Servicio diario - 14 de abril de 2017


El Santo Padre en el Coliseo: ‘Avergonzados pero con la esperanza de que el bien vencerá’
Redacción

El papa Francisco preside en silencio la liturgia del Viernes santo, en la basílica de San Pedro
Sergio Mora

Viernes Santo: Texto completo de la predicación del capuchino Cantalamessa en la basílica de San Pedro
Redacción

Texto completo del Via Crucis 2017 presidido por el papa Francisco en el Coliseo
Sergio Mora

“El mundo detenga a los señores de la guerra”: entrevista del Papa para ‘La Repubblica’
Redacción

Colecta para Tierra Santa: la ayuda a la paz desarticula el fundamentalismo, indica el cardenal Sandri
Redacción

Programa de la Semana Santa 2017 con el papa Francisco
Redacción

Programa del Papa en la visita a Bolonia y Cesena – 1º de octubre 2017
Redacción

Vigila Pascual
Antonio Rivero

San Damián de Molokai (Jozef van Veuster) – 15 de abril
Isabel Orellana Vilches


 

14 abril 2017
Redacción

El Santo Padre en el Coliseo: ‘Avergonzados pero con la esperanza de que el bien vencerá’

Meditaciones escritas por la biblista francesa Anne-Marie Pelletier

(ZENIT – Roma, 14 Abr. 2017).- El papa Francisco presidió este viernes santo el Vía Crucis, en el impresionante marco del Coliseo romano, en el que derramaron su sangre muchos mártires cristianos durante los primeros siglos. El Santo Padre asistió a la ceremonia abriéndola con una primera lectura y la concluyó con otra reflexión.

En ella habló de la vergüenza ante migrantes muertos en los naufragios, por los discriminados por su religión o su raza, muertos en las guerras. Vergüenza por las veces que hemos huido, por nuestras manos perezosas en el dar y ávidas en el recibir. Por nuestros pies veloces en el camino del mal y paralizados en el del bien. Por las veces que los consagrados hirieron el cuerpo de la Iglesia, por haber olvidado el primer momento de la vocación.

Pero también confiados –dijo– en la bondad de su misericordia, de las promesas del Señor, que transforman nuestros corazones endurecidos en capaces de amar. Que transforman la noche en la aurora de la resurrección.

“Oh Cristo, te pedimos que nos enseñes –concluyó el sucesor de Pedro– a no avergonzarnos nunca de tu cruz, a no instrumentalizarla, sino de honorarla y adorarla porque con esta tú nos has manifestado la monstruosidad de nuestros pecados, la grandeza de tu amor, la injusticia de nuestros juicios y la potencia de tu misericordia”.

El texto del Via Crucis fue escrito por la biblista francesa, Anne Marie Pelletier que puso en evidencia la presencia femenina, el drama de las guerras, de los migrantes, de las familias laceradas y los niños abusados.

Entre otros momentos que la autora consideró más significativos figura en el camino de Jesús hacia el Calvario; la negación de Pedro, el sufrimiento de Jesús en el cual se reconocen los hombres, mujeres e incluso niños que sufrieron violencia; el silencio del sábado. Recuerda también a los monjes trapenses de Tibhirine, en Argelia, asesinados en 1998. “Lo sabían bien los monjes asesinados en Tibhirine, los cuales, a la oración «desármalos» añadían la petición «desármanos». La autora así señala como necesario que “Jesús trajera la ternura infinita de Dios hasta el corazón del pecado del mundo”. “Era necesario que la dulzura de Dios visitase nuestro infierno, era la única manera de librarnos del mal”.

La Cruz de Cristo fue llevada por el cardenal vicario Agostino Vallini, una familia romana, representantes de la Unitalsi y religiosos y laicos de diversos países, entre los cuales Egipto, Portugal, Colombia, Argentina y China.

La oración del Vía Crucis en el Coliseo fue retomada por el papa Pablo VI en 1964

Autores de los Via Crucis en los últimos años

  • 2017 – Meditaciones de Anne-Marie Pelletier
  • 2016 – Meditaciones del Card. Gualtiero Bassetti, arzobispo de Perugia
  • 2015 – Meditaciones de Mons. Renato Corti, obispo Emérito di Novara
  • 2014 – Meditaciones de Mons. Giancarlo Maria Bregantini, arzobispo de Campobasso-Boiano
  • 2013 – Meditaciones de los jóvenes libaneses guiados por su el Cardenal Béchara Boutros Raï
  • 2012 – Meditaciones di Danilo e Anna Maria Zanzucchi, Movimiento de los Focolares
  • 2011 – Meditaciones de Sor. Maria Rita Piccione, O.S.A.
  • 2010 – Meditaciones y oraciones del Card. Camillo Ruini, Vicario emérito para la diócesis de Roma
  • 2009 – Meditaciones y oraciones de Mons. Thomas Menamparampil, S.D.B, arzobispo de Guwahati (India)
  • 2008 – Meditaciones y oraciones del Card. Joseph Zen Ze-Kiun, S.D.B., obispo de Hong Kong
  • 2007 – Meditaciones de Mons. Gianfranco Ravasi
  • 2006 – Meditaciones y oraciones de Mons. Angelo Comastri
  • 2005 – Meditaciones y oraciones del Card. Joseph Ratzinger

 

14/04/2017-16:34
Sergio Mora

El papa Francisco preside en silencio la liturgia del Viernes santo, en la basílica de San Pedro

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 14 Abr. 2017).- Pocos minutos antes de las 17 horas de Roma, el santo padre Francisco entró en procesión en la basílica de San Pedro. En este día de luto en el que se conmemora la pasión y muerte del Señor, no tocaron las campanas y ni a su ingreso cantó el coro.
En medio del silencio que reinaba en la basílica, el Papa que vestía paramentos rojos y tiara blanca se postró sobre un tapete y almohadón ubicado delante del altar central, el del baldaquino del Bernini, debajo del cual está la tumba del apóstol Pedro. El Pontífice a continuación se puso de pié y se dirigió a su asiento ubicado en el lado izquierdo de la nave central.
Inició entonces la liturgia de la Palabra intercalada con algunos cantos interpretados por el Coro pontificio de la Capilla Sixtina que participó también en la lectura de la Pasión según el Evangelio de san Juan, el único apóstol que estuvo al pie de la Cruz con María y las santas mujeres, narración proclamada en latín por tres cantores.
La homilía la realizó el sacerdote capuchino, padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia quien señaló que a pesar de las muertes registradas todos los días por la crónica, después de dos mil años, la de Jesús se sigue recordando porque ha cambiado el sentido de la muerte.
Señaló que la cruz, en la sociedad líquida en la que vivimos, representa “un punto fijo, un «No» definitivo e irreversible de Dios a la violencia, a la injusticia, al odio, a la mentira, a todo lo que llamamos «el mal»; y, al mismo tiempo, es el «Sí», igualmente irreversible, al amor, a la verdad, al bien. «No» al pecado, «Sí» al pecador. Es lo que Jesús ha practicado durante toda su vida y que ahora consagra definitivamente con su muerte”, dijo.
Y el predicador exhortó a la esperanza porque encima «está la cruz de Cristo», “Salve, oh cruz, esperanza única del mundo”. Porque “el corazón de carne, prometido por Dios en los profetas –concluyó el sacerdote capuchino– está ya presente en el mundo: es el Corazón de Cristo traspasado en la cruz, lo que veneramos como «el Sagrado Corazón»”. E invitó: a decir mirando la cruz desde lo profundo del corazón, como el publicano en el templo: «¡Oh, Dios, ten piedad de mí, pecador!», y así también nosotros, como él, volveremos a casa «justificados»”.
Concluida la meditación, se guardaron algunos instantes de silencio y el Papa realizó la oración universal, propia del Viernes Santo.
Le siguió la adoración de la Santa Cruz, traída desde el fondo de la basílica, mientras un miembro de la Sixtina cantó tres veces: “Ecce lignum”. Después del Venite Adoremus, todos se arrodillaron para la adoración silenciosa.
Solamente cuando el diácono y los dos acólitos se detuvieron por tercera vez delante de la estatua de San Pedro, el Pontífice bajó los escalones para adorar la cruz y la presentó en silencio para que todos los fieles la adoraran. Pasaron así, delante del crucifijo negro con un cristo de marfil, los cardenales primero y después el resto de la asamblea.
La ceremonia concluyó con la comunión.

(Texto competo de la predicación del padre Cantalamessa)

 

14/04/2017-16:07
Redacción

Viernes Santo: Texto completo de la predicación del capuchino Cantalamessa en la basílica de San Pedro

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 14 Abr. 2017).- A continuación presentamos el texto de la predicación del sacerdote capuchino, Raniero Cantalamessa, con motivo de la liturgia de la palabra del Viernes Santo.

«O CRUX, AVE, SPES UNICA»

La cruz, única esperanza del mundo Acabamos de escuchar el relato de la Pasión de Cristo. Nada más que la crónica de una muerte violenta. Nunca faltan noticias de muertos asesinados en nuestros noticiarios. Incluso en estos últimos días ha habido algunas, como la de los 38 cristianos coptos asesinados en Egipto.
¿Por qué, entonces, después de 2000 años, el mundo recuerda todavía la muerte de Jesús de Nazaret como si hubiera pasado ayer? El motivo es que su muerte ha cambiado el sentido mismo de la muerte. Reflexionemos algunos instantes sobre todo esto.
«Al llegar a Jesús, viendo que ya estaba muerto, no le rompieron las piernas, sino que uno de los soldados con una lanza le atravesó el costado, e inmediatamente salió sangre y agua» (Jn 19,33-34). Al comienzo de su ministerio, a quien le preguntaba con qué autoridad expulsaba a los mercaderes del Templo, Jesús respondió: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré». «Él hablaba del templo de su cuerpo» (Jn 2,19.21), había comentado Juan en aquella ocasión, y he aquí que ahora el mismo evangelista nos atestigua que del lado de este templo «destruido» brotan agua y sangre.
Es una alusión evidente a la profecía de Ezequiel que hablaba del futuro templo de Dios, del lado del que brota un hilo de agua que se convierte primero en riachuelo, luego un río navegable y en torno al cual florece toda forma de vida (cf. Ez 47, 1 ss.). Pero penetremos dentro de la fuente de este «río de agua viva» (Jn 7,38), en el corazón traspasado de Cristo.
En el Apocalipsis, el mismo discípulo al que Jesús amaba escribe: «Luego vi, en medio del trono, rodeado por los cuatro seres vivientes y los ancianos, un Cordero, en pie, como inmolado» (Ap 5,6). Inmolado, pero en pie, es decir, traspasado, pero resucitado y vivo. Existe ya, dentro de la Trinidad y dentro del mundo, un corazón humano que late, no sólo metafóricamente, sino realmente.
Si, en efecto, Cristo ha resucitado de la muerte, también su corazón ha resucitado de la muerte; él vive, como todo el resto de su cuerpo, en una dimensión distinta de antes, real, aunque mística. Si el Cordero vive en el cielo «inmolado, pero de pie», también su corazón comparte el mismo estado; es un corazón traspasado pero viviente; eternamente traspasado, precisamente porque está eternamente vivo.
Fue creada una expresión para describir el colmo de la maldad que puede amasarse en el seno de la humanidad: «corazón de tinieblas». Tras el sacrificio de Cristo, más profundo que el corazón de tinieblas, palpita en el mundo un corazón de luz. En efecto, Cristo al subir al cielo, no ha abandonado la tierra, como, al encarnarse, no había abandonado la Trinidad.
«Ahora se realiza el designio del Padre –dice una antífona de la Liturgia de las Horas–, hacer Cristo el corazón del mundo». Esto explica el irreductible optimismo cristiano que hizo exclamar a una mística medieval: «El pecado es inevitable, pero todo estará bien y todo tipo de cosa estará bien» (Juliana de Norwich).
Los monjes cartujos adoptaron un escudo que figura en la entrada de sus monasterios, en sus documentos oficiales y en otras ocasiones. En él está representado el globo terráqueo, rematado por una cruz, con una inscripción alrededor: «Stat crux dum volvitur orbis: está inmóvil la cruz, entre las evoluciones del mundo. ¿Qué representa la cruz, para que sea este punto fijo, este árbol maestro entre la agitación del mundo?
Ella es el «No» definitivo e irreversible de Dios a la violencia, a la injusticia, al odio, a la mentira, a todo lo que llamamos «el mal»; y, al mismo tiempo, es el «Sí», igualmente irreversible, al amor, a la verdad, al bien. «No» al pecado, «Sí» al pecador. Es lo que Jesús ha practicado durante toda su vida y que ahora consagra definitivamente con su muerte.
La razón de esta distinción es clara: el pecador es criatura de Dios y conserva su dignidad a pesar de todos sus desvíos; el pecado no; es una realidad espuria, añadida, fruto de las propias pasiones y de la «envidia del demonio» (Sab 2,24).
Es la misma razón por la que el Verbo, al encarnarse, asumió todo del hombre, excepto el pecado. El buen ladrón, a quien Jesús moribundo promete el paraíso, es la demostración viva de todo esto. Nadie debe desesperar; nadie debe decir, como Caín: «Demasiado grande es mi culpa para obtener el perdón» (Gén 4,13).
La cruz no «está», pues, contra el mundo, sino para el mundo: para dar un sentido a todo el sufrimiento que ha habido, hay y habrá en la historia humana. «Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar el mundo –dice Jesús a Nicodemo–, sino para que el mundo se salve por medio de él» (Jn 3,17). La cruz es la proclamación viva de que la victoria final no es de quien triunfa sobre los demás, sino de quien triunfa sobre sí mismo; no de quien hace sufrir, sino de quien sufre.
«Dum volvitur orbis», mientras que el mundo realiza sus evoluciones. La historia humana conoce muchos tránsitos de una era a otra: se habla de la edad de piedra, del bronce, hierro, de la edad imperial, de la era atómica, de la era electrónica. Pero hoy hay algo nuevo. La idea de transición no basta ya para describir la realidad en curso. A la idea de mutación se debe agregar la de aplastamiento.
Vivimos, se ha escrito, en una sociedad «líquida»; ya no hay puntos firmes, valores indiscutibles, ningún escollo en el mar, a los que aferrarnos, o contra los cuales incluso chocar. Todo es fluctuante. Se ha realizado la peor de las hipótesis que el filósofo había previsto como efecto de la muerte de Dios, la que el advenimiento del super-hombre debería haber evitado, pero que no ha impedido: «Qué hicimos para disolver esta tierra de la cadena de su sol? ¿Dónde se mueve ahora? ¿Dónde nos movemos nosotros? ¿Fuera de todos los soles? ¿No es el nuestro un eterno precipitar? ¿Hacia atrás, de lado, hacia adelante, por todos los lados? ¿Existe todavía un alto y un bajo? ¿No estamos acaso vagando como a través de una nada infinita. (F. NIETZSCHE, La gaya ciencia, aforismo 125 (Edaf, Madrid 2002).
Se dijo que «matar a Dios es el más horrendo de los suicidios», y es lo que estamos viendo. No es verdad que «donde nace Dios, muere el hombre» (J.-P. SARTRE); es verdad lo contrario: donde muere Dios, muere el hombre.
Un pintor surrealista de la segunda mitad del siglo pasado (Salvador Dalí) pintó un crucificado que parece una profecía de esta situación. Una cruz inmensa, cósmica, con un Cristo encima, igualmente monumental, visto desde arriba, con la cabeza reclinada hacia abajo. Sin embargo, debajo de él no existe la tierra firme, sino el agua. El crucifijo no está suspendido entre cielo y tierra, sino entre el cielo y el elemento líquido del mundo. Esta imagen trágica (hay también como trasfondo, una nube que podría aludir a la nube atómica), contiene, sin embargo, una certeza consoladora: ¡Hay esperanza incluso para una sociedad líquida como la nuestra!
Hay esperanza, porque encima de ella «está la cruz de Cristo». Es lo que la liturgia del Viernes Santo nos hace repetir cada año con las palabras del poeta Venancio Fortunato: «O crux, ave spes única», Salve, oh cruz, esperanza única del mundo. Sí, Dios ha muerto, ha muerto en su Hijo Jesucristo; pero no ha permanecido en la tumba, ha resucitado.
«¡Vosotros lo crucificasteis –grita Pedro a la multitud el día de Pentecostés–, pero Dios lo ha resucitado!» (Hch 2,23-24). Él es quien «había muerto, pero ahora vive por los siglos» (Ap 1,18). La cruz no «está» inmóvil en medio de los vaivenes del mundo como recuerdo de un acontecimiento pasado, o un puro símbolo; está en él como una realidad en curso, viva y operante.
Sin embargo, confundiríamos esta liturgia de la pasión, si nos detuviéramos, como los sociólogos, en el análisis de la sociedad en que vivimos. Cristo no ha venido a explicar las cosas, sino a cambiar a las personas. El corazón de tinieblas no es solamente el de algún malvado escondido en el fondo de la jungla, y tampoco el de la nación y el de la sociedad que lo ha producido. En distinta medida está dentro de cada uno de nosotros.
La Biblia lo llama el corazón de piedra: «Arrancaré de ellos el corazón de piedra –dice Dios en el profeta Ezequiel– y les daré un corazón de carne» (Ez 36,26). Corazón de piedra es el corazón cerrado a la voluntad de Dios y al sufrimiento de los hermanos, el corazón de quien acumula sumas ilimitadas de dinero y queda indiferente ante la desesperación de quien no tiene un vaso de agua para dar al propio hijo; es también el corazón de quien se deja dominar completamente por la pasión impura, dispuesto a matar por ella, o a llevar una doble vida.
Para no quedarnos con la mirada siempre dirigida hacia el exterior, hacia los demás, digamos, más concretamente: es nuestro corazón de ministros de Dios y de cristianos practicantes si vivimos todavía fundamentalmente «para nosotros mismos» y no «para el Señor».
Está escrito que en el momento de la muerte de Cristo «el velo del templo se rasgó en
dos, de arriba a abajo, la tierra tembló, las rocas se rompieron, los sepulcros se abrieron y muchos cuerpos de santos muertos resucitaron» (Mt 27,51s). De estos signos se da, normalmente, una explicación apocalíptica, como de un lenguaje simbólico necesario para describir el acontecimiento escatológico. Pero también tienen un significado parenético: indican lo que debe suceder en el corazón de quien lee y medita la Pasión de Cristo.
En una liturgia como la presente, san León Magno decía a los fieles: «Tiemble la naturaleza humana ante el suplicio del Redentor, rómpanse las rocas de los corazones infieles y salgan los que estaban cerrados en los sepulcros de su mortalidad, levantando la piedra que gravaba sobre ellos» (SAN LEÓN MAGNO, Sermo 66, 3: PL 54, 366).
El corazón de carne, prometido por Dios en los profetas, está ya presente en el mundo: es el Corazón de Cristo traspasado en la cruz, lo que veneramos como «el Sagrado Corazón». Al recibir la Eucaristía, creemos firmemente que ese corazón viene a latir también dentro de nosotros. Al mirar dentro de poco la cruz digamos desde lo profundo del corazón, como el publicano en el templo: «¡Oh, Dios, ten piedad de mí, pecador!, y también nosotros, como él, volveremos a casa «justificados» (Lc 18,13-14), con Dios y si necesario con nuestra cruz

 

14/04/2017-08:05
Sergio Mora

Texto completo del Via Crucis 2017 presidido por el papa Francisco en el Coliseo

(ZENIT – Roma, Abril 2017).- El Papa Francisco encargó la preparación de las meditaciones del Vía Crucis del Viernes Santo de este año 2017 a la biblista francesa Anne-Marie Pelletier.
A continuación publicamos el texto completo de las meditaciones que se usarán en el Vía Crucis que preside el Santo Padre en el Coliseo.

Introducción
La hora ha llegado. El caminar de Jesús por los caminos polvorientos de Galilea y Judea al encuentro de los que sufren en su cuerpo y en su corazón, empujado por la urgencia de anunciar el Reino, ese caminar suyo termina hoy, aquí. En la colina del Gólgota. Hoy la cruz cierra el camino. Jesús no irá más allá. Imposible andar más allá.
El amor de Dios alcanza aquí su medida más alta, sin medida. Hoy, el amor del Padre, que quiere que todos los hombres se salven a través del Hijo, llega hasta el extremo, allí donde nosotros no tenemos ya palabras, donde estamos desorientados, donde la grandeza del plan de Dios supera nuestra religiosidad.
En el Gólgota, en efecto, aunque parezca lo contrario, se trata de vida. Y de gracia. Y de paz. Se trata, no del reino del mal que conocemos demasiado bien, sino de la victoria del amor.
Y precisamente bajo esa cruz, se trata de nuestro mundo, con todas sus caídas y dolores, sus demandas y sus rebeliones, todo lo que hoy clama a Dios desde las tierras de miseria o de guerra, en las familias desgarradas, en las cárceles, en las embarcaciones sobrecargadas de emigrantes...
Tantas lágrimas, tanta miseria en el cáliz que el Hijo bebe por nosotros. Tantas lágrimas, tanta miseria, que no se han de perder en el océano del tiempo, sino que él las recoge para transfigurarlas con el misterio de un amor que devora el mal.
El Gólgota tiene que ver con la fidelidad indestructible de Dios a la humanidad. Lo que allí se cumple es un nacimiento. Debemos tener el valor de decir que la alegría del Evangelio es la verdad de ese momento.
Si no llegamos a entender esa verdad, entonces quedaremos atrapados en las redes del sufrimiento y de la muerte. Y la Pasión de Cristo no dará fruto en nosotros.
Oración
Señor, nuestros ojos no tienen luz. Y, ¿cómo acompañarte hasta tan lejos?
«Misericordia» es tu nombre. Pero este nombre es una locura.
Que se rompan los odres viejos de nuestros corazones.
Sana nuestros ojos para que se llenen de luz con la buena noticia del Evangelio, cuando
estemos al pie de la Cruz de tu Hijo.
Y así celebraremos «lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo» (Ef 3,18) del amor de
Cristo, con el corazón consolado e iluminado.

Primera Estación: Jesús es condenado a muerte
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
Cuando se hizo de día, se reunieron los ancianos del pueblo, con los jefes de los
sacerdotes y los escribas; lo condujeron ante su Sanedrín (22,66).
Lectura del santo Evangelio según san Marcos
Y todos lo declararon reo de muerte. Algunos se pusieron a escupirlo y, tapándole la
cara, lo abofeteaban y le decían: «Profetiza». Y los criados le daban bofetadas (14,64-
65).
Meditación
No tuvieron que discutir mucho los miembros del Sanedrín para pronunciarse. Desde
hacía ya mucho tiempo la causa estaba decidida. Jesús debe morir.
Así pensaban ya aquellos que querían despeñarlo desde lo alto de la colina, aquel día en que, en la sinagoga de Nazaret, Jesús había desenrollado el libro proclamando en primera persona las palabras del libro de Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido, [...] para proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18.19).
Desde que curó al paralítico en la piscina de Betesda, inaugurando el sábado de Dios que libera de toda esclavitud, las murmuraciones homicidas se desataron contra él (cf. Jn 5,1-18).
Y en la última parte del camino, cuando subía hacia Jerusalén para la Pascua, el nudo de la soga se fue estrechando inexorablemente: no escaparía más a sus enemigos (cf. Jn 11,45-57).
Pero hemos de remontarnos más lejos en el recuerdo. Desde Belén, desde el día de su nacimiento, Herodes había decretado su muerte. La espada de los esbirros del rey usurpador exterminó a los niños de Belén. En aquella ocasión, Jesús escapó a su furia. Pero sólo por un poco de tiempo. Él ya no era más que una vida en suspenso. En el llanto de Raquel por sus hijos, que ya no están, resuena, sollozando, la profecía del dolor que Simeón anunciará a María (cf. Mt 2,16-18; Lc 2,34-35).
Oración
Señor Jesús, Hijo predilecto, que viniste a visitarnos caminando entre nosotros y haciendo el bien, devolviendo a la vida a los que habitaban en sombras de muerte, tú conoces nuestros corazones retorcidos.
Nosotros decimos que amamos el bien y queremos la vida. Pero somos pecadores y cómplices de la muerte.
Nos proclamamos discípulos tuyos, pero emprendemos caminos que se pierden lejos de tus designios, lejos de tu justicia y de tu misericordia.
No nos abandones a nuestra violencia. Que tu paciencia con nosotros no se agote. Líbranos del mal.
Pater Noster
«Pueblo mío, ¿qué te he hecho?, ¿en qué te he molestado? ¡Respóndeme!»

Segunda Estación: Jesús es negado por Pedro
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
Y pasada cosa de una hora, otro insistía diciendo: «Sin duda, este también estaba con él, porque es galileo». Pedro dijo: «Hombre, no sé de qué me hablas». Y enseguida, estando todavía él hablando, cantó un gallo. El Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra que el Señor le había dicho: «Antes de que cante hoy el gallo, me negarás tres veces». Y, saliendo afuera, lloró amargamente (22,59-62).
Meditación
Alrededor de un fuego, en el patio del Sanedrín, Pedro y alguno más buscan calentarse en aquellas frías horas de la noche, atravesada por un febril ir y venir de gente. Dentro, la suerte de Jesús está a punto de decidirse en el cara a cara con sus acusadores. Pedirán su muerte.
Como una marea que sube, la hostilidad va creciendo a su alrededor. Con la misma rapidez con que arde la estopa, el odio crece y se multiplica. Muy pronto una muchedumbre vociferante exigirá a Pilato la gracia para Barrabás y la condena de Jesús. Es difícil declararse amigo de un condenado a muerte sin sentirse estremecido por el miedo. La fidelidad intrépida de Pedro sucumbe ante las palabras recelosas de la sierva, la portera de la casa.
Reconocerse discípulo del rabí galileo sería darle más importancia a la fidelidad a Jesús que a la propia vida. Cuando se exige tener un valor semejante, la verdad no encuentra fácilmente testigos... Los hombres están hechos de tal manera que muchos prefieren la mentira a la verdad; y Pedro pertenece a nuestra humanidad. Traiciona por tres veces. Después se cruza con la mirada de Jesús. Y sus lágrimas caen amargas y sin embargo dulces, como agua que lava la suciedad.
Muy pronto, después de algunos días, cerca de otro fuego, en la orilla del lago, Pedro reconocerá a su Señor resucitado, que le confiará el cuidado de sus ovejas. Pedro aprenderá el perdón sin medida que el Resucitado proclama sobre todas nuestras traiciones. Y empezará a vivir una fidelidad que, desde ese momento, le llevará a aceptar su propia muerte como una ofrenda unida a la de Cristo.
Oración
Señor, Dios nuestro, tú has querido que fuera Pedro, el discípulo renegado y perdonado, el que recibiera el encargo de guiar a tu grey. Graba en nuestros corazones la confianza y la alegría de saber que, contigo, podemos atravesar los precipicios del miedo y la infidelidad.
Haz que, instruidos por Pedro, todos tus discípulos sean testigos de tu mirada sobre nuestras caídas. Que nunca nuestras resistencias y nuestras desesperaciones hagan que la Resurrección de tu Hijo sea en vano.
Pater Noster
Cristo muerto por nuestros pecados,
Cristo resucitado para vida nuestra,
te rogamos, ten piedad de nosotros.

Tercera Estación: Jesús y Pilato
Lectura del santo Evangelio según san Marcos
Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes con los ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, hicieron una reunión. Llevaron atado a Jesús y lo entregaron a Pilato. Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran (15,1.3.15).
Lectura del santo Evangelio según san Mateo
Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos ante la gente, diciendo: «Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!» (27,24).
Lectura del libro del profeta Isaías
Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre
él todos nuestros crímenes (53,6).
Meditación
La Roma de César Augusto, la nación civilizadora, cuyas legiones se proponen la misión de conquistar a los pueblos para llevarles los beneficios de su justo orden.
Roma, presente también en la Pasión de Jesús en la persona de Pilato, el representante del Emperador, el garante del derecho y de la justicia en tierra extranjera.
Y, sin embargo, el mismo Pilato, que afirma no haber encontrado ninguna culpa en Jesús, es el que ratifica su condena a muerte. En el pretorio, donde Jesús es procesado, la verdad resplandece: la justicia de los paganos no es superior a la del Sanedrín de los Judíos.
Verdaderamente este Justo, que extrañamente atrae sobre sí los propósitos homicidas del corazón humano, reconcilia a judíos y paganos. Pero lo lleva a cabo, por ahora, haciendo que los dos sean cómplices en su muerte. Sin embargo, llega la hora, es más, está ya cerca, en que este Justo los reconciliará de otro modo, por medio de la Cruz y de un perdón que alcanzará a todos, judíos y paganos, los curará de sus cobardías y los librará de su violencia.
La única condición para tener parte en este don será confesar la inocencia del único Inocente, el Cordero de Dios inmolado por el pecado del mundo; renunciar a la presunción que murmura dentro de nosotros: «Soy inocente de la sangre de este hombre»; declararse culpables, con la seguridad de que un amor infinito nos envuelve a todos, judíos y paganos, y de que Dios nos llama a todos a ser sus hijos.
Oración
Señor, Dios nuestro, ante Jesús entregado y condenado, no sabemos hacer otra cosa que disculparnos y acusar a los demás. Durante mucho tiempo los cristianos hemos cargado sobre tu pueblo Israel el peso de tu condena a muerte. Durante mucho tiempo hemos ignorado que todos debíamos reconocernos cómplices en el pecado, para poder ser salvados por la sangre de Jesús crucificado.
Concédenos reconocer en tu Hijo al Inocente, el único de toda la historia. Él, que ha aceptado hacerse «pecado en favor nuestro» (cf. 2 Co 5,21), para que por él tú pudieras encontrarnos de nuevo, humanidad recreada en la inocencia con la que nos creaste, y en la que nos haces hijos tuyos.
Pater Noster
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Cuarta estación: Jesús rey de la gloria
Lectura del santo Evangelio según san Marcos
Los soldados se lo llevaron al interior del palacio —al pretorio— y convocaron a toda la
compañía. Lo visten de púrpura, le ponen una corona de espinas, que habían trenzado,
y comenzaron a hacerle el saludo: «¡Salve, rey de los judíos!» (15,16-18).
Lectura del libro del profeta Isaías
Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado (53,2-4).
Meditación
Banalidad del mal. Son innumerables los hombres, las mujeres, incluso los niños violentados, humillados, torturados, asesinados, por todas partes y en todas las épocas de la historia.
Sin refugiarse en su propia condición divina, Jesús se incluye en el terrible cortejo de los sufrimientos que el hombre inflige al hombre. Conoce el abandono de los humillados y de los más marginados.
Pero, ¿de qué nos sirve el sufrimiento de otro inocente más?
Aquel, que es uno como nosotros, es antes de nada el Hijo predilecto del Padre, que con su obediencia cumple toda justicia.
Y, de repente, todos los signos se invierten. Las palabras y los gestos de burla de sus torturadores nos desvelan —oh absoluta paradoja— una insondable verdad, la de la auténtica y única realeza, que se ha manifestado como un amor que no quiere conocer nada más que la voluntad del Padre y su deseo de que todos los hombres se salven. «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, [...]. Entonces yo digo: “Aquí estoy —como está escrito en mi libro— para hacer tu voluntad”» (Sal 40,7-9).
Esta hora del Viernes Santo nos lo proclama: hay una sola gloria en este mundo y en el otro, la de conocer y cumplir la voluntad del Padre. Ninguno de nosotros puede ambicionar una dignidad más alta que la de ser hijo en aquel que se ha hecho obediente por nosotros hasta la muerte en cruz.
Oración
Señor, Dios nuestro, te pedimos que en este día santo en el que se cumple tu designio destruyas nuestros ídolos y los del mundo. Tú que conoces su poder sobre nuestras mentes y nuestros corazones.
Destruye nuestras falsas figuras del éxito y de la gloria.
Destruye las imágenes que siempre resurgen en nosotros de un Dios a medida de nuestros pensamientos, un Dios distante, tan alejado del rostro que se ha revelado en la alianza y que se manifiesta hoy en Jesús, más allá de cualquier previsión, por encima de toda esperanza. Él, que confesamos como el «reflejo de [tu] gloria» (Hb 1,3).
Haz que entremos en el gozo eterno, que nos hace aclamar a Jesús, revestido de
púrpura y coronado de espinas, como el rey de la gloria que canta el salmo: «¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria» (24,9).
Pater Noster
¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey
de la gloria.

Quinta estación: Jesús con la cruz a cuestas
Lectura del libro de las Lamentaciones
Vosotros, los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor como el dolor que me
atormenta, con el que el Señor me afligió el día de su ardiente ira (1,12).
Salmo 146
Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor, su Dios [...]. El Señor liberta a los cautivos, el Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan, [...] el Señor guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda (5.7-8.9).
Meditación
Por el áspero camino del Gólgota, Jesús no ha llevado la cruz como un trofeo. En nada se asemeja a los héroes de nuestra fantasía que triunfantes derriban a sus malvados enemigos.
Camina paso a paso, el cuerpo siempre más pesado y más lento. Siente su carne destrozada por el leño del suplicio, las piernas debilitadas bajo la carga.
De generación en generación, la Iglesia ha meditado sobre esta vía llena de tropiezos y caídas.
Jesús cae, se levanta, vuelve a caer, retoma el agotador camino, probablemente bajo los golpes de los guardias que lo escoltan, porque así es como son tratados, maltratados, los condenados en este mundo.
Él, que levantó a los cuerpos postrados, que enderezó a la mujer encorvada, que arrancó del lecho de la muerte a la hija de Jairo y puso en pie a los afligidos, hoy está ahí, hundido en el polvo.
El Altísimo está en el suelo.
Fijemos la mirada en Jesús. A través de él, el Altísimo nos enseña que es, al mismo tiempo —increíblemente—, el más Humilde, dispuesto a descender hasta nosotros, incluso más abajo si fuera necesario, de modo que ninguno se pierda en los bajos fondos de su propia miseria.
Oración
Señor, Dios nuestro, tú desciendes a la profundidad de nuestra noche, sin poner límites a tu humillación, porque es allí que encuentras la tierra a menudo ingrata, y a veces devastada, de nuestra vida.
Te suplicamos que ayudes a tu Iglesia para que sepa mostrar cómo el Altísimo y el más Humilde son en ti un único rostro. Concédele que lleve la buena noticia del Evangelio a todos los que tropiezan y caen, que no hay caída que pueda apartarnos de tu misericordia; que no hay extravío ni abismo suficientemente profundo en el que no puedas encontrar a quien se ha perdido.
Pater Noster
He aquí que vengo para hacer tu voluntad.

Sexta estación: Jesús y Simón de Cirene
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del
campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús (23,26).
Lectura del santo Evangelio según san Mateo
«Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?» (25,37-39).
Meditación
Jesús tropieza por el camino, la espalda aplastada bajo el peso de la cruz. Pero es necesario continuar, caminar, seguir caminando, porque la meta del pelotón de soldados, que apremia a Jesús, es el Gólgota, el siniestro «lugar de la Calavera», fuera de los muros de la ciudad.
En ese momento, pasa por ahí un hombre, de brazos fuertes. Parece ajeno a lo ocurrido aquel día. Está volviendo a casa, sin saber lo que le ha sucedido al «rabí» Jesús, cuando los guardias le ordenan que lleve la cruz.
¿Qué sabría de aquel condenado que los guardias empujaban al suplicio? ¿Qué conocería de aquel que «no parecía hombre» (52,14), como el siervo desfigurado de Isaías?
Nada se nos dice de su sorpresa, de su posible rechazo inicial, del sentimiento de compasión que lo invadió. El Evangelio sólo ha conservado la memoria de su nombre, Simón, oriundo de Cirene. Pero el Evangelio ha querido hacernos llegar el nombre de este libio y su humilde gesto de ayuda para enseñarnos cómo Simón, aliviando el dolor de un condenado a muerte, ha aliviado el dolor de Jesús, el Hijo de Dios, con el que se cruzó en su camino, en esa condición de esclavo que había asumido por nosotros, por él, por la salvación del mundo. Sin que él lo supiese.
Oración
Señor, Dios nuestro, tú nos revelaste en cada pobre que está desnudo, prisionero, sediento, tú nos visitas y que en él es a ti a quien acogemos, visitamos, vestimos, calmamos la sed: «Fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme» (Mt 25,35-36). Misterio de tu encuentro con nuestra humanidad. Así llegas a cada hombre. Ninguno está excluido de este encuentro, si acepta ser un hombre de compasión.
Como una ofrenda santa, nosotros te presentamos todos los gestos de bondad, de acogida, de dedicación que cada día se realizan en este mundo. Dígnate reconocerlos como la verdad de nuestra humanidad, que habla más fuerte que todos los gestos de rechazo y de odio. Dígnate bendecir a los hombres y a las mujeres de compasión que te dan gloria, aun cuando no saben todavía pronunciar tu nombre.
Pater Noster
Cristo muerto por nuestros pecados, Cristo resucitado para nuestra vida, Te rogamos,
ten piedad de nosotros.

Séptima estación: Jesús y las hijas de Jerusalén
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, [...] porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?» (23,27-28.31).
Meditación
El llanto que Jesús confía a las hijas de Jerusalén como un gesto de compasión, este llanto de las mujeres no falta nunca en este mundo.
Baja silenciosamente por las mejillas de las mujeres. Y, probablemente más a menudo, de forma invisible en su corazón, como las lágrimas de sangre de las que hablaba Catalina de Siena.
No es que las lágrimas correspondan de forma exclusiva a las mujeres, como si su destino en la historia fuese el de llorar, pasiva e impotentemente, mientras que son los hombres los que la escriben.
En efecto, sus llantos son también, y sobre todo, aquellos que ellas recogen lejos de toda mirada y de todo reconocimiento, en un mundo en el que hay mucho que llorar. El llanto de los niños aterrorizados, de los heridos en el campo de batalla que llaman a su madre, el llanto solitario de los enfermos y moribundos en el umbral de lo desconocido. El llanto de perdición que corre por el rostro de este mundo, que fue creado en el primer día por lágrimas de alegría, mientras el hombre y la mujer exultaban de júbilo.
Y también Etty Hillesum, mujer fuerte de Israel que se mantuvo en pie en medio de la tempestad de la persecución nazi, y que defendió hasta el fin la bondad de la vida, nos susurra al oído este secreto, que ella intuye al final de su camino: en el rostro de Dios hay lágrimas que consolar, cuando llora por la miseria de sus hijos. En el infierno que invade el mundo, ella se atreve a orar a Dios: «Voy a tratar de ayudarte», le dice. Qué audacia tan femenina y tan divina.
Oración
Señor, Dios nuestro, Dios de ternura y de piedad, Dios lleno de amor y fidelidad, enséñanos, en los días felices, a no despreciar las lágrimas de los pobres que claman a ti y que nos piden ayuda. Enséñanos a no pasar indiferentes junto a ellos. Enséñanos a tener el valor de llorar con ellos. Enséñanos también, en la noche de nuestros sufrimientos, de nuestras soledades, de nuestras desilusiones, a escuchar la palabra de gracia que tú nos revelaste en el monte: «Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados» (Mt 5,5).
Pater Noster
Cristo muerto por nuestros pecados, Cristo Resucitado para vida nuestra,
te rogamos, ten piedad de nosotros

Octava estación: Jesús es despojado de sus vestiduras
Lectura del santo Evangelio según san Juan
Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, tomaron su ropa, haciendo cuatro partes,
una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de
una pieza de arriba abajo (19,23).
Lectura del libro de Job
«Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él» (1,21).
Meditación
El cuerpo humillado de Jesús queda desnudo. Expuesto a las miradas de burla y desprecio. El cuerpo de Jesús plagado de heridas y destinado al suplicio extremo de la crucifixión. Humanamente, ¿qué otra cosa se puede hacer sino bajar los ojos para no aumentar su vergüenza?
Pero el Espíritu nos ayuda en nuestra confusión. Nos enseña a entender el lenguaje de Dios, el lenguaje de la kenosis, este abajamiento de Dios para llegar hasta donde estamos nosotros. De este lenguaje de Dios nos habla el teólogo ortodoxo Cristos Yanarás: «El lenguaje de la kenosis: Jesús recién nacido, desnudo en el pesebre, desnudo en el río mientras recibe el bautismo como un siervo, colgado en el árbol de la cruz, desnudo, como un malhechor. Por medio de todo esto, él ha manifestado su amor por nosotros».
Adentrándonos en este misterio de gracia, podemos volver a mirar el cuerpo martirizado de Jesús. Entonces comenzamos a descubrir aquello que nuestros ojos no pueden ver: su desnudez resplandece con aquella misma luz que irradiaba su túnica en el momento de la Transfiguración.
Luz que aleja toda tiniebla. Luz irresistible del amor hasta el extremo.
Oración
Señor, Dios nuestro, ponemos ante tus ojos la inmensa multitud de hombres que sufren la tortura, la asombrosa muchedumbre de cuerpos maltratados, temblando de angustia ante la amenaza de los golpes, muriendo en barrios miserables.
Te suplicamos, recoge su gemido. El mal nos deja sin voz e indefensos.
Pero tú sabes hacer lo que nosotros no sabemos. Sabes encontrar una salida en el caos y en la oscuridad del mal. Sabes hacer que la vida de la resurrección brille ya en la pasión de tu Hijo amado. ¡Aumenta nuestra fe!
Te presentamos también la locura de los torturadores y de los que les mandan. También esta nos deja sin palabras... excepto para rezarte e implorarte entre lágrimas con las palabras de la oración que nos enseñaste: «Líbranos del mal».
Pater Noster
Cristo muerto por nuestros pecados, Cristo Resucitado para vida nuestra,
te rogamos, ten piedad de nosotros

Novena estación: Jesús es crucificado
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los
malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos,
porque no saben lo que hacen» (23,33-34).
Lectura del libro del Profeta Isaías
Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron (53,5).
Meditación
En verdad, Dios está donde no debería estar.
El Hijo predilecto, el Santo de Dios, es ese cuerpo expuesto en una cruz de infamia,
abandonado al deshonor, en medio de dos malhechores. Hombre de dolores ante quien se vuelve el rostro; a decir verdad, igual que se hace con tantos seres humanos desfigurados que encontramos por nuestras calles.
El Verbo de Dios, por quien todo fue creado, ya no es más que carne muda y sufriente. La crueldad de nuestra humanidad se ha cebado con él y ha vencido. Sí, Dios está allí donde no debería estar, y sin embargo necesitamos que esté allí.
Vino para compartir con nosotros su vida. «Tomad», dijo sin cesar mientras ofrecía la salud a los enfermos, su perdón a los corazones extraviados, su cuerpo en la cena pascual.
Pero ha caído en nuestras manos, en territorio de muerte y de violencia: la de cada día
en el mundo, que nos deja atónitos; y la que se insinúa dentro de cada uno de nosotros.
Lo sabían bien los monjes asesinados en Tibhirine, los cuales, a la oración «desármalos» añadían la petición «desármanos».
Era necesario que la dulzura de Dios visitase nuestro infierno, era el único modo de librarnos del mal.
Era necesario que Jesucristo trajese la infinita ternura de Dios al corazón del pecado del mundo.
Era necesario esto, para que la muerte, puesta ante la vida de Dios, se retirase y cayese, como un enemigo que encuentra un rival más fuerte que él y se dispersa en la nada.
Oración
Señor, Dios nuestro, acoge nuestra alabanza silenciosa.
Como los reyes que se quedan sin palabras ante la obra del Siervo revelada por el profeta Isaías (cf. 52,15), nos quedamos estupefactos ante el cordero inmolado por nuestra vida y la del mundo, y confesamos que por tus llagas hemos sido curados. «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando el nombre del Señor» (Sal 116,12.17).
Pater Noster
Cristo muerto por nuestros pecados, Cristo Resucitado para vida nuestra,
te rogamos, ten piedad de nosotros.

Décima estación: Jesús en la cruz es humillado
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas, diciendo: «A otros ha
salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido». Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos». Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros» (23,35-39). «Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan». [...] «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: [...] (los ángeles) te sostendrán en sus manos» (4,3.9-11).
Meditación
¿No habría podido Jesús bajarse de la cruz? A duras penas nos atrevemos a hacernos esta pregunta. ¿Acaso el Evangelio no la pone en boca de los impíos?
Y sin embargo, ella nos persigue en la medida en que aún seguimos formando parte del mundo de la tentación a la que Jesús se enfrentó durante los cuarenta días en el desierto, preludio e inicio de su ministerio: «Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan, tírate desde la parte superior del templo, porque Dios cuida del que es su amigo». Pero en la medida en que bautizados en su muerte y resurrección seguimos a Jesucristo en su camino, el desafío del Maligno ya no tiene poder sobre nosotros, se reduce a nada, su mentira queda desenmascarada.
Es entonces cuando se descubre la importancia absoluta de aquel «era necesario» (Lc 24,26), que Jesús enseña con paciencia y ardor a los caminantes de Emaús.
«Era necesario» que Cristo entrara en esta obediencia y en esta impotencia, para llegar hasta nosotros en esa impotencia a la que nos ha llevado nuestra desobediencia. Comenzamos así a comprender que «sólo el Dios que sufre puede salvarnos», como escribió el pastor Dietrich Bonhoeffer unos meses antes de morir asesinado, de tal manera que, experimentando en profundidad el poder del mal, pudo resumir en esta verdad, simple y vertiginosa, la profesión de fe cristiana.
Oración
Señor, Dios nuestro, ¿quién nos librará de las insidias del poder mundano? ¿Quién nos
librará de la tiranía de la mentira, que nos lleva a enaltecer a los poderosos y buscar a la
vez las falsas glorias?
Sólo tú puedes convertir nuestros corazones.
Sólo tú puedes hacernos amar los senderos de la humildad.
Sólo tú..., que nos revelas que la única victoria es la del amor y que todo lo demás no
es más que paja que dispersa el viento, ilusión que desaparece frente a tu verdad.
Te rogamos, Señor, disipa las mentiras que pretenden reinar en nuestros corazones y
en el mundo.
Haznos vivir según tus caminos, para que el mundo reconozca el poder de la Cruz.
Pater Noster
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Undécima estación: Jesús y su Madre
Lectura del santo Evangelio según San Juan
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de
Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al
que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí
tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio (19,25-
27).
Meditación
También María ha llegado al final del camino. Ha llegado aquel día del que hablaba el anciano Simeón. Cuando tomó en sus brazos temblorosos al niño y su acción de gracias continuó con palabras misteriosas, que entrelazaban contemporáneamente drama y esperanza, dolor y salvación.
«Este —había dicho— ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones» (Lc 2,34¬35).
Ya la visita del ángel había hecho resonar en su corazón un anuncio increíble: Dios había escogido su vida para hacer florecer la novedad prometida a Israel, que «ni el ojo vio, ni el oído oyó» (1 Co 2,9; cf. Is 64,3). Y ella aceptó ese proyecto divino que comenzó a transformar su cuerpo y, que más tarde, condujo por caminos impredecibles al hijo nacido de sus entrañas.
En los días ocultos de Nazaret y luego también en el tiempo de la vida pública, cuando llegó la exigencia de hacerle sitio a la otra familia —la de los discípulos, esos desconocidos que Jesús decía que eran sus hermanos, hermanas y madres—, ella conservó todas estas cosas en su corazón, las confió a la gran paciencia de su fe.
Hoy es el tiempo del cumplimiento. La lanza que atraviesa el costado del Hijo traspasa también su corazón. También María se sumerge en la confianza sin apoyo, en la que Jesús vive totalmente su obediencia al Padre.
De pie, ella no huye. Stabat Mater. En la oscuridad, pero convencida, sabe que Dios
cumple sus promesas. En la oscuridad, pero convencida, sabe que Jesús es la promesa y su cumplimiento.
Oración
María, Madre de Dios y mujer de nuestra estirpe, tú que nos engendras maternalmente en aquel que has engendrado, sostén nuestra fe en las horas de oscuridad, enséñanos a esperar contra toda esperanza.
Haz que toda la Iglesia se mantenga en una espera fiel, a imagen de tu fidelidad, humildemente dócil a los proyectos de Dios, que nos llevan hacia donde no pensábamos ir; y que, más allá de toda expectativa, nos asocian a la obra de la salvación.
Pater Noster
Salve, Regina, Mater Misericordiae; vita, dulcedo et spes nostra, salve.

Duodécima estación: Jesús muere en la cruz
Lectura del santo Evangelio según san Juan
[Jesús] dijo: «Tengo sed». Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: «Está cumplido». E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. [...] Pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis (19,28-30.33-35).
Meditación
Ahora todo está cumplido. La misión de Jesús está concluida. Vino desde el Padre para la misión de la misericordia. La cumplió con una fidelidad que lo llevó hasta el extremo del amor. Todo está cumplido. Jesús encomienda su espíritu en las manos de Padre.
Es verdad, aparentemente todo parece hundirse en el silencio de la muerte que desciende sobre el Gólgota y las tres cruces levantadas. En este día de la Pasión, que llega a su fin, quien pasa por ese camino sólo puede ver la derrota de Jesús, el fracaso de una esperanza que había alentado a muchos, consolado a los pobres, levantado a los humillados, que hizo vislumbrar a los discípulos que había llegado el tiempo en que Dios cumpliría las promesas anunciadas por los profetas. Todo eso parecía perdido, destruido, derrumbado.
Sin embargo, en medio de tanta decepción, el evangelista Juan hace que pongamos los ojos en un pequeño detalle, y se detiene en él con solemnidad. Agua y sangre brotan del costado del crucificado. ¡Oh maravilla! La herida abierta por la lanza del soldado hace que salga el agua y la sangre que nos hablan de vida y de nacimiento.
El mensaje es extremadamente discreto, pero muy elocuente para los corazones que tienen un poco de memoria. Del cuerpo de Jesús brota el manantial que el profeta vio salir del templo. El manantial que crece y se convierte en un río caudaloso, cuyas aguas sanan y fecundan todo lo que tocan a su paso. ¿No había Jesús dicho un día que su cuerpo es el nuevo templo? Y la «sangre de la alianza» acompaña el agua. ¿No había Jesús hablado de su carne y su sangre como alimento para la vida eterna?
Oración
Señor Jesús, en estos días santos del misterio pascual renueva en nosotros el gozo de
nuestro bautismo.
Al contemplar el agua y la sangre que brotan de tu costado, enséñanos a reconocer en qué fuente se engendra nuestra vida, de qué caridad está edificada tu Iglesia, para qué esperanza, que compartir con el mundo, tú nos has elegido y enviado.
Aquí está la fuente de vida que lava todo el universo, que brota de la herida de Cristo.
Que nuestro bautismo sea para nosotros la única gloria, con una acción de gracias llena de asombro.
Pater Noster
Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza,
el honor, la gloria y la alabanza por los siglos de los siglos.

Decimotercera estación: Jesús es bajado de la cruz
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
[José de Arimatea], bajándolo de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un
sepulcro excavado en la roca, donde nadie había sido puesto todavía (23,53).
Meditación
Gestos de atención y de honor para el cuerpo profanado y humillado de Jesús. Algunos hombres y mujeres se encuentran al pie de la cruz. José, oriundo de Arimatea, hombre «bueno y justo» (Lc 23,50), que pide el cuerpo a Pilato, como refiere san Lucas; Nicodemo, aquel que fue a encontrar a Jesús de noche, añade san Juan; y algunas mujeres que, tenazmente fieles, observaban. La meditación de la Iglesia ha querido añadir a la Virgen María, que estaba ciertamente también presente en este momento.
María, Madre de piedad, que recibe en sus brazos el cuerpo nacido de su carne y que ha acompañado tiernamente, discretamente durante sus años de vida, como madre que siempre cuida de su hijo. Ahora es un cuerpo inmenso el que ella recoge, a medida de su dolor, a medida de la nueva creación que nace de la pasión del amor que ha atravesado el corazón del hijo y de la madre.
En el gran silencio que se creó después del griterío de los soldados, de las burlas de los que pasaban y del murmullo de la crucifixión, los gestos son ahora de dulzura, una caricia de respeto. José baja el cuerpo que se abandona entre sus brazos. Lo envuelve en una sábana, lo pone dentro de un sepulcro completamente nuevo, que espera a su huésped, en el jardín que está al lado.
Jesús ha sido arrancado de las manos de sus verdugos. Ahora, muerto, se encuentra entre aquellas de la ternura y de la compasión. La violencia de los hombres homicidas ha pasado. La dulzura ha vuelto al lugar del suplicio.
Dulzura de Dios y de los suyos, esos corazones mansos a los que Jesús promete un día que poseerán la tierra. Dulzura originaria de la creación y del hombre a imagen de Dios. Dulzura del final, cuando toda lágrima será enjugada, cuando el lobo habitará con el cordero, porque está lleno el país del conocimiento del Señor (cf. Is 11, 6.9).
Canto a María
Oh María, no llores más: tu hijo, nuestro Señor, duerme en paz. Y su Padre, en la gloria,
abre las puertas de la vida.
Oh María, alégrate: Jesús resucitado venció a la muerte.
Pater Noster
En paz me acuesto y enseguida me duermo; me despierto y Tú me sostienes.

Decimocuarta estación: Jesús en el sepulcro y las mujeres
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea lo siguieron, y vieron el sepulcro
y cómo había sido colocado su cuerpo. Al regresar, prepararon aromas y mirra. Y el
sábado descansaron de acuerdo con el precepto (23,55-56).
Meditación
Las mujeres se han marchado. Ya no está el que habían acompañado, caminando premurosas e incansables por los caminos de Galilea. En esta tarde, les deja únicamente por compañía el recuerdo de la visión del sepulcro y de la sábana donde ahora reposa. Pobre y precioso recuerdo de los intensos días pasados. Soledad y silencio. Por otra parte, se acerca el shabbat, que invita a Israel a concluir el trabajo, como también hizo Dios cuando completó la creación, llevándola a plenitud con su bendición.
Hoy se trata de otra plenitud; por ahora escondida e impenetrable.
Un Shabbat para quedarse hoy quietos con el corazón recogido y la memoria oscurecida por las lágrimas. Para preparar también los perfumes y los aromas con los que ellas mañana, al amanecer, rendirán el último tributo a su cuerpo.
Sin embargo, con este gesto, ¿se preparan solamente a embalsamar su esperanza? ¿Y si Dios hubiera predispuesto una respuesta a su solicitud que ellas no logran ni siquiera prever, imaginar, intuir? El descubrimiento de una tumba vacía..., el anuncio de que él ya no está allí, porque ha destruido las puertas de la muerte...
Oración
Señor, Dios nuestro, dígnate ver y bendecir todos los gestos de las mujeres que honran en este mundo la fragilidad del cuerpo humano, que ellas rodean de dulzura y de honor.
Y a nosotros, que te hemos acompañado en este camino de amor hasta el final, dígnate protegernos, junto a las mujeres del Evangelio, en la oración y en la espera que han sido colmadas con la resurrección de Jesús, y que tu Iglesia se dispone a celebrar en el júbilo de la noche pascual.
Pater Noster
A quien corresponden la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

 

14/04/2017-08:59
Redacción

“El mundo detenga a los señores de la guerra”: entrevista del Papa para ‘La Repubblica’

(ZENIT – Roma, 14 Abr. 2017).- “El mundo debe detener a los señores de la guerra. Porque quien paga las consecuencias generalmente son siempre los últimos, los inermes”. Lo declaró el papa Francisco en una entrevista al diario italiano ‘La Repubblica’, el día antes que la ‘super-bomba’ estadounidense GBU-43 Moab (Massive ordnance air blast), ‘la madre de todas las bombas’ fuera desenganchada en Afganistán.
El Santo Padre pidió más paz para un mundo “sometido a los traficantes de armas que ganan con la sangre de los hombres y mujeres” y vuelve sobre el concepto de ‘guerra mundial en trozos’, que se desarrolla hoy en el ajedrez geopolítico.
Esta se desarrolla –explicó al entrevistador– a través de una espiral de represalias que parecen interminables. De acuerdo al Papa, “la violencia no es el remedio” y responder a la violencia con violencia “conduce a migraciones forzadas y a enormes sufrimientos”, quitando recursos a los más necesitados y llevando incluso “a la muerte, física, espiritual, de muchos si no de todos”.
En la entrevista, Francisco habla también de la visita que realizaba a la cárcel de Paliano, el Jueves Santo. Y recuerda que todos somos pecadores, y puede ser que también prisioneros en la cárcel del individualismo y de la autosuficiencia. Y concluye indicando que “señalar a alguien que se ha equivocado no puede ser un pretexto para esconder las propias contradicciones”.

 

14/04/2017-14:49
Redacción

Colecta para Tierra Santa: la ayuda a la paz desarticula el fundamentalismo, indica el cardenal Sandri

(ZENIT – Roma, 14 Abr. 2017).- El Viernes Santo se realiza en todas las Iglesias del mundo una colecta para Tierra Santa. El cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales explicó que la custodia y el mantenimiento de los Santos Lugares es muy importante, así como el apoyo a las pequeñas comunidades locales.
Los fondos, precisó son destinados a obras educativas, en Palestina e Israel. “Pienso a la Universidad de Belén, donde el 70 por ciento de los estudiantes son de fe musulmana y tienen el mismo tratamiento que los cristianos, a los seminarios donde se forman los futuros sacerdotes, que son motores de la vida pastoral de la Iglesia. Pienso a la asistencia social, sanitaria y a todas las otras obras dirigidas a los cristianos de Tierra Santa”.
Entrevistado en Roma por la agencia de noticias SIR, de la Conferencia Episcopal Italiana, su eminencia indica que “la guerra, las violencias, el terrorismo han empujado a los cristianos a emigrar. La obra de la Iglesia no se realiza solo a través de las relaciones diplomáticas que la Santa Sede tiene con diversos países, a los cuales pide de hacer lo posible por la seguridad y la paz –condiciones primarias para quedarse– pero también con la cercanía espiritual y material”. Y añade que “hoy más que nunca estamos cercanos de las poblaciones de Siria e Irak, llorando a todas las víctimas y no solamente a las de religión cristiana”.
El cardenal argentino indicó también que con estos fondos se realiza la restauración de lugares sagrados, como el Santo Sepulcro, y en breve el lugar de la Natividad de Belén. Si bien precisó: “Como dijo el papa Francisco, tenemos que unir a esta restauración material la espiritual, que es fruto de la conversión personal de la Iglesia”.
Otro punto importante que señaló el prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales son las peregrinaciones, que dan vitalidad a la Iglesia en Tierra Santa. Reconoció entretanto que “la tensión de la Región ha hecho bajar el número de peregrinos porque la pintan como un lugar poco seguro”.
Añadió que el turismo religioso “representa un gran apoyo a los cristianos locales” y que los viajes de Benedicto XVI y del papa Francisco, han dado un fuerte impulso a las peregrinaciones, como lo demuestran tantos peregrinos que viajan allí”.
“Debemos ser operadores de paz concretos y no limitarnos solo a declaraciones”.
Porque, concluyó el purpurado, “apoyar Tierra Santa es llevar una contribución concreta a la paz, dar testimonio que se puede vivir juntos, en seguridad y en paz”.

 

14/04/2017-06:38
Redacción

Programa de la Semana Santa 2017 con el papa Francisco

(ZENIT, 13 abril 2017).- El Papa Francisco celebró la liturgia del Domingo de Ramos, el
pasado 9 de abril. A continuación el programa de estos días de Semana Santa, el Triduo Pascual.
JUEVES SANTO – 13 de abril de 2017 -SANTA MISA DEL CRISMA
9:30 horas, Basílica del Vaticano:
El Santo Padre presidirá la concelebración de la santa misa crismal con los cardenales,
patriarcas, arzobispos, obispos y sacerdotes (diocesanos y religiosos) presentes en
Roma.
El Papa celebrará por la tarde de manera privada, la Misa in Coena Domini (conmemorando la Última Cena), en un instituto de reclusión de Paliano (Provincia de Frosinone y diócesis de Palestrina), con el rito del lavado de los pies a algunos detenidos”.
VIERNES SANTO – 14 de abril de 2017 – CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN DEL
SEÑOR
17 horas, Basílica del Vaticano:
El Santo Padre presidirá la liturgia de la Palabra, la adoración de la Cruz y el rito de la
comunión.
21.15 – VIA CRUCIS – Coliseo
El Santo Padre presidirá el “Vía Crucis”, después del cual hablará a los fieles e impartirá
la bendición apostólica.
VIGILIA PASCUAL – 15 abril 2017 –
– 20.30. Basílica Vaticana:
El Santo Padre bendecirá el fuego nuevo en el atrio de la basílica de San Pedro;
después de la procesión de entrada en la basílica con el cirio pascual y el canto del
Exsultet, presidirá la liturgia de la Palabra, la liturgia bautismal y la eucaristía, que será concelebrada con los cardenales, obispos y sacerdotes que lo deseen, hasta que haya lugares disponibles.
DOMINGO DE PASCUA 16 abril 2017 – EN LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR – – 10 horas, Plaza de San Pedro: SANTA MISA
Al final de la celebración desde el balcón central de la basílica, impartirá la bendición “Urbi et Orbi”.

 

14/04/2017-06:55
Redacción

Programa del Papa en la visita a Bolonia y Cesena – 1º de octubre 2017

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco visitará el próximo 1º de octubre, Cesena y Bolonia en la región italiana de Emilia Romaña, en ocasión de los trescientos años del nacimiento del Papa Pío VI. En Bolonia la visita coincidirá con el Congreso Eucarístico Diocesano.
A continuación el programa del domingo 1º de octubre
Cesena
– llegada del Papa en helicóptero al Hipódromo de Cesena,
– Encuentro con los ciudadanos en la Piazza del Popolo
– Encuentro en la Catedral con los jóvenes, las familias y el clero.
– Salida en helicóptero hacia Bolonia
Bolonia
-Llegada a Bolonia
-Visita al Hub regionale de Via Mattei
-Encuentro en el centro gubernativo de primera acogida a los migrantes
-Oración del ángelus en la Plaza Grande con la participación del mundo del trabajo.
-Almuerzo con los pobres en la Basílica de San Petronio.
– Encuentro con el clero en la Catedral
-Encuentro con el mundo universitario en la Basílica de san Doménico,
-Celebración de la Santa Misa.
-Partida desde Bolonia en helicóptero para regresar al Vaticano.

 

14/04/2017-05:10
Antonio Rivero

Vigila Pascual

Ciclo A

Textos: Gn 1, 1-2,2; Gn 22, 1-18; Ex 14, 15-15,1; Is 54, 5-14; Is 55, 1-11; Bar 3, 9-15.32-4,4; Ez 36, 16-28; Rom 6, 3-11; Mt 28, 1-10

P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México).

Idea principal: De tu Luz a tu Palabra. De tu Palabra al bautismo. Del bautismo a tu Eucaristía. De tu Eucaristía a la misión.
Resumen del mensaje: Durante todo el Sábado Santo nos hemos unido a la Iglesia junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte, sin que se celebrase el Santo Sacrificio de la Misa y permaneciendo el altar desnudo. La liturgia ha querido hacernos sentir, con toda la fuerza, el vacío de la ausencia de Cristo. Día del Gran Silencio. Hoy, la Vigilia Pascual nos inunda con la densa presencia del Señor resucitado, que emerge con toda su fuerza divina y luminosa de las honduras de la muerte para arrastrar tras sí a todos los que han de participar de la verdadera vida, que no puede extinguirse, y que desde la tierra se proyecta a
la eternidad. Cristo Resucitado nos inunda con su Luz y Fuego, ahuyentando la oscuridad de nuestros pecados; se hace Palabra, recordándonos la historia de la salvación; nos invita a lavarnos y purificarnos con el agua que brota de su Costado, renovando nuestro bautismo y nuestro compromiso de vivir como hijos
de la luz; y finalmente nos lleva a la mesa de la Eucaristía donde nos hace participar del banquete de su vida divina y resucitada en nuestra alma. Y así
podremos salir corriendo a anunciar la buena Nueva: “Cristo ha resucitado”.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, Cristo resucitado es Luz que ilumina los rincones de nuestra historia y de nuestra vida personal y nos hace pasar de las tinieblas del pecado y de la muerte a la luz de la gracia y de la vida. Iluminados en y con la luz de Cristo Resucitado, Dios nos habla y nos cuenta las maravillas que hizo desde los orígenes del mundo por todos nosotros, para que escuchando nos llenemos de gratitud y confianza; iluminados con esa luz escucharemos con los oídos del
corazón la Palabra de Dios. Con el agua del bautismo, cuyas promesas hoy renovaremos, nos hace sus hijos, signados con la señal de la cruz y con el óleo perfumado de Dios. Esa fuente bautismal nos recuerda a todos hoy que hemos renacido a una vida nueva y que hemos dejado la vida antigua del pecado, que hemos renunciado a Satanás y a sus engaños y mentiras, y que hemos profesado
nuestra fe en Dios. Ya hijos, nos invita a la mesa para alimentarnos con el Pan de Vida y de Inmortalidad, para que tengamos vida y la tengamos en abundancia.
En segundo lugar, la Resurrección de Cristo nos compromete a ser cristianos que
caminemos en la luz, a ser cristianos que amemos la luz, a ser cristianos que nos dejemos iluminar por la luz de Cristo y transmitamos esa luz a todos los rincones: a nuestra casa, a nuestra oficina, a nuestra facultad. Nos compromete a defender
esa luz en nuestra vida con nuestras palabras y nuestro testimonio. Esa Palabra escuchada es consuelo y medicina de nuestro espíritu, alimento de nuestra alma.
Es una Palabra no sólo para escuchar sino para vivir y transmitir. Seamos
cristianos que llevemos la Palabra de Dios a nuestro alrededor. Leamos esa
Palabra de Dios en familia. Meditémosla en grupos. Llevémosla allá donde nadie llega, mediante el apostolado. Llevemos con orgullo esta vida nueva y libre, marcada con la cruz santificadora y salvadora de Cristo y con el óleo perfumado
de Dios que recibimos el día del bautismo. ¡Cuántos rincones esperan el buen olor de Cristo a quienes debemos llevar con nuestra presencia, con nuestra
palabra, con nuestro testimonio honesto y justo! No nos privemos de este Pan de la Eucaristía: Él da fortaleza, aliento, consuelo. Él da músculos para la lucha contra el pecado. Él da bravura y osadía para predicar la Palabra.
Para reflexionar: ¿estamos dispuestos a vivir la Pascua con esas disposiciones: ser espejos de la Luz de Cristo, ser mensajeros de la Palabra de Dios, ser hombres nuevos que tienen rostro de resucitados y hombres robustos que se alimentan con el Pan de la Eucaristía?
Para rezar: Jesús resucitado, que tu luz me ilumine para comprender la historia de la salvación narrada en tu Palabra. Que el agua del bautismo me purifique de mis pecados para que pueda entrar y participar de la mesa de tu Eucaristía. E iluminado, instruido, purificado y alimentado, me lance a llevar tu mensaje de salvación por todas partes. Amén.

 

14/04/2017-04:13
Isabel Orellana Vilches

San Damián de Molokai (Jozef van Veuster) – 15 de abril

(ZENIT – Madrid).- Ante su vida enmudecen las palabras. Porque este gran apóstol de la caridad, que no abandonó a sus queridos enfermos, murió como ellos dando un testimonio de entrega conmovedor. Vino al mundo en Tremeloo, Bélgica, el 3 de enero de 1840. Tenía manifiesta vocación para ser misionero. En las manualidades infantiles incluía de forma predilecta la construcción de casas que recuerdan a las que ocupan los misioneros en la selva. Su hermana y él abandonaron el hogar paterno con el fin de hacerse ermitaños y vivir en oración. Para gozo de sus padres, la aventura terminó al ser descubiertos por unos campesinos.
Cuando tenía edad suficiente para trabajar, ayudó a paliar la maltrecha economía doméstica empleado en tareas de construcción y albañilería. También sabía cultivar las tierras. Era un campesino, y ese noble rasgo se apreciaba en su forma de actuar y de hablar. Tenía por costumbre realizar la visita al Santísimo y un día, mientras se hallaba en su parroquia, escuchó el sermón de un redentorista que decía: «Los goces de este mundo pasan pronto... Lo que se sufre por Dios permanece para siempre... El alma que se eleva a Dios arrastra en pos de sí a otras almas... Morir por Dios es vivir verdaderamente y hacer vivir a los demás». En 1859 ingresó en la Congregación de Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y de María de Lovaina.
Admiraba a san Francisco Javier y le pedía: «Por favor, alcánzame de Dios la gracia de ser un misionero como tú». La ocasión llegó al enfermar su hermano, el padre Pánfilo, religioso de la misma Orden, que estaba destinado a Hawai. Él iba a sustituirlo. A renglón seguido aquél sanó, favor que el santo agradeció a María en el santuario de Monteagudo. Ese día se despidió de sus padres a los que no volvería a ver. Inició el viaje en 1863. Fue una travesía complicada. Tuvo que hacer de improvisado enfermero asistiendo a los que se indisponían. Entre todos los pasajeros se fijó especialmente en el capitán del barco. Éste reconoció que nunca se había confesado, asegurando que con él habría estado dispuesto a hacerlo. Damián no pudo atenderle porque no era sacerdote, pero años después lo haría en una situación dramática inolvidable.
Fue ordenado en Honolulu. Después, enviado a una pequeña isla de Hawai, su primera morada fue una modesta palmera. Allí construyó una humilde capilla que fue un remanso del cielo. Convirtió a casi todos los protestantes. Comenzó a asistir a los enfermos; les llevaba medicinas y consiguió devolver la salud a muchos. En esa primera misión advirtió la presencia de la lepra, una enfermedad considerada maldita, una de cuyas consecuencias era el destierro. Los enfermos del lugar eran deportados a Molokai donde permanecían completamente abandonados a su suerte. Sus vidas, mientras duraban, también iban carcomiéndose en medio de la podredumbre de las miserias y pecados. Enterado Damián de la existencia de ese gulag en el que yacían desasistidas tantas criaturas, rogó a su obispo monseñor Maigret que le autorizase a convivir con ellos. El prelado, aún estremecido por la petición, se lo permitió. Damián no era un irresponsable. Sabía de sobra a lo que se enfrentaba, y dejó clara la intención que le guiaba: «Sé que voy a un perpetuo destierro, y que tarde o temprano me contagiaré de la lepra. Pero ningún sacrificio es demasiado grande si se hace por Cristo».
Llegó a Molokai en 1873. Le recibió un enjambre de rostros mutilados. El lugar, calificado como un «verdadero infierno», estaba maniatado por desórdenes y vicios diversos, droga para asfixia de su desesperación. Le acogieron con alegría. Con él un rayo de esperanza atravesó de parte a parte la isla. No hubo nada que pudiera hacer, y que dejara al arbitrio. Lo tenía pensado todo. Puso en marcha diversas actividades laborales y lúdicas. Incluso creó una banda de música. Con su presencia desaparecieron los enfermos abandonados. A todos los atendía con paciencia y cariño; les enseñaba reglas de higiene y consiguió que el lugar, dentro de todo, fuese habitable. A la par enviaba cartas pidiendo ayuda económica, que iba llegando junto con alimentos y medicinas. Era sepulturero, carpintero de los ataúdes y fabricante de las cruces que recordaban a los fallecidos. Además, hacía frente a los temporales reconstruyendo las cabañas destruidas. El trato con los enfermos era tan natural que les saludaba dándoles la mano, comía en sus recipientes y fumaba en la pipa que le tendían. Iba llevando a todos a Dios.
Las autoridades le prohibieron salir de la isla y tratar con los pasajeros de los barcos para evitar un contagio. Llevaba años sin confesarse y lo hizo en una lancha manifestando sus faltas a voz en grito al sacerdote que viajaba en el barco contenedor de las provisiones para los leprosos. Fue la única y la última confesión que hizo desde la isla. Un día se percató de que no tenía sensibilidad en los pies. Era el signo de que había contraído la lepra. Escribió al obispo: «Pronto estaré completamente desfigurado. No tengo ninguna duda sobre la naturaleza de mi enfermedad. Estoy sereno y feliz en medio de mi gente». Extrajo su fuerza de la oración y la Eucaristía: «Si yo no encontrase a Jesús en la Eucaristía, mi vida sería insoportable». Ante el crucifijo, rogó: «Señor, por amor a Ti y por la salvación de estos hijos tuyos, acepté esta terrible realidad. La enfermedad me irá carcomiendo el cuerpo, pero me alegra el pensar que cada día en que me encuentre más enfermo en la tierra, estaré más cerca de Ti para el cielo».
Cuando la enfermedad se había extendido prácticamente por todo su cuerpo, llegó un barco al frente del cual iba el capitán que lo condujo a Hawai. Quería confesarse con él. Al final de su vida fue calumniado y criticado por cercanos y lejanos. Él suplicaba: «¡Señor, sufrir aún más por vuestro amor y ser aún más despreciado!». Murió el 15 de abril de 1889. Dejaba a sus enfermos en manos de Marianne Cope. Juan Pablo II lo beatificó el 4 de junio de 1995. Benedicto XVI lo canonizó el 11 de octubre de 2009.