Servicio diario - 31 de marzo de 2017


El Santo Padre retoma ‘los viernes de la misericordia’ visitando un instituto para ciegos
Redacción

“El Papa de paz en Egipto de paz”: publican el logo del viaje de Francisco
Redacción

Audiencia a los historiadores del Congreso de Estudios: “Lutero 500 años después”
Redacción

Cuarta predicación de cuaresma del padre Cantalamessa, con la presencia del Santo Padre
Redacción

Una biblista francesa prepara las meditaciones para el Vía Crucis en el Coliseo
Redacción

Concluye en Barcelona el Simposio sobre el acompañamiento a los jóvenes
Redacción

Audiencia pontificia este sábado al Pontificio Colegio Español en Roma
Redacción

El CELAM abre nuevos cursos diplomados
Enrique Soros

Conferencia Internacional por el 50° aniversario de la Populorum Progressio
Redacción

El desafío de construir familias
Felipe Arizmendi Esquivel

San Ludovico Pavoni – 1 de abril
Isabel Orellana Vilches


 

31/03/2017-14:25
Redacción

El Santo Padre retoma ‘los viernes de la misericordia’ visitando un instituto para ciegos

(ZENIT – Roma, 31 Mar. 2017).- El papa Francisco ha retomado las visitas de los “viernes de la misericordia”, realizando hoy en Roma una visita al centro para ciegos ‘Sant’Alessio – Margherita di Savoia’.
Lo informó en un comunicado la oficina de prensa de la Santa Sede, precisando que el instituto, inicialmente llamado ‘Cristobal Colón’, realiza actividades destinadas a incluir socialmente a no videntes o personas con poca vista.
Este tipo de visitas iniciaron una vez al mes con el Jubileo de la Misericordia que se desarrolló el año pasado, de manera privada y realizando las obras de misericordia espiritual y material con aquellos que viven situaciones de exclusión física o social.
En la visita de esta tarde, el Santo Padre tendrá un encuentro con los huéspedes de la estructura, personas que sufren discapacidad sensorial de la vista, personas ciegas de nacimiento, o a causa de
Entre ellos también 50 niños que frecuentan este centro para recibir formación especial en las actividades cotidianas, y 37 ancianos y adultos residentes fijos en la estructura.
A su llegada, el Papa fue recibido por las autoridades del centro, una de ellas con ceguera adquirida durante la vida, además del personal médico y voluntarios en servicio. Durante la visita el Papa ha dejado un don al Instituto y ha firmado el pergamino para la capilla del centro.

 

31/03/2017-17:10
Redacción

“El Papa de paz en Egipto de paz”: publican el logo del viaje de Francisco

(ZENIT – Roma).- El lema que acompañará el Viaje Apostólico del santo padre
Francisco en Egipto del 28 al 29 de abril próximo es: “El Papa de paz en Egipto de paz”, escrito en el logo que la Iglesia católica egipcia ha dado a conocer .
El logo de este Viaje presenta tres elementos principales: Egipto, el Papa y la paz que se encuentran también presentes en el lema de la Visita.
Egipto está representado por el río Nilo, símbolo de la vida, se ven a las pirámides y a la esfinge que simbolizan la historia de la civilización de este país. La Cruz y la Medialuna que resaltan al centro del logo, además, representan la coexistencia entre los diferentes componentes del pueblo egipcio.
En el logo está también presente la paloma símbolo de la paz, el don más alto al cual tiende todo ser humano y también el saludo de las religiones monoteístas. Finalmente, la paloma precede al Papa Francisco para anunciar su llegada como Pontífice de paz en un País de paz.
El programa a este país fundamental en los equilibrios de la región, prevé la ciudad de El Cairo, pero aún no se conocen los detalles del mismo.

 

31/03/2017-12:41
Redacción

Audiencia a los historiadores del Congreso de Estudios: “Lutero 500 años después”

(ZENIT – Ciudad del Vaticano – 31 Mar. 2017).- El papa Francisco recibió este viernes en el Vaticano a los participantes en el Congreso Internacional de Estudios organizado por el Comité Pontificio de Ciencias Históricas, con motivo del V Centenario de la Reforma luterana (1517-2017) sobre el tema: Lutero 500 años después.
Los historiadores se reunieron en Roma del 29 al 31 de marzo, dando así una perspectiva histórica y eclesial de la Reforma luterana, que iniciando intenciones positivas acabó provocando una fractura de de la cristiandad.
El Santo Padre en la Sala Clementina del Palacio Apostólico, les dirigió unas palabras en las que expresó gratitud a “esta loable iniciativa del Comité Pontificio de Ciencias Históricas”, acompañado “de un cierto asombro ante la idea de que no hace mucho tiempo un congreso de este tipo habría sido del todo impensable”.
Francisco consideró que “hablar de Lutero, protestantes y católicos juntos, por iniciativa de un organismo de la Santa Sede”, son “frutos del Espíritu Santo, que supera todas las barreras y transforma los conflictos en oportunidades para el crecimiento en la comunión”.
Y recordó que el título del documento de la Comisión Luterana-Católica romana, en vista de la conmemoración común del quinto centenario de la Reforma de Lutero es “Del conflicto a la comunión”.
“Los análisis serios –prosiguió el Santo Padre– sobre la figura de Lutero y su crítica contra la Iglesia de su tiempo y del papado contribuyen indudablemente a superar ese clima de desconfianza mutua y de rivalidad que durante demasiado tiempo caracterizó en el pasado las relaciones entre católicos y protestantes”.
Así el “estudio cuidadoso y riguroso, libre de prejuicios y polémicas ideológicas, permite
a las Iglesias, hoy en diálogo, discernir y asumir aquello que de positivo y legítimo había en la Reforma, y distanciarse de los errores, las exageraciones y los fracasos, reconociendo la pecados que llevaron a la división”.
“Todos somos conscientes de que el pasado no se puede cambiar”, constató el Papa, “sin embargo, hoy, después de cincuenta años de diálogo ecuménico entre católicos y protestantes, es posible hacer una purificación de la memoria, que no consiste en realizar una corrección imposible de lo que ocurrió hace quinientos años”, sino en analizar esta historia de una manera diferente.
En sus palabras el Pontífice aseguró que “hoy, como cristianos, todos estamos llamados a liberarnos de los prejuicios hacia la fe que otros profesan con un acento y un lenguaje diferente, a intercambiarnos mutuamente el perdón por los pecados cometidos por nuestros padres y a invocar juntos de Dios el don de la reconciliación y de la unidad”.
El Papa concluyó señalando que acompaña con la oración este trabajo de investigación histórica y les impartió su bendición.

 

31/03/2017-10:19
Redacción

Cuarta predicación de cuaresma del padre Cantalamessa, con la presencia del Santo Padre

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El predicador de la Casa Pontificia, el sacerdote capuchino Raniero Cantalamessa realizó este viernes en el Vaticano, la IV predicación de cuaresma sobre el tema ‘El Espíritu Santo nos introduce en el misterio de la resurrección de Cristo’.
En predicación realizada en la capilla Redemptoris Mater en el Palacio Apostólico del Vaticano, estaba presente el santo padre Francisco.

A continuación el texto completo de la IV predicación:

El Espíritu Santo nos introduce en el misterio de la resurrección de Cristo

En las primeras dos meditaciones de Cuaresma Hemos reflexionado sobre el Espíritu Santo que nos introduce en la verdad plena sobre la persona de Cristo, proclamándolo Señor y Dios verdadero. En la última meditación hemos pasado del ser al obrar de Cristo, de su persona a su obrar, y en particular sobre el misterio de su muerte redentora. Hoy nos proponemos meditar sobre el misterio de su resurrección y la nuestra.
San Pablo atribuye abiertamente la resurrección de Jesús de la muerte a la obra del Espíritu Santo. Dice que Cristo «fue constituido Hijo de Dios con potencia, según el Espíritu de santidad, en virtud de la resurrección de los muertos» (Rom 1,4). En Cristo se ha hecho realidad la gran profecía de Ezequiel sobre el Espíritu que entra en huesos secos, los resucita de sus tumbas y hace de una multitud de muertos «un ejército grande, exterminado» de resucitados a la vida y a la esperanza (cf. Ez 37,1-14).
Pero no querría proseguir mi meditación por esta línea. Hacer del Espíritu Santo el principio inspirador de toda la teología (¡la intención de la llamada teología del tercer artículo!) no significa hacer entrar a la fuerza el Espíritu Santo en toda afirmación, mencionándolo cada dos por tres. No sería de la naturaleza del Paráclito, que, como la luz, es iluminar todo quedando él mismo, por así decirlo, en la sombra, como entre bastidores. Más que hablar «del» Espíritu Santo, la teología del tercer artículo consiste en hablar «en» el Espíritu Santo, con todo lo que comporta este simple cambio de preposición.
1. La resurrección de Cristo: enfoque histórico
Digamos primero algo sobre la resurrección de Cristo como hecho «histórico». ¿Podemos definir la resurrección como un acontecimiento histórico, en el sentido común de este término, es decir, ocurrido realmente, es decir, en el sentido en que histórico se opone a mítico y legendario? Para expresarnos en los términos del debate reciente: ¿Resucitó Jesús sólo en el kerigma, es decir, en el anuncio de la Iglesia (como alguien ha afirmado siguiendo a Rudolf Bultmann), o, por el contrario, resucitó también en la realidad y en la historia? O también: ¿resucitó él, la persona de Jesús, o resucitó sólo su causa, en el sentido metafórico en el que resucitar significa sobrevivir, o el resurgimiento victorioso de una idea, tras la muerte de quien la ha propuesto?
Veamos, pues, en qué sentido se da un enfoque también histórico a la resurrección de Cristo. No porque alguien de nosotros aquí necesite ser convencido de esto, sino, como dice Lucas en el comienzo de su evangelio, «para que podamos darnos cuenta de la solidez de las enseñanzas que hemos recibido» (cf. Lc 1,4) y que transmitimos a los demás.
La fe de los discípulos, salvo alguna excepción (Juan, las piadosas mujeres), no resistió la prueba de su trágico final. Con la pasión y la muerte, la oscuridad envuelve todo. Su estado de ánimo se trasluce en las palabras de los dos discípulos de Emaús: «Nosotros esperábamos que fuese él... pero ya han pasado tres días» (Lc 24,21). Estamos en un punto muerto de la fe. El caso de Jesús se considera cerrado.
Ahora —siempre en calidad de historiadores— vayamos a algún año, incluso a alguna semana después. ¿Que encontramos? Un grupo de hombres, lo mismo que estuvo junto a Jesús, el cual va repitiendo, en voz alta, que Jesús de Nazaret es él el Mesías, el Señor, el Hijo de Dios; que está vivo y que vendrá a juzgar el mundo. El caso de Jesús no sólo se reabre, sino que es llevado en corto tiempo a una dimensión absoluta y universal. Aquel hombre no sólo interesa al pueblo de Israel, sino a todos los hombres de todos los tiempos. «La piedra que desecharon los constructores —dice san Pedro— se ha convertido en piedra angular» (1 Pe 2,4), es decir, principio de una nueva humanidad. De ahora en adelante, se sepa o no, no hay ningún otro nombre dado a los hombres bajo el cielo, en el cual uno se pueda salvar, sino el de Jesús de Nazaret (cf. Hch 4,12).
¿Qué ha determinado un cambio tal que los mismos hombres que antes habían negado a Jesús o habían huido, ahora dicen en público estas cosas, fundan Iglesias y se dejan incluso encarcelar, flagelar, matar por él? Ellos nos dan, coralmente, esta respuesta: «¡Ha resucitado! ¡Le hemos visto!». El último acto que puede realizar el historiador, antes de ceder la palabra a la fe, es comprobar esa respuesta.
La resurrección es un acontecimiento histórico, en un sentido especialísimo. Está en el límite de la historia, como ese hilo que separa el mar de la tierra firme. Está dentro y fuera al mismo tiempo. Con ella, la historia se abre a lo que está más allá de la historia, a la escatología. Es, pues, en cierto sentido, la ruptura de la historia y su superación, así como la creación es su comienzo. Esto hace que la resurrección sea un acontecimiento en sí mismo incapaz de ser testimoniado ni asido con nuestras categorías mentales, que están todas vinculadas a la experiencia del tiempo y del espacio. Y, de hecho, nadie asiste al instante en el que resucita Jesús. Nadie puede decir que ha visto resucitar a Jesús, sino que sólo lo ha visto resucitado.
La resurrección, pues, se conoce a posteriori, a continuación. Igual que la presencia física del Verbo en María demuestra el hecho de que se ha encarnado; así, la presencia espiritual de Cristo en la comunidad, atestiguada por las apariciones, demuestra que ha resucitado. Esto explica el hecho de que ningún historiador profano da a conocer la resurrección. Tácito, que también recuerda la muerte de «un cierto Cristo» en tiempo de Poncio Pilato1, calla sobre la resurrección. Ese acontecimiento no tenía relevancia y sentido más que para quién experimentaba sus consecuencias, en el seno de la comunidad.
¿En qué sentido, entonces, hablamos de un acercamiento histórico a la resurrección? Lo que se ofrece a la consideración del historiador y le permite hablar de la resurrección, son dos hechos: primero, la repentina e inexplicable fe de los discípulos, una fe tan tenaz que resiste incluso la prueba del martirio; segundo, la explicación que de esta fe nos han dejado los interesados. Ha escrito un eminente exégeta: «En el momento decisivo, cuando Jesús fue capturado y ejecutado, los discípulos no esperaban ninguna resurrección. Ellos huyeron y dieron por terminado el caso de Jesús. Tuvo que intervenir algo que en poco tiempo, no sólo provocó el cambio radical de su estado de ánimo, sino que les llevó también a una actividad completamente nueva y a la fundación de la Iglesia. Este “algo” es el núcleo histórico de la fe de Pascua».
Se ha observado justamente que, si se niega el carácter histórico y objetivo de la resurrección, el nacimiento de la fe y de la Iglesia se convertiría en un misterio aún más inexplicable que la resurrección misma: «La idea de que el imponente edificio de la historia del cristianismo sea como una enorme pirámide puesta en equilibrio inestable sobre un hecho insignificante es ciertamente menos creíble que la afirmación de que todo el acontecimiento —es decir, el dato de hecho, más el significado inherente a él— haya ocupado realmente un lugar en la historia comparable al que le atribuye el Nuevo Testamento».
¿Cuál es, entonces, el punto de llegada de la investigación histórica a propósito de la resurrección? Podemos captarlo en las palabras de los discípulos de Emaús. En la mañana de Pascua algunos discípulos fueron al sepulcro de Jesús y encontraron que las cosas estaban como habían referido las mujeres, que fueron antes que ellos, «pero a él no le vieron» (cf. Lc 24,24). También la historia se acerca al sepulcro de Jesús y debe constatar que las cosas están tal como los testigos han dicho. Pero a él, al Resucitado, no lo ve. No basta con constatar históricamente los hechos, hay que ver al Resucitado y esto no lo puede dar la historia, sino sólo la fe4. Quien llega corriendo desde tierra firme a la orilla del mar debe frenar de golpe; puede ir más allá con la mirada, pero no con los pies.
2. Significado apologético de la resurrección
Pasando de la historia a la fe, también cambia el modo de hablar de la resurrección. El lenguaje del Nuevo Testamento y de la liturgia de la Iglesia es asertivo, apodíctico, que no se basa en demostraciones dialécticas. «Ahora, en cambio, Cristo ha resucitado de entre los muertos» (1 Cor 15,20), dice san Pablo. Punto y basta. Estamos aquí ahora en el plano de la fe, no ya en el de la demostración. Es lo que llamamos el kerigma. «Scimus Christum surrexisse a mortuis vere», canta la liturgia el día de Pascua: «Nosotros sabemos que Cristo ha resucitado verdaderamente». No sólo creemos, sino que, habiendo creído, sabemos que es así, estamos seguros de ello. La prueba más segura de la resurrección se tiene después, no antes, de haber creído, porque entonces se experimenta que Jesús está vivo.
Pero, ¿qué es la resurrección considerada desde el punto de vista de la fe? Es el testimonio de Dios en Jesucristo. Dios Padre que, en vida, ya había acreditado a Jesús de Nazaret con prodigios y signos, ahora ha puesto un sello definitivo a su reconocimiento, resucitándolo de la muerte. En el discurso de Atenas, san Pablo fórmula así la cosa: «Dios lo resucitó de entre los muertos, dando así a todos los hombres una prueba segura sobre él» (Hch 17,31). La resurrección es el potente «Sí» de Dios, su «Amén» pronunciado sobre la vida de su Hijo Jesús.
La muerte de Cristo no era, por sí misma, suficiente para testimoniar la verdad de su causa. Muchos hombres —tenemos una trágica prueba de ello en nuestros días— mueren por causas equivocadas, incluso por causas inicuas. Su muerte no ha hecho verdadera su causa; sólo ha testimoniado que ellos creían en la verdad de ella. La muerte de Cristo no es la garantía de su verdad, sino de su amor, ya que «nadie tiene amor más grande que quien da la vida por la persona amada» (Jn 15,13).
Sólo la resurrección constituye el sello de la autenticidad divina de Cristo. Por eso, a quien le pedía un signo, Jesús respondió: «Destruid este templo, y yo en tres días lo levantaré» (Jn 2,18s) y en otro lugar dice: «No se le dará a esta generación ninguna señal más que el signo de Jonás» que después de tres días en el vientre del cetáceo volvió a ver la luz (Mt 16,4). Pablo tiene razón al edificar sobre la resurrección, como sobre su fundamento, todo el edificio de la fe: «Si Cristo no hubiera resucitado, sería vana nuestra fe. Nosotros seríamos falsos testigos de Dios... seríamos los más desgraciados de todos los hombres» (1 Cor 15,14-15.19). Se entiende por qué san Agustín puede decir que «la fe de los cristianos es la resurrección de Cristo». Que Cristo haya muerto lo creen todos, incluso los paganos, pero que hay resucitado, sólo lo creen los cristianos, y no es cristiano quien no lo cree.
3. Significado mistérico de la resurrección
Hasta aquí el significado apologético de la resurrección de Cristo, es decir, que tiende a determinar la autenticidad de la misión de Cristo y la legitimidad de su pretensión divina. A ello hay que añadir un significado muy distinto que podríamos llamar mistérico o salvífico, en lo que respecta a nosotros que creemos. La resurrección de Cristo nos afecta y es un misterio «para nosotros», porque basa la esperanza de nuestra propia resurrección de la muerte:
«Si el Espíritu de Dios, que resucitó a Jesús de entre los muertos, habita en vosotros, aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos vivificará también vuestros cuerpos mortales por medio de su Espíritu que habita en vosotros» (Rom 8,11).
La fe en una vida ultraterrena aparece, de manera clara y explícita, sólo hacia el final del Antiguo Testamento. El segundo libro de los Macabeos constituye su testimonio más avanzado: «Después de que muramos —exclama uno de los siete hermanos asesinado bajo Antíoco— (Dios) nos resucitará a una vida nueva y eterna» (cf. 2 Mac 7,1-14). Pero esta fe no nace de repente, de la nada; se enraíza vitalmente en toda la revelación bíblica precedente, de la que representa la conclusión esperada y, por así decirlo, el fruto más maduro.
Sobre todo dos certezas empujaron a esta conclusión: la certeza de la omnipotencia de Dios y la de la insuficiencia e injusticia de la retribución terrena. Parecía cada vez más evidente —especialmente tras la experiencia del exilio— que la suerte de los buenos en este mundo es tal que, sin la esperanza de una retribución distinta de los justos después de la muerte, sería imposible no caer en la desesperación. Efectivamente, en esta vida todo ocurre del mismo modo al justo y al impío, tanto la felicidad como la desventura. El libro del Qohelet representa la expresión más lúcida de esta amarga conclusión (cf. Qo 7,15).
El pensamiento de Jesús sobre el tema está expresado en la discusión con los saduceos sobre el caso de la mujer que había tenido siete maridos (Lc 20,27-38). Ateniéndose a la revelación bíblica más antigua, la mosaica, ellos no habían aceptado la doctrina de la resurrección de los muertos que consideraban una novedad. Refiriéndose a la ley del levirato (Deut 25: la mujer que se quedó viuda, sin hijos varones, es expuesta por el cuñado), ellos hipotizan el caso límite de una mujer que pasó, de este modo, a través de siete maridos y al final, seguros de haber demostrado lo absurdo de la resurrección, preguntan: «Esta mujer, en la resurrección, ¿de quién va a ser mujer»?
Sin apartarse del terreno elegido por los adversarios, con pocas palabras, Jesús desvela primero dónde está el error de los saduceos y lo corrige, luego da a la fe en la resurrección su fundamentación más profunda y más convincente. Jesús se pronuncia sobre dos cosas: sobre la forma y sobre el hecho de la resurrección. En cuanto al hecho de que habrá una resurrección de los muertos, Jesús recuerda el episodio de la zarza ardiente donde Dios se proclama «Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob». Si Dios se proclama «Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob», cuando Abraham, Isaac y Jacob están muertos desde hace generaciones, y si, por otra parte, «Dios es Dios de vivos y no de los muertos», entonces quiere decir que ¡Abraham, Isaac y Jacob están vivos en alguna parte!
Más que sobre la respuesta de Jesús a los saduceos, la fe en la resurrección se basa en el hecho de su resurrección de la muerte. «Si se predica que Cristo resucitó de entre los muertos, —exclama Pablo—, ¿como pueden decir algunos de entre vosotros que no hay resurrección de entre los muertos? ¡Si no existe la resurrección de entre los muertos, tampoco Cristo ha resucitado! (1 Cor 15,12-13). Es absurdo pensar en un cuerpo cuya cabeza reina gloriosa en el cielo y cuyo cuerpo se marchita eternamente sobre la tierra o acabe en la nada.
La fe cristiana en la resurrección de entre los muertos responde, por lo demás, al deseo más instintivo del corazón humano. Nosotros —dice Pablo— no queremos ser despojados de nuestro cuerpo, sino revestidos, es decir, no queremos sobrevivir sólo con una parte de nuestro ser —el alma—, sino con todo nuestro yo, alma y cuerpo; por tanto, no queremos que nuestro cuerpo mortal sea destruido, sino que «sea absorbido por la vida» y se revista, él mismo, de inmortalidad (cf. 2 Cor 5,1-5; 1 Cor 15,51-53).
Nosotros, en esta vida, no tenemos de la vida eterna sólo una promesa: también también «sus primicias» y «arras». Nunca habría que traducir el término griego arrabôn utilizado por san Pablo a propósito del Espíritu (2 Cor 1,22; 5,5; Ef 1,14) con «prenda» (pignus), sino sólo con arras (arra). San Agustín explicó bien la diferencia. La prenda, dice, no es el inicio del pago, sino algo que viene dado en espera del pago; una vez efectuado el pago, la prenda será reembolsada. No así las arras. No se restituyen en el momento del pago, sino que se completan. Forma parte ya del pago. «Si Dios, a través de su Espíritu, nos ha dado como arras el amor, cuando nos dé toda la realidad, ¿acaso se nos quitarán las arras? Ciertamente no, sino que completará lo que ya ha dado».
Como «las primicias» anuncian la cosecha plena y son parte de ella, así las arras son parte de la plena posesión del Espíritu. Es el «Espíritu que habita en nosotros» (cf. Rom 8,11), más que la inmortalidad del alma, quien asegura, como se ve, la continuidad entre nuestra vida presente y futura.
Sobre el modo de la resurrección, Jesús afirma, en esa misma ocasión, la condición espiritual de los resucitados: «Los que son juzgados dignos del otro mundo y de la resurrección de los muertos, no toman mujer ni marido; y tampoco pueden ya morir, porque son iguales a los ángeles y, al ser hijos de la resurrección, son hijos de Dios».
Se ha intentado explicar el tránsito de la condición terrestre a la de resucitados con ejemplos sacados de la naturaleza: la semilla de la que brota el árbol, la naturaleza muerta en invierno y que resucita en primavera, la oruga que se transforma en mariposa. Pablo se limita a decir: «Se siembra en corrupción, resucita en la incorruptibilidad; se siembra en la miseria, resucita en la gloria; se siembra en la debilidad, resucita en potencia; se siembra cuerpo animal, resucita cuerpo espiritual» (1 Cor 15,42-44).
La verdad es que todo lo que respecta a nuestra condición en el más allá sigue siendo un misterio impenetrable; no porque Dios haya querido tenérnoslo escondido, sino porque, obligados como estamos, a pensar cada cosa dentro de las categorías del tiempo y del espacio, nos faltan los instrumentos para representárnoslo. La eternidad no es una entidad que existe separadamente y que se puede definir en sí misma, como si fuese un tiempo prolongado hasta el infinito. Ella es el modo de ser de Dios. ¡La eternidad es Dios! Entrar en la vida eterna significa simplemente ser admitidos, por gracia, a compartir el modo de ser de Dios.
Todo esto no habría sido posible si la eternidad no hubiera entrado antes en el tiempo. En Cristo resucitado, y gracias a él, podemos revestirnos del modo de ser de Dios. San Pablo se representa lo que le espera después de la muerte como un «ir a estar con Cristo» (Flp 1,23). Lo mismo se deduce de la palabra de Jesús al buen ladrón: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,43). El paraíso es un estar «con Cristo», como sus «coherederos». La vida eterna es una reunificación de los miembros con la cabeza, un hacerse «masa» con él en la gloria, después de estar unidos con él en el sufrimiento (Rom 8,17).
Una simpática historia narrada por un escritor alemán moderno nos ayuda a tener un sentido de la vida eterna más que todos los intentos de explicación racional. En un monasterio medieval vivían dos monjes unidos entre sí por una profunda amistad espiritual. Uno se llamaba Rufus y el otro Rufinus. En todo su tiempo libre no hacían otra cosa que tratar de imaginar y describir cómo sería la vida eterna en la Jerusalén celestial. Rufus, que era capataz, se la imaginaba como una ciudad con puertas de oro, constelada de piedras preciosas; Rufinus que era organista, como toda resonando melodías celestes.
Al final hicieron un pacto: el que de ellos muriera primero volvería la noche siguiente, para garantizar al amigo que las cosas eran precisamente como las habían imaginado. Habría bastado una palabra. Si era como habían pensado, diría simplemente: taliter!, es decir, precisamente así; si —pero la cosa era totalmente imposible— fuera otra cosa, diría: aliter, distinto!
Una tarde, mientras estaba al órgano, el corazón de Rufino se paró. El amigo veló tembloroso toda la noche, pero nada; esperó con vigilias y ayunos durante semanas y meses, y nada. Finalmente, en el aniversario de la muerte, de noche, en un halo de luz, el amigo entra en su celda. Viendo que calla, es él quien le pregunta, seguro de la respuesta afirmativa: taliter? Es así ¿verdad? Pero el amigo sacude la cabeza en signo negativo. Desesperado, grita: aliter? ¿Es diferente? De nuevo un signo negativo con la cabeza. Y finalmente de los labios cerrados del amigo salen, como en un soplo, dos palabras: Totaliter aliter: ¡Totalmente distinto! ¡Es algo muy diverso! Rufus entiende volando que el cielo es infinitamente más de lo que habían imaginado, que no se puede describir, y poco después muere también él, por el deseo de alcanzarlo.
El hecho, naturalmente, es una leyenda, pero su contenido es al menos bíblico. «El ojo no vio ni oído oyó, ni nunca entró en el corazón de hombre lo que Dios ha preparado para aquellos que lo aman» (cf. 1 Cor 2,9). San Simeón, el Nuevo Teólogo, uno de los santos más queridos en la Iglesia Ortodoxa, tuvo un día una visión; estaba seguro de que había contemplado a Dios en persona y, seguro de que no podía haber nada más grande y radiante de lo que había visto, dijo: «¡Si el cielo no es más que esto, me basta!» El Señor le respondió: «Verdaderamente eres muy mezquino, si te contentas con estos bienes, porque, en relación con los bienes futuros, ellos son como un cielo pintado en papel, en comparación con el cielo verdadero».
Cuando se quiere atravesar un estrecho, decía san Agustín, lo más importante no es quedarse en la orilla y aguzar la vista para ver qué hay en la orilla opuesta, sino subir a la barca que lleva a la orilla. Y también para nosotros lo más importante no es especular sobre cómo será nuestra vida eterna, sino hacer lo que sabemos que nos conduce a ella. Que nuestra jornada de hoy sea un pequeño paso hacia ella.

©de la traducción Pablo Cervera Barranco

 

31 marzo 2017
Redacción

Una biblista francesa prepara las meditaciones para el Vía Crucis en el Coliseo

Anne-Marie Pelletier es docente de Sagrada Escritura y hermenéutica bíblica

(ZENIT – Ciudad del Vaticano – 31 Mar. 2017).- Las meditaciones para el Vía Crucis que se realizará en el Coliseo este próximo viernes santo –ceremonia que será presidida por el papa Francisco– han sido preparadas por la biblista francesa Anne-Marie Pelletier, docente de Sagrada Escritura y hermenéutica bíblica.
Lo indicó la Fundación vaticana Joseph Ratzinger – Benedicto XVI, señalando su alta estima hacia esta estudiosa, y expresando su “alegría que justamente a ella haya sido confiado este encargo así importante”.
Las meditaciones serán leídas el próximo Viernes santo 14 de abril, durante el Vía Crucis, en la tradicional ceremonia que se realiza todos los años en el Coliseo. La profesora Pelletier, es una persona que se ha destacado en el catolicismo francés contemporáneo y que en el 2014 ha recibido el premio Ratzinger.
La realización del Vía Crucis inicia con los primeros cristianos en Jerusalén, quienes recorrían los lugares de la pasión de Jesús. San Jerónimos escribió que peregrinos de todo el mundo visitaban en su tiempo los lugares santos. En el transcurso de los siglos esta devoción fue precisando cada una de las 14 estaciones, a las cuales el papa san Juan Pablo II añadió una 15º: la resurrección de Jesús. Se modificó así el Vía Crucis con algunos pasajes bíblicos, sin por ello abolir la recitación tradicional.

 

31 marzo 2017
Redacción

Concluye en Barcelona el Simposio sobre el acompañamiento a los jóvenes

Participaron 275 especialistas, 28 obispos y 4 cardenales

(ZENIT – Roma – 31 Mar. 2017).- Concluyó este viernes en Barcelona el simposio organizado por el Consejo de Conferencias Episcopales de Europa (CCEE), la Conferencia Episcopal Española (CEE) y el arzobispado de Barcelona, para reflexionar, debatir y afrontar el tema del acompañamiento a los jóvenes.
El simposio ha reunido a 275 especialistas en la pastoral juvenil, escolar, universitaria, vocacional y catequética de las conferencias episcopales de Europa y ha sido acompañados por 32 obispos, entre ellos cuatro cardenales.
El papa Francisco ha enviado a los participantes, un mensaje de saludo dirigido al arzobispo de Barcelona, Mons. Omella, en el que los alienta en su reflexión sobre “los retos de la evangelización y el acompañamiento de los jóvenes para que, mediante el diálogo y el encuentro, y como miembros vivos de la familia de Cristo, los jóvenes sean portadores convencidos de la alegría del Evangelio, a todos los ambientes”.
“Caminaba con ellos (Lc 24,15). Acompañar a los jóvenes a responder libremente a la llamada de Cristo”, es el tema general del Simposio y se desarrolló en tres áreas de trabajo: la persona acompañada, el acompañamiento y el acompañante y el jueves se han intercambiado experiencias sobre las buenas prácticas en el acompañamiento y se ha realizado una visita a la catedral de la Sagrada Familia.
La sesión de apertura se realizó en el aula magna del seminario de Barcelona, con la intervención del Card. Nichols, arzobispo de Westminster y vicepresidente del CCEEE; el Card. Cañizares, arzobispo de Valencia y vicepresidente de la CEE; y el arzobispo de Barcelona, Mons. Omella.
Este congreso es “un auténtico desafío. Acompañar es, en cierto modo, hacer de ‘educadores’ en el sentido más profundo de la palabra ‘educere‘: ser capaces de ayudar a extraer de cada uno de los que acompañamos lo mejor de ellos, indicó Mons. Omella.
Por su parte el Card. Cañizares ha destacado cómo en la Iglesia “nos sentimos urgidos a acompañar a los jóvenes al encuentro con Cristo que camina con ellos aunque no lo sepan ni perciban, pero que comparte su camino”. Al mismo tiempo ha dicho que “los jóvenes tiene, en el corazón, un gran ideal, un irreprimible anhelo: que la vida sea algo grande y bueno, que no defraude”.
Entre las diversas actividades e intervenciones figuró la presentación multimedia de los desafíos, problemas y alegrías de los jóvenes de hoy en Europa, realizada por un grupo de jóvenes de la archidiócesis de Barcelona.

 

31 marzo 2017
Redacción

Audiencia pontificia este sábado al Pontificio Colegio Español en Roma

Por el 125 aniversario del Pontificio Colegio Español de San José en Roma

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- Con motivo del 125 aniversario del Pontificio Colegio Español de San José en Roma, el Papa Francisco recibirá este sábado 1º de abril a las 11:30, en audiencia privada, a los obispos patronos del Colegio: el cardenal Ricardo Blázquez; Mons. Juan José Asenjo, arzobispo de Sevilla; Mons. Braulio Rodríguez, arzobispo de Toledo; al equipo directivo, a los sacerdotes y empleados del Colegio y a un numeroso grupo de antiguos alumnos que se desplazarán a Roma con motivo del aniversario.
Este año se celebra el 125 aniversario de una de las instituciones que más han influido en la historia reciente de la Iglesia en España. No en vano han pasado por ella más de 3500 sacerdotes, de los cuales 128 han sido nombrados obispos.
El Pontificio Colegio Español de San José en Roma fue fundado el 1 de abril de 1892 por el beato Manuel Domingo y Sol, sacerdote de la diócesis de Tortosa (España) y también fundador de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos, una asociación de sacerdotes fundada por el mismo Beato y cuya misión es la formación, acompañamiento y sostenimiento de las vocaciones en la Iglesia y, en particular, las vocaciones sacerdotales. Es por ello que, desde su fundación, la dirección del Colegio ha estado siempre confiada a los “operarios” como se les conoce familiarmente.
Además, una de las notas que viene caracterizando la historia reciente del Colegio es la relación con las Iglesias hermanas de América Latina y la colaboración mutua. Ejemplo de ello es el reciente convenio de colaboración entre los episcopados venezolano y español para acoger a los sacerdotes de Venezuela que vienen a estudiar a Roma tras el cierre temporal del Colegio de ese país.
Por último, siendo ésta la “casa” de la Conferencia episcopal española en la Ciudad Eterna, las instalaciones del Colegio suelen ser lugar de residencia habitual de los obispos que vienen a Roma por motivos diversos, así como sede de los actos más significativos de la Iglesia española en Roma.
Esta capacidad de acogida se verá incrementada notablemente con la próxima apertura de la Casa de peregrinos “San Juan de Ávila”, una estructura de acogida moderna y pensada especialmente para albergar grupos de peregrinos y familias con todos los servicios necesarios.

Para informaciones sobre el programa por los 125 años ver: www.colegioespanol.org

 

31 marzo 2017
Enrique Soros

El CELAM abre nuevos cursos diplomados

Destinados a la transformación de la sociedad

(ZENIT – Washington).- La Escuela Social del CELAM, Consejo Episcopal Latinoamericano, anuncia la apertura de sus cursos diplomados online 2017, los que, basados en la Doctrina Social de la Iglesia, apuntan a analizar caminos prácticos para la transformación de la realidad. Los mismos comienzan el 17 de abril. Son siete cursos en estudios avanzados, que forman un todo orgánico. Las temáticas centrales son: Fuentes de la Doctrina Social de la Iglesia, La mediación pedagógica en los nuevos escenarios actuales y Economía social y solidaria.
Otros cursos que se ofrecen van desde Cultura ciudadana y espiritualidad del perdón, hasta la resolución de conflictos ambientales y metodología de gestión, pastoral carcelaria y migración, analizando la cuestión de si se trata de un problema o una oportunidad, y se ofrecen elementos para acompañar a migrantes, desplazados y refugiados.
En todos los casos se ofrecen herramientas concretas y prácticas para que, los principios claros y objetivos tratados en los cursos, puedan ser bajados a la realidad, dado que la meta es colaborar con una transformación real y positiva de la sociedad, desde la inspiración que surge de la Doctrina Social de la Iglesia.
Coordinan estos diplomados la Dra. Susana Nuin, uruguaya, directora de la Escuela Social de CELAM, doctora en Ciencias Sociales, socióloga, comunicadora y especialista en la Doctrina Social de la Iglesia, y el argentino Alberto Ivern, filósofo, licenciado en Educación, master en Doctrina Social de la Iglesia y Embajador de Paz.
Los docentes a cargo de los cursos son personalidades de renombre, de entre los cuales mencionamos al biblista, Dr. Carlos Junco, al especialista en Magisterio de la Iglesia, Dr. Carlos Arboleda Mora, el pastoralista, Dr. Pedro Hughes y el acreditado filósofo y teólogo, Dr. Juan Carlos Scannone.
Estos cursos virtuales incluyen estudio comunitario y personal, y se ofrecen descuentos y becas para quienes no puedan afrontar el costo de los mismos. Mayor información se puede solicitar al email cebitepal.social@celam.org.

 

31 marzo 2017
Redacción

Conferencia Internacional por el 50° aniversario de la Populorum Progressio

El martes 4 está prevista una audiencia con el Santo Padre

(ZENIT – Roma – 31 Mar. 2017).- Con motivo del 50 aniversario de la encíclica Populorum Progressio, el lunes 3 y el martes 4 de abril de 2017, en el Aula Nueva del Sínodo del Vaticano, tendrá lugar una conferencia internacional titulada “Perspectivas para el servicio del desarrollo humano integral: 50 años de la Populorum Progressio“.
El cardenal Secretario de Estado presidirá la celebración eucarística el lunes, 3 de abril, en San Pedro y el martes 4 a las 11.30 está prevista una audiencia con el Santo Padre.
La conferencia, organizada por el Departamento de Servicios Humanos para el Desarrollo Integral, tiene como objetivo profundizar las perspectivas teológicas, antropológicas y pastorales de la encíclica, en particular, en relación con la labor de los que actúan en favor de la promoción de la persona, y de formular directrices para la actividad del nuevo dicasterio.
Asistirán a la reunión, entre otros, los miembros de los Consejos Pontificios que han confluido en el dicasterio (Justicia y Paz,Cor Unum, Emigrantes e Itinerantes, Operadores sanitarios), los representantes de las Conferencias Episcopales y de sus comisiones sociales y “Justicia y Paz “,los representantes de las organizaciones internacionales de caridad católica y el cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede.
El congreso, después de la introducción del lunes 3, a cargo del cardenal Peter K. A. Turkson, Prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, y la presentación teológica del tema antropológico por parte del cardenal Gerhard Ludwig Müller, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, se articula en función de las tres tensiones fundamentales de la persona: cuerpo-alma, hombre-mujer, persona-sociedad.
Además de las intervenciones de los expertos de diferentes sectores, están previstos testimonios de cómo la Iglesia opera directamente en favor de los más débiles. La conferencia será transmitida en streaming en el sitio www.corunum.va

 

31 marzo 2017
Felipe Arizmendi Esquivel

El desafío de construir familias

Ante la disgregación de la familia como Iglesia no podemos quedarnos en lamentos y críticas, debemos ofrecer la luz del Evangelio

VER
Los obispos de Chiapas convocamos a matrimonios de las tres diócesis a un encuentro, en Tapachula, para reflexionar sobre la realidad de las familias, meditar lo que expone el Papa Francisco en la Exhortación La alegría del amor, y hacer algunas propuestas para impulsar la pastoral familiar. En un ambiente muy fraterno, se compartieron diversas situaciones que afectan a los esposos y a los hijos, como alcoholismo, migración, marginación de la mujer, machismo, pobreza, influencia negativa de los medios de comunicación y de las tecnologías modernas, etc. Se amplió la mirada a un nivel global, a partir del capítulo II de la Exhortación del Papa. Así mismo, se sintieron muy iluminados y fortalecidos por el capítulo IV, el central del documento, en que se expone qué es amar, según la Palabra de Dios. Se analizó también el capítulo VIII, para tener caminos seguros sobre cómo abordar los casos difíciles, que cada día se multiplican más, como los divorciados vueltos a casar, los que sólo conviven sin vínculos institucionales, las nuevas formas de pareja, etc. Finalmente, se reflexionó sobre el capítulo IX, la espiritualidad matrimonial y familiar. Se concluyó con mucho ánimo y el compromiso de acompañar más a las familias, para que vivan y gocen su vocación sagrada.
Por otra parte, las noticias diarias nos hablan de fosas que se encuentran con muchos cadáveres de personas desaparecidas y desconocidas; asaltos y crímenes por todas partes; leyes que destruyen los cimientos de las familias; consumo y trasiego de drogas; terrorismos y guerras, etc. Todo ello nos indica que, o no hay familia donde se pueda vivir en paz y armonía, donde se eduque a los hijos en valores humanos y sociales, y por ello los jóvenes se afilian a grupos criminales que les dan dinero y cierta identidad; o las familias se dispersan, se deshacen y no se asegura la estabilidad emocional y económica de los hijos; o familias incompletas, con ausencia de padres que indiquen caminos educativos; o familias que deben emigrar o estar mucho tiempo fuera del hogar por cuestiones de trabajo; o familias que, por las deportaciones de los Estados Unidos, quedan incompletas, abandonadas a su suerte. En síntesis, las familias están muy expuestas a la fragilidad. Y a esto hay que agregar las telenovelas con tantas escenas eróticas, que presentan la infidelidad conyugal como lo más normal, invitando a hacer lo mismo. Ante esta realidad, como Iglesia, no podemos quedarnos en lamentos y críticas; debemos ofrecer la luz del Evangelio y alentar una más incisiva pastoral familiar.

PENSAR
El Papa Francisco ha dicho: “La familia atraviesa una crisis cultural profunda, como todas las comunidades y vínculos sociales. En el caso de la familia, la fragilidad de los vínculos se vuelve especialmente grave porque se trata de la célula básica de la sociedad, el lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros y donde los padres transmiten la fe a sus hijos. El matrimonio tiende a ser visto como una mera forma de gratificación afectiva que puede constituirse de cualquier manera y modificarse de acuerdo con la sensibilidad de cada uno. Pero el aporte indispensable del matrimonio a la sociedad supera el nivel de la emotividad y el de las necesidades circunstanciales de la pareja. Como enseñan los Obispos franceses, no procede del sentimiento amoroso, efímero por definición, sino de la profundidad del compromiso asumido por los esposos que aceptan entrar en una unión de vida total” (EG 66).
“La Iglesia quiere llegar a las familias con humilde comprensión, y su deseo es acompañar a cada una y a todas las familias para que puedan descubrir la mejor manera de superar las dificultades que se encuentran en su camino. No basta incorporar una genérica preocupación por la familia en los grandes proyectos pastorales. Para que las familias puedan ser cada vez más sujetos activos de la pastoral familiar, se requiere un esfuerzo evangelizador y catequístico dirigido a la familia, que la oriente en este sentido” (AL 200).
“La pastoral familiar debe hacer experimentar que el Evangelio de la familia responde a las expectativas más profundas de la persona humana: a su dignidad y a la realización plena en la reciprocidad, en la comunión y en la fecundidad. No se trata solamente de presentar una normativa, sino de proponer valores, respondiendo a la necesidad que se constata hoy, incluso en los países más secularizados, de tales valores” (AL 201).

ACTUAR
Si queremos salvar nuestra patria y que las cosas cambien para bien, el desafío es ayudar a que las familias sean sólidas, que no se deshagan, que crezcan en el verdadero amor y eduquen en valores humanos y cristianos. Sin esto, el panorama será cada vez más desolador. Y si se hacen leyes contra la familia, ¡a dónde iremos a parar! ¡De la familia depende el país! No lo destruyamos más. Sin familias, ni más policías ni más ejércitos podrán frenar la delincuencia.

+ Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de las Casas

 

31 marzo 2017
Isabel Orellana Vilches

San Ludovico Pavoni – 1 de abril

«Conocido como el cura de los chicos pobres les ayudó espiritualmente y les proporcionó una digna salida laboral con un interesante abanico de profesiones. Es el fundador de la Congregación de los Hijos de María Inmaculada»

(ZENIT – Madrid).- Pío XII calificó a Ludovico como «otro Felipe Neri… precursor de san Juan Bosco… perfecto emulador de san José Cottolengo». Nació en Brescia, Italia, el 11 de septiembre de 1784. Su ilustre familia, los Poncarali, pertenecía a la nobleza. Eran dueños de grandes posesiones. Pero los utópicos ideales de la Revolución Francesa, portando aires triunfales, penetraron en la ciudad y arrasaron los derechos de muchos ciudadanos. En 1797 miembros del ejército tomaron bajo su mando el palacio Poncarali y firmaron el manifiesto «Juramos vivir libres o morir».

Sin darse ínfulas de nada, ni comprometerse con idílicos principios, únicamente con la sencillez de la verdad por bandera, Ludovico se había adentrado en el drama de los pobres. Ya conocía el asfixiante ambiente de las fábricas y lo que cuesta el aserto bíblico de ganarse el pan con el sudor de la frente. Había sido el primogénito de cinco hermanos, y todos los ojos estaban puestos en él, sin adivinar entonces lo que iba a depararle la vida. A lo largo de los años, otras personas tendrían en cuenta sus cualidades y virtudes al punto de encomendarle altas misiones eclesiásticas. En esa época abastecía su alma cada mañana en la iglesia de San Lorenzo con el más excelente manjar: la Eucaristía. Mientras tanto, los que proclamaron la libertad esclavizaron al pueblo. Les privaron de bienes gratuitos que movimientos eclesiales proporcionaban a los desamparados, suprimieron escuelas, centros benéficos e incluso el seminario.

En una de las posesiones familiares Ludovico realizaba obras de misericordia. Compartía los conocimientos que tenía con los chavales de su edad que no pudieron costearse estudios. Además, les enseñaba el catecismo. Su sensibilidad por estos jóvenes desamparados fue aumentando y, con ella, su amor al sacerdocio. En 1805 perdió a su padre, que falleció profundamente apenado por las desavenencias con uno de los hijos. Cuando Ludovico ofició su primera misa en 1807 percibió con aflicción la ausencia de este díscolo hermano, que estaba casado. La lectura de un libro hizo que Ludovico tomase el sendero que guiaría el resto de su existencia: Sobre las influencias morales escrito por Schedoni. Fue providencial. Con lucidez su autor ponía de relieve lo ya conocido: si a los chicos se les deja a su aire, no se les exige la escolarización, y se ponen a su alcance puertas abiertas a la indisciplina y a la inmoralidad, el camino hacia el delito está en marcha. Lo dice el refrán: «quien siembra vientos, cosecha tempestades». Así que Ludovico tomó la resolución de implicarse por completo en la tarea de restaurarlos.

En noviembre de 1809 murió su madre dejándole gran pesar. Sin tiempo que perder, impulsó un centro parroquial para los muchachos del entorno. A otros los rescató de las calles conquistándolos con una simple limosna y el gozo reflejado en su semblante. Les allanó el camino disponiendo un hogar donde acogerlos, un «Oratorio». Los pilares de su capacitación en prácticos oficios (carpintería e imprenta) comenzaron en Brescia. Su iniciativa fue bendecida por el prelado Gabrio María Nava, que tenía gran debilidad por este colectivo marginal. Conocía la trayectoria del beato, que ya era popularmente denominado «el cura de los chicos pobres». En 1812 lo designó secretario suyo. Seis años más tarde le nombró canónigo confiándole la rectoría de la Basílica de San Bernabé. Además, le encargó la fundación del «Instituto privado de beneficencia». Era una «Escuela de Oficios» de carácter gratuito. En 1821 recibió el nombre de «Pío Instituto de San Bernabé». Sus destinatarios eran jóvenes sin hogar ni recursos que, desde el punto de vista profesional, saldrían de sus aulas bien preparados para entrar en el mundo laboral. Y, desde la perspectiva espiritual, listos para lidiar con un ambiente poco sano y, por tanto, no cristiano.

Otra de las obras emprendidas por Ludovico fue la «Escuela Tipográfica», una novedad en Italia al tratarse de la primera escuela gráfica que se abría, convertida después en editorial. Fue ampliada en 1841 para otro grupo de sordomudos. Y como su entusiasmo y creatividad no tenían fronteras, en diez años logró que los jóvenes pudieran elegir entre un interesante abanico de profesiones: tipografía, encuadernación de libros, papelería, etc. Los oficios a los que podrían aspirar serían igualmente extensos: plateros, cerrajeros, carpinteros, torneros, zapateros… Era un gran logro por el cual en 1844 fue condecorado por el emperador de Austria, quien le concedió el título de Caballero de la Corona de Hierro. Su destino fue un cajón; hubiera preferido ayuda para sus chicos.

Para que subsistiera esta formidable labor caritativo-social precisaba personas generosas, entregadas, con empuje. Sobre todo, que tuviesen entre sus objetivos altos ideales espirituales. Ludovico pensaba en esa opción cuando eligió entre los muchachos a los que juzgaba cumplían esos requisitos, y fundó con ellos la Congregación de los Hijos de María Inmaculada, erigida canónicamente en 1847. Comenzaban a verse los frutos de su religioso tesón: «debemos sembrar con confianza; no importa si los frutos no se ven». Ese mismo año emitió los votos perpetuos. Su incesante entrega prosiguió hasta el fin de sus días. Aunque sus chicos le sugerían que descansase alguna vez, su invariable respuesta era «descansaremos en el cielo». Ese momento le sorprendió en Saiano, lugar cercano a Brescia. A pesar de su delicado estado de salud había acudido allí para liberar a sus muchachos de los atropellos provocados por los austriacos insurrectos que integraban la revuelta «de los Diez Días». Llegó el 24 de marzo de 1849 y murió el 1 de abril diciendo: «Queridos míos… adiós». Era Domingo de Ramos. Poco antes pudo transmitirles esta consigna: «Tened fe, no os desaniméis. Dios, desde el cielo, rige y dispone el destino de los hombres. Haced siempre el bien a todos y amad a Jesús y a nuestra Madre, la Virgen Inmaculada». Juan Pablo II lo beatificó el 14 de abril de 2002. El papa Francisco lo canonizó el 16 de octubre de 2016.