Servicio diario - 31 de julio de 2017


Este miércoles retoman las audiencias, pero en el Aula Pablo VI debido al fuerte calor
Sergio Mora

El tweet del Papa: como San Ignacio, ponerse al servicio del prójimo
Redacción

El cardenal Parolin sobre Venezuela: El único criterio sea el bien de la población
Redacción

San Ignacio de Loyola – 31 de julio
Isabel Orellana Vilches

San Alfonso María de Ligorio – 1 de agosto
Isabel Orellana Vilches


 

31/07/2017-14:45
Sergio Mora

Este miércoles retoman las audiencias, pero en el Aula Pablo VI debido al fuerte calor

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 31 Jul. 2017).- Este 2 de agosto retoman las audiencias generales de los miércoles, en las cuales el papa Francisco realiza sus catequesis y saluda a los miles de peregrinos que llegan a Roma, con deseos de verlo pasar y escucharlo personalmente.
Entretanto debido al fuerte calor del actual mes de agosto, las dos primeras audiencias serán en el Aula Pablo VI del Vaticano y no en la plaza de San Pedro, pues se esperan temperaturas cercanas a los 40 grados centígrados, debido a un frente de calor que llega desde África.
Todas las últimas catequesis han sido sobre la virtud de la esperanza, que el Papa definió como una vela que recoge el viento del Espíritu Santo que empuja la nave. El Santo Padre profundizó diversos aspectos como las esperanzas terrenas que caen ante la cruz, pero renacen en otras que duran para siempre. Señaló también que la esperanza cristiana no es un concepto abstracto sino que se basa en el Señor Jesús que ha resucitado y que jamás falta a su palabra. Precisó también en otra de las audiencias, que la esperanza, no defrauda, porque se funda en la fidelidad del amor de Dios hacia nosotros.
El Aula Pablo VI, o sala Nervi, como se le conoce por el arquitecto que la diseñó, tiene una capacidad para unas 6 mil personas y posee un eficiente sistema de aire condicionado, alimentado por 2.400 paneles fotovoltaicos a energía solar.
La plaza en cambio puede contener hasta 50 mil personas, pero el calor del verano pondría en riesgo a muchas personas, en particular a las ancianas que allí puedan asistir. La tercera y cuarta audiencia de agosto en cambio podrían ser en la plaza, dependiendo de la situación meteorológica.
Siempre en tema de clima, debido a la sequía que está sufriendo Italia desde hace tres meses y ante el llamado de las autoridades a ahorrar agua, el Vaticano ha cerrado el flujo hídrico de sus fuentes.

 

 

31/07/2017-19:15
Redacción

El tweet del Papa: como San Ignacio, ponerse al servicio del prójimo

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 31 Jul. 2017) .- El Papa Francisco envió hoy un mensaje en su cuenta Twitter, en el día en que la Iglesia recuerda a San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús: “Como San Ignacio de Loyola, dejémonos conquistar por el Señor Jesús y guiados por Él, nos coloquémonos al servicio del prójimo”.
Siempre hoy, el venezolano Arturo Sosa, prepósito general de la orden religiosa, en una entrevista a Radio Vaticano habló de los dos grandes desafíos de la Compañía de Jesús:
“Me gustaría sintetizar los desafíos de la Compañía en dos grupos. El primero es cómo podemos entender nuestra mejor contribución a la misión de reconciliación de la Iglesia”. Añade que “la contribución tiene un fundamento y el fundamento es la fe. Por lo tanto, el primer desafío es discernir dónde Dios trabaja en este momento de la historia humana y cómo lo hace, para ser sus instrumentos y para colaborar con lo que Él hace”.
El P. Arturo Sosa afirma que hay que mirar a los crucifijos del mundo de hoy, marcado por la desigualdad y la pobreza. “Sin justicia social, la reconciliación no es posible”, afirma, añadiendo que hay que entender las causas de la injusticia y pensar en modelos alternativos de convivencia humana. “El desafío que tenemos ante nosotros es buscar reconciliar estos proceso, para garantizar a las futuras generaciones una vida mejor de la que tenemos hoy en medio de la desigualdad y la pobreza”.
El segundo gran grupo de desafíos identificado por el Prepósito es adaptar la Compañía de Jesús a los tiempos actuales, “poner a la Compañía en condiciones de ofrecer una colaboración más eficaz a estos desafíos”. Para el sacerdote venezolano, esto comienza con la conversión personal, con la conversión de la vida comunitaria y la más difícil, la conversión institucional.

 

 

31/07/2017-06:52
Redacción

El cardenal Parolin sobre Venezuela: El único criterio sea el bien de la población

(ZENIT – Roma, 31 Jul. 2017).- El cardenal Pietro Parolin, respondiendo ayer a algunos medios de comunicación sobre la labor de la Santa Sede sobre la situación en el país sudamericano, señaló que “el único criterio debe ser el bien de esa población”.
El Papa y la Secretaría de Estado del Vaticano han “trabajado mucho” para encontrar una solución a la crisis venezolana, que debe ser “pacífica y democrática” dijo. El Vaticano, “trató de ayudar a todos, sin distinción y llamando a todos a sus responsabilidades”, dijo este domingo el cardenal, en el marco de la misa y reunión de los” venecianos en el mundo” realizadas en la región italiana Veneto.
“Sí, nos hemos empeñado –aseveró Parolin en las declaraciones reportadas por Vatican Insider– recordó “el afecto que tengo hacia Venezuela, por haber trabajado allí”.
Sobre los enfrentamientos y represión policial que ha dejado más de cien víctimas mortales en los últimos tres meses, al menos diez este domingo durante las votaciones, el cardenal declaró: “Los muertos son demasiados y no creo que haya otros criterios que deben seguirse sino el bien de la gente”.
“Tenemos que encontrar una manera pacífica y democrática salir de esta situación, y la
única manera es siempre la misma: hay que conocer, hablar, pero en serio, para llevar a cabo un camino hacia la solución”, dijo.
Desde Venezuela, el cardenal Jorge Urosa Savino, arzobispo de Caracas, y ex presidente emérito de la Conferencia Episcopal de Venezuela, aseguró que la Asamblea Constituyente promovida por el presidente Nicolas Maduro es “ilegal porque no fue convocada por el pueblo”.
“Los obispos venezolanos son unánimes en el rechazo de la Asamblea Constituyente y piden al gobierno que cambie su actitud”, el cardenal Urosa, subrayó que la reforma constitucional “no ayudará a resolver los problemas del país, sino a agravar la crisis política”.
El cardenal señaló que la Iglesia venezolana “no es parte de la oposición, sino que apoya la mayoría de nuestro pueblo” que “quiere cambiar el gobierno” y “quiere hacerlo de una manera pacífica”.
El presidente Maduro por su parte consideró una victoria la consulta electoral, a la cual según las cifras oficiales participaron unos 8 millones de votantes, cantidad levemente mayor al número de electores de la consulta simbólica convocada hace dos semanas por la oposición. En cambio la oposición estimó que los electores no habían llegado a 2,5 millones, o sea menos del 15 por ciento del padrón electoral.
La oposición además llamó a boicotear las elecciones por considerarlas una ruptura del orden institucional, porque la Constituyente suprimirá al Parlamento que no está en manos del Gobierno desde los últimos comicios y porque modificará la Constitución evitando que alguien pueda oponerse al Ejecutivo. Así mantuvo sus manifestaciones callejeras. En la violenta represión murieron al menos unas diez personas.

 

 

31/07/2017-04:47
Isabel Orellana Vilches

San Ignacio de Loyola – 31 de julio

(ZENIT – Madrid).- «Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi ser y mi poseer; vos me lo disteis: a vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta». Es la profunda oración con la que culminan los ejercicios espirituales de este santo, menudo de talla, grandioso corazón y proverbial obediencia, que nació en el castillo de Loyola, Guipúzcoa, España, en 1491 en una familia de la nobleza. Benjamín de ocho hermanos, fue educado en la casa de Juan Velázquez, contador mayor de los Reyes Católicos. Su contacto con la corte marcó una etapa en su vida de dispersión y afanes de gloria.
En 1517, tras la muerte de Juan, inició la carrera militar. Pero en 1521, puede que el 20 de mayo, en el transcurso de una batalla contra los franceses, en Pamplona, una bala de cañón impactó en su pierna derecha debajo de la rodilla. Mientras convalecía de una de las intervenciones que sufrió, que le dejó una cojera de por vida, para distraerse solicitó libros de caballería. No había, y le ofrecieron la vida de Cristo y un santoral. Modificaron su perspectiva existencial: «Me imaginaba que debía competir con tal santo en ayunos, con este otro en la paciencia, con aquel en peregrinaciones». Las hazañas de los valerosos seguidores de Cristo, que en nada se asemejaban a las que conocía el aguerrido soldado, le sedujeron y se convirtió. Se arrepintió de su pasado, y decidió vivir con el radicalismo evangélico al que se sentía llamado.
En su entorno no pasó desapercibido el cambio del intrépido militar que, de repente, solo hablaba de temas religiosos. Y aunque desconocía qué pasos debía dar, tenía claro que serían hacia la consagración. Por de pronto, se recluyó en Montserrat. Con el espíritu de un caballero depositó sus armas a los pies de María, después de haber hecho vela toda la noche ante su imagen, con sus nuevos compañeros de camino: un tosco sayo y el bordón, signos del peregrino. Soñaba ya con Jerusalén. Quería hallarse en la tierra de Jesús, a quien deseaba «conocer mejor, para imitarle y seguirle». A renglón seguido se dirigió a Manresa para hacer oración y penitencia. Y allí, fundamentados en su experiencia personal, redactó los ejercicios espirituales. Una noche se le apareció la Virgen con el Niño Jesús y se sintió invadido por su dulzura.
Cuando abandonó el lugar, partió con un patrimonio espiritual que le dejó marcado para siempre.
En 1523 se trasladó a Tierra Santa. Su voluntad era permanecer en los Santos Lugares, pero ante los muchos peligros que acechaban a los peregrinos, los franciscanos le disuadieron, y prácticamente le obligaron a regresar a España. Sin saber aún qué camino tomar, cuando llegó a Barcelona hacia 1524, determinó cursar estudios para «ayudar a las almas», que completó en Alcalá de Henares y en Salamanca. La difusión de los ejercicios le acarreó muchos sufrimientos: procesamiento, prohibición de predicar, azotes, cárcel; tenía detrás a la Inquisición, pero todo lo asumió gozoso por amor a Cristo. Ya en París donde se licenció en Artes, con un grupo de siete compañeros, entre los que se hallaban Francisco Javier y Pedro Fabro, erigiría la fundación con el lema «Ad maiorem Dei gloriam». Compartió con ellos su experiencia en Manresa, lo que extrajo de la lectura de vidas de los santos y, sobre todo, el evangelio. Acordaron ir a Palestina para evangelizar. Si este objetivo se torcía por algún motivo en el año de plazo que se dieron, se pondrían a merced del pontífice. En 1534 emitieron los votos en la capilla de Montmartre.
Se encontraron en Venecia, como habían convenido. Pero en 1535 nuevos problemas de salud obligaron a Ignacio a volver a España. El sueño de todos seguía siendo establecerse en Palestina, pero la guerra contra los turcos lo hizo inviable. De modo que, hallándose en Venecia en 1537, ya con Ignacio al frente, el grupo, que se había incrementando en número, se trasladó a Roma y se puso bajo el amparo de Paulo III. Éste los acogió, ordenando sacerdotes ese año a los que aún no había recibido este sacramento. En la capilla de la Storta, a unos kilómetros de Roma, en una visión trinitaria Cristo le había dicho a Ignacio: «Yo quiero que tú nos sirvas». Con la aprobación del papa en 1540, la Compañía de Jesús fue una realidad eclesial y canónica, aunque la redacción de las constituciones que el santo emprendió se prolongó hasta 1551. A los votos de castidad y pobreza añadieron el de obediencia al máximo superior, que estaría a su vez sometido al pontífice. Era uno de los signos del espíritu militar que formó parte de la educación y vida de su fundador, y que quiso transmitir a la Compañía con nuevo sesgo espiritual.
Con esta fundación se dispusieron a luchar para contrarrestar el protestantismo y otras deficiencias sociales, propagando la fe católica. Pronto se constató la formidable labor de estos religiosos para atajar los nefastos efectos de la Reforma impulsada por Lutero. Las vías de apostolado fundamentalmente eran el cuidado de los enfermos y la enseñanza, que los primeros integrantes realizaban estimulados por la fortaleza y entusiasmo de Ignacio. Unánimemente le eligieron como general de la Compañía en 1541. La atracción entre los jóvenes por el carisma se incrementaba; fueron llegando algunos de talla excepcional.
Limitado por graves problemas de salud, permaneció en Roma dedicado al retiro y a la oración. Había encarnado su propósito: «En todo amar y servir». Se mantuvo al frente de la Compañía, que se extendió por Europa, América y Asia. Mientras, redactaba obras formativas y creaba prestigiosos centros académicos, todo para la mayor gloria de Cristo y de su Iglesia. En 1551 quiso dimitir como general, pero no lo permitieron. Al inicio de julio de 1556 sufrió un ataque de fiebre; su ánimo apostólico seguía invicto. Y el 31 de ese mes murió serena e inesperadamente. Paulo V lo beatificó el 3 de diciembre de 1609. Gregorio XV lo canonizó el 12 de marzo de 1622.

 

 

31/07/2017-05:47
Isabel Orellana Vilches

San Alfonso María de Ligorio – 1 de agosto

(ZENIT – Madrid).- Este gran maestro de la vida espiritual, cuyo ejemplo ha movido a tantos a perseguir ala santidad, nació en Marianella, quinta cercana a Nápoles, Italia, el 27 de septiembre de 1696. Primogénito de siete hermanos, seguramente ni su padre, capitán de galeras del rey, ni su madre, perteneciente a la aristocracia, olvidaron el vaticinio de san Francisco de Jerónimo, quien al nacer el niño les advirtió que llegaría a ser obispo y que moriría longevo habiendo dado gloria a la Iglesia. Esta profecía del jesuita se cumplió rigurosamente. De manos de su madre Alfonso recibió la instrucción cristiana y la ejercitó junto a su familia con actos cotidianos de piedad. Su inteligencia era tal que a los 16 años, algo verdaderamente excepcional, se graduó por doble vía como doctor en derecho civil y canónico complementando así su gran preparación artística, científica y musical. No eran menos notables sus cualidades espirituales que desarrolló con religiosos de san Felipe Neri y con los padres filipenses.
Siendo flamante abogado, con una importante clientela, compareció en Nápoles ante un tribunal dando pruebas fehacientes de su conocida elocuencia. La fama y el éxito le precedían por su brillante capacidad para salir victorioso de todos los casos que defendió. Pero erró en el pleito que sostuvo contra el duque de Toscana debido a una vil escaramuza ajena a él. Permaneció sumido en llanto en su aposento, colgó la toga, cerró el bufete, puso su espada a los pies de María y se olvidó de la profesión. Las visitas al Hospital de Incurables y la lectura de vidas de santos, junto a la oración que realizaba ante el Santísimo expuesto en las Cuarenta Horas, fueron su único consuelo. Un día, mientas atendía a los enfermos, escuchó: «Deja el mundo y entrégate del todo a Mí», locución que se repitió cuando abandonaba el hospital. Antes había dejado al arbitrio de Dios la respuesta acerca de un matrimonio con la hija de un príncipe. Él le llamaba para sí y conmovido, manifestó: «Dios mío, demasiado he resistido a vuestra gracia; aquí me tenéis; haced de mí lo que queráis». Este fíat particular lo ratificó ante María y después lo comunicó a sus allegados. Su padre no entendía su decisión, y su madre se deshizo en lágrimas. Pero Alfonso, venciendo toda resistencia, lo cual no fue fácil, después de cursar los estudios correspondientes, en 1726 fue ordenado sacerdote cuando tenía 30 años. Su progenitor comenzó por negarle la palabra. Después, pensando en los honores que su hijo podía obtener, se reconcilió con él.
Sin perder tiempo comenzó la evangelización por los barrios marginales de Nápoles. Era un rayo de luz brillando en medio de la sordidez en la que muchos malvivían. Malhechores, prostitutas, los que carecían de lo elemental para sostenerse dignamente, rezaban de forma comunitaria y se familiarizaban con la Palabra de Dios bajo la dirección de Alfonso y de otros sacerdotes. Les animaba a vivir la santidad. Cuando llegó a oídos del arzobispo de Nápoles esta sorprendente labor, cómo daba a conocer la fe al aire libre logrando que trabajadores y personas de escasos recursos pudieran recibir esa gracia, autorizó que se reunieran en las capillas; así nacieron las famosas «capillas del Atardecer». Los jóvenes del lugar se fueron incorporando a la dirección de esta fecunda actividad.
Su anhelo era misionar en China (se había alojado en el Colegio de los Chinos), y morir allí por Cristo. Pero, agotado por su intensa actividad fue a Scala para recuperarse. Al tomar contacto con la gente del lugar y apreciar su deficiente formación religiosa, se sintió llamado a erigir una nueva fundación dirigida a las zonas rurales. El 9 de noviembre de 1732 con un grupo de sacerdotes fundó la Congregación del Santísimo Redentor. Tras muchas penalidades, en 1749 fue aprobada por Benedicto XIV. Paralelamente, y con el fin de proporcionar adecuada formación a los seminaristas, Alfonso comenzó a redactar tratados de Moral. Su obra se fue incrementando con más de un centenar de textos de espiritualidad y de teología universalmente reconocidos.
Entre otros se hallan las Máximas Eternas, Las Glorias de María y la Práctica de amor a Jesucristo. Están escritos con un lenguaje sencillo y ameno, accesible para los que no tenían especial preparación.
Cristo, el evangelio y la oración, junto con su devoción por María, la meditación sobre los misterios de la Encarnación y de la Pasión fueron algunos de los pilares de su vida espiritual. Respecto a la oración, hizo notar: «Quien reza se salva». Aseguró también: «Dios no niega a nadie la gracia de la oración, con la que se obtiene la ayuda para vencer toda concupiscencia y toda tentación. Y digo, replico y replicaré siempre, durante toda mi vida, que toda nuestra salvación está en el rezar».
Designado obispo de Sant’Agata dei Goti, se negó en varias ocasiones a aceptar la misión, aunque finalmente fue consagrado en 1762. Los trece años de ejercicio pastoral tuvieron el sello de su exquisita caridad. En 1775 se retiró a Pagani, Salerno. Padecía una dolorosa artrosis deformante que mantenía su espalda curvada, y que se fue agudizando. Pasó años llenos de sufrimientos a todos los niveles, físicos y espirituales, algunos creados por el devenir de la congregación y otros muchos problemas internos. Hasta llegó a ser alejado de la Orden por voluntad de Pío VI en 1780, hecho que acogió con su proverbial sentido de unidad y respeto a la Sede Apostólica. Murió el 1 de agosto de 1787; tenía cerca de 91 años. Pío VII lo beatificó el 15 de septiembre de 1815. Gregorio XVI lo canonizó el 26 de mayo de 1839. En 1871 Pío XI lo proclamó doctor de la Iglesia. Y en 1950 Pío XII lo nombró patrono de los confesores y moralistas. Juan Pablo II dijo de él: «San Alfonso es una figura gigantesca no solo de la historia de la Iglesia, sino de la misma Humanidad».