Servicio diario - 28 de enero de 2017


 

El apoyo del Papa a la Marcha por la vida en Estados Unidos
Posted by Redaccion on 28 January, 2017



(ZENIT – Roma).- El papa Francisco ha enviado su apoyo a la Marcha por la vida que tuvo lugar este viernes en la capital de Estados Unidos. En un mensaje firmado por el cardenal Secretario de Estado, Pietro Parolin, y dirigido al nuncio apostólico en Estados Unidos, monseñor Christoph Pierre, el Santo Padre subraya la sacralidad de la vida humana desde su concepción.
“Es tan grande el valor de una vida humana y es tan inalienable el derecho a la vida del niño inocente que crece en el vientre de su madre, que de ninguna manera es posible presentar como un derecho sobre el propio cuerpo la posibilidad de tomar decisiones en lo relacionado con tal vida, que es un fin en sí misma y que no puede nunca ser objeto de dominio por parte de otro ser humano”, se lee en el texto.
Asimismo, el Papa se muestra “confiado con este evento, en el que muchos ciudadanos americanos manifiestan a favor de los más indefensos de nuestros hermanos y hermanas, pueda contribuir a una movilización de las conciencias en defensa del derecho a la vida y a medidas eficaces para garantizar su adecuada protección jurídica”.
La Marcha por la vida, que se celebró este viernes en Washington y que registró una participación sin precedentes, ha llegado a su 44ª edición. Este año contó con la presencia del vicepresidente, Mike Pence.



El Papa destaca la importancia del “buen acompañamiento” en la vida consagrada
Posted by Rocío Lancho García on 28 January, 2017



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco ha recibido este sábado a los participantes de la Plenaria de la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica, que se reúnen en estos días para reflexionar sobre el tema de la “fidelidad y de los abandonos”. Al respecto, el Santo Padre ha observado que es un tema importante porque en este momento “la fidelidad está a prueba”. Según ha querido precisar, “estamos frente a una hemorragia que debilita la vida consagrada y la vida misma de la Iglesia”. Al mismo tiempo que ha asegurado que “los abandonos en la vida consagrada nos preocupan muchos”. En esta línea, ha indicado dos posibilidades. Algunos que lo dejan por un acto de coherencia al darse cuenta que no tuvieron nunca vocación y otros que con el paso del tiempo disminuye la fidelidad. Y aquí, ¿qué ha sucedido?, se pregunta el Pontífice. Son muchos los factores –ha precisado– que condicionan la fidelidad en este que es un cambio de época y no solo una época de cambio, en el que resulta difícil asumir compromisos serios y definitivos.
De este modo, el papa Francisco ha explicado que el primer factor que no ayuda a mantener la fidelidad es el contexto social y cultural en el que nos movemos. Así, ha advertido que “vivimos inmersos en la llamada cultura del fragmento, de lo provisional, que puede conducir a vivir ‘a la carta’ y a ser esclavos de las modas”. Esta cultura –ha reconocido el Papa– induce a la necesidad de tener siempre abiertas las ‘puertas laterales’ a otra posibilidad, alimenta el consumismo y olvida la belleza de la vida sencilla y austera, provocando muchas veces un gran vacío existencial.
Por otro lado, ha observado que se ha difundido también un “fuerte relativismo práctico”, según el cual todo viene juzgado en función de una “autorrealización” mucha veces extraña a los valores del Evangelio.
Según ha lamentado el Papa, vivimos en una sociedad donde las reglas económicas sustituyen las morales, dictan leyes e imponen los propios sistemas de referencia a expensas de los valores de la vida. Una sociedad –ha proseguido– donde la dictadura del dinero y del beneficio aboga una visión de la existencia en la que quien no rinde es descartado. Por eso, en esta situación, “está claro que uno tiene primero que dejarse evangelizar para después comprometerse en la evangelización”, ha explicado Francisco.
A este factor del contexto socio-cultural se deben añadir otros. Tal y como ha explicado el Papa uno de ellos es el “mundo juvenil”, un mundo complejo, al mismo tiempo rico y desafiante. Al respecto, ha advertido que entre los jóvenes hay muchas víctimas de la lógica de la mundanidad: búsqueda del éxito a cualquier precio, del dinero y el placer fácil. Por esta razón, el Pontífice ha subrayado que “nuestro compromiso” no puede ser otro que estar junto a ellos para contagiarles “la alegría del Evangelio y de la pertenencia a Cristo”.
Un tercer factor condicionante, ha indicado, viene de dentro de la misma vida consagrada, donde junto a tanta santidad, no faltan situaciones de contra-testimonio que hacen difícil la fidelidad. Estas situaciones son, por ejemplo, “la rutina, el cansancio, el peso de la gestión de las estructuras, las divisiones internas, la búsqueda de poder, una forma mundana de gobernar los institutos, un servicio de la autoridad que a veces se convierte en autoritarismo y otras veces en un ‘dejar hacer’”.
Si la vida consagrada quiere mantener su misión profética y su fascinación, debe mantener “la frescura y la novedad de la centralidad de Jesús, el atractivo de la espiritualidad y la fuerza de la misión, mostrar la belleza de la secuela de Cristo e irradiar esperanza y alegría”. En esta misma línea, Francisco ha asegurado que un aspecto que se tendrá que curar de forma particular es “la vida fraterna en comunidad”. Y esta, se alimenta con “la oración comunitaria, la lectura orante de la Palabra, la participación activa a los sacramentos de la eucaristía y la reconciliación, el diálogo fraterno y la comunicación sincera entre sus miembros, la corrección fraterna, la misericordia hacia el hermano o hermana que peca, el compartir de las responsabilidades”. Todo ello –ha añadido– acompañado de un elocuente y alegre testimonio de vida sencilla junto a los pobres y a una misión que privilegia a las periferias existenciales.
El Pontífice ha aseverado que la vocación tiene que ser cuidada como se hace con las “cosas más preciosas” para que nadie “nos robe este tesoro” ni que “pierda con el pasar del tiempo su belleza”. Asimismo, con la gracia del Señor, “cada uno de nosotros está llamado a asumir con responsabilidad” el compromiso del “propio crecimiento humano, espiritual e intelectual y, al mismo tiempo, mantener viva la llama de la vocación”.
Otra actitud destacada por Francisco en su discurso ha sido “el acompañamiento”. Es necesario –ha explicado– que la vida consagrada invierta en el preparar acompañantes cualificados para este ministerio. Necesitamos, ha proseguido, hermanos y hermanas expertos en los caminos de Dios, para poder hacer lo que hizo Jesús con los discípulos de Emaús: acompañarles en el camino de la vida y en el momento de la desorientación y encender de nuevo en ellos la fe y la esperanza mediante la Palabra y la Eucaristía.
Al respecto ha advertido de que “no pocas vocaciones se pierden por falta de acompañantes válidos”. Pero, también hay que evitar “cualquier tipo de acompañamiento que cree dependencia”.



El Vaticano pide el fin de la discriminación a las personas que sufren la lepra
Posted by Redaccion on 28 January, 2017



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El desarrollo de terapias farmacológicas y el fuerte compromiso a nivel mundial promovido por muchos organismo y realidades nacionales e internacionales, con la Iglesia católica en primera línea, han infligido, en los últimos decenios, un duro golpe a la lepra. Así lo asegura el prefecto del dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, el cardenal Peter Kodwo Appiah Turkson, en el mensaje publicado con ocasión de la 64ª Jornada Mundial de la Lucha contra la lepra, que se celebra este domingo, 29 de enero.
La lepra, que en 1985 afligía en el mundo a más de 5 millones de personas, hoy cuenta con unos 200 mil nuevos casos al año pero “todavía hay mucho, muchísimo, por hacer”, asegura el purpurado.
Cada nuevo caso de enfermedad de Hansen “es demasiado”, y lo es también “cualquier forma de estigma para esta enfermedad”, lamenta. Del mismo modo es demasiado “toda ley discriminatoria con los enfermos” afectados por la lepra, así como “todo tipo de indiferencia”. Por otro lado, el cardenal subraya que dado su rol, “es importante que los líderes de todas las religiones, en sus enseñanzas, escritos y discursos, contribuyan a la eliminación de la discriminación contra las personas golpeadas por el Morbo de Hansen”.
En esta misma línea, el mensaje recuerda que también es necesario “garantizar curas físicas y psicológicas a los pacientes durante y después del final del tratamiento”.
Tenemos que –exhorta el cardenal– comprometernos todos y a todos los niveles para que, en todos los países, se modifiquen las políticas familiares, laborales, escolares, deportivas y de todo tipo que discriminan directa o indirectamente a estas personas.
El prefecto asegura que es fundamental “reforzar la búsqueda científica para desarrollar nuevos fármacos y obtener mejores instrumentos de diagnóstico para aumentar las posibilidad de diagnosis precoz”. Y advierte de que, especialmente en las zonas más remotas, es difícil garantizar la asistencia necesaria para la cura o que los mismos pacientes puedan comprender la importancia o dar la prioridad al proseguimiento del tratamiento farmacológico eventualmente iniciado.
Pero, los cuidados no bastan. “Es necesario reinsertar plenamente a la persona sanada en el tejido social original: en la familia, en la comunidad, en la escuela o en el ambiente de trabajo”, asegura el purpurado.
Finalmente, en el mensaje se reconoce que quizá el “obstáculo mayor para superar” esta enfermedad no es algo puramente físico. “La discapacidad, los marcas inconfundibles dejadas por la enfermedad son todavía hoy parecidas a las marcas de fuego”, indica. De este modo, explica que el miedo a la lepra, “vence sobre la razón, la falta de conocimientos sobre la patología por parte de la comunidad excluye a los enfermos que, a su vez, a causa del sufrimiento y de las discriminaciones sufridas han perdido el sentido de la dignidad que les es propia, inalienable, también si el cuerpo presenta mutilaciones”.
Por esta razón, “por” ellos y sobre todo “con” ellos, debemos comprometernos cada vez más “para que puedan encontrar acogida, solidaridad y justicia”.



¡Distingue y triunfarás!
Posted by Catholic.net on 28 January, 2017



Si nos tomáramos en serio la tan repetida afirmación de que cada persona es única e irrepetible, habríamos de concluir, en primer término, que todos somos diferentes a… todos los demás.
Y diferentes en todo, también en nuestros defectos, en nuestras limitaciones… ¡y en nuestras diferencias!
Pero una cosa es saberlo y otra vivirlo.
Y otra, mucho más difícil, vivirlo con nuestros familiares (hijos, hermanos, padres) y amigos. Y mucho más difícil aún vivirlo con nuestro novio o cónyuge… que es con quien más lo tenemos que vivir.
Y es que los defectos nos molestan, las limitaciones nos molestan… y también nos molestan las diferencias.
Y, como nos molestan, tendemos a meterlos en el mismo saco: el de los defectos, que es necesario corregir… ¡obviamente, por su bien!
Si distinguiéramos…
Si aprendemos a distinguir entre estas tres realidades nos ahorraremos muchos disgustos y bastantes problemas.
a) Las diferencias, sin más, no son defectos, por más que nos cueste convivir con ellas.
Cada quien es como es, único e irrepetible. E incomparable e insustituible, no lo olvidemos.
Y solo siéndolo a fondo podrá llegar a ser quien está llamado a ser: su mejor versión, como suele decirse.
Pero, en cualquier caso, la suya… ¡solo la suya!: diferente a cualquier otra mejor versión, incluyendo la que nosotros desearíamos, la que nos gustaría, la que nos evitaría problemas o incomodidades…
b) Que todos somos limitados, así, en abstracto, la admitimos sin dificultad. Y también que hay que contar con las limitaciones.
Mucho más nos cuestan las de quienes conviven con nosotros. Y muchísimo más si nosotros no las tenemos… y no quiero contarte si se trata de algo que se nos da bien o incluso muy bien.
Simplemente, «no podemos comprender como algo tan sencillo…»
Sencillo para nosotros. Los demás son… diferentes.
¡Y nadie está obligado a ser perfecto!
c) Los defectos van por otro lado.
Ante todo, dejemos claro lo que es realmente un defecto.
No es —ya lo hemos visto— «lo que nos molesta», aunque normalmente nos moleste… como también las limitaciones y las diferencias.
Ni es una simple limitación ni, menos, una diferencia.
En sentido propio, un defecto es algo que hace daño a quien lo tiene porque perjudica también a quienes lo rodean, y viceversa. Lo que le impide desarrollarse como persona, porque lo hace también más difícil para quienes conviven con él.
Eso y solo eso.
Nada tiene que ver con que nos moleste… aunque nos moleste.
Si fuéramos coherentes…
Aunque cueste, ¡y vaya si cuesta!, las conclusiones son claras.
a) Las diferencias hay que amarlas y promoverlas, por más que nos puedan fastidiar.
b) Las limitaciones hay que tenerlas en cuenta, para no pedir a alguien lo que no puede dar y, sobre todo, para ignorarlas y centrar nuestra atención en sus cualidades y fortalezas, que es lo que debemos promover.
c) A la persona hay que quererla con sus defectos y disponernos amablemente, y con suma paciencia, a ayudarle a superarlos… ¡sobre todo a través de nuestro amor! Y saber y considerar, aunque sea obvio, que a cada quien nos cuesta superar los propios defectos… no los de los demás.
Si fuéramos más coherentes…
O, expresado adrede con tono más provocativo y más cercano:
a) Las diferencias de mi cónyuge o de cada uno de mis hijos no solo debo respetarlas, sino, en el sentido más fuerte de la expresión —si efectivamente los quiero, si quiero su bien— venerarlas y promoverlas con todas las fuerzas y los medios a mi alcance… me molesten o me agraden. De lo contrario, les estoy negando la capacidad de crecer como personas, como esa persona única que cada uno es: y, como consecuencia, la de ser felices.
b) Las limitaciones son algo con lo que tengo que contar y que debo aprender a respetar. Es absurdo, y fuente de frustraciones sin cuento, que le pida a alguien lo que no puede darme, por más que a mí me resulte facilísimo y no consiga entender cómo él o ella son incapaces de realizarlo.
c) ¿Y los defectos? A sabiendas de que voy a provocar escándalo, me lanzo a sentenciar: los defectos han de llegar a producirme ternura.
No solo los de los hijos, sino también los del cónyuge.
También los del cónyuge.
¡También los del cónyuge!
Con una única condición… que veremos otro día.

Tomás Melendo
www.edufamilia.com
tmelendo@uma.es


Beata Villana (Vilana) delle Botti – 29 de enero
Posted by Isabel Orellana Vilches on 28 January, 2017



(ZENIT – Madrid).- La convicción de que nada sucede porque sí, sino que la voluntad de Dios se halla de por medio buscando siempre lo mejor para sus hijos, es un sentimiento que no se despega de quienes le siguen. Si no lo comprenden enseguida, lo verán plasmado después en sus biografías. Que Él permita que otros se dediquen a torcer caminos ajenos no es más que un signo de la libertad en la que nos ha creado. A Vilana sus padres le indujeron a tomar una vía que no se hallaba en sus planes. Eligieron por ella hasta que ella decidió por sí misma; esa es la diametral diferencia que marca la frontera entre quien se deja arrastrar por las circunstancias o presiones, y la de quien se sobrepone y, con la gracia de Dios, ejerce una supremacía frente a éstas. Unida a su conversión, el Altísimo quiso bendecirla con la de una parte de su familia, y dispuso su ánimo para aceptar con fortaleza el sufrimiento prematuro que le aguardaba. Antes, supo arrancarse otra de las enfermedades del alma: la espesa vanidad que cercena el progreso personal y espiritual.
Pertenecía a una acaudalada familia florentina ya que su padre, Andrea di Messer Lapo delle Botti, había hecho fortuna como comerciante. Vilana nació en Florencia, Italia, en 1332, una época histórica harto compleja para la ciudad, signada por vaivenes de índole político, pero que iban a tener grave repercusión a nivel económico y espiritual. En este entramado, su familia, como el resto de los ciudadanos florentinos, verían condicionada su vida seriamente. Por si fuera poco, otras agresiones imprevisibles de carácter atmosférico que también se manifestaron, ya hicieron acto de presencia cuando ella tenía un año de vida aproximadamente. Así en 1333 Florencia quedó devastada a causa de una gravísima inundación.
La beata era contemporánea de santa Catalina de Siena. No sintió la llamada a la conversión y al seguimiento de Cristo siendo niña, como le sucedió a Catalina, pero el hecho religioso no le resultaba indiferente. Y siendo adolescente, incluso intentó vincularse a la vida conventual, aunque la edad, unos 13 años, constituía un veto para su admisión. Además, como comprobaría más tarde, su padre tenía otros planes para ella.
Entre tanto, a la opresión ejercida por el duque de Atenas sobre la población, con el consiguiente levantamiento de ésta, siguió en 1348 la epidemia de peste que asoló Europa. La crisis financiera y los efectos de esta catástrofe provocada por este nuevo azote que diezmó la ciudad, perdiendo la vida decenas de miles de florentinos, sumió a aquélla en un caos de grandes proporciones. En años sucesivos se fue constatando hasta qué punto llegó a influir en la conducta de los ciudadanos, si bien no afectó tanto a hogares como el de Vilana.
Llegada la hora, su familia la empujó al matrimonio en contra de su voluntad. Se casó en 1351 con Piero di Stefano Rosso Benintendi, y junto a él pudo frecuentar selectos círculos sociales. Muy pronto se le olvidaron los influjos de la vida religiosa. Se insertó de lleno en el ambiente del lujo y oropeles, sin mayores preocupaciones que dejarse llevar por ellos. Un día, mientras se engalanaba para una de las fiestas fastuosas a las que solía acudir, el espejo le devolvió una imagen espantosa. Otros espejos a los que recurrió para contemplarse mostraban esa misma faz horrenda. No pudo sostener su mirada, y quedó tan sobrecogida por la visión, entendiendo que era su propia alma, que acudió de inmediato a Santa María Novella, buscando el perdón que ardientemente brotaba de lo más recóndito de su ser. Este instante marcó el inicio de su conversión.
Cuando atravesó el dintel del convento de los dominicos era una mujer completamente distinta, que quería expiar su disoluta conducta anterior. Siguió unida a su esposo, pero llevando vida austera, marcada por la oración, penitencia y piedad. Mientras, llena de caridad, incluía en sus acciones cotidianas la asistencia a los pobres para los que no dudó en mendigar. Obtuvo la conversión de su padre, e influyó de manera determinante en la de su esposo, que ponía en solfa la fe, conduciéndole a una existencia sosegada, con esperanza. En su momento, de acuerdo con él y después de liberarse de sus bienes, tomó el hábito como terciaria dominica. Entre sus lecturas se hallaba el evangelio, con especial atención a las cartas de san Pablo, y biografías de santos, entre otros textos espirituales.
No había llegado a la treintena cuando la enfermedad comenzó a hacer mella en su vida. La acogió como signo de personal expiación, gozosa de poder ofrecerse a Cristo a quien dulcemente llamaba: «Cristo Jesús, amor mío crucificado». Sus experiencias místicas fueron creciendo exponencialmente, y fue bendecida por numerosos favores extraordinarios como, por ejemplo, visiones de Cristo crucificado y de la Virgen María. A veces, conforme iba arreciando la enfermedad, rogaba a su confesor que no pidiese por su recuperación. Quería ofrendarla, con paciencia y gozo místico, por los desmanes de su pasado. Y en medio de consuelos celestiales aspiraba a asumir el sufrimiento para asemejarse más a Cristo.
El maligno la asedió en numerosas ocasiones, incluido el instante en el que se hallaba en su lecho de muerte, cuando paralizada por completo en sus extremidades, en el momento de recibir la Unción, el diablo apareció vestido de anacoreta; quería inducirla a pensar que estaba siendo abandonada. Pero ella, segura de la presencia de Cristo, lo arrojó fuera de sí. Murió en Florencia el 29 de enero de 1361, a los 29 años, mientras leían el texto evangélico de la Pasión. Su culto fue confirmado por León XII el 27 de marzo de 1824.