Servicio diario - 01 de abril de 2017


El Papa dispone potenciar la actividad de los santuarios como instrumento de nueva evangelización
Sergio Mora

El Papa al Colegio Español en Roma: Huyan del carrerismo y sean discípulos de Jesús a tiempo completo
Sergio Mora

Las palabras del Santo Padre al Colegio Español en Roma – Texto completo
Redacción

1º centenario de la U. Católica de Perú: el Santo Padre envía un mensaje y su bendición apostólica
Sergio Mora

Encuentro Mundial de las Familias – El arzobispo de Dublín: no será un intento de ocultar los abusos del pasado
Sergio Mora

Venezuela – El Card. Urosa: reflexionar tras sentencia del TSJ, con la que asume rol del Parlamento
Redacción

El que amas está enfermo – 5° Domingo de Cuaresma
Enrique Díaz Díaz

San Francisco de Paula – 2 de abril
Isabel Orellana Vilches


 

01/04/2017-18:47
Sergio Mora

El Papa dispone potenciar la actividad de los santuarios como instrumento de nueva evangelización

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 1º Abr. 2017).- El papa Francisco ha decidido potenciar el protagonismo de los santuarios y para ello a través de la Carta Apostólica con forma de Motu Proprio, Sanctuarium in Ecclesia, firmado el 11 de febrero, Fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, transfirió las competencias de los Santuarios católicos desde la Congregación para el Clero al Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización.
Con el Motu Proprio publicado este sábado por la Oficina de Prensa de la Santa Sede, el Papa también aprobó la creación de Santuarios Internacionales para impulsar la Nueva Evangelización los cuales estarán provistos de sus propios estatutos de acuerdo a lo establecido en el Código de Derecho Canónico.
“Los Santuarios siguen siendo hoy en nuestros días en todas las partes del mundo un signo distintivo de la fe sencilla y humilde de los creyentes que encuentran en estos lugares sagrados la dimensión básica de su existencia creyente. Aquí experimentan profundamente la cercanía de Dios, la ternura de la Virgen María y la compañía de los Santos: una experiencia de verdadera espiritualidad que no puede ser devaluada, so pena de mortificar la acción del Espíritu Santo y la vida de la gracia”, indica la Carta.
El Santo Padre señala en esta Carta Apostólica que “la piedad popular encuentra en el Santuario un lugar privilegiado donde poder expresar la bella tradición de la oración, de la devoción y de la confianza en la misericordia de Dios inculcadas en la vida de cada pueblo”.
“Queriendo fomentar el desarrollo de la pastoral que se lleva a cabo en los Santuarios de la Iglesia, he decidido transferir al Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización las competencias que, en virtud del artículo. 97, 1 ° de la Const. Ap. Pastor Bonus, estaban asignadas hasta ahora a la Congregación para el Clero” escribe el Papa.
El Pontificio Consejo se encargará también de “la promoción de encuentros nacionales e internacionales para favorecer una obra común de renovación de la pastoral de la piedad popular y de la peregrinación a los lugares de devoción” así como de “la promoción de la formación específica de los trabajadores de los Santuarios y de los lugares de piedad y de devoción”, además de “la vigilancia para que se ofrezca a los peregrinos, en los lugares de peregrinación, una coherente y sostenida asistencia espiritual y eclesial que permita un mayor fruto personal de esa experiencia”.

Leer el texto completo de la Carta Apostólica

 

01/04/2017-11:12
Sergio Mora

El Papa al Colegio Español en Roma: Huyan del carrerismo y sean discípulos de Jesús a tiempo completo

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 1º Abr. 2017).- Huir del carrerismo eclesial que es una peste, no conformarse con conseguir un título, ser testigos de Jesús, a través de la sencillez y la austeridad de vida, y volverse discípulos a tiempo completo. Estos son algunos de los consejos que el papa Francisco dio este sábado en el Vaticano, a los integrantes del Colegio pontificio español ‘San Jose’ de Roma.
El Santo Padre los recibió en la Sala Clementina del Palacio Apostólico, con motivo de los 125 años de la fundación instituida por el beato Manuel Domingo y Sol, en la que formarse significa ser capaces de acercarse con humildad al Señor y preguntarle: ¿Cuál es tu voluntad? ¿Qué quieres de mí?
Recordando que amar de todo corazón, significa hacerlo sin reservas y sin dobleces, sin intereses espurios y sin buscarse a sí mismo en el éxito personal. La caridad pastoral supone salir al encuentro del otro, comprendiéndolo, aceptándolo y perdonándolo de corazón.
Les invita así a “crecer en el hábito del discernimiento, que les permita valorar cada instante y moción, incluso lo que parece opuesto y contradictorio, y cribar lo que viene del Espíritu”; una gracia, asegura el Papa “que debemos pedir de rodillas”.
Y a amar con todas las fuerzas, porque “es en nuestras pequeñas cosas, seguridades y afectos, donde nos jugamos el ser capaces de decir ‘sí’ al Señor o darle la espalda como el joven rico”.
El Papa concluyó su mensaje pidiéndoles ser testigos de Jesús, a través de la sencillez y la austeridad de vida, para llegar a ser promotores creíbles de una verdadera justicia social. Y les exhortó: “por favor, huyan del carrerismo eclesiástico” es una peste”.

 

01/04/2017-11:00
Redacción

Las palabras del Santo Padre al Colegio Español en Roma – Texto completo

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 1º Abr. 2017).- El Santo Padre recibió este sábado en el Vaticano a los integrantes del Colegio pontificio español ‘San Jose’ de Roma, con motivo de los 125 años de la fundación instituida por el beato Manuel Domingo y Sol. En la Sala Clementina el Santo Padre saludó a los superiores, colegiales y ex-alumnos y les dirigió las siguientes palabras.
“Queridos hermanos en el episcopado, queridos sacerdotes:
Quiero hacer llegar mi saludo a toda la comunidad del Pontificio Colegio Español de San José y agradecer al Señor Cardenal Ricardo Blázquez Pérez las amables palabras que, como Patrono del Colegio, me ha dirigido en nombre de todos, en esta conmemoración.
Doy gracias a Dios por la hermosa obra que instituyó el beato Manuel Domingo y Sol, fundador de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos del Sagrado Corazón de Jesús, y por la labor de los mismos durante todos estos años.
Esta Institución nació con la vocación de ser un referente para la formación del clero. Formarse supone ser capaces de acercarse con humildad al Señor y preguntarle: ¿Cuál es tu voluntad? ¿Qué quieres de mí?
Sabemos la respuesta, pero tal vez nos haga bien recordarla, para ello les propongo las tres palabras del Shemá con las que Jesús respondió al Levita: «amarás al Señor con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas» (Mc 12,30).
Amar de todo corazón, significa hacerlo sin reservas y sin dobleces, sin intereses espurios y sin buscarse a sí mismo en el éxito personal. La caridad pastoral supone salir al encuentro del otro, comprendiéndolo, aceptándolo y perdonándolo de corazón.
Pero solos no es posible crecer en esa caridad. Por eso el Señor nos llamó para ser una comunidad, de modo que esa caridad congregue a todos los sacerdotes con un especial vínculo en el ministerio y la fraternidad. Para ello se necesita la ayuda del Espíritu Santo pero también el combate espiritual personal (cf. Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis, 87).
Esto no pasó de moda, sigue siendo tal actual como en los primeros tiempos de la Iglesia. Se trata de un desafío permanente para superar el individualismo, y vivir la diversidad como un don, buscando la unidad del presbiterio, que es signo de la presencia de Dios en la vida de la comunidad.
Presbiterio que no mantiene la unidad, de hecho, expulsa a Dios de su testimonio, no es testimonio de la presencia de Dios. Lo manda afuera.
De ese modo, reunidos en nombre del Señor, especialmente cuando celebran la Eucaristía, manifiestan incluso sacramentalmente que él es el amor de su corazón.
Segundo: amar con toda el alma es estar dispuestos a ofrecer la vida. Esta actitud debe persistir en el tiempo, y abarcar todo nuestro ser. Así lo proponía el Fundador del Colegio: «[Señor] te ofrezco y pongo a tu disposición mi cuerpo, mi alma, mi memoria, entendimiento y voluntad, mi salud y hasta mi vida» (Escritos III, vol. 6, doc. 111, p. 1).
Por lo tanto, la formación de un sacerdote no puede ser únicamente académica, aunque esta sea muy importante y necesaria, sino que ha de ser un proceso integral, que abarque todas las facetas de la vida. La formación ha de servirles para crecer y, al mismo tiempo, para acercarse a Dios y a los hermanos. Por favor no se conformen con conseguir un título, sino sean discípulos a tiempo completo para «anunciar el mensaje evangélico de modo creíble y comprensible al hombre de hoy» (Ratio, 116).
A este punto, es importante crecer en el hábito del discernimiento, que les permita
valorar cada instante y moción, incluso lo que parece opuesto y contradictorio, y cribar lo que viene del Espíritu; una gracia que debemos pedir de rodillas.
Sólo desde esta base, a través de las múltiples tareas en el ejercicio del ministerio, podrán formar a los demás en ese discernimiento que lleva a la Resurrección y a la Vida, y les permite dar una respuesta consciente y generosa a Dios y a los hermanos (cf. Encuentro con los sacerdotes y consagrados – Milán, 25 marzo 2017).
Yo decía que la formación de un sacerdote no puede ser únicamente académica y conformarse con esto solo. De ahí nacen todas las ideologías que apestan en la Iglesia, de un signo o de otro, del academicismo clerical.
Son cuatro columnas las que debe tener la formación: la formación académica, formación espiritual, formación comunitaria y formación apostólica. Y las cuatro tienen que interactuar. Si falta una de ellas ya empieza a renguear la formación.Así que, por favor, las cuatro juntas e interactuándose. Finalmente, la tercera respuesta de Jesús, amar con todas las fuerzas, nos recuerda que allí donde está nuestro tesoro está nuestro corazón (cf. Mt 6,21), y que es en nuestras pequeñas cosas, seguridades y afectos, donde nos jugamos el ser capaces de decir que sí al Señor o darle la espalda como el joven rico.
No se pueden contentar con tener una vida ordenada y cómoda, que les permita vivir sin preocupaciones, sin sentir la exigencia de cultivar un espíritu de pobreza radicado en el Corazón de Cristo que, siendo rico, se ha hecho pobre por nuestro amor (cf. 2 Co 8,9) o, como dice el texto, para enriquecernos a nosotros. Se nos pide adquirir la auténtica libertad de hijos de Dios, en una adecuada relación con el mundo y con los bienes terrenos, según el ejemplo de los Apóstoles, a los que Jesús invita a confiar en la Providencia y a seguirlo sin lastres ni ataduras (cf. Lc 9,57-62; Mc 10,17-22). No se olviden de esto: el diablo siempre entra por el bolsillo, siempre.
Además, es bueno aprender a dar gracias por lo que tenemos, renunciando generosa y voluntariamente a lo superfluo, para estar más cerca de los pobres y de los débiles. El beato Domingo y Sol decía que para socorrer la necesidad se debía estar dispuestos a «vender la camisa». Yo no les pediré tanto: curas descamisados no, simplemente que sean testigos de Jesús, a través de la sencillez y la austeridad de vida, para llegar a ser promotores creíbles de una verdadera justicia social (cf. Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, 30).
Y, por favor –y esto como hermano, como padre, como amigo– por favor, huyan del carrerismo eclesiástico: es una peste. Huyan de eso. Queridos superiores, colegiales y exalumnos de este Colegio Español de San José: confiemos al santo Patriarca, Protector de la Iglesia, sus preocupaciones y proyectos, que él los acompañe, junto a María Santísima, invocada por la tradición del Colegio como Madre Clementísima, para que puedan crecer en sabiduría y gracia, y ser discípulos amados del Buen Pastor. Que Dios los bendiga”.

 

01/04/2017-10:35
Sergio Mora

1º centenario de la U. Católica de Perú: el Santo Padre envía un mensaje y su bendición apostólica

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 1 Abr. 2017).- Dialogar con las otras culturas y realidades manteniendo la identidad católica y para ello profundizando la imitación de Jesús volverse testigos y dar una propuesta valiente al servicio de la sociedad peruana y de la Iglesia.
Es la invitación que el papa Francisco hace a la Universidad Pontificia Católica del Perú en su primer centenario, en la carta dirigida al cardenal y su gran canciller, Giuseppe Versaldi, la cual fue publicada este sábado por la oficina de prensa de la Santa Sede.
En su mensaje el Santo Padre asegura que la universidad es una comunidad de maestros y alumnos, basados en principios y valores, con una propuesta valiente al servicio de la sociedad peruana y de la Iglesia. Entretanto una apertura hacia otras culturas y realidades, nos estimula a profundizar en nosotros mismos para poder entablar un diálogo serio y fructuoso con el medio que nos rodea.
Ese diálogo, precisa Francisco, hay que hacerlo desde la imitación de Jesús, respetando los fines esenciales de una institución universitaria católica. O sea transformarse en testigos y para ello buscar ardientemente y con rigor la verdad, así como su adecuada transmisión, colaborando de ese modo a la promoción de la persona humana y a la construcción de la sociedad.
A continuación el texto completo:
Querido hermano: Me es grato saludarlo y a través suyo a cuantos conforman la Pontificia Universidad Católica del Perú, con motivo del primer centenario de esa Institución. Me uno a ustedes en acción de gracias al Señor por todos los beneficios recibidos de su infinita bondad durante estos años dedicados al servicio de la Iglesia y de la sociedad de ese querido País. Esta grata efeméride, nos ofrece la posibilidad de reflexionar sobre la naturaleza y la finalidad de esa Universidad.
En sus Estatutos se define como una «comunidad de maestros, alumnos y graduados dedicada a los fines esenciales de una institución universitaria católica» (Art. 1º). En esta formulación ya se encuentra sintetizado todo un proyecto, no sólo educativo sino también de vida.
Se trata ante todo de una comunidad, lo que supone reconocerse miembros de una misma familia, que comparten una historia común fundada en unos mismos principios que la originaron y que la mueven. La comunidad se forma y se consolida cuando se camina juntos y unidos, valorando el legado que han recibido y que deben custodiar, haciéndolo vida en el mundo presente y trasmitiéndolo a las nuevas generaciones.
Es innegable que los fundadores de ese Centro educativo lanzaron una propuesta valiente al servicio de la sociedad peruana y de la Iglesia. Es una llamada a la apertura hacia otras culturas y realidades; si se encierra en sí mismo, contemplando sólo su saber y logros, estará abocado al fracaso.
Sin embargo, conocer el pensamiento y las costumbres de otros nos enriquece, y nos estimula a su vez a profundizar en nosotros mismos para poder entablar un diálogo serio y fructuoso con el medio que nos rodea. Asimismo, esa comunidad está formada por maestros, alumnos y graduados. Los roles son diferentes pero todos ellos necesitan del otro para ejercerlos auténticamente.
El Maestro es uno, nuestro Señor (cf. Mt 23,8; Jn 13,13); y quien está llamado a enseñar tiene que hacerlo desde la imitación de Jesús, buen Maestro, que salía a sembrar cada día con su palabra, y era paciente con los que le seguían y humilde en el trato con ellos. Si contemplamos su ejemplo, caemos en la cuenta de que para enseñar se tiene antes que aprender, siendo discípulo. Este último es el que sigue el ejemplo de su maestro y está atento a sus enseñanzas para poder superarse y ser mejor.
Esta tensión interior ayuda a reconocerse humildes y necesitados de la gracia divina para poder hacer fructificar los talentos recibidos. Enseñar y aprender es un proceso lento y minucioso, que necesita atención y un amor constante, pues se está colaborando con el Creador a dar forma a la obra de sus manos.
A través de esta tarea «sagrada», se fomenta el conocimiento y la fructificación de la perfección y bondad que hay en toda criatura querida por Dios y que es un reflejo de la sabiduría y bondad infinita de Dios (cf. Laudato si’, 69).
En este cometido, todos —profesores, alumnos y egresados— son necesarios. Cada uno aporta la competencia de su saber y lo específico de su vocación y vida, para que ese centro de estudios brille no sólo en su excelencia académica, sino también como escuela de humanidad.
Por último, esa comunidad tiene el desafío de buscar y anhelar los fines esenciales de una institución universitaria católica; es decir, ser evangelizados para evangelizar. Todo cristiano ha sido conquistado por el Señor y de ese encuentro se transforma en testigo. El aprendizaje de conocimientos no basta, se requiere llevarlos a la vida, siendo fermento en medio de la masa.
Somos discípulos misioneros y estamos llamados a convertirnos en el mundo en un evangelio viviente. A través del ejemplo de nuestra vida y de nuestras buenas obras estaremos testimoniando a Cristo, para que el corazón del hombre pueda cambiar y transformarse en una criatura nueva. Esa Institución, con todos sus miembros, tiene que afrontar el reto de salir al encuentro del hombre y mujer de hoy, llevando una palabra auténtica y segura.
Para lograr este fin se debe buscar ardientemente y con rigor la verdad, así como su adecuada transmisión, colaborando de ese modo a la promoción de la persona humana y a la construcción de la sociedad (cf. Juan Pablo II, Const. Ap. Ex corde Ecclesiae, 2).
Esa Universidad, que en conformidad con su origen, historia y misión, tiene un vínculo especial con el Sucesor de Pedro y, en comunión con él con la Iglesia Universal, habrá logrado sus objetivos si puede llevar al tejido social esas dosis de profesionalidad y humanidad, que son propias del cristiano que ha sabido buscar con pasión esa síntesis entre la fe y la razón.
Encomiendo a Nuestra Madre la Virgen María, Trono de la Sabiduría, los proyectos y desafíos que tiene esa Pontificia Universidad Católica del Perú, como también ruego al Señor por cuantos forman esa Comunidad educativa, sus familias y sus seres queridos; les pido que no se olviden de rezar por mí, y les imparto la Bendición Apostólica.

Vaticano, 19 de marzo de 2017
FRANCISCO

 

01/04/2017-14:03
Sergio Mora

Encuentro Mundial de las Familias – El arzobispo de Dublín: no será un intento de ocultar los abusos del pasado

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 1º Abr. 2017).- El encuentro mundial de las familias que se realizará en 2018 en Irlanda, en la ciudad de Dublín, no es un intento esconder el pasado, ni de poner una piedra tumbal sobre los casos de abusos sexuales a menores que se registraron en el pasado, porque no hay que olvidar y es necesario hacer penitencia por cuanto sucedido. Ayudará sí a recobrar la confianza pero sin olvidar lo sucedido.
Lo indicó el arzobispo de Dublín, Diarmuid Martin, entrevistado por ZENIT después de la conferencia de prensa realizada este jueves, en la que junto al Card. Kevin Joseph Farrell, prefecto para el Dicasterio para los Laicos, presentaron la carta que el papa Francisco envió a los organizadores del IX Encuentro Mundial de las familias que se desarrollará del 21 al 26 de agosto de 2018 en la capital irlandesa, con el tema “El Evangelio de la Familia, alegría para el mundo”.
No es un intento de olvidar el pasado, dijo el arzobispo de Dublín, “será radicada en la realidad y en las dificultades de la Iglesia en Irlanda y de las familias en Irlanda. No es un intento de huir de esto porque son las familias irlandesas y los jóvenes del país que viven en esta realidad”.
El arzobispo irlandés señaló que “la Iglesia tienen que reconquistar su credibilidad” y mirando a los ojos y hablando con voz firme reiteró que “no lo hará intentando de poner una piedra tumbal sobre el pasado, sino enfrentando la realidad, haciendo penitencia por lo que ha sucedido, mirando hacia un futuro, un futuro que no deja estas cosas en el olvido”.
Mons. Martin añadió que se quiere “hacer de la Iglesia un lugar en el que los niños estén seguros y las familias puedan tener la confianza de dejar a sus hijos participar de las actividades de la Iglesia”.
Concluyó señalando que “el próximo sínodo es sobre la juventud y es importante que la Iglesia responda también a las preguntas de los jóvenes”.
En la conferencia de prensa, advirtió también que “existe el peligro de que cada persona quiera imponer una idea personal que no es realmente aquella visión de renovación auténtica que tienen el Papa”.
Así el Santo Padre en la carta de convocación del Encuentro Mundial de las Familias, explica cuál es deseo para la Iglesia; “Sueño una Iglesia en salida, no autorreferencial, una Iglesia que no pase delante de las heridas del hombre, una Iglesia misericordiosa que anuncie el corazón de la revelación de Dios Amor, que es la misericordia”.
Señaló también que el evento de Dublín, no es un evento más, sino “un momento en el cual la Iglesia entera está llamada a profundizar la reflexión sobre la enseñanza de la Amoris Laetitia, un momento en el que el amor cotidiano entre marido, mujer y el amor cotidiano de los papás por sus hijos pueda ser reconocido como recurso fundamental para la renovación de la Iglesia y de la sociedad.

 

01/04/2017-07:31
Redacción

Venezuela – El Card. Urosa: reflexionar tras sentencia del TSJ, con la que asume rol del Parlamento

(ZENIT – Roma, 1º Abr. 2017).- “Sin duda alguna, los retos que nuestra Venezuela de hoy nos plantea son muchísimos e inmensos: tenemos el problema político de un Gobierno Nacional que pretende tener poder absoluto y copar todos los espacios, eliminando las actividades y actuaciones de quienes no se someten a sus designios, e inclusive encarcelándolos”, indica un comunicado de prensa del arzobispado de Caracas.
Así lo denunció el cardenal Jorge Urosa Savino, durante el VII Congreso Nacional de Laicos de Venezuela, que desde el 30 de marzo y hasta el 1 de abril, se cumple en la Universidad Católica Andrés Bello, denominado: “Protagonismo del Laico en la Realidad Venezolana”.
El cardenal expresó que el Gobierno del Presidente Nicolás Maduro, “quiere ahora algo gravísimo”: “neutralizar y penalizar a través del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) a los legítimos representantes del pueblo en la Asamblea Nacional (AN)”. Pero además, el Gobierno pretende “algo peor todavía”, añadió Urosa: “suprimir las facultades constitucionales del Parlamento Venezolano”.
Aunque el purpurado caraqueño no ahondó sobre la decisión tomada por el TSJ el 27 de marzo, asumiendo facultades y atribuciones de exclusiva competencia de la Asamblea Nacional; no obstante, llamó al laicado “a ser sal de la tierra y luz del mundo, de manera que al ver sus obras los demás puedan dar gloria al Padre celestial” en diversas áreas.
“Tenemos también el reto económico que plantea un sistema totalitario y estatista que ha arruinado al país”, dijo el cardenal Urosa. Describió que a los venezolanos los agobia “la delincuencia y su consecuencia inmediata, la inseguridad personal y patrimonial, con el rio de sangre que corre todas las semanas en nuestras ciudades”.
Señaló que “se trata del problema social de las carencias de muchísimos hermanos nuestros que no tienen lo suficiente para comer, y que están sufriendo desnutrición y hambre”; así como “la falta de medicamentos y el deterioro de los hospitales”.
Finalmente, durante el VII Congreso Nacional de Laicos de Venezuela, el arzobispo de Caracas pidió un mayor compromiso de los laicos en la vida política, en el quehacer diario de nuestras comunidades, para que promovamos la justicia y la paz.

 

01/04/2017-06:58
Enrique Díaz Díaz

El que amas está enfermo – 5° Domingo de Cuaresma

Ezequiel 37, 12-14: “Les infundiré mi espíritu y vivirán”
Salmo 129: “Perdónanos, Señor, y viviremos”
Romanos 8, 8-11: “El Espíritu de aquel que resucitó de entre los muertos, habita en ustedes”
San Juan 1, 1-45: “Yo soy la resurrección y la vida”.

¿Nos hemos acostumbrado al olor de la corrupción y de la violencia? Hace un año el grupo de familiares en búsqueda de desaparecidos indicaban: “Veracruz apesta a temor y a fosas”. Han pasado los meses y cada día tenemos nuevas noticias de más fosas, de más desaparecidos, de más víctimas y de más corrupción. Dicen que poco a poco nos vamos acostumbrando a los olores al estar en su ambiente, pero los familiares de los desaparecidos continúan su terca búsqueda de sus seres amados sin importar los olores ni las amenazas. Muchos los desalientan haciéndoles caer en la cuenta de la situación en que puedan encontrarlos pero ellos siguen insistentes. A quien de verdad ama no lo detienen los hedores pestilentes del amado, continúa cerca de él y ellos quieren encontrarlos aunque tengan que llevarlos en pedazos.
Cristo de verdad nos ama, a pesar de nuestras pestilencias. El quinto domingo de Cuaresma nos sitúa en una lucha esperanzadora por la vida y en una fe que es capaz de esperar la resurrección de quien ya tiene tres días muerto. Los reclamos a Jesús por parte de Marta, podrían ser los reclamos que ahora muchos pretenden lanzar al cielo porque no se puede entender una cadena de males ante la mirada indiferente de Dios. La degradación que estamos padeciendo sólo se entiende ante la ausencia de Dios, ha sido la expresión de muchos. Pero no podemos reclamar la ausencia de un Dios que hemos expulsado de nuestras familias, de nuestras calles, de nuestros negocios y que lo hemos querido mantener recluido en las sacristías, en eventos sociales, y en dos o tres fiestas folclóricas que sirven de pretexto para excesos más que una verdadera manifestación de nuestra relación personal con Dios. Debemos reconocer que nuestra nación realmente se encuentra enferma e insistirle a Jesús: “Señor, el amigo a quien tanto quieres está enfermo”. Nos urge aceptar y manifestar la enfermedad pero también estar dispuestos a aceptar la curación y las prescripciones para la sanación.
Los muertos y las víctimas se acumulan día tras día. No sólo en el ámbito del narcotráfico sino en todos los espacios, personas inocentes perecen como daños colaterales. Se ha hablado mucho de las incontables extorsiones, de los secuestros y de las drogas que pululan por doquier, pero se ha tomado menos en cuenta la corrupción que a diario invade todos los ámbitos de nuestra vida, que ha penetrado en las familias, en las instituciones y en las estructuras que rigen nuestra patria. Es una corrupción y hedor penetrante al que nos hemos acostumbrado y del que solamente en ocasiones excepcionales somos conscientes. Hemos alejado a Dios de nuestras vidas y hemos optado por otros valores: el placer, el dinero, la ambición, el poder. Cuando descubrimos que se han metido como una grave enfermedad en todo el cuerpo, nos asustamos y quisiéramos echar marcha atrás pero sin dejar de vivir en corrupción. Quisiéramos sanar a base de calmantes, sin aceptar una verdadera curación, un cambio radical de vida y una purificación de todo nuestro ser. El llanto de María y su desesperación bien pudiera representar el llanto de tantas madres y hermanas que lloran por el ser asesinado o desaparecido, por el hijo o la hija sumida en las drogas, por quien ha perdido el camino. Ese mismo llanto nos hace vislumbrar un rayo de esperanza: junto a nosotros, en la misma lucha, con mucho mayor amor y con mucho más poder, camina Jesús. Para Él Lázaro es el amigo a quien tanto ama; para Él todos los que sufren y están atormentados son también su “amigo amado”.
El amor de Jesús se hace presente en las situaciones más difíciles y complicadas. La muerte y la corrupción no logran mantenerlo lejano y su presencia nos llena de una sana esperanza. Ahora, igual que en aquel tiempo, nos ordena quitar la losa que tapa la vida y que confina a la oscuridad. Nos ordena creer y comprometernos con Él que es la vida. A pesar de todos los obstáculos, la invitación de Jesús a creer sigue en pie. Quizás también nosotros estemos tentados a expresarle nuestro pesimismo porque sentimos que ya nada puede hacerse, no encontramos salidas. Nuestro país huele a corrupción, huele a miedo, a terrorismo y a droga, nuestras familias no perciben el aroma de la armonía y del cariño, todo huele mal. Pero cuando todo huele mal, Jesús está ahí cerca del que tanto ama. No le importan sus olores, para Jesús sigue siendo el amigo: “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?”. De la fe nos lanza a la acción; pero de una verdadera fe, la misma que le ha exigido a Marta. No solamente creer teóricamente en la resurrección, sino experimentar vivamente que Jesús es la resurrección y la vida. Y Jesús no habla de una resurrección allá, lejana, al final, sino que nos manifiesta su compromiso por la vida ahora, aquí, en medio de todo. Para esto se requiere la fe pero también poner a Jesús como fuente de nuestra vida, de nuestras actividades y de nuestro interior.
Ante el pesimismo y el desaliento del pueblo de Israel, Dios por medio de Ezequiel les habla de esperanza y les asegura la apertura de los sepulcros para que salgan de ellos y así conducirlos a nueva tierra. Ahora Jesús hace también realidad esas palabras. Sólo espera nuestra confesión confiada: “Sí, Señor. Creo firmemente que Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”. Una confesión que le permite actuar en nuestra vida. Hoy también podremos escuchar las palabras de Jesús, que llenas de amor pero también llenas de autoridad, resuenan con esperanza. También a nosotros nos dice: “Sal de ahí” . Podremos salir de la muerte y corrupción no basados en nuestras propias fuerzas, sino basados en su amor. Confiados en su palabra asumimos el compromiso de desatar, de quitar losas, de acrecentar la fe. “Desátenlo, para que pueda andar”. Es la tarea ingente que debemos asumir todos. La fe es el motor que nos moverá para comprometernos a crear un país mejor. Hay que desatar tantas cadenas de injusticia, hay que quitar tantas losas que oprimen, pero sobre todo necesitamos experimentar una fe viva en Cristo que es “la resurrección y la vida”.
¿Qué corrupciones descubrimos en medio de nosotros? ¿Hemos asumido una actitud pasiva y conformista? ¿Realmente creemos que Jesús es la resurrección y que puede darnos nueva vida? ¿Cómo lo manifestamos?
Señor Jesús, el que amas está enfermo, ya ha perdido la esperanza, ya huele mal. Confiados en tu palabra, habiendo experimentado que Tú eres la resurrección y la vida, nos comprometemos en la búsqueda de la vida plena. Amén.

 

01/04/2017-04:59
Isabel Orellana Vilches

San Francisco de Paula – 2 de abril

(ZENIT – Madrid).- Cuando nació el 27 de marzo de 1416 en Paula, Cosenza, Italia, sus progenitores Giacomo D’Alessio y Vienna de Fuscaldo tenían una edad respetable. Tras dieciséis años sin descendencia la viabilidad de una paternidad prácticamente se había esfumado para ellos. Habían rogado la mediación de san Francisco de Asís y le atribuyeron esta nueva vida. Por eso, impusieron su nombre al recién nacido. Poco después, ante una grave enfermedad ocular que se le presentó, prometieron al santo que si sanaba vestiría el hábito franciscano, y al verle curado mantuvieron su promesa.
Francisco era un adolescente cuando ingresó en el convento de San Marco Argentano de Cosenza tal como sus padres habían previsto a través de un voto que le comprometía durante un año. En ese tiempo con su ejemplar conducta puso de manifiesto que la inspirada decisión tomada por ellos de vincularlo a la vida religiosa, cuando él no tenía edad de elegir, la compartía plenamente; no era algo impuesto. Joven orante y entregado, acogía con edificante disposición las humildes tareas que le encomendaron, y ya comenzaba a ser agraciado con favores celestiales. Pasado el tiempo inicialmente acordado para su estancia en el convento, dejó a los religiosos. Abandonar el claustro, en su caso, no significaba dar la espalda a una consagración. Latía en el fondo de su corazón un anhelo tal de entrega que todas las opciones que se le ofrecían es como si se le quedaran cortas. Se sentía poderosamente alentado a conquistar más altas cotas.
Sus padres le acompañaron en peregrinación por varios eremitorios de distintos lugares. Roma, Loreto, Montecasino –núcleo emblemático de la vida cenobítica– centros que entonces recorrió, así como otros grupos de anacoretas establecidos en el enclave privilegiado de Monte Luco, a los que también visitó, dan fe del estado de búsqueda que le animaba. Tenía claro lo que perseguía. Por eso no tuvo reparos en exponer su malestar y confusión al ver en una vía romana las ricas vestimentas de un cardenal. Sin contenerse, espetó: «Nuestro Señor no iba de esta manera».
Este viaje no fue en vano. Al regresar a Paula se había decantado por la vida
monástica. Sus padres le ayudaban en el camino de discernimiento. Y en 1435, en unos terrenos que pusieron a su disposición a las afueras de la ciudad, inició una vía de oración, penitencia y mortificaciones. Apenas había rebasado la adolescencia y la severa austeridad que caracterizaba su vida comenzó a atraer el interés de otros nuevos aspirantes que se unieron a él. Unos años más tarde, monseñor Pirro Caracciolo, arzobispo de Cosenza, sabedor del núcleo monástico que Francisco había impulsado, les dio su bendición y les dotó de un oratorio. La fama de virtud del santo traspasó los confines de Paula y se hizo notar en todo Nápoles. Enterado Pablo II de la misión que llevaba a cabo no dudó en ayudarle directa e indirectamente, concediendo indulgencias a los que contribuían económicamente para la construcción de la iglesia. El 17 de mayo de 1474 la «Congregación eremítica paolana de San Francisco de Asís» obtuvo la aprobación pontificia. En muchos lugares anhelaban la presencia de estos religiosos y demandaban la apertura de nuevas fundaciones. Los nacientes eremitorios, sustentados por las limosnas, comenzaron a surgir por doquier.
El único deseo de Francisco era cumplir la voluntad de Dios y junto a la oración extremaba sus disciplinas. Por lo demás, no había prebendas para nadie. Fuesen pobres o ricos, nobles o plebeyos, a todos los trataba sin acepción, manteniendo viva la profunda religiosidad y fe de su entorno que cautivó a numerosos peregrinos. Los pobres, en particular, tuvieron en él a un acérrimo partidario de sus causas. Alzando su voz les defendía frente a los poderosos. Fue un gran taumaturgo. Se ocupó de enseñar a quienes acudían pidiendo su amparo que la clave de todo milagro es la fe. Es el único requisito que Cristo exige. Al respecto, se destaca el caso del joven que tenía una llaga abierta en un brazo, herida que no se cerró pese a haber visitado a distintos médicos. Su madre le sugirió ir en busca del santo, quien al verle simplemente le entregó una hierba que segó al paso, y le indicó que se la aplicase después de hervirla. El joven la conocía por tratarse de una especie común que crecía en su entorno. Incrédulo, quiso saber cómo era posible que tal arbusto hiciera el milagro. Francisco respondió: «Es la fe la que hace milagros».
Tantos fueron sus prodigios y tan renombrados que su eco llegó a Francia. Allí se encontraba postrado en su lecho de muerte el rey Luís XI, quien rogó a Sixto IV que le enviase a Francisco. El pontífice, seguramente constreñido por intereses diplomáticos, accedió. Pero aquél se hizo rogar varios meses y solamente partió cuando el papa se lo impuso. No era una situación grata. La clara vocación a la vida austera que abrazaba desde hacía varias décadas se contraponía a la de palacio, pero siempre antepuso el bien ajeno al suyo y se volcó en esa nueva misión. Su presencia no deparó la curación al monarca, pero le reconcilió con Dios y murió aceptando su voluntad. Antes le había encomendado la dirección espiritual de su hijo y sucesor Carlos VIII. Además, las relaciones entre el papado, Francia y los reinos de España, Bohemia y Nápoles salieron beneficiados con el generoso gesto del santo.
Permaneció en el país galo durante veinticinco años, siendo aclamado por todos. Le precedía su fama de hombre penitente y austero. Su estilo de vida eremítico fue seguido por miembros de otras familias religiosas. Benedictinos y franciscanos, entre otros, se unieron a él. Así surgió la Orden de los Mínimos en Calabria, y luego la creación de la Tercera Orden seglar, a la que después se unió la de las monjas. Murió a los 91 años, el 2 de abril de 1507 en la localidad francesa de Plessis-les-Tours. León X lo beatificó el 7 de julio de 1513. Él mismo lo canonizó el 1 de mayo de 1519.