Servicio diario - 03 de agosto de 2017


Denunciar las formas de corrupción es una “obligación moral”
Rosa Die Alcolea

Himno para recibir al Papa en Colombia
Rosa Die Alcolea

San Juan María Vianney, santo del 4 de agosto
Isabel Orellana Vilches


 

3 agosto 2017
Rosa Die Alcolea

Denunciar las formas de corrupción es una “obligación moral”

Nuevo documento del Vaticano

El Vaticano analizará en profundidad la relación entre los procesos de paz y las distintas formas de corrupción, con un movimiento y una toma de conciencia “necesaria”, que conciben como una “obligación moral”.

El Grupo Internacional de Consulta para la Justicia, que forma parte del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral del Vaticano, ha publicado un documento final tras el “Debate internacional sobre la corrupción”, celebrado el 15 de junio de 2017, indica Radio Vaticano.

En este documento afirman que “la corrupción, en efecto, causa una carencia de paz, por lo que, el Grupo de Consulta analizará en profundidad la relación entre los procesos de paz y las formas de corrupción. Es necesario que haya un movimiento, una toma de conciencia. Esta es nuestra primera motivación, que percibimos como una obligación moral”.

 

“Corrosión”

Asimismo, el Grupo de Consulta expresa la intención común de abordar varias formas de corrupción, crimen organizado y la mafia. Los miembros de este Grupo afirman que “la corrupción, antes que ser un acto, es una condición: de ahí la necesidad de la cultura, la educación, el entrenamiento, la acción institucional y la participación ciudadana”.

En este sentido, el Grupo de Consulta, propone formular diferentes definiciones de “corrupción”, así como manifestó el Papa Francisco y el Cardenal Peter Turkson (prefecto de este Dicasterio) en el libro-entrevista “Corrosión”, publicado el pasado 15 de junio (leer artículo en Zenit).

La Iglesia, a través de este Grupo de Consulta, no solo propondrá indicaciones virtuosas, porque son necesarios gestos concretos. De hecho, un compromiso para la educación requiere profesores creíbles, también dentro de la Iglesia.

 

Objetivos

El documento recoge también los objetivos del Grupo Internacional de Consulta para la justicia, la corrupción, el crimen organizado y las mafias, fijados en los ámbitos de educación, cultura y ciudadanía.

De un total de 21 objetivos, algunos de ellos hacen referencia a definir el concepto de corrupción en el ámbito de la justicia, la antropología y la crisis cultural o profundizar en la relación existente entre la gente, las instituciones y la corrupción, y entre los procesos de paz y la corrupción.

 

 

03/08/2017-16:24
Rosa Die Alcolea

Himno para recibir al Papa en Colombia

Ya está disponible en YouTube el videoclip con el himno oficial del viaje que realizará el Papa Francisco a Colombia el próximo mes de septiembre.
“Demos el primer paso”, de Carlos Corvacho, es la canción elegida por el jurado en el
concurso “Cántale al Papa”, organizado en Colombia para seleccionar el himno oficial de la visita apostólica del Santo Padre.
El videoclip es iniciativa de Músicos Católicos Unidos (MCU), cuya grabación han llevado a cabo las Hermanas Comunicadoras Eucaristías de Colombia.
La canción se cantará en vivo al Santo Padre el 7 de septiembre 2017 en el parque Simón Bolívar.
“Nos traes luz nos traes paz, nos traes palabras de verdad y nuestra gente sabrá hallar en Dios la libertad”, es el coro que Bogotá, Villavicencio, Medellín y Cartagena cantarán a viva voz en cada una de las actividades con el Sumo Pontífice.

Ver videoclip

 

 

03/08/2017-10:04
Isabel Orellana Vilches

San Juan María Vianney, santo del 4 de agosto

«Cura de Ars, patrono de los sacerdotes, enamorado de la Eucaristía y maestro de la penitencia. Recibió, entre otros, el don de lágrimas. Con su santidad ya en vida conmovió a la Europa de su tiempo».

Benedicto XVI declaró «Año sacerdotal» al periodo de junio de 2009 hasta ese mes de 2010 poniendo a este admirable santo como ejemplo para los presbíteros. El pontífice hizo un panegírico de este humilde cura que llegó a Ars diciendo: «Dios mío, concédeme la conversión de mi parroquia; acepto sufrir todo lo que quieras durante toda mi vida», llevando su anhelo hasta el final. Ser sacerdotes santos es lo que el papa quiso recordar a los ordenados con esta celebración conmemorativa del 150 aniversario de la muerte del padre Vianney. Su enternecedora trayectoria de amor dejó traslucir su extraordinaria pasión por lo divino. Fue un apóstol que llegó al corazón de cientos de miles de personas con su virtud, en el silencio de su ofrenda y abrazo a la cruz, contemplando la Eucaristía, envuelto en lágrimas.
Nació en Dardilly, Francia, el 8 de mayo de 1786, cuando la Revolución comenzaba a hacer acto de presencia y su influjo era percibido en hogares católicos como el suyo, lo cual signó su infancia. Las prácticas de piedad que toda la familia se veía obligada a realizar clandestinamente, marcaron también su primera comunión: la recibió por la noche en un pajar. Ayudaba trabajando en tareas del campo y cuidando ganado. Pero quería ser sacerdote a toda costa, y aunque su padre se oponía, logró iniciar los estudios. Los formadores reconocían su virtud, pero en lo tocante a los estudios era calamitoso. Desalentado por tener que abandonar el seminario, pidió limosna para costear su peregrinación a la tumba de san Francisco de Regis. Partió de allí con la convicción de que sería sacerdote pese a su limitación.
A sus 17 años por ser seminarista se libró de luchar con las tropas de Napoleón para las que fue reclutado. Envuelto en peripecias, alternándose enfermedad y periodos de convalecencia, acabó siguiendo a un desertor sin saberlo. Sobrevivió catorce meses oculto en las montañas de Noës usando nombres ficticios hasta que se produjo la amnistía, todo ello con conocimiento del alcalde, a quien informó de la situación. Después, prosiguió estudios en Verrières y Lyón. Al persistir su problema de aprendizaje del latín, no fue admitido en el seminario. Tampoco lo acogieron los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Hasta que el padre Balley le ayudó, y Juan María, que no lograba asimilar las asignaturas, fue ordenado en 1815 por el obispo de Grenoble, sin concluir los estudios. La soledad en la que se produjo, soledad que prosiguió después, no hizo mella en su ánimo.
Feliz de ser sacerdote, completó su formación con el padre Balley, un virtuoso presbítero, siendo su vicario en Ecully durante un breve periodo, hasta que se produjo la muerte de éste. Entonces fue enviado a Ars que no tenía parroquia. Su experiencia pastoral había discurrido en esta escuela de santidad junto a Balley. Partía con algo que no se adquiere en ningún lugar: la gracia de querer convertirse cada día en otro Cristo, anhelo que sostuvo cada segundo sin desfallecer. En su nuevo destino sufrió y se entregó por los pecadores en auténtico holocausto, con una vida plagada de penitencias y austeridades, alimentado prácticamente con la oración, ya que apenas tenía viandas que llevarse a la boca.
De humildad heroica, en incontables ocasiones deseó poder encontrar un lugar para ir «a llorar su pobre vida». Halló frialdad y distancia hacia la fe en las gentes, pero no tardó en conmoverlas con su santa conducta. De noche y de día le vieron orar arrodillado ante el Sagrario. Y la inicial curiosidad se fue tornando en admiración. Cuando oficiaba la misa era palpable que lo hacía sabiendo que rememoraba el sacrificio de Cristo. «¡Oh, qué cosa tan grande es el sacerdocio! No se comprenderá bien más que en el cielo... Si se entendiera en la tierra, se moriría, no de susto, sino de amor». «¡Qué desgracia es un sacerdote sin vida interior!», decía.
A pesar de su estricta discreción, se fue corriendo el rumor de sus crudos ayunos y penitencias. No tuvo el don de palabra, pero las que lograba proferir eran ascuas que incendiaban el corazón de los fieles. Éstos recibían a manos llenas los bienes que les ofrecía, aún minando los escasos ahorros de la parroquia. Se ganó a todos con encendidas súplicas a Dios y constantes sacrificios, abrazándose a una cruz que venía envuelta en difamaciones y en una campaña de desprestigio permanente ante sus superiores. Su fe era inquebrantable. Se empecinó en poner bien altos los valores morales del pueblo, y pudo con todo, hasta con las insidias del diablo que no le dejaba en paz.
El ejemplo de su heroica caridad y rigurosas mortificaciones corrió de boca en boca por todos los rincones, traspasando las fronteras de Ars. Y comenzaron a llegar las peregrinaciones que tomaron un sesgo insospechado en poco tiempo, ya que los testimonios que daban cuenta de la virtud del sacerdote se extendieron desde Lyon y Belley al resto de Francia y de Europa. Personas de toda condición, ricos y pobres, querían confesarse con él. Y el humilde confesionario sería prácticamente su única morada: «El confesionario es el ataúd donde me han sepultado estando todavía vivo», decía.
Milagrosamente pudo sobrevivir durante años apenas sin alimentarse y sin concederse el mínimo descanso, cosido materialmente a durísimas disciplinas que él mismo se infligía. Obediente, sencillo, humilde, agradecido, con gestos significativos como adquirir un paraguas de seda para una señora que lo acogió en su casa cuando estaba oculto, con el don de penetración de espíritus y el de lágrimas, este gran sacerdote, tierno y humano, murió el 4 de agosto de 1859. Había dado gloria a Dios y encumbrado con su santidad la pequeña aldea de Ars, prácticamente desconocida hasta que llegó, y que en adelante perviviría junto a su nombre. Pío X lo beatificó el 8 de enero de 1905. Pío XI lo canonizó el 31 de mayo de 1925, y en 1928 lo nombró patrono de los párrocos.