Servicio diario - 18 de junio de 2017


Miles participan en el Corpus Domini en Roma, por primera vez realizado un domingo
Sergio Mora

Misa del Corpus en Roma: “Agradezcamos al Señor por este don supremo”
Redacción

El Papa en el ángelus: “Hoy más que nunca, cerca de los refugiados”
Redacción

Texto completo del Papa en el ángelus del domingo 18 de junio de 2017
Redacción

Video-mensaje de Francisco: el Rosario, una oración que lleva paz a los corazones, a la iglesia y al mundo
Redacción

Santa Juliana Falconieri
Isabel Orellana Vilches


 

18 junio 2017
Sergio Mora

Miles participan en el Corpus Domini en Roma, por primera vez realizado un domingo

Después de la misa presidida por el Papa, miles de fieles acompañaron la procesión con cantos y oraciones

(ZENIT – Roma, Abr. 2017).- El papa Francisco presidió este domingo por la tarde en Roma, la celebración de Corpus Domini. Después de la misa vespertina en la basílica de San Juan de Letrán, la procesión acompañada por miles de fieles llegó hasta la basílica de Santa María la Mayor.

La festividad se ha celebrado por primera vez el domingo, como en muchas diócesis del mundo, en cambio del jueves como era habitual. El Santo Padre tomó esta decisión para permitir una mayor participación de los fieles.

La Misa

En la misa celebrada en la explanada delante de la catedral de Roma, el sucesor de Pedro señaló que “el Pan vivo que ha bajado del cielo, es el sacramento de la memoria que nos recuerda, de manera real y tangible, la historia del amor de Dios por nosotros”. Y que nuestra historia personal de salvación se funda en el recuerdo de lo que el Señor ha hecho por nosotros”. Añadió que “recordar es esencial para la fe, como el agua para una planta”.

El Pontífice advirtió que “eliminando los recuerdos y viviendo al instante, se corre el peligro de permanecer en lo superficial, en la moda del momento, sin ir al fondo, sin esa dimensión que nos recuerda quiénes somos y de dónde venimos”. Y que en cambio, “la solemnidad de hoy nos recuerda que, en la fragmentación de la vida, el Señor sale a nuestro encuentro con una fragilidad amorosa que es la Eucaristía”.

La Procesión

Concluida la solemne misa partió la procesión desde la basílica de ‘San Giovanni in Laterano‘, acompañada por miles de fieles que por la via Merulana se caminaron hasta la basílica de ‘Santa María Maggiore‘. Los cantos y oraciones eucarísticas tradicionales acompañaron la procesión en este recorrido de casi dos kilómetros. Participaron también cardenales, clero, religiosos e instituciones varias.

A diferencia de las procesiones anteriores, cuando el Santísimo Sacramento iba encima de un vehículo, hoy la custodia dorada e iluminada fue llevada en un anda adornada con flores y cargada por cuatro personas de la Casa Pontificia. Sobre el Santísimo estaba un palio con bastones dorados llevado por otras seis personas, todas de traje y corbata.

La bendición final

A la llegada a la basílica de Sant María la Mayor, el Papa que fue hasta allí en un vehículo, concluyó la ceremonia impartiendo la bendición con el Santísimo Sacramento, después del canto del Tantum Ergo, y seguido por las alabanza al Santísimo. La festividad concluyó con el canto en latín de la Salve Regina.

 

18/06/2017-17:44
Redacción

Misa del Corpus en Roma: “Agradezcamos al Señor por este don supremo”

(ZENIT – Roma, Abr. 2017).- El papa Francisco presidió este domingo en Roma celebración de Corpus Domino, en la basílica de San Juan de Letrán.
Antes de la procesión el Santo Padre celebró la santa misa en la explanada anterior a la catedral de Roma. A continuación el texto completo de la homilía:
«En la solemnidad del Corpus Christi aparece una y otra vez el tema de la memoria: «Recuerda todo el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer [...]. No olvides al Señor, [...] que te alimentó en el desierto con un maná» (Dt 8,2.14.16) —dijo Moisés al pueblo—. «Haced esto en memoria mía» (1 Co 11,24) —dirá Jesús a nosotros—. El «pan vivo que ha bajado del cielo» (Jn 6,51) es el sacramento de la memoria que nos recuerda, de manera real y tangible, la historia del amor de Dios por nosotros.
Recuerda, nos dice hoy la Palabra divina a cada uno de nosotros. El recuerdo de las obras del Señor ha hecho que el pueblo en el desierto caminase con más determinación; nuestra historia personal de salvación se funda en el recuerdo de lo que el Señor ha hecho por nosotros. Recordar es esencial para la fe, como el agua para una planta: así como una planta no puede permanecer con vida y dar fruto sin ella, tampoco la fe si no se sacia de la memoria de lo que el Señor ha hecho por nosotros. Recuerda.
La memoria es importante, porque nos permite permanecer en el amor, re-cordar, es decir, llevar en el corazón, no olvidar que nos ama y que estamos llamados a amar. Sin embargo esta facultad única, que el Señor nos ha dado, está hoy más bien debilitada. En el frenesí en el que estamos inmersos, son muchas personas y acontecimientos que parecen como si pasaran por nuestra vida sin dejar rastro. Se pasa página rápidamente, hambrientos de novedad, pero pobres de recuerdos.
Así, eliminando los recuerdos y viviendo al instante, se corre el peligro de permanecer en lo superficial, en la moda del momento, sin ir al fondo, sin esa dimensión que nos recuerda quiénes somos y de dónde venimos. Entonces la vida exterior se fragmenta y la interior se vuelve inerte. En cambio, la solemnidad de hoy nos recuerda que, en la fragmentación de la vida, el Señor sale a nuestro encuentro con una fragilidad amorosa que es la Eucaristía.
En el Pan de vida, el Señor nos visita haciéndose alimento humilde que sana con amor nuestra memoria, enferma de frenesí. Porque la Eucaristía es el memorial del amor de Dios. Ahí «se celebra el memorial de su pasión» (Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Antífona al Magníficat de las II Vísperas), del amor de Dios por nosotros, que es nuestra fuerza, el apoyo para nuestro caminar. Por eso, nos hace tanto bien el memorial eucarístico: no es una memoria abstracta, fría o conceptual, sino la memoria viva y consoladora del amor de Dios.
En la Eucaristía está todo el sabor de las palabras y de los gestos de Jesús, el gusto de su Pascua, la fragancia de su Espíritu. Recibiéndola, se imprime en nuestro corazón la certeza de ser amados por él. Y mientras digo esto, pienso de modo particular en vosotros, niños y niñas, que hace poco habéis recibido la Primera Comunión y que estáis aquí presentes en gran número.
Así la Eucaristía forma en nosotros una memoria agradecida, porque nos reconocemos hijos amados y saciados por el Padre; una memoria libre, porque el amor de Jesús, su perdón, sana las heridas del pasado y nos mitiga el recuerdo de las injusticias sufridas e infligidas; una memoria paciente, porque en medio de la adversidad sabemos que el Espíritu de Jesús permanece en nosotros.
La Eucaristía nos anima: incluso en el camino más accidentado no estamos solos, el Señor no se olvida de nosotros y cada vez que vamos a él nos conforta con amor. La Eucaristía nos recuerda además que no somos individuos, sino un cuerpo.
Como el pueblo en el desierto recogía el maná caído del cielo y lo compartía en familia (cf. Ex 16), así Jesús, Pan del cielo, nos convoca para recibirlo juntos y compartirlo entre nosotros. La Eucaristía no es un sacramento «para mí», es el sacramento de muchos que forman un solo cuerpo.
Nos lo ha recordado san Pablo: «Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan» (1 Co 10,17). La Eucaristía es el sacramento de la unidad. Quien la recibe se convierte necesariamente en artífice de unidad, porque nace en él, en su «ADN espiritual», la construcción de la unidad.
Que este Pan de unidad nos sane de la ambición de estar por encima de los demás, de la voracidad de acaparar para sí mismo, de fomentar discordias y diseminar críticas; que suscite la alegría de amarnos sin rivalidad, envidias y chismorreos calumniadores. Y ahora, viviendo la Eucaristía, adoremos y agradezcamos al Señor por este don
supremo: memoria viva de su amor, que hace de nosotros un solo cuerpo y nos conduce a la unidad».

 

18/06/2017-11:44
Redacción

El Papa en el ángelus: “Hoy más que nunca, cerca de los refugiados”

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 18 Jun. 2017).- Este martes se celebra la Jornada Mundial del Refugiado promovida por Naciones Unidas, y el Papa quiso recordar esta fecha después de rezar hoy domingo en la plaza de San Pedro, la oración del ángelus.
Explico que tema de este año es “Con los refugiados. Hoy más que nunca debemos estar del lado de los refugiados”. Añadió que en esta Jornada también se centra “ en las mujeres, hombres y niños que huyen de conflictos, violencia y persecución”. Y que “recordamos con la oración a todos aquellos que han perdido la vida en el mar o en los extenuantes viajes por tierra”.
“Sus historias de dolor y esperanza pueden convertirse en oportunidades de encuentro fraterno y de auténtico conocimiento recíproco”; un encuentro que venza los miedos y prejuicios sociales ante la realidad de los refugiados y que sea capaz de hacer espacio a sentimientos de apertura y ‘a la construcción de puentes’”, dijo.
Incendio en Portugal
El papa Francisco expresó su cercanía “al querido pueblo portugués por el devastador incendio que está arrasando los bosques, alrededor de Pedrógão Grande, causando numerosas víctimas y heridos”. Y concluyó “Recemos en silencio”.
República Centroafricana
Saludó además a la “delegación de la República Centroafricana y de las Naciones
Unidas, que en estos días se encuentra en Roma con motivo de una reunión organizada por la Comunidad de San Egidio”.
Procesión de Corpus Christi
El Papa concluyó recordando que hoy domingo celebrará la Santa misa en el atrio de la Basílica de San Juan de Letrán, seguida de una procesión hasta Santa María la Mayor, con motivo de la festividad del Cuerpo y de la Sangre del Señor, e invitó a participar física o espiritualmente en ella, o a seguirla por los medios de comunicación.
Y como pidió oraciones por el viaje que realizará este próximo martes a las localidades de “Bozzolo y Barbiana, para rendir homenaje a Don Primo Mazzolari y Don Lorenzo Milani, dos sacerdotes que nos ofrecen un mensaje del cual hoy ¡tenemos tanta necesidad!”.

(Leer el texto completo del Papa con motivo de la oración del ángelus)

 

18/06/2017-11:22
Redacción

Texto completo del Papa en el ángelus del domingo 18 de junio de 2017

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, Abr. 2017).- En este domingo caliente de primavera de Roma, el papa Francisco saludó a los miles de fieles y peregrinos que le esperaban en la plaza de San Pedro para rezar la oración del ángelus.
Palabras del Santo padre antes de rezar el ángelus
«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En Italia y en muchos países se celebran este domingo la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo: con frecuencia se utiliza el nombre en latín, Corpus Domini o Corpus Christi. Cada domingo la comunidad eclesial se reúne alrededor de la Eucaristía, sacramento instituido por Jesús en la Última cena. Así cada año tenemos la alegría de celebrar la fiesta dedicada a este misterio central de la fe, para expresar en plenitud nuestra adoración a Cristo que se dona como alimento y bebida de salvación.
El pasaje del Evangelio de hoy, tomado de San Juan, es una parte del discurso sobre el “Pan de vida” (cf. 6,51-58). Jesús afirma: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. [...] El pan que yo les daré es mi carne para la vida del mundo”(v. 51). Él quiere decir que el Padre lo envió al mundo como alimento de vida eterna y que para ello Él se sacrificará a sí mismo, su carne.
De hecho, Jesús, en la cruz, ha donado su cuerpo y ha derramado su sangre. El Hijo del hombre crucificado es el verdadero Cordero pascual, que hace salir de la esclavitud del pecado y sostiene en el camino hacia la tierra prometida. La Eucaristía es el sacramento de su carne dada para hacer vivir el mundo; quien se nutre de este alimento permanece en Jesús y vive por Él. Asimilar a Jesús significa estar en él, volviéndose hijos en el Hijo.
En la Eucaristía, Jesús, como lo hizo con los discípulos de Emaús, se pone a nuestro lado, peregrinos en la historia, para alimentar en nosotros la fe, la esperanza y la caridad; para confortarnos en las pruebas; para sostenernos en el compromiso por la justicia y la paz.
Esta presencia solidaria del Hijo de Dios está en todas partes: en las ciudades y en el
campo, en el Norte y Sur del mundo, en países de tradición cristiana y en los de primera evangelización.
Y en la Eucaristía Él se ofrece a sí mismo como fuerza espiritual para ayudarnos a poner en práctica su mandamiento: amarnos los unos a otros como Él nos ha amado, mediante la construcción de comunidades acogedoras y abiertas a las necesidades de todos, especialmente de las personas más frágiles, pobres y necesitadas.
Nutrirnos de Jesús Eucaristía significa además abandonarnos con confianza en Él y dejarnos guiar por Él. Se trata de recibir a Jesús en el lugar del propio ‘yo’. De este modo el amor gratuito recibido de Jesús en la comunión eucarística, con la obra del Espíritu Santo, alimenta el amor por Dios y por los hermanos y hermanas que encontramos en el camino de cada día. Nutridos por el Cuerpo de Cristo, nos volvemos cada vez más y concretamente, Cuerpo Místico de Cristo.
Nos lo recuerda el Apóstol Pablo: «La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan».(1 Cor 10,16-17).
La Virgen María, que siempre ha estado unida a Jesús Pan de Vida, nos ayude a redescubrir la belleza de la Eucaristía, a nutrirnos de ella con fe, para vivir en comunión con Dios y con hermanos».
El Sucesor de Pedro reza el ángelus y después dirige las siguientes palabras: «Queridos hermanos y hermanas:
Pasado mañana se celebra la Jornada Mundial del Refugiado promovida por Naciones
Unidas. El tema de este año es “Con los refugiados. Hoy más que nunca debemos estar del lado de los refugiados”.
El foco concreto de esta Jornada se centrará en las mujeres, hombres y niños que huyen de conflictos, violencia y persecución. Recordamos también con la oración a todos aquellos que han perdido la vida en el mar o en los agotadores viajes por tierra.
Sus historias de dolor y esperanza pueden convertirse en oportunidades de encuentro fraterno y de auténtico conocimiento recíproco. De hecho, el encuentro personal con los refugiados disipa los temores y las ideologías distorsionadas, convirtiéndose en factor de crecimiento en humanidad, capaz de despejar espacio a los sentimientos de apertura y a la ‘construcción de puentes’.
Expreso mi cercanía al querido pueblo portugués por el devastador incendio que está
arrasando los bosques, alrededor de Pedrógão Grande, causando numerosas víctimas y heridos. Recemos en silencio.
Saludo a todos ustedes, romanos y peregrinos; en particular a los que proceden de las Islas Seychelles, de Sevilla en España, y de Umuarama y Toledo en Brasil. Asimismo saludo a los fieles de Nápoles, Arzano y Santa Catalina de Pedara.
Dirijo también un saludo especial a la destacada representación de la República Centroafricana y de las Naciones Unidas, que en estos días se encuentra en Roma con motivo de una reunión organizada por la Comunidad de San Egidio.
Llevo en mi corazón la visita que realicé a este país en noviembre de 2015 y deseo que, con la ayuda de Dios y de la buena voluntad de todos, sea plenamente relanzado y reforzado el proceso de paz, condición necesaria para el desarrollo.
Esta tarde, en el atrio de la Basílica de San Juan de Letrán, celebraré la Santa Misa, seguida de una procesión con el Santísimo Sacramento, hasta la Basílica de Santa María la Mayor. Animo a todos a participar, incluso espiritualmente, (pienso en particular en las comunidad de clausura, en los enfermos y en los presidiarios). Para esto ayuda también la radio y la televisión.
Y el próximo martes iré en peregrinación a Bozzolo y Barbiana, para rendir homenaje a Don Primo Mazzolari y Don Lorenzo Milani, dos sacerdotes que nos ofrecen un mensaje del cual hoy ¡tenemos tanta necesidad! Una vez más doy las gracias a todos aquellos, principalmente sacerdotes, que me acompañarán con sus oraciones.
Les deseo a todos un buen domingo. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí». Y concluyó con la frase: «¡Buon pranzo e arrivederci!»

 

18/06/2017-18:27
Redacción

Video-mensaje de Francisco: el Rosario, una oración que lleva paz a los corazones, a la iglesia y al mundo

(ZENIT – Roma, Abr. 2017).- “También yo rezo frecuentemente el Rosario del ante a un mosaico: un pequeño mosaico de la Virgen con el Niño, donde parece que en el centro está María, cuando en realidad Ella, usando sus manos se vuelve una especie de escalera a través de la cual Jesús puede bajar en medio de nosotros”.
Así el papa Francisco explicó este domingo cómo la María lleva a Jesús, durante el video-mensaje enviado al santuario de la Virgen de Ta’ Pinu, en la isla de Gozo en Malta, en ocasión de la inauguración de un mosaico en el exterior de la basílica que representa los cuatros misterios marianos.
El Santo Padre les aseguró que “en un gran abrazo de mosaicos les esperan Jesús y su madre” y que recuerda “una oración contemplativa, simple, accesible a todos, grandes y pequeños: la oración del santo Rosario.
“En la oración del Rosario –aseguró el sucesor de Pedro– nos dirigimos a la Virgen María para que nos lleve cada vez más cerca a su hijo Jesús, para conocerlo y amarlo cada vez más”.
Señaló que “mientras repetimos ‘ Ave María’, meditamos los misterios, las etapas gozosas, luminosas, dolorosas y gloriosas de la vida de Cristo, pero también de nuestra vida: porque nosotros caminamos con el Señor”.
“Rezando llevamos todo a Dios: las fatigas, las heridas, los miedos, pero también las alegrías, los dones, las personas queridas... todo a Dios. Rezando le permitimos a Dios entrar en nuestro tiempo, recibir y transfigurar todo lo que vivimos”, dijo.
El Papa concluyó exhortando: “Sírvanse con frecuencia de este instrumento potente que es la oración del santo Rosario, porque lleva paz en los corazones, en las familias, en la Iglesia y en el mundo”.

 

18/06/2017-04:41
Isabel Orellana Vilches

Santa Juliana Falconieri

(ZENIT – Madrid).- Se la considera fundadora de las Siervas de la Virgen María, aunque en realidad fue contemporánea de los iniciadores de la misma. Tal reconocimiento devino al transcurrir el tiempo ya que muchas jóvenes desearon seguir sus pasos. Los hechos verificables de su vida los proporciona fray Pablo Attavanti, quien en el siglo XV recogió testimonios orales acerca de la santa en sus «Diálogos sobre el origen de la Orden» y «Cuaresmario». Nació en Florencia, Italia, en 1270. Era sobrina de san Alejo Falconieri, al que escuchó predicar sobre el juicio final cuando era adolescente. A su familia, que poseía cuantiosos bienes, se debía la construcción de la iglesia de la Annunziata cuyos claustros se acostumbró a recorrer buscando la soledad y el silencio para elevar sus plegarias a Dios y recibir la Eucaristía; la devoción por ella caracterizó su vida. En esta etapa consagró su virginidad y determinó seguir a Cristo.
Su tío era uno de los siete fundadores de los Siervos de María, y al conocer el estilo de vida que llevaban se sintió llamada a encarnarlo. Se encomendó a María y cuando obtuvo el permiso correspondiente de su familia vistió el hábito de esa Orden, que le impuso san Felipe Benicio; era la primera mujer que lo hacía, ya que se trataba de una institución integrada por varones. Siguió viviendo en su domicilio porque su padre había muerto y se ocupaba de atender a su madre. Entre tanto, otras jóvenes que compartían su mismo ideal frecuentaban la Annunziata, donde se hallaban los Siervos, hasta que todas se congregaron para vivir unidas en una casa colindante a la iglesia. Se cubrieron con una capa larga –de ahí su nombre de Mantellate–, que simbolizaba su espíritu penitencial, y se propusieron contemplar la Pasión y muerte de Cristo meditando en el dolor de la Virgen. Juliana era muy devota de Ella, a la que dedicaba los sábados, como hacía los viernes con la Pasión de Cristo.
Fue creciendo espiritualmente siguiendo las pautas evangélicas, ayudada por la oración y un ayuno tan severo que afectó a su estómago al punto que fue incapaz de retener los alimentos; las vigilias y cilicios la dejaban extenuada. Así dominó las tentaciones que le sobrevinieron. El maligno la tuvo en su punto de mira. Insultos, golpes, intentos de mancillar su pureza... Todo en vano; no pudo arrastrarla consigo. Era noble; estaba llena de inocencia evangélica. La simple idea del mal le horrorizaba: «prefiero morir antes que manchar mi alma con la culpa más pequeña». Su caridad y bondad, junto con su espíritu obsequioso, indujo a muchas personas a la conversión. Daba tales pruebas de amor a Dios que sus conversaciones eran más persuasivas que el sermón de los más insignes predicadores. Fue solícita con los pobres a los que trató con ternura.
Las jóvenes que comenzaron a imitar su forma de vida adoptaron junto a ella el carisma de los Siervos de María. Cuando el número creció, tomaron el nombre de «Siervas de la Virgen María». La santa redactó un reglamento, aprobado nada menos que por cuatro pontífices (Honorio IV, Nicolás IV, Benedicto XI y Martín V), y encabezó su cumplimiento. Después de la muerte de su madre se desprendió de todos sus bienes, que dio a los pobres, y en 1302 se trasladó con la comunidad. En 1306 fue unánimemente elegida superiora tal como san Felipe Benicio le vaticinó que sucedería siendo una niña. Acogió con lágrimas esta misión, que en absoluto deseaba para ella, puesto que únicamente quería cumplir con fidelidad la observancia, pero la encarnó de manera admirable. Su ascesis y cuantas mortificaciones realizaba las ofrecía también por las almas del purgatorio. A través de sus ayunos y oraciones obtenía la gracia de restaurar la paz donde había discordia.
Dios quiso premiar su virtud con una serie de signos extraordinarios. Muchos enfermos solían curarse con el simple roce de sus manos. Pero el hecho más significativo sucedió en el momento de su muerte a la que llegó habiendo cultivado su honda devoción mariana y un apasionado amor a la Eucaristía. Como su estómago no podía contener ningún alimento, pasó por la prueba más dolorosa de sus días al ver que no podía recibir el Cuerpo de Cristo porque corría el riesgo de vomitarlo. Ya llevaba un tiempo sin comulgar, pero en ese último trance rogó vehementemente al padre Giacomo da Campo Reggio que al menos pudieran permitirle ver y adorar la Eucaristía. El sacerdote atendió esta súplica, y Juliana le pidió que se la pusieran sobre su pecho ya que su organismo no la admitía. Lo hicieron. Le colocaron un mantel blanco, elemento litúrgico, y sobre él la Forma consagrada que desapareció milagrosamente, tras lo cual expiró musitando: «Mi dulce Jesús».
Al amortajarla sus hermanas vieron que sobre su piel, a la altura del corazón, se apreciaba claramente la huella de una cicatriz que tenía los visos de haber sido el lugar por donde penetró la Sagrada Forma. La iconografía acostumbra a representarla reproduciendo este milagroso hecho. Inocencio XI la beatificó el 8 de julio de 1678. Y Clemente XII la canonizó el 16 de junio de 1737.