Tribunas

El vínculo entre lo político y lo religioso en el islam

Pilar González Casado
Profesora Agregada a la Cátedra de Literatura árabe cristiana de la Universidad San Dámaso.

 

A veces leemos la Historia del cristianismo bajo las lentes de algunos tópicos muy extendidos  que nos llevan a pensar que lo religioso, encarnado en la Iglesia, y lo político, representado por el Estado, se identificaron en algún punto de la Historia, para después separarse en otro momento posterior. Esta identificación se habría iniciado durante los gobiernos de los emperadores romanos Constantino y Teodosio, con el edicto de Milán del primero (313), que declaraba el cristianismo una religión lícita, y con la declaración de única religión autorizada del segundo (380).

Habría alcanzado su punto álgido en la Edad Media y, a partir del Renacimiento y la Ilustración, habría comenzado a deshacerse hasta llegar al momento presente en que ambas cosas, lo religioso y lo político, están completamente separadas. Esta falsa interpretación de la trayectoria de nuestra Historia, se suele proyectar en la del islam y se tiende a pensar que éste puede caminar de un modo paralelo y llegar también a separar estas dos realidades.

Si se analiza con rigurosidad la trayectoria de las dos religiones, se puede ver que ambas transcurren por caminos diferentes, y que el cristianismo pudo hacer esta división, sin violentar su propia identidad, porque lo religioso y lo político no llegaron nunca a identificarse ni a confundirse, sino que únicamente en momentos concretos caminaron unidos.

El cristianismo, que dio sus primeros pasos en la sociedad romana, fue más una empresa privada que pública y, desde el principio, se enfrentó al poder establecido y se distinguió de él (la vida y la sangre de los primeros mártires lo atestigua). No nació como un suceso político, en todo caso, social. Lo que hicieron Constantino y Teodosio con sus medidas gubernamentales fue legitimar y ratificar una situación real de la sociedad que regían, la del crecimiento de los seguidores de Cristo, que cada vez tenían una presencia mayor, pero no crearon de nuevas esta situación.

Los sucesos que rodearon la llegada del islam son más políticos que religiosos. El hecho histórico más antiguo que se puede verificar es la conquista de Oriente Medio y del norte de África en el siglo VII. La mayoría de las fuentes históricas cristianas contemporáneas ven en la figura de Mahoma a un rey, pero no a un profeta.

La consideración de profeta es posterior y parte de la propia comunidad musulmana. Sus sucesores, los primeros califas, conquistaron diferentes territorios de confesión cristiana y judía, donde implantaron el tipo de Estado iniciado por el Profeta en Medina y recogido en el Corán. El califa omeya Abd al-Malik (685-705) tomó varias medidas concretas para que la islamización de los territorios conquistados, en los que los musulmanes eran una minoría, fuera efectiva. Emprendió una reforma monetaria en la que la profesión de fe islámica sustituyó a la efigie del emperador romano en las monedas, una lingüística que impuso el árabe como lengua administrativa, y otra propagandística con la construcción de la Cúpula de la Roca de Jerusalén, como apropiación religiosa de un territorio emblemático tanto para los judíos como para los cristianos.

Así comenzó a imponerse una nueva situación que no respondía a la realidad social, pero que acabó formando un nuevo tipo de sociedad regida por una Ley de origen divino. El islam nació como un hecho público más que privado y sus primeros seguidores no se enfrentaron a ningún poder establecido.

Si el cristianismo llegó al Estado desde el ámbito civil, el islam desarrolló el proceso contrario, desde el Estado se implantó en la sociedad civil. En el primero, lo religioso y lo político caminaron juntos, pero sin identificarse, y como no hubo tal identificación, el vínculo entre ambas cosas no es algo propio de su identidad, y puede disolverse sin violentarle. Al segundo, como le sucede todo lo contrario, no puede separarlas sin que esto desencadene una crisis de identidad. En realidad, separar lo político y lo religioso en el islam es dejar lo temporal bajo el mando del mal, al quedar fuera de la šarīʽa, y reducirlo a un asunto privado. Es muy difícil que pueda digerir esta separación sin indigestarse.