Tribunas

El Papa habla muy claro

José Francisco Serrano Oceja

 

El Papa Francisco ha hablado reciente de la “hemorragia” que sufren algunos institutos de vida religiosa. La palabra es textual del Papa en un encuentro con participantes de la Plenaria de la Congregación para los Institutos de Vida religiosa. Esa “hemorragia” debilita a toda la Iglesia y “nos preocupa mucho” dice el Papa.

El Papa analizó las causas, habló de las decisiones coherentes, pero también de las infidelidades, de la sociedad del fragmento, del relativismo ambiente, de las puertas también abiertas y no solo giratorias. La debilidad del sujeto humano, de la psicología, y las ineficacia de algunos métodos de formación y conformación de estilos es, sin duda, un dato que no podemos olvidar.

Días después, el secretario de la Congregación para la Vida Consagrada, monseñor Fray José Rodríguez Carballo, ofreció en Roma, los siguientes datos. Unos 2.000 religiosos abandonan cada año los hábitos en todo el mundo. En los últimos cinco, el dicasterio romano ha dado 11.805 dispensas, entre indultos, decretos de renuncia y secularizaciones.

En el mismo período, la Congregación para el Clero ha concedido 1.188 dispensas de las obligaciones sacerdotales y 130 de las obligaciones del diaconado. Todos son religiosos, por lo que, al año, representan un promedio de 376,6.

Para no hablar de España, fijémonos en Alemania. En los últimos 50 años, el número de institutos religiosos ha disminuido en un 85%. El P. Frank Meures, en un artículo en el portal Katolisch.de, recodaba que en la época del Concilio eran 90.000 los religiosos que vivían en ese país. En el primer día de 2016 eran 16.688. El número de novicios en toda Alemania, a uno de enero de 2016, eran 74; en los años del Concilio la media eran de 3.000.

El Papa Francisco es ejemplar. No mira para otro lado ante un fenómeno de estas características. Ni tampoco parece que le guste poner paños calientes, ni acariciar como lenitivo una realidad de por sí compleja a la que no se le puede dar la espalda, ni obviar.

No se trata de resucitar la nostalgia de tiempos pasados, ni fijarnos en lo pretérito para echar la bilis de la negación o la dialéctica sobre el presente. Se trata de preguntarnos por las causas generales y específicas de esta dramática evolución estadística. Averiguar cuáles son las realidades eclesiales que han roto esta tendencia, por qué y cuáles son los efectos que producen estos marcos.

Es evidente que la disminución cuantitativa no es un criterio absoluto. Pero sí es relevante en cuanto tiene unas consecuencias respecto a determinadas actividades. Incluso una dimensión de pérdida patrimonial. ¿También de tono y vitalidad espiritual? ¿De creatividad y fuerza de espíritu?

Un fenómeno humano, como ejemplo. Hay institutos que parecen más preocupados por gestionar este momento de decadencia y pérdida que por llevar adelante indicativas novedosas. Conservar a ultranza lo que había, o lo que queda, puede ser una tentación. También un aviso.

 

José Francisco Serrano Oceja