiera de la anestesia, y la pequeña Inés se vino con su padre, sus tres hermanos, los padres de Angelma, Lourdes y yo.
Primeras reacciones
La impresión, en cuanto nos quedamos con Inés, fue grande, al menos la mía. Poco más arriba de las cejas comenzaba una especie de gorrito, que habían colocado para que no se viera la enorme herida, en el lugar donde debería estar el cráneo. Los ojos eran un poco extraños —algo saltones— y también parte de la nariz; pero desde ahí hasta la punta de los pies Inesita era perfecta. La carita, que pronto comenzó a adquirir un tono levemente azulado, por faltarle el oxígeno, producía una ternura difícil de describir.
Sus hermanos, a quienes María y Angelma venían preparando desde tiempo atrás, se hicieron varias fotos con ella y con su padre; también Lourdes y yo, y lo mismo Vicentina y Valentín, sus abuelos por línea paterna.
La pudimos disfrutar, en esta primera etapa, hasta algo más de las dos de la tarde. Jaime, Pablo y Alejandro entendieron muy bien que el niño Jesús quisiera tanto a su hermanita que deseara llevársela ya consigo. Eso no impidió que se emocionaran, sobre todo el más pequeño de los tres, que parece el más brutote, como sucede a menudo entre los niños. Pero hacia las dos acusaron el cansancio de estar encerrados tanto tiempo en un cuarto pequeño: Valentín y yo nos lo llevamos a comer, dejando a Angelma y las dos abuelas con Inesita.
Conforme pasaban las horas de esa mañana, la primera sensación de cierta extrañeza dejó paso a una paz muy fuera de lo común, con la conciencia clara y palpable de que la Trinidad habitaba en esa criatura, que pronto iría a unirse completamente con Ella. Casi podía tocar a Dios. Algo que nunca en mi vida había sentido, al menos de ese modo.
Lourdes y Vicentina, que habían renunciado a comer para aprovechar más las horas de vida de su nieta, la dejaron cuando María, repuesta de la anestesia, regresó a su habitación y llevaron a Inesita con ella y con su esposo. Estuvieron los tres solos hasta alrededor de las seis.
A esa hora se celebró una Misa, que no pudo ser la de gloria —para agradecer a Dios que ya estuviera en el Cielo—, pues Inesita seguía aún luchando por vivir. Al terminar, casi todos los asistentes pasaron un momento a la habitación, para ver a la niña y a la madre, y luego nos quedamos de nuevo solos María, Angelma, Lourdes y yo, con la niña (los padres de Angelma tuvieron la sacrificada delicadeza de dejarnos solos, por eso de que la madre es nuestra hija: se lo agradeceremos siempre).
La marcha al Cielo
Todo el personal sanitario, con el ginecólogo a la cabeza, se portó de maravilla. Ya al acompañarnos a la pequeña salita donde nos instalamos, se les veía emocionados y atentos, desviviéndose en mil detalles. Como estaban poniendo tanto mimo, hubo un momento en que, casi sin pensarlo, di un beso de gratitud a las dos mujeres-médico presentes, repitiendo con énfasis: «muchísimas gracias». Ya entonces, y varias veces más a lo largo del día, una de ellas comentó, siempre con palabras parecidas y como explicando su actitud: «¡Con tanto cariño alrededor…!»
Cada media hora, más o menos, los médicos volvían a la habitación para ver cómo seguía Inesita. José Ignacio, el ginecólogo, además, para continuar dando ánimos a María y Angelma. Nos impresionó mucho que en una de las ocasiones, tras apenas saludar a María, se quedó alrededor de un cuarto de hora, con los codos apoyados en la cunita, sin decir palabra, contemplando a la niña a la que había ayudado a nacer.
Hacia las nueve de la noche nos dijeron que el corazón latía ya mucho más débil. Lourdes y yo dejamos la habitación, para que María y Angelma pudieran estar solos con su hija en esos últimos momentos. A las 21:50 nos dejó y se fue al Cielo. Nos permitieron tenerla un rato más con nosotros, recostada en el regazo de María.
Hay fotos y videos repletos de ternura.
Una vida breve, pero inmensamente fecunda
A partir del día siguiente, lunes, comenzaron las visitas. Familia más o menos cercana, amigos de María, de Angelma, etc. Todas muy emotivas y cariñosas. La tónica general era de gratitud y admiración contenida hacia los padres por haber querido gestar y dar a luz a una niña, sabiendo que la iban a tener pocas horas consigo, para entregarla inmediatamente a Dios.
Una última anécdota de estos primeros días. El martes por la mañana, al llevarle la comunión, el capellán que había bautizado a Inesita pidió a María hablar un momento con ella. Le preguntamos si prefería estar a solas, pero nos dijo que no, que nos quedáramos. Al cabo de unos veinte minutos se veía que quería llegar al terreno personal… y al fin lo hizo.
Primero agradeció a María, también para que se lo dijera a Angelma, el que hubieran tenido la generosidad de respetar la vida de la niña. Y varias veces, con leves modificaciones, repitió dos ideas.
a) La primera, que a él todo esto le había hecho pensar y orar mucho, y que le había llevado a “recolocar” varias cuestiones personales (obviamente, cada vez que lo recuerdo vuelvo a dar gracias a Dios).
b) La segunda, que le había impresionado cómo, mientras bautizaba a la niña, María, desde la cama donde estaba siendo operada, forzando la vista por detrás de ella, tenía los ojos fijos en Angelma, en esos momentos llorando emocionado, como queriendo darle ánimos, olvidada de sí misma: algo, efectivamente, muy femenino y muy maternal.
Cuando se marchó el sacerdote y María terminó su acción de gracias, de nuevo llorando de emoción, me dijo: «¡Papá, pero si yo no he hecho nada!»
Comentamos que así es Dios: que resultaba grandioso que Dios pudiera darle las gracias a ella por hacer lo que debía y permitir de ese modo a su hija recibir el bautismo, por lo que Inesita sería inmensamente feliz en el Cielo… y Dios se alegraría con la felicidad de esa criatura.
Bastantes veces, sobre todo cuando se trata de un grupo cercano, encuadro mis conferencias en la idea de que nuestro paso por este mundo es, más que la prueba, la gran oportunidad que Dios nos da para ir aprendiendo a amar más y mejor, de modo que vayamos siendo ya más felices aquí y, al término, habiendo dilatado las fronteras de nuestro corazón, nos quepa más Dios en el alma y seamos más felices por toda la eternidad.
Siempre me rondaba por la cabeza, junto a otros mil interrogantes y consciente de la pequeñez de mis “explicaciones”, qué sucedía con los recién nacidos que mueren. En esta ocasión vi muy claro que el engrandecimiento del corazón de Inesita era al menos proporcional al que había provocado en nosotros —sus padres, abuelos, hermanos y mucha gente más— ayudándonos a querer un poco más y mejor.
¡Qué fecundidad la de esas diez horas! La querría yo para mí.
Favores
Muy pronto, al menos los más allegados, comenzamos a encomendarnos a su intercesión. A Angelma le contaron que, en una situación análoga, san Josemaría había dicho al padre de un niño —muerto también a muy temprana edad— que no olvidara que, en el Cielo, seguía siendo hijo suyo y, por lo tanto, que le debía obediencia, y que lo “aprovechara”.
Angelma lo hace constantemente e Inesita, de ordinario, le “obedece”, dando lugar a múltiples anécdotas. Resumo una de las más simpáticas. Angelma cursó la carrera de farmacia y, después de un largo período en Dublín, se ha ido haciendo cargo de la farmacia que fue de su madre. Los sábados suele estar solo en la farmacia y hay poquísimos clientes. El que siguió al fallecimiento de Inés, apelando a su autoridad como padre, le pidió que esa tarde sí que hubiera ventas y, según nos comentó después, fue uno de los días en que más productos se vendieron: hasta una especie de crecepelos para varones de mi estilo —es decir, calvos, pelones—, muy caro y de muy difícil salida.
La última que recojo es bastante impresionante. Estando toda la familia de acampada, una de las hijas, de dos años de edad, desapareció una tarde. Estuvieron buscándola lo que quedaba de día, sin éxito. A la mañana siguiente, la madre, ya resignada a no hallarla viva, pidió por intercesión de Inesita —sus hijos van al mismo colegio que nuestros nietos— que, al menos, la encontraran, aunque fuera muerta.
Como es lógico, habían avisado a la policía y esta a los vecinos de la zona. Esa misma mañana llamó el dueño de una finca, porque había oído llorar no hacía mucho, se acercó y se topó con la niña: estaba viva, con rasguños y síntomas de deshidratación; pero se repuso rápidamente.
Para María y Angelma, Inesita ha pasado a ser un miembro más —muy especial, sin duda— de la familia. Se refieren a ella con toda naturalidad, le siguen pidiendo favores y fomentan en sus hermanos el cariño hacia la que ya tienen en el Cielo.
Para concluir…
Termino con un nuevo “favor” de Inesita. En uno de mis correos a un grupo de matrimonios mexicanos a los que me había dirigido durante un curso, les conté la historia de Inesita y les animé a encomendarse a ella, si les parecía, como ahora hago con quienes me lean. Me respondieron muchos, pero este que recojo es un testimonio muy particular.
El 2015-10-26, uno de los alumnos me escribe:
«Gracias a Dios, 31 años de casados. De los retos familiares, lo más destacable es que D. y nuestra hija G., la mayor, no han podido encargar su bebé, llevan cinco años de casados, los encomendamos a Inés para que Dios les dé el milagro de la vida. Un abrazo»
El 2015-10-30 recibo este otro mensaje, del mismo matrimonio:
«Tomás y Lourdes, con gran alegría les avisamos que Inesita ya intercedió para que Dios nos hiciera ese gran milagro y nuestra hija G. y D. ya están esperando su bebé, hoy recibimos esa gran noticia y se las compartimos con una gran gusto, ¡muy agradecidos por sus oraciones!»

Tomás Melendo


El año litúrgico, origen y significado
Posted by Catholic.net on 18 January, 2017



Las fiestas cristianas han surgido paulatinamente a través de los siglos. Estas nacen de un deseo de la Iglesia Católica de profundizar en los diversos momentos de la vida de Cristo. Se comenzó con la fiesta del Domingo y la Pascua, luego se unió Pentecostés y, con el tiempo, otras más. Los misioneros, al evangelizar, fueron introduciendo las fiestas cristianas tratando de dar un sentido diferente a las fiestas paganas del pueblo en el que se encontraban. Podemos compararlo con una persona que recibe un regalo con una envoltura bonita, la cual guarda y utiliza posteriormente para envolver y dar otro regalo. La Iglesia tomó de algunas fiestas paganas las formas externas y les dio un contenido nuevo, el verdadero sentido cristiano.
La primera fiesta que se celebró fue la del Domingo. Después, con la Pascua como única fiesta anual, se decidió festejar el nacimiento de Cristo en el solsticio de invierno, día en que numerosos pueblos paganos celebraban el renacimiento del sol. En lugar de festejar al “Sol de Justicia”, se festeja al Dios Creador. Así, poco a poco, se fue conformando el Año litúrgico con una serie de fiestas solemnes, alegres, de reflexión o de penitencia.
La liturgia es la manera de celebrar nuestra fe. No solo tenemos fe y vivimos de acuerdo con ella, sino que la celebramos con acciones de culto en las que manifestamos, comunitaria y públicamente, nuestra adoración a Jesucristo, presente con nosotros en la Iglesia. Al vivir la liturgia, nos enriquecemos de los dones que proceden de la acción redentora de Dios.
La liturgia es el conjunto de signos sensibles, eficaces, de la santificación y del culto a la Iglesia. Es el conjunto de la oración pública de la Iglesia y de la celebración sacramental.
Liturgia viene del griego leitourgia, que quiere decir servicio público, generalmente ofrecido por un individuo a la comunidad.
El Concilio Vaticano II en la “Constitución sobre la Liturgia” nos dice:
“La liturgia es el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella, los signos sensibles significan y cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre y así el Cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro”.
La liturgia es la acción sagrada por excelencia, ninguna oración o acción humana la puede igualar por ser obra de Cristo y de toda su Iglesia y no de una persona o un grupo. Es la fuente de donde mana toda la fuerza de la Iglesia. Es la fuente primaria y necesaria de donde deben beber todos los fieles el espíritu cristiano. La liturgia invita a hacer un compromiso transformador de la vida, realizar el Reino de Dios. La Iglesia se santifica a través de ella y debe existir en la liturgia por parte de los fieles, una participación plena, consciente y activa.
Cada celebración litúrgica tiene un triple significado:
1. Recuerdo: Todo acontecimiento importante debe ser recordado. Por ejemplo, el aniversario del nacimiento de Cristo, su pasión y muerte, etc.
2. Presencia: Es Cristo quien se hace presente en las celebraciones litúrgicas concediendo gracias espirituales a todos aquellos que participan en ellas, de acuerdo a la finalidad última de la Iglesia que es salvar a todos los hombres de todos los tiempos.
3. Espera: Toda celebración litúrgica es un anuncio profético de la esperanza del establecimiento del Reino de Cristo en la tierra y de llegar un día a la patria celestial.
El Año litúrgico es el desarrollo de los misterios de la vida, muerte y resurrección de Cristo y las celebraciones de los santos que nos propone la Iglesia a lo largo del año. Es vivir y no sólo recordar la historia de la salvación. Esto se hace a través de fiestas y celebraciones. Se celebran y actualizan las etapas más importantes del plan de salvación. Es un camino de fe que nos adentra y nos invita a profundizar en el misterio de la salvación. Un camino de fe para recorrer y vivir el amor divino que nos lleva a la salvación.
Los Tiempos litúrgicos
El Año litúrgico está formado por distintos tiempos litúrgicos. Estos son tiempos en los que la Iglesia nos invita a reflexionar y a vivir de acuerdo con alguno de los misterios de la vida de Cristo. Comienza por el Adviento, luego viene la Navidad, Epifanía, Primer tiempo ordinario, Cuaresma, Semana Santa, Pascua, Tiempo Pascual, Pentecostés, Segundo tiempo ordinario y termina con la fiesta de Cristo Rey.
En cada tiempo litúrgico, el sacerdote se reviste con casulla de diferentes colores:
Blanco significa alegría y pureza. Se utiliza en el tiempo de Navidad y de Pascua
Verde significa esperanza. Se utiliza en el tiempo ordinario
Morado significa luto y penitencia. Se usa en Adviento, Cuaresma y Semana Santa
Rojo significa el fuego del Espíritu Santo y el martirio. Se utiliza en las fiestas de los santos mártires y en Pentecostés.
El Adviento es tiempo de espera para el nacimiento de Dios en el mundo. Es recordar a Cristo que nació en Belén y que vendrá nuevamente como Rey al final de los tiempos. Es un tiempo de cambio y de oración para comprometernos con Cristo y esperarlo con alegría. Es preparar el camino hacia la Navidad. Este tiempo litúrgico consta de las cuatro semanas que preceden al 25 de diciembre, abarcando los cuatro domingos de Adviento.
Al terminar el Adviento, comienza el Tiempo de Navidad, que va desde la Navidad o Nacimiento, que se celebra el 25 de diciembre y nos recuerda que Dios vino a este mundo para salvarnos.
La Epifanía se celebra cada 6 de enero y nos recuerda la manifestación pública de Dios a todos los hombres. Aquí concluye el Tiempo de Navidad.
El Primer tiempo ordinario es el que va de la fiesta de la Epifanía hasta inicio de Cuaresma. En el Primer y Segundo tiempo ordinario del Año litúrgico, no se celebra ningún aspecto concreto del misterio de Cristo. En ambos tiempos se profundizan los distintos momentos históricos de la vida de Cristo para adentrarnos en la historia de la Salvación.
La Cuaresma comienza con el Miércoles de Ceniza y se prolonga durante los cuarenta días anteriores al Triduo Pascual. Es tiempo de preparación para la Pascua o Paso del Señor. Es un tiempo de oración, penitencia y ayuno. Es tiempo para la conversión del corazón.
La Semana Santa comienza con el Domingo de Ramos y termina con el Domingo de Resurrección. En el Triduo Pascual se recuerda y se vive junto con Cristo su Pasión, Muerte y Resurrección.
El Domingo de Pascua es la mayor fiesta de la Iglesia, en la que se celebra la Resurrección de Jesús. Es el triunfo definitivo del Señor sobre la muerte y primicia de nuestra resurrección.
El Tiempo de Pascua es tiempo de paz, alegría y esperanza. Dura cincuenta días, desde el Domingo de Resurrección hasta Pentecostés, que es la celebración de la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. En esta fiesta se trata de abrir el corazón a los dones del Espíritu Santo.
Después de Pentecostés sigue el Segundo tiempo ordinario del año litúrgico que termina con la fiesta de Cristo Rey.
El eje del Año litúrgico es la Pascua. Los tiempos fuertes son el Adviento y la Cuaresma.
Durante el Adviento, Navidad y Epifanía se revive la espera gozosa del Mesías en la Encarnación. Hay una preparación para la venida del Señor al final de los tiempos: “Vino, viene y volverá”.
En la Cuaresma, se revive la marcha de Israel por el desierto y la subida de Jesús a Jerusalén. Se vive el misterio de la Muerte y Resurrección de Cristo: “Conversión y meditación de la palabra de Dios”.
En el Tiempo Pascual se vive la Pascua, Ascensión y Pentecostés en 50 días. Se celebra el gran domingo: “Ha muerto, vive, ¡Ven Señor Jesús!
En los tiempos ordinarios, la Iglesia sigue construyendo el Reino de Cristo movida por el Espíritu y alimentada por la Palabra: “El Espíritu hace de la Iglesia el cuerpo de Cristo, hoy ”.
Los cambios de fechas en algunas fiestas del Año litúrgico
El Año litúrgico se fija a partir del ciclo lunar, es decir, no se ciñe estrictamente al año calendario. La fiesta más importante de los católicos, la Semana Santa, coincide con la fiesta de la “pascua judía” o Pesaj, misma que se realiza cuando hay luna llena. Se cree que la noche que el pueblo judío huyó de Egipto, había luna llena lo que les permitió prescindir de las lámparas para que no les descubrieran los soldados del faraón.
La Iglesia fija su Año litúrgico a partir de la luna llena que se presenta entre el mes de marzo o de abril. Por lo tanto, cuando Jesús celebró la Última Cena con sus discípulos, respetando la tradición judía de celebrar la pascua – el paso del pueblo escogido a través del Mar Rojo hacia la tierra prometida – debía de haber sido una noche de luna llena. Hecho que se repite cada Jueves Santo.
La Iglesia marca esa fecha como el centro del Año litúrgico y las demás fiestas que se relacionan con esta fecha cambian de día de celebración una o dos semanas.
Las fiestas que cambian año con año, son las siguientes:
• Miércoles de Ceniza
• Semana Santa
• La Ascensión del Señor
• Pentecostés
• Fiesta de Cristo Rey
Ahora, hay fiestas litúrgicas que nunca cambian de fecha, como por ejemplo:
• Navidad
• Epifanía
• Candelaria
• Fiesta de San Pedro y San Pablo
• La Asunción de la Virgen
• Fiesta de todos los santos


Beato Marcelo Spínola y Maestre – 19 de enero
Posted by Isabel Orellana Vilches on 18 January, 2017



(ZENIT – Madrid).- Nació en San Fernando, Cádiz, España, el 14 de enero de 1835. Su padre, el marqués de Spínola, era un ilustre oficial de la Marina. Pero él orientó su vida profesional licenciándose en derecho en la universidad de Sevilla el año 1856. Incluso abrió su propio despacho en Huelva durante un tiempo, poniendo su buenos oficios al servicio de los necesitados, a los que prestaba ayuda desinteresadamente. De ahí el apodo que le dieron: «el abogado de los pobres». Desde su más tierna infancia había experimentado una singular devoción por el Sagrado Corazón de Jesús, y los talentos que Dios le había otorgado estaban a merced de todos. Cuando su padre tomó posesión de la plaza de Sanlúcar de Barrameda como comandante de Marina, Marcelo lo siguió. Había crecido en las ciudades de Motril, Valencia, Huelva, Sevilla y Sanlúcar. A ellas añadiría nuevos destinos. Era la vida itinerante de un hijo de militar, de un hombre bueno, afable, humilde y alegre, que conservaba estampas de las gentes sencillas a las que fue conociendo y supo ganarse con su generosidad y simpatía.
Ya tenía cierta edad cuando sintió la llamada al sacerdocio y enseguida dio un sí a Cristo. Cursó estudios eclesiásticos en el seminario de Sevilla y fue ordenado sacerdote en 1864. Su primera misa la celebró en la iglesia de San Felipe Neri. Después, le encomendaron la capellanía de la iglesia de la Merced, de Sanlúcar. Vinculado a las cofradías, se integró en la Hermandad de San Pedro y Pan de los Pobres, hasta que en 1871 el cardenal de la Lastra y Cuesta le confió la parroquia de San Lorenzo de Sevilla. En esta ciudad se incorporó a la Hermandad del Gran Poder, de la que fue mayordomo y director espiritual, así como a la Hermandad de la Soledad. Fue en esta parroquia cuando en 1874 conoció en el confesionario a la recién enviudada Celia Méndez, con la que tiempo después habría de poner en marcha la fundación de las Esclavas.
En 1879 fue nombrado canónigo de la catedral de Sevilla por el arzobispo Lluch, y en 1881 designado obispo auxiliar de la diócesis hispalense. En 1884 su fecunda labor pastoral ya había traspasado las fronteras, y León XIII lo nombró obispo de Coria, Cáceres. Dos años escasos fueron suficientes para dejar impreso su sello apostólico. Allí fundó en 1885 la congregación de las Esclavas del Divino Corazón junto a la sierva de Dios, Celia Méndez. En 1886 fue trasladado a Málaga impulsando en la diócesis una acción inolvidable con los desfavorecidos, a la par que encabezaba una sólida defensa de los derechos de los trabajadores a través de los medios pastorales que tenía a su alcance.
Juzgó que la Iglesia no había acogido a los pobres, y quiso paliar la situación. En 1896 regresó a Sevilla, diócesis de la que fue nombrado arzobispo. Fundó «El Correo de Andalucía», que nació con el objetivo de «defender la verdad y la justicia». Y cuando la peste asoló la ciudad en 1905, recorrió las calles sevillanas desafiando el sol de justicia del mes de agosto, pidiendo limosna para los damnificados. Entonces las gentes acuñaron para él nuevo título: el «arzobispo mendigo». Poco después, ese mismo año de 1905, san Pío X lo elevó al cardenalato.
Era un hombre piadoso, de intensa oración y mortificación, extremadamente sensible a las necesidades y al sufrimiento de sus fieles, y un infatigable apóstol. Hogares, círculos obreros, centros en los que se daba de comer a quienes lo precisaban, orfanatos, escuelas nocturnas, creación de la facultad de teología de Sevilla, etc., rubrican su impronta. Recorrió todas las diócesis en las que ejerció su ministerio viajando en un mulo, luchó contra el intento de desplazar la enseñanza de la religión de los centros públicos siendo senador de Granada, consoló a los afligidos, y llevó el evangelio por todos los rincones, predicando y confesando.
Alguna vez se sintió tentado a renunciar al episcopado considerándose indigno de asumirlo, y fue disuadido de ello. En el centro de su corazón: la Eucaristía: «La obra maestra del amor de Jesucristo a la humanidad es la Eucaristía; maravilla que sería increíble si Jesucristo no amara como Dios». «La Eucaristía se halla a nuestro alcance. Todos podemos acercarnos a Cristo huésped y conversar con él, y percibir el calor de su palabra. ¡La palabra! ¡Cómo enardece los ánimos! ¡Cómo los enardecerá la palabra de Cristo! Todos podemos llegarnos al altar cuando se inmola y nos grita: Mirad cuánto os he amado y amo. Y todos podemos sentarnos a su mesa y comer el pan y beber el vino embriagador de la caridad».
Con clarividencia y profundidad, como santo que era, en una de sus cartas, escribió: «El sacerdote puede con su palabra imitar, aunque sea de lejos, a Cristo, y ejecutar las maravillas que hacía con la suya el celestial Maestro; para que la palabra sacerdotal posea tamaña eficacia es menester que sea total y verdaderamente divina, lo cual no se verificará cumplidamente, sino sometiéndose el ministro del Evangelio a un doble procedimiento: vaciarse de sí y llenarse de Dios». Murió en Sevilla el 19 de enero de 1906 cuando regresaba de asistir a los esponsales del rey Alfonso XIII. Juan Pablo II lo beatificó el 29 de marzo de 1987.