Servicio diario - 04 de junio de 2017


Pentecostés: el Papa exhorta a ser cristianos “de Jesús” (texto completo)
Redacción

Jornada misionera: “La misión en el corazón de la fe cristiana” (texto completo)
Redacción

Ataque a Londres: Que el Espíritu Santo cure las flagelaciones de la guerra y del terrorismo
Raquel Anillo


 

4 junio 2017
Redacción

Pentecostés: el Papa exhorta a ser cristianos “de Jesús” (texto completo)

Homilía de Papa Francisco, Pentecostés 2017

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 4 de mayo 2017). – El Papa Francisco exhorta a ser cristianos “de Jesús” y no de ser “partidarios”…, cristianos “de derechas o de izquierdas”: ni “guardianes inflexibles del pasado” ni “vanguardistas del futuro”, ha deseado durante la celebración de la misa de Pentecostés en la plaza San Pedro, el 4 de junio de 2017. En su homilía, también ha subrayado que el Espíritu Santo “crea la diversidad; en cada época, en efecto hace florecer carismas nuevos y variados”.

“El mismo Espíritu crea la diversidad y la unidad” ha afirmado el Papa advirtiendo contra las dos tentaciones “recurrentes”: “buscar la diversidad sin la unidad” o “buscar la unidad sin la diversidad”.

Los cristianos no deben encerrarse “en los particularismos propios” ni “hacerlo todo junto y todo igual”, ha continuado diciendo que hay que tener “una mirada que abrace y ame, más allá de las preferencias personales… poner fin a las habladurías que siembran la división y a las envidias que emponzoñan, porque ser hombres y mujeres de Iglesia significa ser hombres y mujeres de comunión”.

Para llegar a esta unidad en la diversidad, el Papa ha dado la vía del perdón porque “el Espíritu es el primer don del Resucitado y ha sido dado ante todo para perdonar los pecados. Este es el comienzo de la Iglesia, he aquí el pegamento que nos mantiene unidos, el cemento que une los ladrillos de la casa: el perdón”.

El perdón, dijo, es “el amor más grande, el que mantiene unido a pesar de todo, que impide el desmoronamiento, que fortalece y consolida.” “Sin perdón la Iglesia no se edifica”, ha asegurado, alentando a “rechazar otros caminos: el del apresurado que juzga, a aquel sin salida de aquel que cierra todas las puertas, aquel del sentido único de aquél que critica a los otros. El Espíritu nos exhorta, a lo contrario, a recorrer el camino del doble sentido del perdón recibido y dado.”

AK/RA

Homilía de Papa Francisco, Pentecostés 2017

Hoy concluye el tiempo de Pascua, cincuenta días que, desde la Resurrección de Jesús hasta Pentecostés, están marcados de una manera especial por la presencia del Espíritu Santo. Él es, en efecto, el Don pascual por excelencia. Es el Espíritu creador, que crea siempre cosas nuevas. En las lecturas de hoy se nos muestran dos novedades: en la primera lectura, el Espíritu hace que los discípulos sean un pueblo nuevo; en el Evangelio, crea en los discípulos un corazón nuevo.

Un pueblo nuevo. En el día de Pentecostés el Espíritu bajó del cielo en forma de «lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas» (Hch 2, 3-4). La Palabra de Dios describe así la acción del Espíritu, que primero se posa sobre cada uno y luego pone a todos en comunicación. A cada uno da un don y a todos reúne en unidad. En otras palabras, el mismo Espíritu crea la diversidad y la unidad y de esta manera plasma un pueblo nuevo, variado y unido: la Iglesia universal. En primer lugar, con imaginación e imprevisibilidad, crea la diversidad; en todas las épocas en efecto hace que florezcan carismas nuevos y variados. A continuación, el mismo Espíritu realiza la unidad: junta, reúne, recompone la armonía: «Reduce por sí mismo a la unidad a quienes son distintos entre sí» (Cirilo de Alejandría, Comentario al Evangelio de Juan, XI, 11). De tal manera que se dé la unidad verdadera, aquella según Dios, que no es uniformidad, sino unidad en la diferencia.

Para que se realice esto es bueno que nos ayudemos a evitar dos tentaciones frecuentes. La primera es buscar la diversidad sin unidad. Esto ocurre cuando buscamos destacarnos, cuando formamos bandos y partidos, cuando nos endurecemos en nuestros planteamientos excluyentes, cuando nos encerramos en nuestros particularismos, quizás considerándonos mejores o aquellos que siempre tienen razón. Son los así llamados «custodios de la verdad». Entonces se escoge la parte, no el todo, el pertenecer a esto o a aquello antes que a la Iglesia; nos convertimos en unos «seguidores» partidistas en lugar de hermanos y hermanas en el mismo Espíritu; cristianos de «derechas o de izquierdas» antes que de Jesús; guardianes inflexibles del pasado o vanguardistas del futuro antes que hijos humildes y agradecidos de la Iglesia. Así se produce una diversidad sin unidad. En cambio, la tentación contraria es la de buscar la unidad sin diversidad. Sin embargo, de esta manera la unidad se convierte en uniformidad, en la obligación de hacer todo juntos y todo igual, pensando todos de la misma manera. Así la unidad acaba siendo una homologación donde ya no hay libertad. Pero dice san Pablo, «donde está el Espíritu del Señor, hay libertad» (2 Co 3,17).

Nuestra oración al Espíritu Santo consiste entonces en pedir la gracia de aceptar su unidad, una mirada que abraza y ama, más allá de las preferencias personales, a su Iglesia, nuestra Iglesia; de trabajar por la unidad entre todos, de desterrar las murmuraciones que siembran cizaña y las envidias que envenenan, porque ser hombres y mujeres de la Iglesia significa ser hombres y mujeres de comunión; significa también pedir un corazón que sienta la Iglesia, madre nuestra y casa nuestra: la casa acogedora y abierta, en la que se comparte la alegría multiforme del Espíritu Santo.

Y llegamos entonces a la segunda novedad: un corazón nuevo. Jesús Resucitado, en la primera vez que se aparece a los suyos, dice: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados» (Jn 20, 22-23). Jesús no los condena, a pesar de que lo habían abandonado y negado durante la Pasión, sino que les da el Espíritu de perdón. El Espíritu es el primer don del Resucitado y se da en primer lugar para perdonar los pecados. Este es el comienzo de la Iglesia, este es el aglutinante que nos mantiene unidos, el cemento que une los ladrillos de la casa: el perdón. Porque el perdón es el don por excelencia, es el amor más grande, el que mantiene unidos a pesar de todo, que evita el colapso, que refuerza y fortalece. El perdón libera el corazón y le permite recomenzar: el perdón da esperanza, sin perdón no se construye la Iglesia.

El Espíritu de perdón, que conduce todo a la armonía, nos empuja a rechazar otras vías: esas precipitadas de quien juzga, las que no tienen salida propia del que cierra todas las puertas, las de sentido único de quien critica a los demás. El Espíritu en cambio nos insta a recorrer la vía de doble sentido del perdón ofrecido y del perdón recibido, de la misericordia divina que se hace amor al prójimo, de la caridad que «ha de ser en todo momento lo que nos induzca a obrar o a dejar de obrar, a cambiar las cosas o a dejarlas como están» (Isaac de Stella, Sermón 31). Pidamos la gracia de que, renovándonos con el perdón y corrigiéndonos, hagamos que el rostro de nuestra Madre la Iglesia sea cada vez más hermoso: sólo entonces podremos corregir a los demás en la caridad.

Pidámoslo al Espíritu Santo, fuego de amor que arde en la Iglesia y en nosotros, aunque a menudo lo cubrimos con las cenizas de nuestros pecados: «Ven Espíritu de Dios, Señor que estás en mi corazón y en el corazón de la Iglesia, tú que conduces a la Iglesia, moldeándola en la diversidad. Para vivir, te necesitamos como el agua: desciende una vez más sobre nosotros y enséñanos la unidad, renueva nuestros corazones y enséñanos a amar como tú nos amas, a perdonar como tú nos perdonas. Amén».

[Texto original: Italiano]

© Libreria Editrice Vaticana

 

04/06/2017-10:00
Redacción

Jornada misionera: “La misión en el corazón de la fe cristiana” (texto completo)

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 4 de mayo 2017). – “La misión en el corazón de la fe cristiana” es el tema del mensaje del Papa Francisco para la 91ª jornada misionera mundial, que se celebrará el 22 de octubre de 2017. En el texto publicado el 4 de junio, en la fiesta de pentecostés, el Papa subraya que “la Iglesia es misionera por naturaleza”.
“Si no es el caso, añade, no será más la Iglesia de Cristo sino una asociación entre tantas otras que, rápidamente, terminará por acabarse su meta es desaparecer”.
El Papa invita a cuestionarse “en lo tocante a nuestra identidad cristiana y a nuestras responsabilidades como, creyentes en un mundo confuso por tantas ilusiones, herido por tantas frustraciones y desgarrado por numerosas guerras fratricidas que afectan de forma injusta sobre todo a los inocentes. ¿cuál es el fundamento de la misión? ¿Cuál es el corazón de la misión? ¿Cuáles son las actitudes vitales de la misión?
La misión de la Iglesia, explica, no es “la difusión de una ideología religiosa ni la proposición de una ética sublime”: “es Jesucristo que continúa actuando y
evangelizando”. En efecto. “el Evangelio es una Persona, que se ofrece continuamente”.
“El mundo tiene necesidad esencialmente del evangelio de Jesucristo” insiste el Papa Francisco. Subraya el papel particular de los jóvenes que “representan la esperanza de la misión”.

AK/RA

La misión en el corazón de la fe cristiana

Queridos hermanos y hermanas:
Este año la Jornada Mundial de las Misiones nos vuelve a convocar entorno a la persona de Jesús, «el primero y el más grande evangelizador» (Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi , 7), que nos llama continuamente a anunciar el Evangelio del amor de Dios Padre con la fuerza del Espíritu Santo. Esta Jornada nos invita a reflexionar de nuevo sobre
la misión en el corazón de la fe cristiana. De hecho, la Iglesia es misionera por
naturaleza; si no lo fuera, no sería la Iglesia de Cristo, sino que sería sólo una asociación entre muchas otras, que terminaría rápidamente agotando su propósito y
desapareciendo. Por ello, se nos invita a hacernos algunas preguntas que tocan nuestra
identidad cristiana y nuestras responsabilidades como creyentes, en un mundo confundido por tantas ilusiones, herido por grandes frustraciones y desgarrado por
numerosas guerras fratricidas, que afectan de forma injusta sobre todo a los inocentes.
¿Cuál es el fundamento de la misión? ¿Cuál es el corazón de la misión? ¿Cuáles son las actitudes vitales de la misión?
La misión y el poder transformador del Evangelio de Cristo, Camino, Verdad y Vida
1. La misión de la Iglesia, destinada a todas las personas de buena voluntad, está fundada sobre la fuerza transformadora del Evangelio. El Evangelio es la Buena Nueva que trae consigo una alegría contagiosa, porque contiene y ofrece una vida nueva: la de Cristo resucitado, el cual, comunicando su Espíritu dador de vida, se convierte en Camino, Verdad y Vida por nosotros (cf. Jn 14,6). Es Camino que nos invita a seguirlo con confianza y valor. Al seguir a Jesús como nuestro Camino, experimentamos la Verdad y recibimos su Vida, que es la plena comunión con Dios Padre en la fuerza del Espíritu Santo, que nos libera de toda forma de egoísmo y es fuente de creatividad en el amor.
2. Dios Padre desea esta transformación existencial de sus hijos e hijas; transformación que se expresa como culto en espíritu y en verdad (cf. Jn 4,23-24), en una vida animada por el Espíritu Santo en la imitación del Hijo Jesús, para gloria de Dios Padre. «La gloria de Dios es el hombre viviente» (Ireneo, Adversus haereses IV, 20,7). De este modo, el anuncio del Evangelio se convierte en palabra viva y eficaz que realiza lo que proclama (cf. Is 55,10¬11), es decir Jesucristo, el cual continuamente se hace carne en cada situación humana (cf. Jn 1,14).
La misión y el kairos de Cristo
3. La misión de la Iglesia no es la propagación de una ideología religiosa, ni tampoco la propuesta de una ética sublime. Muchos movimientos del mundo saben proponer grandes ideales o expresiones éticas sublimes. A través de la misión de la Iglesia, Jesucristo sigue evangelizando y actuando; por eso, ella representa el kairos, el tiempo propicio de la salvación en la historia. A través del anuncio del Evangelio, Jesús se convierte de nuevo en contemporáneo nuestro, de modo que quienes lo acogen con fe y amor experimentan la fuerza transformadora de su Espíritu de Resucitado que fecunda lo humano y la creación, como la lluvia lo hace con la tierra. «Su resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 276).
4. Recordemos siempre que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Benedicto XVI, Carta enc. Deus caritas est, 1). El Evangelio es una persona, que continuamente se ofrece y continuamente invita a los que la reciben con fe humilde y laboriosa a compartir su vida mediante la participación efectiva en su misterio pascual de muerte y resurrección. El Evangelio se convierte así, por medio del Bautismo, en fuente de vida nueva, libre del dominio del pecado, iluminada y transformada por el Espíritu Santo; por medio de la Confirmación, se hace unción fortalecedora que, gracias al mismo Espíritu, indica caminos y estrategias nuevas de testimonio y de proximidad; y por medio de la Eucaristía se convierte en el alimento del hombre nuevo, «medicina de inmortalidad» (Ignacio de Antioquía, Epístola ad Ephesios, 20,2).
5. El mundo necesita el Evangelio de Jesucristo como algo esencial. Él, a través de la Iglesia, continúa su misión de Buen Samaritano, curando las heridas sangrantes de la humanidad, y de Buen Pastor, buscando sin descanso a quienes se han perdido por caminos tortuosos y sin una meta. Gracias a Dios no faltan experiencias significativas que dan testimonio de la fuerza transformadora del Evangelio. Pienso en el gesto de aquel estudiante Dinka que, a costa de su propia vida, protegió a un estudiante de la tribu Nuer que iba a ser asesinado. Pienso en aquella celebración eucarística en Kitgum, en el norte de Uganda, por aquel entonces, ensangrentada por la ferocidad de un grupo de rebeldes, cuando un misionero hizo repetir al pueblo las palabras de Jesús en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», como expresión del grito desesperado de los hermanos y hermanas del Señor crucificado. Esa celebración fue para la gente una fuente de gran consuelo y valor. Y podemos pensar en muchos, numerosísimos testimonios de cómo el Evangelio ayuda a superar la cerrazón, los conflictos, el racismo, el tribalismo, promoviendo en todas partes y entre todos la reconciliación, la fraternidad y el saber compartir.
La misión inspira una espiritualidad de éxodo continuo, peregrinación y exilio
6. La misión de la Iglesia está animada por una espiritualidad de éxodo continuo. Se trata de «salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 20). La misión de la Iglesia estimula una actitud de continua peregrinación a través de los diversos desiertos de la vida, a través de las diferentes experiencias de hambre y sed, de verdad y de justicia. La misión de la Iglesia propone una experiencia de continuo exilio, para hacer sentir al hombre, sediento de infinito, su condición de exiliado en camino hacia la patria final, entre el «ya» y el «todavía no» del Reino de los Cielos.
7. La misión dice a la Iglesia que ella no es un fin en sí misma, sino que es un humilde instrumento y mediación del Reino. Una Iglesia autorreferencial, que se complace en éxitos terrenos, no es la Iglesia de Cristo, no es su cuerpo crucificado y glorioso. Es por eso que debemos preferir «una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades» ( ibíd., 49).
Los jóvenes, esperanza de la misión
8. Los jóvenes son la esperanza de la misión. La persona de Jesús y la Buena Nueva proclamada por él siguen fascinando a muchos jóvenes. Ellos buscan caminos en los que poner en práctica el valor y los impulsos del corazón al servicio de la humanidad. «Son muchos los jóvenes que se solidarizan ante los males del mundo y se embarcan en diversas formas de militancia y voluntariado [...]. ¡Qué bueno es que los jóvenes sean “callejeros de la fe”, felices de llevar a Jesucristo a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra!» ( ibíd., 106). La próxima Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que tendrá lugar en el año 2018 sobre el tema «los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional», se presenta como una oportunidad providencial para involucrar a los jóvenes en la responsabilidad misionera, que necesita de su rica imaginación y creatividad.
El servicio de las Obras Misionales Pontificias
9. Las Obras Misionales Pontificias son un instrumento precioso para suscitar en cada comunidad cristiana el deseo de salir de sus propias fronteras y sus seguridades, y remar mar adentro para anunciar el Evangelio a todos. A través de una profunda espiritualidad misionera, que hay que vivir a diario, de un compromiso constante de formación y animación misionera, muchachos, jóvenes, adultos, familias, sacerdotes, religiosos y obispos se involucran para que crezca en cada uno un corazón misionero. La Jornada Mundial de las Misiones, promovida por la Obra de la Propagación de la Fe, es una ocasión favorable para que el corazón misionero de las comunidades cristianas participe, a través de la oración, del testimonio de vida y de la comunión de bienes, en la respuesta a las graves y vastas necesidades de la evangelización.
Hacer misión con María, Madre de la evangelización
10. Queridos hermanos y hermanas, hagamos misión inspirándonos en María, Madre de la evangelización. Ella, movida por el Espíritu, recibió la Palabra de vida en lo más profundo de su fe humilde. Que la Virgen nos ayude a decir nuestro «sí» en la urgencia de hacer resonar la Buena Nueva de Jesús en nuestro tiempo; que nos obtenga un nuevo celo de resucitados para llevar a todos el Evangelio de la vida que vence a la muerte; que interceda por nosotros para que podamos adquirir la santa audacia de buscar nuevos caminos para que llegue a todos el don de la salvación.
Vaticano, 4 de junio de 2017
Solemnidad de Pentecostés

FRANCISCUS

[Texto original: Español]

© Libreria Editrice Vaticana

 

04/06/2017-16:22
Raquel Anillo

Ataque a Londres: Que el Espíritu Santo cure las flagelaciones de la guerra y del terrorismo

(ZENIT – Ciudad del Vaticano 4 de mayo 2017). – El Papa Francisco invoca el Espíritu Santo para que “cure las flagelaciones de la guerra y del terrorismo”, orando por las víctimas del nuevo atentado perpetrado en Londres (Reino Unido) en la noche del 3 al 4 junio de 2017.
Introduciendo la oración mariana del Regina Coeli, al término de la misa de Pentecostés en la plaza San Pedro, el 4 de junio, el Papa ha evocado el ataque de tres hombres en la camioneta y con un cuchillo, en el centro de la capital británica – barrio del London Bridge – donde ha habido 7 muertos y 48 heridos.
El Papa Francisco también ha saludado a los participantes del jubileo de la Renovación carismática católica, reunidos en Roma para celebrar el 50º aniversario de la fundación del movimiento “lo mismo que a los hermanos y hermanas de otras confesiones cristianas que se unían a nuestra oración”.
Y el Papa ha presentado su mensaje para la Jornada misionera mundial 2017.

AK

Palabras del Papa antes del Regina Coeli

Queridos hermanos y hermanas,
Hoy, fiesta de Pentecostés, ha sido publicado mi mensaje para la próxima Jornada misionera mundial, que se celebra cada año en el mes de octubre. El tema es: la misión en el corazón de la fe cristiana. Que el Espíritu Santo sostenga la misión de la Iglesia en el mundo entero y de fuerza a todos los misioneros del Evangelio. Que el Espíritu de la paz al mundo entero; que cure las flagelaciones de la guerra y del terrorismo, que esta noche todavía, en Londres, ha golpeado a civiles inocentes: oremos por las víctimas y sus familias.
Os saludo a todos, peregrinos provenientes de Italia y de numerosas partes del mundo, que habéis participado en esta celebración. En particular a los grupos de la Renovación carismática católica, que celebra el 50º aniversario de su fundación, y también a los hermanos y hermanas de otras confesiones cristianas que se unen a nuestra oración. Saludo a las Hijas de María Auxiliadora de los países latinoamericanos.
Saludo y doy gracias al coro y a la orquesta de los niños de Carpi, que han interpretado algunos cantos durante esta Santa Misa, en colaboración con la Capilla Sixtina.
Invoquemos ahora la intercesión materna de la Virgen María. Que ella nos obtenga la gracia de ser fuertemente animados del Espíritu Santo, para dar testimonio de Cristo con la franqueza evángelica.

© Traducción de ZENIT, Raquel Anillo