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Card. Parolin: “En el Perdón de Asís, Dios se revela en la simplicidad y en la humildad para salvarnos”

RV | 03/08/2017


 

“Pidamos a la Santa Madre de Dios y a los Santos para que podamos cumplir la voluntad de Dios, que coincide con nuestro verdadero bien y recibamos gustosos el Perdón de Asís, atravesando con corazón renovado el umbral de la Porciúncula”, lo dijo el Cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado Vaticano, durante la homilía en la celebración Eucarística de clausura por los 800 años del Jubileo del Perdón de Asís, realizado en la capilla de la Porciúncula.

Recordando que, el Perdón de Asís se concede a los peregrinos que van a la Porciúncula cada 1 y 2 de agosto para recibir la indulgencia plenaria. San Francisco obtuvo este privilegio del Papa Honorio III en 1216. Durante estos días, la indulgencia se extiende a las parroquias y las iglesias franciscanas de todo el mundo. La celebración de este año coincide con la clausura del VIII centenario del Perdón de Asís, Jubileo inaugurado el 2 de agosto del año pasado por el Card. Gualtiero Bassetti, el cual fue enriquecido por la peregrinación privada del Papa Francisco a la Porciúncula, dos días después.

Al inicio de su homilía, el Card. Parolin transmitió el saludo y la bendición del Papa Francisco por la conclusión del Jubileo que conmemora el VIII siglo de institución del Perdón de Asís. “El 2 de agosto de 1216 San Francisco – recordó el Prelado – radiante por haber obtenido del Papa Honorio III la concesión de la indulgencia para quienes irían en peregrinación a la iglesia de Santa María de los Ángeles, no contuvo su gozo y exclamó: hermanos míos, quiero enviarlos a todos al paraíso”.

Estas palabras, señaló el Card. Parolin, revelan que el ardor con el cual, él amó al Señor se convierten en compasión y caridad hacia el prójimo. “Son palabras que nos dicen también la misión fundamental de la Iglesia – precisó – aquella de favorecer el encuentro entre Dios y los seres humanos, de construir sólidos puentes entre el Cielo y la tierra, de mostrar una vía de salvación ofrecida a todos y no reservada a los pequeños grupos de doctos y sabios”. Un camino accesible a los pobres, a los últimos, amplio y libre de obstáculos, subrayó el Secretario de Estado, que conduce a la salvación incluso a través de una puerta estrecha como aquella de la Porciúncula.

“Dios ha querido ser reconocido en la fragilidad, manifestando su gloria con pequeñas llamas de luz – señaló el Card. Parolin – si se hubiera mostrado a través de signos grandiosos, probablemente los potentes de este mundo se habrían apoderado, haciéndose privilegiados, no sólo por las riquezas y el poder terrenal, sino también por la facilidad del encuentro con Dios”. En cambio, revelándose en la simplicidad y en una particular humildad, agregó el Prelado, Él ha ofrecido a todos el esplendor del Rostro de Dios, que se inclina hacia el humilde y el pobre y rechaza al soberbio.

Comentando las lecturas que la liturgia presenta para esta ocasión, el Secretario de Estado señaló que, Cristo, la Sabiduría de Dios se ha acercado a nosotros. “Del fuego del amor en la Trinidad a la Encarnación del Hijo de Dios – precisó – se realiza el diseño que da cumplimiento a las antiguas promesas, haciendo nuevas todas las cosas”. En este sentido, dijo el Card. Parolin, María en el Magnificat, agradece y se alegra por las maravillas realizadas por Dios, en la historia y en su persona. Ella reconoce estar al centro de la historia de la salvación, el cumplimiento de las promesas y la aurora del nuevo mundo. “Del mismo modo – agregó – San Francisco se alegra por la bondad del Señor que, con la concesión de la indulgencia, ofrece ampliamente el perdón, quitando no sólo la culpa y la condena, que son el salario del pecado, sino también la pena temporal que queda para enviarnos a todos al Paraíso”.

Antes de concluir su homilía, el Card. Parolin invocó la protección de la Bienaventurada Virgen María y de San Francisco para que se difunda el deseo de conversión, la aspiración a la santidad, la alegría de caminar en la cotidianeidad con los pies firmes en la tierra, pero con la mirada constante dirigida al Cielo, para recibir de lo alto orientación, claridad de intención, consolación, ayuda y protección.

(Renato Martinez – Radio Vaticano)