Servicio diario - 29 de junio de 2017


Solemnidad de Pedro y Pablo: el Pontífice bendice los palios
Redacción

Homilía del papa Francisco en la solemnidad de san Pedro y san Pablo – Texto completo –
Redacción

El Papa en en ángelus: Pedro y Pablo fueron enviados a anunciar el Evangelio en ambientes difíciles
Redacción

El card. Pell regresa a Australia para defenderse por presuntos delitos de abusos
Sergio Mora

Obispos de EEUU responden a la Corte Suprema ante la prohibición de ingreso de ciudadanos de seis países
Enrique Soros

Santa María de Jesús Sacramentado – 30 de julio
Isabel Orellana Vilches


 

29 junio 2017
Redacción

Solemnidad de Pedro y Pablo: el Pontífice bendice los palios

Presente en la celebración una delegación del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, enviada por su beatitud Bartolomeo

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, Abr. 2017).- El papa Francisco ha bendecido en la solemnidad de los apóstoles Pedro y Pablo, los palios destinados a los arzobispos metropolitanos nombrados durante el presente año.

El palio, una vestidura que se pone entorno al cuello y sobre el busto, será después impuesto a cada arzobispo metropolita por el nuncio o representante pontificio, en la respectiva sede metropolitana.

Después del rito de la bendición de los palios, el Papa presidió la celebración eucarística con los cardenales, incluidos los cinco elevados ayer, con los arzobispos metropolitanos y con los obispos y sacerdotes.

Como es costumbre en ocasión de la fiesta de los santos apóstoles Pedro y Pablo, patronos de la Ciudad de Roma, estaba presente en la celebración una delegación del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, enviada por su beatitud Bartolomeo y guiada por su eminencia Job, arzobispo de Telmessos, acompañado por los sacerdotes Ambrosios Chorozidis y Agathanghelos Siskos.

Después de la lectura del Evangelio, el Papa pronunció su homilía en la que invitó a interrogarse “si somos cristianos de salón, de esos que comentan cómo van las cosas en la Iglesia y en el mundo, o si somos apóstoles en camino, que confiesan a Jesús con la vida porque lo llevan en el corazón”.

Recordó también que incluso hoy en día, en varias partes del mundo, a veces en un clima de silencio no sin complicidades, muchos cristianos son marginados, calumniados, discriminados, víctimas de una violencia incluso mortal.

El Santo Padre señaló también que “la oración nos hace sentir amados y nos permite amar. Nos hace ir adelante en los momentos más oscuros, porque enciende la luz de Dios. En la Iglesia, la oración es la que nos sostiene a todos y nos ayuda a superar las pruebas”.

Y concluyó señalando que el Señor, que desea ardientemente ver a todo su rebaño reunido, bendiga y proteja también a la delegación del Patriarcado Ecuménico, y al querido hermano Bartolomé, que la ha enviado como señal de comunión apostólica.

 

29/06/2017-08:33
Redacción

Homilía del papa Francisco en la solemnidad de san Pedro y san Pablo – Texto completo –

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco presidió hoy jueves en la solemnidad de san Pedro y san Pablo, la santa misa en la plaza de San Pedro. Después de la bendición de los palios para los arzobispos metropolitanos, predicó la homilía que reproducimos a continuación:
«La liturgia de hoy nos ofrece tres palabras fundamentales para la vida del apóstol: confesión, persecución, oración. La confesión es la de Pedro en el Evangelio, cuando el Señor pregunta, ya no de manera general, sino particular. Jesús, en efecto, pregunta primero: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?» (Mt 16,13).
Y de esta «encuesta» se revela de distintas maneras que la gente considera a Jesús un profeta. Es entonces cuando el Maestro dirige a sus discípulos la pregunta realmente decisiva: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (v. 15).
A este punto, responde sólo Pedro: ‘Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo’ (v. 16). Esta es la confesión: reconocer que Jesús es el Mesías esperado, el Dios vivo, el Señor de nuestra vida.
Jesús nos hace también hoy a nosotros esta pregunta esencial, la dirige a todos, pero especialmente a nosotros pastores. Es la pregunta decisiva, ante la que no valen respuestas circunstanciales porque se trata de la vida: y la pregunta sobre la vida exige una respuesta de vida. Pues de poco sirve conocer los artículos de la fe si no se confiesa a Jesús como Señor de la propia vida.
Él nos mira hoy a los ojos y nos pregunta: ‘¿Quién soy yo para ti?’. Es como si dijera: ‘¿Soy yo todavía el Señor de tu vida, la orientación de tu corazón, la razón de tu esperanza, tu confianza inquebrantable?’.
Como san Pedro, también nosotros renovamos hoy nuestra opción de vida como discípulos y apóstoles; pasamos nuevamente de la primera a la segunda pregunta de Jesús para ser «suyos», no sólo de palabra, sino con las obras y con nuestra vida.
Preguntémonos si somos cristianos de salón, de esos que comentan cómo van las cosas en la Iglesia y en el mundo, o si somos apóstoles en camino, que confiesan a Jesús con la vida porque lo llevan en el corazón. Quien confiesa a Jesús sabe que no ha de dar sólo opiniones, sino la vida; sabe que no puede creer con tibieza, sino que está llamado a ‘arder’ por amor; sabe que en la vida no puede conformarse con ‘vivir al día’ o acomodarse en el bienestar, sino que tiene que correr el riesgo de ir mar adentro, renovando cada día el don de sí mismo.
Quien confiesa a Jesús se comporta como Pedro y Pablo: lo sigue hasta el final; no hasta un cierto punto sino hasta el final, y lo sigue en su camino, no en nuestros caminos. Su camino es el camino de la vida nueva, de la alegría y de la resurrección, el camino que pasa también por la cruz y la persecución.
Y esta es la segunda palabra, persecución. No fueron sólo Pedro y Pablo los que derramaron su sangre por Cristo, sino que desde los comienzos toda la comunidad fue perseguida, como nos lo ha recordado el libro de los Hechos de los Apóstoles (cf. 12,1). Incluso hoy en día, en varias partes del mundo, a veces en un clima de silencio —un silencio con frecuencia cómplice—, muchos cristianos son marginados, calumniados, discriminados, víctimas de una violencia incluso mortal, a menudo sin que los que podrían hacer que se respetaran sus sacrosantos derechos hagan nada para impedirlo.
Por otra parte, me gustaría hacer hincapié especialmente en lo que el Apóstol Pablo afirma antes de ‘ser –como escribe– derramado en libación’ (2 Tm 4,6). Para él la vida es Cristo (cf. Flp 1,21), y Cristo crucificado (cf. 1 Co 2,2), que dio su vida por él (cf. Ga 2,20). De este modo, como fiel discípulo, Pablo siguió al Maestro ofreciendo también su propia vida.
Sin la cruz no hay Cristo, pero sin la cruz no puede haber tampoco un cristiano. En
efecto, ‘es propio de la virtud cristiana no sólo hacer el bien, sino también saber soportar los males’ (Agustín, Disc. 46.13), como Jesús.
Soportar el mal no es sólo tener paciencia y continuar con resignación; soportar es imitar a Jesús: es cargar el peso, cargarlo sobre los hombros por él y por los demás. Es aceptar la cruz, avanzando con confianza porque no estamos solos: el Señor crucificado y resucitado está con nosotros.
Así, como Pablo, también nosotros podemos decir que estamos ‘atribulados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, pero no abandonados’ (2 Co 4,8-9). Soportar es saber vencer con Jesús, a la manera de Jesús, no a la manera del mundo.
Por eso Pablo –lo hemos oímos– se considera un triunfador que está a punto de recibir la corona (cf. 2 Tm 4,8) y escribe: «He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe» (v. 7). Su comportamiento en la noble batalla fue únicamente no vivir para sí mismo, sino para Jesús y para los demás. Vivió «corriendo», es decir, sin escatimar esfuerzos, más bien consumándose. Una cosa dice que conservó: no la salud, sino la fe, es decir la confesión de Cristo. Por amor a Jesús experimentó las pruebas, las humillaciones y los sufrimientos, que no se deben nunca buscar, sino aceptarse.
Y así, en el misterio del sufrimiento ofrecido por amor, en este misterio que muchos hermanos perseguidos, pobres y enfermos encarnan también hoy, brilla el poder salvador de la cruz de Jesús.
La tercera palabra es oración. La vida del apóstol, que brota de la confesión y desemboca en el ofrecimiento, transcurre cada día en la oración. La oración es el agua indispensable que alimenta la esperanza y hace crecer la confianza. La oración nos hace sentir amados y nos permite amar. Nos hace ir adelante en los momentos más oscuros, porque enciende la luz de Dios. En la Iglesia, la oración es la que nos sostiene a todos y nos ayuda a superar las pruebas.
Nos lo recuerda la primera lectura: «Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él» (Hch 12,5). Una Iglesia que reza está protegida por el Señor y camina acompañada por él. Orar es encomendarle el camino, para que nos proteja. La oración es la fuerza que nos une y nos sostiene, es el remedio contra el aislamiento y la autosuficiencia que llevan a la muerte espiritual. Porque el Espíritu de vida no sopla si no se ora y sin oración no se abrirán las cárceles interiores que nos mantienen prisioneros.
Que los santos Apóstoles nos obtengan un corazón como el suyo, cansado y pacificado por la oración: cansado porque pide, toca e intercede, lleno de muchas personas y situaciones para encomendar; pero al mismo tiempo pacificado, porque el Espíritu trae consuelo y fortaleza cuando se ora. Qué urgente es que en la Iglesia haya maestros de oración, pero que sean ante todo hombres y mujeres de oración, que viven la oración.
El Señor interviene cuando oramos, él, que es fiel al amor que le hemos confesado y que nunca nos abandona en las pruebas. Él acompañó el camino de los Apóstoles y os acompañará también a vosotros, queridos hermanos Cardenales, aquí reunidos en la caridad de los Apóstoles que confesaron la fe con su sangre.
Estará también cerca de vosotros, queridos hermanos arzobispos que, recibiendo el palio, seréis confirmados en vuestro vivir para el rebaño, imitando al Buen Pastor, que os sostiene llevándoos sobre sus hombros.
El mismo Señor, que desea ardientemente ver a todo su rebaño reunido, bendiga y custodie también a la Delegación del Patriarcado Ecuménico, y al querido hermano Bartolomé, que la ha enviado como señal de comunión apostólica.

 

29/06/2017-11:12
Redacción

El Papa en en ángelus: Pedro y Pablo fueron enviados a anunciar el Evangelio en ambientes difíciles

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, Abr. 2017).- El santo padre Francisco rezó este jueves, solemnidad de san Pedro y san Pablo, la oración del ángelus desde su estudio que da hacia la plaza de San Pedro, donde le esperaban miles de fieles y peregrinos.
A continuación el texto completo de las palabras del papa Francisco «Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Los Padres de la Iglesia amaban comparar a los santos Apóstoles Pedro y Pablo con dos columnas, sobre las cuales se apoya la construcción visible de la Iglesia. Ambos han confirmado con su propia sangre el testimonio dado a Cristo con la predicación y el servicio a la naciente comunidad cristiana. Este testimonio es puesto en evidencia en las Lecturas bíblicas de la liturgia hodierna, Lecturas que indican el motivo por el cual su fe, confesada y anunciada, ha sido luego coronada con la prueba suprema del martirio.
El Libro de los Hechos de los Apóstoles (Cfr. 12,1-11) narra el evento de la reclusión y de la consiguiente liberación de Pedro. Él experimentó el rechazo del Evangelio ya en Jerusalén, donde había sido encerrado en la prisión por el rey Herodes, «su intención era hacerlo comparecer ante el pueblo» (v. 4). Pero fue salvado de modo milagroso y así pudo llevar a termine su misión evangelizadora, primero en la Tierra Santa y
después en Roma, poniendo todas sus energías al servicio de la comunidad cristiana.
También Pablo ha experimentado hostilidad de las cuales ha sido liberado por el Señor. Enviado por el Resucitado en muchas ciudades con poblaciones paganas, él encontró fuertes resistencias sea de parte de sus correligionarios que de parte de las autoridades civiles. Escribiendo al discípulo Timoteo, reflexiona sobre su propia vida y sobre su propio recorrido misionero, como también sobre las persecuciones sufridas a causa del Evangelio.
Estas dos “liberaciones”, de Pedro y de Pablo, revelan el camino común de los dos Apóstoles, los cuales fueron enviados por Jesús a anunciar el Evangelio en ambientes difíciles y en ciertos casos hostiles. Ambos, con sus acontecimientos personales y eclesiales, demuestran y nos dicen a nosotros, hoy, que el Señor está siempre a nuestro lado, camina con nosotros, no nos abandona jamás. Especialmente en el momento de la prueba, Dios nos extiende la mano, viene en nuestra ayuda y nos libera de las amenazas de los enemigos.
Pero recordémonos que nuestro verdadero enemigo es el pecado, y el Maligno que nos empuja a ello. Cuando nos reconciliamos con Dios, especialmente en el Sacramento de la Penitencia, recibiendo la gracia del perdón, somos liberados de los vínculos del mal y aliviados del peso de nuestros errores. Así podemos continuar nuestro recorrido de gozosos anunciadores y testigos del Evangelio, demostrando que nosotros en primer lugar hemos recibido misericordia.
A la Virgen María, Reina de los Apóstoles, dirigimos nuestra oración, que hoy es sobre todo por la Iglesia que vive en Roma y para esta ciudad, de los cuales Pedro y Pablo son sus patronos. Ellos le obtengan el bienestar espiritual y material. La bondad y la gracia del Señor sostengan a todo el pueblo romano, para que viva en fraternidad y concordia, haciendo resplandecer la fe cristiana, testimoniado con intrépido ardor por los santos Apóstoles Pedro y Pablo.

 

29/06/2017-06:59
Sergio Mora

El card. Pell regresa a Australia para defenderse por presuntos delitos de abusos

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- En una rueda de prensa convocada a último momento, en la festividad de Pedro y Pablo, el cardenal australiano George Pell ha informado que regresa a su país para defenderse ante imputaciones de presuntos abusos ocurridos varias décadas atrás. De esta manera el purpurado renuncia a la inmunidad de la que podría gozar en cuanto ciudadano del Estado-Ciudad del Vaticano y deja momentaneamente la Secretaría de Economía de la Santa Sede, la cual proseguirá con sus labores.
A continuación el comunicado completo de la Santa Sede:
«La Santa Sede ha recibido con desagrado la noticia del envío a juicio en Australia del Card. George Pell por imputaciones referidas a hechos ocurridos hace varias décadas. Puesto al corriente de la situación, el Cardenal Pell, en pleno respeto a las leyes civiles y reconociendo la importancia de participar personalmente en el proceso, de forma que pueda desarrollarse en forma justa y favorecer así la búsqueda de la verdad, ha decidido retornar a su país para afrontar las causas de las que se le acusa.
El Santo Padre, informado de ello a través del proprio Cardenal Pell, le ha concedido un periodo de excedencia para poderse defender. Durante la ausencia del Prefecto, la Secretaría para la Economía continuará desarrollando los deberes institucionales que le son propios.
Los Secretarios permanecerán en sus cargos para tramitar los asuntos de carácter ordinario, donec aliter provideatur.
El Santo Padre, que ha podido apreciar la honestidad del Cardenal Pell durante los tres años de trabajo en la Curia Romana, le está agradecido por su colaboración y, en particular, por su enérgico empeño a favor de las reformas en el sector económico y administrativo y por su activa participación en el Consejo de los Cardenales (C9).
La Santa Sede expresa su máximo respeto hacia la justicia australiana, que deberá decidir con respecto a las cuestiones suscitadas.
Al mismo tiempo, se recuerda que el Cardenal Pell ha condenado desde hace décadas abiertamente y repetidamente los abusos cometidos contra menores como actos inmorales e intolerables; ha cooperado en el pasado con las Autoridades australianas (por ejemplo, en las declaraciones ante la Royal Commission), ha apoyado la creación de la Comisión Pontificia para la Tutela de los Menores y, finalmente, como Obispo diocesano en Australia, ha introducido sistemas y procedimientos para la protección de los menores y para garantizar la asistencia a las víctimas de abusos».

 

29/06/2017-18:23
Enrique Soros

Obispos de EEUU responden a la Corte Suprema ante la prohibición de ingreso de ciudadanos de seis países

(ZENIT – Washington).- La Corte Suprema de Justicia de EEUU acaba de dictaminar sobre la Orden Ejecutiva 13870, “Protegiendo la Nación del ingreso de terroristas extranjeros a Estados Unidos”, del presidente Donald Trump, a través de la cual se impide temporariamente el ingreso al país de ciudadanos de Siria, Irán, Yemen, Libia, Somalía y Sudán. La decisión de la Suprema Corte limita el ingreso al país de ciudadanos de los seis países mencionados, con excepción de aquellos individuos que puedan probar una relación con personas o entidades en los Estados Unidos, hasta que la Corte Suprema dictamine al respecto de la legalidad de la prohibición de ingreso al país.
Monseñor Joe Vásquez, obispo de Austin, Texas, y presidente de la Comisión de Migraciones de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos emitió ayer el siguiente comunicado al respecto del mencionado dictamen de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos:
“La decisión de hoy tendrá consecuencias en personas concretas. Mis hermanos obispos y yo valoramos la decisión de la Corte de permitir que sigan ingresando al país individuos que cuentan con relaciones “de buena fe” con una persona o entidad presente en Estados Unidos, pero estamos profundamente preocupados por la situación de muchos otros, en condiciones vulnerables, que no tendrán la posibilidad de venir al país en busca de protección mientras dure la pausa indicada, especialmente aquellos que huyen de persecución religiosa y niños refugiados solos.
Mientras el Poder Ejecutivo comienza con el análisis del programa de refugiados, instamos a que el mismo sea transparente, eficiente y a tiempo. Solicitamos que la revisión incluya agentes de la sociedad civil, proveedores de servicios para refugiados y expertos en seguridad nacional e inmigración. Creemos que es esencial utilizar toda la experiencia adquirida en programas de reasentamiento, cuando se trata de llevar a cabo una evaluación tan importante”.

 

29/06/2017-04:10
Isabel Orellana Vilches

Santa María de Jesús Sacramentado – 30 de julio

(ZENIT – Madrid).- Cada vida discurre dentro de unos parámetros, y en la de los santos ha habido trayectorias relevantes y otras que pasaron desapercibidas. Aunque parezca que todo discurre en un clima interno de paz, es difícil concebir itinerarios espirituales que no hayan sido ensombrecidos alguna vez por la tormenta, o un conato de la misma. Los «atentados» externos, como dice el evangelio, no son tan problemáticos como los internos. En el camino hacia la perfección cada cual tiene que disponerse a luchar contra los suyos. Si la entrega es firme porque al asceta no le abandona el coraje en esta batalla, y conserva para sí lo que acontece en su interior, nadie más que Dios puede conocerlo.
Es posible que algo así sucediese en la vida de Natividad Venegas de la Torre, conocida como «Madre Nati». Llegó a una avanzada edad teniendo, a los ojos de los demás, ese cariz de las personas sencillas. No cesan de entregarse, pero lo hacen con tanta naturalidad que parece algo ordinario; no llaman la atención. Después, cuando se examinaron sus virtudes, se apreciaron tal cantidad de matices que no cabe dudar del esfuerzo que tuvo que poner en muchos instantes de su vida.
Nació en Zapotlanejo, Jalisco, México, el 8 de septiembre de 1868, pero vivió en distintas localidades del país. Fue la última de doce hermanos. Perdió a su madre con 16 años y a su padre cuando tenía 19. Y en ese tiempo la autenticidad y coherencia de su cristiano progenitor, así como la piedad que le inculcó su madre, le enseñaron a reconocer los signos del verdadero amor. Con ella aprendió a rezar, a familiarizarse con el catecismo y los principios esenciales de la fe. De su padre también heredó su afición por la poesía. Natividad solía dar clases a los niños y tendía a enfrascarse en la lectura de los santos. Una de sus hermanas se quejaba porque tenía que asumir gran parte del trabajo. Cuando acudía a su padre, éste le recordaba el pasaje evangélico de las hermanas Marta y María, haciéndole ver que Natividad actuaba como María, y ella como Marta. Al quedarse huérfanas de madre, el padre envió a las hijas a Guadalajara al cuidado de unos tíos. Fue la última vez que ellas le vieron con vida. Con este hecho luctuoso, la existencia de la santa entraba en un periodo difícil, de cierto sufrimiento.
En esa época se había manifestado su devoción por el Santísimo Sacramento. Pasaba horas ante el Sagrario, recibía la Eucaristía y realizaba obras caritativas. En 1898 se afilió a las Hijas de María. Pero fue en 1905 cuando se produjo un cambio sustancial en su acontecer. Acudió junto a otras tres jóvenes a unos ejercicios espirituales que tuvieron lugar en San Sebastián de Analco, y al concluirlos decidió consagrarse. Tuvo varias opciones en sendas órdenes que le ofrecieron integrarse en ellas, pero eligió formar parte de las Hijas del Sagrado Corazón de Jesús, que tenían como objetivo la atención de los enfermos. Media docena de mujeres, incluida ella, afrontaron la tarea de asistirles en el hospital del Sagrado Corazón recién fundado por el canónigo padre Atenógenes Silva y Alvarez Tostado. Estaba dirigido a los pobres. Por ellos y por los ancianos mostraba particular sensibilidad: «Los ancianos son viajeros que se están yendo, y es preciso acompañarles con la mayor ternura posible». Profesó en 1910 y dos años más tarde fue elegida vicaria. Tenía cualidades para el gobierno y condujo a sus hermanas a la vivencia de las virtudes. En su labor como formadora supo combinar la firmeza con la ternura. Comprensiva, servicial, humilde y paciente, iba marcando con su testimonio el sendero de una auténtica consagración.
Su espíritu sensibilizado por el drama humano no podía quedar impasible ante la aflicción de ancianos, moribundos, enfermos y pecadores; los consoló y asistió por diversas vías. Impulsó comedores para los que no tenían recursos y les proporcionó medicamentos. Tampoco se olvidó de los familiares de los hospitalizados; con delicadeza y visión destinó un espacio para que pudieran acompañar a los suyos sin costo alguno. Los prelados, los sacerdotes y los seminaristas fueron también objeto de su trato exquisito y de su generosidad. La tríada en la que estuvo asentada su vida espiritual fue el Sagrado Corazón de Jesús, la Eucaristía y la Virgen. Se mortificó sin piedad alguna hacia sí misma. Perseveraba viviendo unida a Cristo, siendo constante y fiel en las cosas sencillas de cada día, que generalmente son las que más cuestan, sin caer en la rutina. Se propuso imitarle a Él con gozo, agradecida de poderse hacer ascua de amor por los demás. Movida por su ardor apostólico soñaba con extender la fe por doquier. En 1921 fue elegida superiora general. Ocupando esta alta misión, en medio de la persecución gubernamental redactó en 1926 las constituciones de las Hijas del Sagrado Corazón Jesús, convertido en Instituto, reglas aprobadas en 1930 por monseñor Orozco y Jiménez, arzobispo de Guadalajara.
El peso de los años, con sus achaques, se iba echando encima y en 1954 dejó su cargo. Los cuatro restantes que le quedaban de vida siguió llenándolos con su oración, compartiendo con los demás la riqueza interior que poseía, como había hecho siempre, siendo fiel a su sucesora. Una embolia cerebral que se le presentó en 1956 le causó una hemiplejía que soportó con ejemplar serenidad y paciencia, hasta que entregó su alma a Dios el 30 de julio de 1959. Juan Pablo II la beatificó el 22 de noviembre de 1992, y la canonizó el 21 de mayo de 2000.